Hace años, cuando el corazón de este blog aún latía regularmente, el último posteo del año estaba reservado para la mejor película del año. Hace tiempo que dejó de ser así. Llegaron los pequeños y debí aprender a gestionar el tiempo de otro modo. El perdedor fue el blog. Tenía malas bazas.
Hoy recupero la costumbre que siempre me resistí a abandonar dedicando. La diferencia es que, a falta de una base sólida de películas estrenadas este curso para tener un juicio de valor sólido, me entrego al recurso fácil de la última película vista. Fue hace dos días. Su título: «Z, la Ciudad Perdida». Una apuesta en principio ganadora (base sentimental cimentada en mi infancia, buen director, gran historia) que se malogra a causa de unos diez minutos finales mal aprovechados. Diría incluso que bochornosos en función del día en que se produzca su visionado.
Crecí fascinado por la historia de Percival Harrison Fawcett, ese explorador extraordinariamente fantasioso que lo apostó todo a una quimera que nunca podría tocar. Tuvo miles de defectos, lo que le acerca aún más a mí, y una única virtud: el empecinamiento en abrazar una fantasía. Vivió y murió como quiso (otro punto admirable), y supo desaparecer con la suficiente elegancia como para generar una leyenda inmortal. Imposible hacer una mala película con su historia. Sin embargo, James Gray, excelente director que no terminar de dar el mazazo definitivo que le garantice la persistencia de su memoria filmada, comete el error de enamorarse del personaje al punto de consumirse a su lado sin haber cumplido sus promesas. Como Fawcett, Gray miente, y lo hace mal. Desperdicia así una primera hora extraordinaria, fiel al cine clásico con actualizados ribetes dorados, en los que muestra imágenes que herirán los sentimientos de todo twitero sensible (de hecho, Grey se rinde levemente a la tontería de la corrección política rectificando a tiempo antes de facturar una película de ciencia ficción) para, más tarde, fabricar un certero y arriesgado retrato de un personaje tan contradictorio como Fawcett.
Pero llega el final, y Gray no qué hacer con él. El dilema de siempre: ¿optar por la realidad o por la leyenda? Gray se decanta por la leyenda, sin tener el cuajo suficiente para convertir su discurso en algo mágico, tal y como reclamaba el material. Triste final para tan brillante desarrollo.
Es con él, con el teniente coronel Fawcett presintiendo su derrota en la selva brasileña, como despido el año y deseo que los próximos 365 días (los suyos y los míos) sean felices.
¡Feliz 2018!