Undercover Gay…

En una escena de «El Color Púrpura» Whoopie Goldberg era situada en el escalón más bajo de la sociedad por ser pobre, negra y mujer. Si añadimos a la ecuación el que en la novela original de Alice Walker el personaje de Goldberg es lesbiana tendremos un pleno en materia de prejuicios. Nada genera mayor rechazo que la homosexualidad. El odio religioso o racial es una minucia comparado con el desprecio provocado por la orientación sexual. Pruebas las hay a millones, como ocurrió con el único jugador de fútbol profesional que ha hecho pública su condición sexual, Justin Fashanu. Tras recibir una innumerable cantidad de apoyos después de ser víctima de una burla racial, fue repudiado por todos los que palmearon su espalda (incluido su, también futbolista, hermano John que llegó a declarar que Justin era un paria para él) llevándole al destierro primero, a la depresión más tarde y finalmente al suicidio. Por muchos que sean los avances registrados por el colectivo homosexual, ser gay, hoy día, equivale a ocupar el último escalón de la pirámide.

El mundo del cine, fiel espejo de lo que se cuece ahí fuera, ha oficiado como notario desde sus albores. Frente a las barreras sociales, célebres son los casos de gentes del cine que vivieron su sexualidad de puertas adentro, algo que se trasladó a las películas, en las que se optó por la insinuación y por el guiño cómplice al espectador. De algún modo, siempre se encontró el modo de filtrar mensajes  que no pasaron desapercibidos para los avispados e iniciados. Éstos son algunos de ellos…

REBECA (1940)

Para alertar al mundo sobre lo malvadas que pueden ser las lesbianas nació la versión apócrifa de la película de Hitchcock que consistía en atribuir a la malosa ama de llaves (Judith Anderson) un inequívoco tono gayer que sólamente parecía encontrar consuelo haciendo sufrir a Joan Fontaine (hablando de brujas toma dos tazas). Lo que no se quiso ver, también descrito en tono secundario, fue la notable pasión amorosa que el ama de llaves rendía al recuerdo de la malograda Rebeca, antigua reina del castillo. Pasión rendida en grado cinco. Como misógino nada enmascarado, el gordo inglés disfrutó como nunca acentuando la maldad de la lesbiana tanto como la vulnerabilidad de la hetero en un indisimulado juego sexual cercano al sadomasoquismo. Viejo sátiro…

MARRUECOS (1930)

Escandalosa entonces, inocua hoy, «Marruecos» dejaba caer, en la famosa escena en la que Marlene Dietrich aparece vestida de hombre para terminar besando a una mujer, un secreto a voces por todos conocido en Tinseltown: la bisexualidad de la actriz. Dirigida por Josef Von Stemberg, su amante durante muchos años (además de hombre con refinados gustos sexuales al que no le escandalizaban los escarceos de la Dietrich con miembros de su mismo sexo), la película prosiguió la senda de mujer fatal y ambigua trazada para la actriz por «El Ángel Azul» en su etapa alemana. Resultó ser un éxito, pues el público yankee se escandalizó lo suficiente para encumbrar a la actriz ad eternum sin importale quién salía o entraba en su cama.

TOMATES VERDES FRITOS (1991)

Ruth (Mary Louis Parker) tuvo siempre mala suerte con los hombres. Se enamoró siendo adolescente, pero él (dulce, atento, encantador) murió en un accidente. Después se casó con una mala bestia que le dispensaba golpes en lugar de caricias. Al final, desengañada, terminó por enamorarse de Idgie (Mary Stuart Masterson)… o al menos así lo cuenta la novela escrita por Fannie Flagg, porque en la excelente película de Jon Avnet tal circunstancia es obviada en pro de que las mentes de bien le otorgansen una taquilla más generosa. Los prejuicios, siempre los prejuicios. A pesar de ello, Avnet se las apañó para demostrar que esa «amistad especial» entre las dos mujeres traspasaba los umbrales de su habitación. Y todo ello sin quitarles el mandil…

LA REINA CRISTINA DE SUECIA (1933)

Equilibrios se vio obligado a hacer Rouben Mamoulian, el sólido director del biopic sobre la reina rebelde, para enmascarar el archiconocido lesbianismo de la soberana que reinó sobre los suecos mediado el siglo XVII. Los jerifaltes de la Metro no querían ni hablar de la posibilidad de mostrar a su gran estrella del momento (Greta Garbo) como una lesbiana libertina e ilustrada que mantenía amores impuros con su doncella. De modo que se inventaron un amante español (John Gilbert, gran amor frustrado de la Garbo en la vida real) para justificar su renuncia al trono. Todos contentos… o no, pues Mamoulian terminó saliéndose con la suya al mostrar a la reina con actitudes y ropas de hombre durante prácticamente todo el metraje para ilustrar el carácter indómito de la soberana, cosa que pareció satisfacer a los mandamases. Como guinda, Mamoulian filmó un apasionado beso entre la reina y su doncella en una inequívoca escena que sirvió de aviso a navegantes con una luminosidad similar a la del faro que ilustra esta casa.

ESPARTACO (1960)

Pocas dudas caben sobre la idiotez de los censores. Sin embargo, siempre hay alguna lumbrera que sabe ver… o simplemente un aficionado a los tijeretazos paranoico que ve fantasmas atacándole por doquier. Y así fue que la célebre escena del baño entre Craso (Lawrence Olivier) y Antonino (Tony Curtis) fue amputada de la versión hispana en su día, dejándonos con las ganas de saber si a Antonino prefiere ostras, caracoles o ambos. El extraordinario guión del black listed Dalton Trumbo, filtró elocuentes escenas en las que se mostraba la disoluta sexualidad de los senadores romanos, tan brutales e intransigentes en público como dóciles y tiernamente infantiles en la intimidad de sus baños.

TOP GUN (1986)

La quintaesencia del cine gayer moderno recae sobre las frágiles espaldas de esta tontería (elevada por los años y las circunstancias a la categoría de clásico del cine de acción) dirigida por Tony Scott (el hermano tonto de Ridley, sí). Y todo sin que nadie del elenco se diese cuenta de que la auténtica historia de amor que se narra es la de Maverick (Tom Cruise) e Iceman (Val Kilmer). Y como prueba, ahí va el delicioso diálogo de «Duerme Conmigo» en el que Quentin Tarantino desgrana sus teorías sobre la película…

Sid (Tarantino): ¿Quieres subversión a nivel masivo? ¿Sabes cual es el mayor jodido guión jamás escrito en la historia de Hollywood? “Top Gun”

Duane: Oh, vamos…

Sid: “Top Gun” es jodidamente grande. ¿Qué crees que es “Top Gun”? Tú crees que es una historia acerca de un montón de pilotos de combate.

Duane: Es la historia de un montón de pilotos que pasean sus pollas de gallito por todas partes.

Sid: Nooo!!!. Es la historia de la lucha del hombre contra su propia homosexualidad. Es eso. Eso es “Top Gun”. Tú tienes a Maverick, ¿vale? Él es un tío al límite. Está en la jodida línea, ¿vale? Y tienes a Iceman, y a todo su equipo. Ellos son gays, representan al hombre gay, ¿vale? Y ellos le dicen constantemente, ve por el camino gay, ve por el camino gay. Es lo que mola, tío. Él podría ir por ambos caminos, es su dilema.

Duane: ¿Y qué pasa con Kelly McGillis?

Sid: Kelly McGillis, ella representa la heterosexualidad. Ella le dice no no no no no, sigue el camino normal. Cumple con las reglas, ve por el camino normal. Y ellos le están diciendo, ve por el camino gay, toma el camino gay, toma el camino gay… ¿vale? Eso es lo que pasa durante toda la película. Él va a su casa, ¿no? Parece que tendrán sexo. Van a follar, tío. Es lo que pasará. Él se ducha y todo… pero luego no follan. Él se monta en la moto y se larga. Y ella se queda en plan “¿Qué coño ha pasado aquí?” En la siguiente escena, ella aparece en un ascensor, está vestida de hombre. Lleva las gafas de piloto, viste la misma chaqueta que usa Iceman. Ella sabe que esa es la única manera de conseguir a ese tío. Él quiere seguir el camino gay, pues le daré camino gay, me vestiré de hombre para seducirle. Es un subterfugio. Me vestiré como un tío para conseguir aproximarme a él. Pero el auténtico final de la película es cuando luchan contras los MIGs. Porque simboliza su transición hacia el lado gay. Ellos son la jodida fuerza aerea gay, y derrotan a los rusos. Los gays derrotan a los rusos. Y se terminó. Iceman ha seguido intentando conseguir a Maverick para él solo y finalmente lo ha logrado. ¿Y cuál es la jodida última línea de diálogo que tienen juntos? Se abrazan y se besan y son felices el uno con el otro… Entonces Iceman sube sobre Maverick y le dice “Tío, puedes ir a mi cola cuando quieras!”… ¿Y qué crees que responde Maverick? “Tú puedes ir a la mía!!!”

BEN-HUR (1959)

Ocurrió que en la multipremiada «Ben-Hur» (en una línea similar a lo ocurrido en «Espartaco»), la malévola mente del escritor, guionista y crápula Gore Vidal ideó la posibilidad de trazar una línea de afecto más intensa de lo esbozado en la novela entre Judá Ben-Hur (Charlton Heston) y Messala (Stephen Boyd). Jaleado por el director William Wyler, Vidal advirtió a Stephen Boyd de los sutiles cambios en el guión para que imprimiese en su actuación algo más que rencor y rivalidad. El resultado fue enternecedor. Cada vez que Heston y Boyd ocupan la pantalla, un halo de candidez brota del primero, mientras Boyd no cesa de enviarle lujuriosas miradas. Y a todo esto, Heston ni flowers. Que ni le informaron ni se enteró, vamos. De haberlo sabido, me temo que Johnny habría cogido su fusil quince años antes para ajusticiar al burlón guionista…

PIJAMA PARA DOS (1961)

Todo el mundo en Tinseltown (pero todos todos, hasta el último mono) tenía noticia de la homosexualidad del gran «macho» del star system, Rock Hudson. Dentro del ambiente, raro era quien no hubiese acudido a una de sus desenfrenadas fiestas. Ésto se tradujo con el tiempo en una serie de guiños que poblaron cada película protagonizada por Hudson. De hecho, él participaba encantado en las múltiples bromas que jugueteaban sobre el tema y que, por regla general, terminaban con él embutido en un vestido de mujer.  De entre ellas destaca «Pijama para Dos», la segunda de las incursiones en la comedia rosa que protagonizó junto a la edulcorada Doris Day. En esta ocasión no sólo le visten de mujer sino que llegan a embarazarle ante un anonadado señor cincuentero con el que siempre se topa en el ascensor y ante el que luce (siempre por azar, conste)  su lado más femenino.

LA GATA SOBRE EL TEJADO DE ZINC (1958)

Empeñados en velar por nuestra moralidad, los censores hollywoodienses convirtieron al homosexual atormentado Brick (Paul Newman) de la obra teatral escrita por Tennessee Williams en un alcohólico impotente que sentía asco por su ambiciosa y devota esposa (Elizabeth Taylor). Los diálogos se ensortijan en endiablados arabescos para burlar la censura y mostrar que la amistad entre Brick y un compañero de equipo recientemente muerto, iba más allá de la camaradería. Ni la rotunda presencia de la Taylor y sus paseos en ropa interior parecen sacar de su ensimismamiento al protagonista de una película autolastrada que, aun gozosa, pudo y debió ser mejor.   

LA CALUMNIA (1962)

Como venganza por un castigo recibido, una rencorosa niña, alumna de un internado, acusa a dos de sus profesoras de mantener una relación impropia. Las consecuencias serán terribles, cebándose en especial en el elemento más débil del binomio (Shirley MacLaine), incapaz de asumir su naturaleza sexual. Certera crítica social a tres bandas enmascarada por los duros tiempos que tocaba vivir. Por un lado se sitúan las víctimas de la incomprensión (MacLaine); por otro, la bienpensante sociedad oficiando como dedo acusador (la niña)  y por último aquellos que quería cambiar las cosas (Audrey Hepburn). Parábola en la que hoy día seguimos enfrascados…

RÍO ROJO (1948)

Se cuenta que Howard Hawks, director viril donde los haya, montó en cólera al darse cuenta de que la actuación de Montgomery Cliff en «Río Rojo» era, cuando menos, equívoca. Monty, extremadamente refinado e incisivo, fue el primero en darse cuenta de que la relación de su personaje con uno de sus compañeros cowboys daba a entender mucho más de lo que mostraba y, como gay soterrado, pero militante, se puso manos a la obra para dotar de sutileza a una interpretación calificada por todos como ejemplar. Así cruzaba el río de contento él…

LA SOGA (1948)

Hitch, siempre tan dispuesto a los juegos mentales, asumió la imposición de la Warner de pasar por alto la homosexualidad de los dos protagonistas tal y cómo se mostraba sin tapujos en la obra teatral escrita por Patrick Hamilton. Lo asumió… pero no lo cumplió del todo y se dedicó a mostrar infinidad de detalles que definían a los personajes y dejaban poco lugar a la duda. Tanta ambigüedad sirvió para alimentar aún más y mejor a la obra maestra que Hitchcock filmó en un único y magistral plano-secuencia.

JOHNNY GUITAR (1954)

El icono gay por excelencia tiene un nombre: Joan Crawford. Poseedora de una sexualidad imantada (tanto para hombres como para mujeres), Bette Davis (su eterna némesis) la definió como «la mujer que se había acostado con todas las estrellas de la Metro Goldwyn Mayer, salvo la perra Lassie». Su ausencia de tapujos la llevaron a protagonizar películas de temática lésbica y contenido explícito antes de convertirse en una todopoderosa estrella casada (no muy felizmente) con el presidente de la Pepsi-Cola.

En la obra maestra dirigida por Nicholas Ray, se hace cargo del personaje dominante que carga sobre sus espaldas con el débil Sterling Hayden mientras viste con ropas reservadas a los hombres y pasea con un revolver al cinto. Toda una transgresión para la época que contribuyó a elevarla a los altares gays. Sus rasgos duros (cuasi masculinos) y su fuerte carácter (o mala hostia) en la vida real jugaron en su favor. Si a ello se añade su pelea de gatas perpetua con la Davis y unos hijos adoptivos que la odiaban a muerte, habremos fraguado un mito.

Y fin…



El club Joel Barish dejó de existir…

Debo suponer que el Club Joel Barish cesó su actividad (de haberla) hace tiempo, pues el jueves escribí su dirección y a cambio se mostró una pantalla publicitaria de una marca de prótesis mamarias.

A día 31 de diciembre de 2007  el club Joel Barish disponía de 167 miembros, la mayoría de ellos de sexo femenino. En su foro principal se habían colgado cinco comentarios; el de bienvenida y cuatro más, todos ellos dispersos y de sintaxis ininteligible. La página que albergaba las fotografías disponía de dos docenas de fotogramas, todos ellos de calidad cuestinable. La página de enlaces no dirigía nuestros pasos virtuales a ningún otro lugar, ya que la palabra soon era el único contenido que mostraba. La misma circunstancia ocurría en el archivo sonoro, cuyo fondo azul claro parecía haber sido raspado con unas desesperadas uñas virtuales. La página de citas pronunciadas en la película («Eternal Sunshine of the Spotless Mind»), contenía una gran variedad de quotes de las que eché mano con relativa frecuencia. Confrontadas con las declamadas en la película, todas ellas contenían errores (intencionados en algún caso, intuyo) que edulcoraban su significado. El rincón reservado para citar a los miembros del club mostraba que la nacionalidad imperante entre éstos era la norteamericana, seguida por la alemana, la sueca y la japonesa. Españoles éramos tres: Nuria, Alameda y el que escribe. Jamás nos pusimos en contacto entre nosotros. Las prometidas actividades sociales (sorteos, chats, etc…) no se dieron, posiblemente porque nunca se plantearon seriamente. Todo en aquel lugar daba la apariencia de ser frío y húmedo , como si siempre lloviera en su espacio de mentira, y sin embargo echo de menos pasear por sus pasillos virtuales vacíos pintados de azul plomizo y gris.

Y hoy, aquí en la ciudad de las cadenas, llueve y todo es azul plomo y gris, exactamente igual que aquel día de octubre de 2004 en que paseé por un tejado en medio de la nada tras ser presentado a Joel Barish.

La Mitad de Nada…

La cadencia, en contra de la creencia de muchos, no es una cuestión cualitativa, ni para bien ni para mal. Del mismo modo que Sofia Coppola en «Lost in Translation» utiliza la nada para trasladarnos al vacío universo de sus protagonistas, Angelopoulos o Tarkovsky fijan la cámara, como si se tratase de un lienzo sobre el que sus personajes, tomando el papel de pinceles, trazan un cuadro de la desesperación, de la crueldad,  de la felicidad o de cualquier otra emoción posible. Hay miles de ejemplos más en los que el fuego lento hace cristalizar una valiosa joya. Hay diez veces más ejemplos en los que lo pretencioso y lo obtuso encuentran acomodo en tan sutil campo, sirviendo de alimento gafapasta a todos aquellos que, más de veinte siglos más tarde, siguen haciendo buena la teoría de la caverna platoniana. En tal segmento se podría englobar a «La Mitad de Óscar», la última película de Manuel Martín Cuenca.

Si John Ford necesitaba un plano para hacernos saber de las historias subterráneas que afligían a sus personajes, Cuenca necesita hora y media para subrayar lo evidente en una tomadura de pelo que parece alimentarse de los bostezos de la platea para mostrar una historia previsible en cada uno de sus escasos movimientos.  A través de unos actores inexpresivos, que acentúan el árido paisaje almeriense (un silencioso miembro más del reparto), confía en   inocular el vacío en el espectador hasta mutarlo en dolor de alma. Tan nobles intenciones tratan de ensalzar lo anacrónico de una propuesta que se pretende arriesgada, pero que no alcanza otra calificación de bochornosa por lo aborregante de unos resultados que parecen buscar la mano que ose acusarla de pura estafa para ponerla en evidencia, del mismo modo que nadie se atrevió a señalar que el emperador estaba desnudo en el célebre cuento de Andersen.

Apelmazante que no agobiante, el resultado final es tan aburrido como indignante. Apenas unos minutos de cabeza erguida, merced a la extenuante escena del taxi, parecen bastarle para justificar lo gratuito de la exhibición de la nada anterior. La escena final (tan sobrante, tan cantada) supone la prueba definitiva de que la sutileza se da de bruces con todo el minimalismo sensorial expuesto hasta entonces, lo que nos hace preguntarnos si realmente era necesario tal equipaje para tan corto viaje.

Hechizo de luna, aunque esté lloviendo…

Ronnie: Vamos arriba, Loretta. No me importa lo que ocurra.  Loretta: te quiero. Sé que tú a mí no, ¿pero qué puedo hacer?  El amor no es como nos lo contaron. Yo tampoco lo sabía, pero el amor no hace que todo sea hermoso. En realidad, lo echa todo a perder, te parte el corazón, lía todas las cosas… No estamos aquí para hacer que todo sea perfecto. Los copos de nieve son perfectos. Las estrellas son perfectas. Nosotros no. Estamos aquí para echarnos a perder y para que alguien nos rompa el corazón y para amar a la gente que se equivoca y para morir. Los libros de historia son mentira. Y ahora, ¿quieres subir conmigo y meterte en mi cama? Párteme el corazón…

Hechizo de Luna (1987)

Las Lejanas Aguas Cálidas…

«Pan Negro» arrasó en la última ceremonia de los premios Goya convirtiendo en real el paradigma sugerido por los que afirman que la política premiadora de la Academia española transita por parajes lo suficientemente disolutos como para premiar cintas invisibles como «La Soledad» al tiempo que agasaja cada hueca (y exitosa de cara a taquilla) propuesta amenabariana. En otros palabros, los votantes padecen de una dilexia difícil de asumir para los que están fuera del juego que, confundidos ante el despliegue de premiados como Laia Marull, a quien el cinéfilo de a pie apenas conoce (pese a haber ganado tres Goyas), termina por asumir que la industria patria es otra cosa.

Sin duda premiable, disuelta por la innumerable cantidad de propuestas que expone sin llegar a resolver ninguna y con una capacidad generadora de emoción reducida «Pan Negro» se aventura en aguas crispadas desde su primera y deslumbrante escena, para ahogarse poco a poco en un mar de sugerencias y promesas incumplidas. Entre el tono poético y el amargor de la posguerra opta por un término a medio camino entre el cuento gótico inconcluso y el viaje iniciático adolescente poblado por multitud de personajes que, a falta de definición, hacen bandera de su presencia sin buscar motivaciones más allá de la que nos quiera ofrecer un voluntarioso guión, tan escaso en su contenido como ambicioso en su forma.

La falta de credibilidad y unas ansias reivindicativas a media luz encuentran reposo en un trabajo actoral notable, tan sólo lastrado por los defectos de forma de una historia que deja poso, pero a la que le falta sustancia.  Y es que los pilares de una puesta en escena opresiva terminan por resultar insuficientes para sostener el peso de la función, si bien garantizan casi dos horas de cine en su dosis justa para espantar las tentaciones de los «amiguetes entertainment» y la lluvia de dinero que cae sobre sus cabezas. Muy al contrario, «Pan Negro» no vende su alma, pero no la expone lo suficiente para que apreciemos su textura. Le falta definición y, pese a las proclamas que afirman que se aleja de los tópicos de la guerra fraticida española, cae con frecuencia en el lugar común y en la caricatura involuntaria (y que tire la primera piedra quien no vea en el papel de  Sergi López al capitán Vidal de «El Laberinto del Fauno»).

Una historia ambientada en los grises días de posguerra y un niño al filo del acantilado que supone la edad adulta precoz. Un director de trayectoria irregular en justicia recuperado. Otra mejor película del año que, mucho me temo, pasará desapercibida. Premiada está y, a tenor del resto de nominadas, no fue un disparo errado. Ahora toca esperar a no pillarnos los dedos otra vez… como casi siempre.

Los Ausentes…

Cuando abrí mi primer blog, allá por el año 2005,  se convirtió casi de inmediato en una ventana al mundo en una época extremadamente difícil de mi vida. Entre otras muchas cosas, bloguear me permitió interactuar con ambientes cinéfilos que en Suburbia están completamente ausentes. Aprendí y compartí experiencias y momentos que siempre tendré grabados en mi memoria junto a espectros virtuales que pronto se convirtieron en personas. Muchos de ellos desaparecieron por el camino. Otros siempre están. Más adelante, con mi vida completamente emponzoñada, conocí en persona a muchos de los que estaban del otro lado. A media docena de ellos les puedo llamar abiertamente amigos sin ruborizarme, pues lo son. A muchos otros les tengo gran aprecio en la distancia. El submundo bloguero me ha demostrado que el azar  tiene un poder muy superior al que  suponemos. Pruebas de ello tengo para cubrir miles de noches y un libro, presente de un amigo de verdad (desterré hace tiempo, y para siempre, eso del mundo de mentira), que ayer mismo llegó a mis manos desde Valencia. De un modo alambicado, el azar nos convierte a todos en Kevin Bacon in five…

Y toda esta absurda parrafada viene a cuento de que el tiempo (su ausencia) me está comiendo literalmente desde hace meses y en los días que están por llegar amenaza con hacerlo con mayor virulencia. Lo único que  tengo claro es que este lugar se mantendrá en pie, pese a los prolongados silencios que agrietan sus paredes, mientras mis dedos puedan teclear. De modo que tengo la excusa perfecta (memoria cinéfila mediante, como siempre) para recuperar mi vapuleada serie: Qué será será con la pregunta: ¿Qué será de esta choza virtual?

Opción REBECA: Mantener un eterno silencio dejando que mi sombra atormente a todo incauto que se aventure a visitar este lugar.

Posibilidades: Escasas. Ni mis silencios serán eternos ni nadie se perderá por este lugar salvo que sea a través de las alas de Google. Prueba de ello, el contador de visitas de WordPress. Ayer, 23…

Opción MYSTIC RIVER: Hacer apariciones inoportunas, intempestivas e inesperadas para prolongar el sufrimiento de los que quedaron atrás.

Posibilidades: Muy pocas. La esposa de Kevin Bacon en «Mystic River» le atormenta con llamadas telefónicas en las que nunca pronuncia palabra. Y eso, dada mi verborrea, es imposible que se dé…

Opción SUSPENSE: Frecuentar este lugar usurpando cuerpos o identidades ajenas.

Posibilidades: Del todo imposible. El fantasma puñetero de la película dirigida por Jack Clayton utiliza a los niños para hacerse notar (para joder, vamos). Y no, eso no, que lo de enviarme a mí mismo mensajes de aliento haciéndome pasar por otro tiene un aire psicótico del que, para mi desgracia, carezco…


Opción LAURA: Desaparecer y crear cierta alarma para regresar más tarde al grito de ¿qué coño pasa aquí?

Posibilidades: Notables. En la obra maestra de Preminger, Laura (Gene Tierney) desaparece sin más generando enorme desazón entre los que la conocieron. Sin embargo, poco más tarde aparece con aire incrédulo. Dado mi despiste congénito, es más que probable que olvide actualizar durante meses. Y luego es seguro que retomaré la rutina como sí tal cosa. Ya ocurrió antes y no pocas veces (ver mi viejo blog). Nací así, qué le voy a hacer…

Opción EL INVITADO DE INVIERNO: La añoranza de lo que pudo ser y no fue…

Posibilidades: No demasiadas. Del mismo modo que Emma Thompson echa de menos a su ausente marido en la excelente ópera prima de Alan Rickman, en ocasiones echo de menos el que mi viejo blog recibiese seiscientas visitas diarias y fuese clasificado con el dudoso honor de ser el blog del minuto en WordPress (osease, el más visitado). Todo ello obedecía más a mis posteos sobre el mundo del porno (que no posteos pornográficos), a los dedicados a las glandulas mamarias (lo que me recuerda que debo redactar alguno pronto) y aquella memorable cuestión de penes que tanta saliva provocó. De hecho, mi reinado en WordPress fue derrocado por el pene de Rasputín conservado en formol en algún viciosillo museo.

Aquello pasó, como lo hicieron muchos otros pequeños incencios emocionales y como lo hace ahora mismo este posteo…

Los cerezos están en flor, pero no tengo sensación de primavera…

Desde que tengo uso de razón, los Oscar marcaban el inicio de la primavera. Entonces se entregaban el último lunes de marzo y las nominaciones se hacían públicas en las fechas en las que ahora se otorga. Desde los diecisiete años seguí cada ceremonia en directo a través de la televisión. Durante una época, incluso me dio por grabar alguna emisión de radio para rememorar la ceremonia los días siguientes. Era genial la sensación de pasarme la noche en vela mientras la ciudad dormía. Aprovechaba las pausas para asomarme a la ventana y ver cómo la luz iba creciendo o cómo la lluvia aumentaba su ritmo o ser testigo del paso cansino de algún transeúnte tardío. Lo de menos, ahora que lo pienso, era la ceremonia, eclipsada por las sensaciones de los días previos y los preparativos para mi noche insomne. Y así fue hasta 2008. Desde entonces la sigo con desidia, hasta este año en que la nieve tiñó de blanco la noche del pasado domingo.

Hecha tan prescindible reflexión, afirmo:

Primero: Que «El Discurso del Rey» carece de entidad, calidad, riesgo, intenciones y méritos para ganar el Oscar a la mejor película del año.

Segundo: Que, como es sabido, el Oscar a la mejor película del año casi nunca la gana quien lo merece, sino quien mejor se vende.

Tercero: Que lo que me cabrea en esta ocasión es el consenso pleno (generalmente procedente, bien es cierto, de cinéfilos disolutos o domingueros) de que tan tibia película es la justa ganadora.

Cuarto: Que hubiese preferido que la impecable maquinaria de ingeniería sin corazón ni alma que es «La Red Social», fuese premiada antes que el telefilm británico.

Quinto: Que Colin Firth borda un papel nacido (escrito) simpático (para gustar) que carece de otro matiz que su «ardua lucha humana por la superación”. Ni Paulo Cohello lo hubiese descrito mejor.

Sexto: Que acabo de darme cuenta de que tan floja película, que en su momento, me pareció una nadería simpática y meritoria por sacar algo de tan tonta anécdota digna de un salón de té, está mutando según escrito estas líneas hasta convertirse en aberrante.

Séptimo: Que la dirección es tan plana, tan lineal, que por fuerza será Antena 3 la televisión que la emita en su momento. Es más, seguramente será programada la sobremesa de un sábado, como «película disfrutable por toda la familia» que es. Aunque tal vez sea aún peor y la pasen en Intereconomía tras algún mensaje papal.

Octavo: Que Helena Bonham Carter, probablemente para sumergirse en su papel, se aficionó a las bebidas espirituosas durante el rodaje. Sólo así se entienden sus recientes looks en las ceremonias de entrega de premios. Siempre fue tuvo un estilo “peculiar”, pero los últimos han supuesto un giro de tuerca casi definitivo.

Noveno: Que la película, como lo es este posteo, es artísticamente vomitiva, socialmente deleznable y éticamente cuestionable.

Diez: Que los periódicos (mayormente los de ideología conservadora) deberían comprender que ganar cuatro Oscar no supone «arrasar».

Once: Que la conexión a Internet de esta biblioteca, al igual (a estas alturas) que esta película, es una mierda.

He dicho…