¿Qué harás cuando yo no esté?

Una noche de agosto, no recuerdo el año concreto (tal vez 2006 o 2007), ella me cogió las manos y me dijo: ¿Qué harás cuando yo no esté? No era lo que necesitaba escuchar en aquel momento, pero las cosas fueron así entonces.

Mucho tiempo antes, siendo adolescente, dejé de creer en las películas. Las tramas me resultaban ajenas y los actores unos simples farsantes. Hasta entonces el cine había ejercido de eje en mi vida, por esa razón aquella época fue especialmente dura al ser despojado de la biblia que sostenía mi sistema emocional. Así fue hasta que una tarde de sábado, tras dar una vuelta con unos amigos, regresé a casa justo cuando comenzaba el pase de «El invisible Harvey», una olvidable película familiar sin dobleces que contaba lo que veías sin mayor ambición que la de proporcionar entretenimiento durante un par de horas. Un despojo según el extremista modo de juzgar de cualquier adolescente. Me senté con desgana en el sofá presintiendo que no tardaría en marcharme. Media hora más tarde seguía sentado. La película no solo había logrado captar mi atención, además había relegado mis pensamientos hacia un lugar recóndito de mi cerebro. Dos horas más tarde, anonadado y lloroso, busqué el TR (aquel mítico Teleradio que siempre perdió sus batallas contra el Teleprograma razón por la cual siempre fue mi preferido) para leer la crítica sobre la película, recortarla y pegarla en un cuaderno en el que coleccionaba los datos de toda película que veía por aquel entonces.

He tenido oportunidad de volver a verla durante todos estos años, pero no he querido hacerlo. Los recuerdos impecables deben seguir siéndolo, y «El Invisible Harvey» es uno de los más luminosos por todo lo que significó. Hizo que volviese a creer; me devolvió el don de la inocencia que comenzó a desvanecerse demasiado pronto. Aquel tipo bondadoso (maravillosamente interpretado por James Stewart) que tenía por mejor amigo a un conejo gigante que solo él podía ver se convirtió en mi referencia vital durante un par de semanas hasta que llegó otra película, y después otra, y más tarde otra más y así hasta aquella noche de agosto de 2006 o 2007 .

«¿Qué harás cuando yo no esté», dijo ella. Siempre recordaré el tono en que la pronunció, un tono intermedio entre la pesadumbre y la resignación. Una frase similar a la que pronuncia el psiquiatra que trata de devolver la cordura a James Stewart en «El Invisible Harvey»: ¿Qué harás cuando Harvey no esté?  Stewart respondió. No recuerdo qué, seguramente alguna frase más o menos brillante que reivindicase su locura. Yo no lo hice. La miré durante unos segundos sin llegar siquiera a balancear los hombros en un gesto de duda.

Hoy hubiese cumplido un año más. Y ahora, con la perspectiva de su ausencia, siendo el vértigo que debió sentir Jimmy Stewart cuando le preguntaron qué haría si su mejor amigo abandonaba el camino.

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