
Para Jesús R. Sánchez, que cumple todos los requisitos, si bien virtuales, para ser un hermano: ser un tocapelotas, poder decirnos cualquier cosa a la cara (o a nuestras espaldas) sin que tal circunstancia menoscabe nuestro amor mutuo y comprender que detrás de las caretas siempre hay mucho más…
Tras años de ausencia regresa la sección triple X a este infame lugar. Lo hace rememorando algunos de los remakes pornográficos de grandes éxitos del cine mainstream.
Desde que a principios de los años setenta algún productor porno yankee cayera en la cuenta del negocio redondo que suponía reversionar en clave azul los éxitos taquilleros del cine convencional, la demanda ha ido creciendo hasta el punto de que se han creado productoras que únicamente se dedican a enfangar gozosamente todo clásico por muy azucarado que éste sea. Poco importa lo asexuado del material original que al otro lado del espejo todo terminará con cuerpos sudorosos y entrelazados oliendo a sexo. Éstos son algunos ejemplos de lo que la imaginación, aplicada al terreno carnal, puede lograr…
TRACY & THE BANDIT (Fred J. Lincoln, 1987)
Víctima: «Los Caraduras (1977)»

El húngaro Sasha Gabor, sosías oficial del entonces aún estrella y macho eterno Burt Reynolds, incluso modificó su nombre por el de Turd Wrenolds para la ocasión en la que se fantaseó con lo que ocurría durante los periodos de asueto en los que The Bandit y Smokey dejaban de jugar al ratón y al gato con cargamentos de cerveza como pretexto. Como partenaire de Gabor se reclutó a Tracy Adams, superestrella del cine azul del momento, para dar carnalidad a la escaso sex appeal de Sally Field. Tan improbable pareja deparó un porno aséptico, muy de la cuerda de los ochenta, en la que lo único destacable llegó al final de la cinta, cuando se produce el esperado encuentro entre Gabor y Adams. La admirable habilidad del actor para mantener el sombrero durante tan acrobático polvo terminó por ser lo único reseñable de este olvidable experimento. Tanta expectativa para un material que termina siendo pasto del fast-review…
SEX WARS (Bob Vosse, 1985)
Víctima: «La Guerra de las Galaxias (1977)»

Siento decepcionar a los aficionados a compilar imposibles títulos de remakes porno clásicos, pero «La Guarra de las Galaxias» no existe más que en la calenturienta imaginación de Kevin Smith (¿Hacemos una Porno?, 2008). Cierto que resulta inconcebible que un juego de palabras tan evidente y propenso a la broma fácil no haya sido empleado antes, pero tranquilos que la odisea espacial imaginada por George Lucas ha tenido numerosas reinterpretaciones viradas en azul. La primera de ellas pertenece al universo festivo que personifica el porno ochentero. Tiempos despreocupados previos a la llegada del SIDA, el Bodybuilding y la silicona.
La hilarante trama nos presenta la lucha por el poder universal de la princesa Layme y su hermana, la princesa Orgasma. Por supuesto ambas terminarán compartiendo orgía para determinar quién merece el trono del modo más civilizado posible. Un must del cine azul, tan generoso en desvergüenza como carente de emoción carnal, que aconsejo degustar con las manos aferrando una cerveza en lugar de entrepiernas propias o ajenas.
PENOCCHIO (Luca Damiano, 2002)
Víctima: «Pinocho (1940)»

Luca Damiano puede presumir de ser, guardando las evidentes distancias, el Jess Franco italiano. Su carrera comenzó como asistente de Vittorio de Sica y transitó los terreros del cine social para después para terminar desembocando en el cine erótico primero y pornográfico más tarde. Sus películas se esfuerzan en trazar una línea argumental coherente que añada un componente morboso a las historias de las que habitualmente adolece el cine hard. Su obra magna dentro del género azul tal vez sea la adaptación guarra del inmortal cuento escrito por Carlo Collodi, quien seguro nunca imaginó que el muñeco de madera que un día imaginó terminaría fornicando lujuriosamente con plasticosas modelos húngaras. La necesaria novedad que propone la versión azul propone intercambiar la parte de su cuerpo que crece desproporcionadamente cada vez que Pinocho miente. No resulta difícil imaginar cuál es…
PENETRATOR (Orgie Georgie, 1991)
Víctima: «Terminator (1984)»

La frase promocional de la película, «I’ll Come Again» (me correré de nuevo), deja poco lugar a dura a la duda al tiempo que responde la pregunta que todos los fans de la película dirigida por James Cameron se hicieron alguna vez: ¿los T-800 tienen sexo? Su estética oscura, que abusa del humo procedente de las alcantarillas en el original y lo sustituye por el generado por alguna máquina de humo cutre usada en algún bar de topless propiedad del productor, lastra penosamente la máxima de todo porno que se precie: la imagen del metesaca debe ser nítida. El artefacto es tan fofo que la moral del impenitente pornógrafo que picó al reclamo de hacerse con la cinta tan sólo se eleva (literalmente) cuando el hierático Woody Long se encuentra con la jugosa Angela Summers en la escena final del vídeo. Eso sí, la perforación se ejecutó como mandan los cánones exigidos por todo fan del original: gafas de sol y chupa de cuero calzadas, sin olvidar la recortada reposando en el hombro del calenturiento T-800. A su manera, respetuoso con los clásico, como debe ser…
FRANKENPENIS (Ron Jeremy, 1996)
Víctima: «Frankenstein (1931)»

Poco más tarde del que el pene del infraser John Wayne Bobbitt le fuese reimplantado, el mundillo del porno puso su maquinaria en funcionamiento para atraerlo hacia el lado oscuro. Bobbitt, tan diestro dando palizas a su mujer como merecedor de medalla olímpica en la especialidad de estupidez, despertó de inmediato la solidaridad de parte de la población masculina yankee (principalmente la de los white trash panzudos con un coeficiente de inteligencia negativo) amén de consumidores compulsivos de porno casposo en desesperada búsqueda de morbo. Convencer a Bobbitt, apelando a su orgullo de macho, de mostrar que su masculinidad se mantenía intacta no supuso un gran problema y no tardó en probar sus «habilidades» (muy generosamente hablando) en el terreno sexual. Su debut se produjo (no podía ser de otro modo) con la parodia de «Frankenstein», la gran novela de Mary Shelley que James Whale llevó a cine ejemplarmente en 1931. Para tan penosa empresa se contó con cameos de «lujo», como el del rapero Ice T, pornógrafo vocacional, y con delirantes momentos como el que protagonizó Ron Jeremy dando vida al doctor Frankenpenis, experto en la implantación de miembros de poderoso tamaño en personas, asegurando al personaje interpretado por Ice T que fue el pionero en la técnica de impantación con resultados más que óptimos. Solo por la memorable interpretación de John Wayne Bobbit de la canción «My Ding-A-Ling» en los deseados, a tenor del material mostrado durante su interminable hora y media, créditos finales se justifica el estropicio.
LAS AVENTURAS DE FLESH GORDON (Michael Benveniste y Howard Ziehm)
Víctima: «Flash Gordon» (el cómic)

En pleno auge del cine picantón, justo cuando el cine porno comenzaba a reclamar su lugar en el mundo, el productor Howard Ziehm consideró que había llegado el momento de hacer realidad el sueño de su adolescencia: despojar de sus mallas a uno de los mitos pioneros del cómic americano: Flash Gordon. Para ello no le costó demasiado encontrar numerosos apoyos para dotar al proyecto de un presupuesto holgado. Fue así como se comenzó a gestar uno de las mayores producciones del cine de destape que contó con efectos especiales solventes y un elenco actoral capaz de mostrar, además de las tetas, al menos un registro interpretativo. El resultado final se convirtió en una referencia generacional que sobrevive hasta nuestros días. Naves de forma fálica, nombres de los personajes con evocaciones evidentes (el Dr. Jerkoff es mi favorito) y una trama adecuadamente absurda que superó considerablemente a la versión mainstream que pocos años más tarde se estrenaría ante la desidia general y que año más tarde se convertiría en objeto de culto trash.
DANCES WITH FOXES (Hershel Savage, 1991)
Víctima: «Bailando con Lobos (1990)»

La triste (pornográficamente hablando) primera mitad de los noventa transcurría penosamente entre montañas de silicona, starlets intercambiables cada seis meses y una cuadra de sementales ajados que convertía al mundillo del porno en poco menos que endogámico, cuando Kevin Costner arrasaba con su inofensiva epopeya sobre el exterminio indio a manos de los colonos blancos. El actor reconvertido en director aún no había acabado de recoger uno de los muchos premios Oscar logrados que la industria azul ya había producido su versión del asunto. La premura, una de las grandes virtudes del género hard, se convirtió en los noventa en precipitación, de modo que las parodias mostradas carecían con frecuencia de guión limitándose a un desganado metesaca. Cualquier parecido de la versión triple X con el original va más allá de la pura coincidencia. Cuatro actrices acolchadas en pelotas (ataviadas con plumas, eso sí) recorriendo camas y mantas indias versus tres actores con dificultades de erección tratando de meter tripa y disimular arrugas. Así de triste fue…
E.T. PORNO (Lindko Entinger, Año desconocido)
Víctima: «E.T. el Extraterrestre (1982)»

La salvaje industria hard alemana, además de películas centradas en lluvias doradas, fistfucking y zoofilia, se centra en ocasiones en el para ellos ingrato género de la parodia. Con eficiencia germana suelen apañarselas para meter enanos, ancianos o cualquier elemento que genere morbo, pero en esta ocasión se lo colocaron en bandeja: una extraterrestre (hembra, of course) de aspecto hediondo se pasa por la piedra a todos los componentes de la familia que la protege de ser pasto de malévolos científicos empeñados en diseccionarla. Una joya del undécimo arte a la vez que un clásico del cine metatrash que todo aficionado al género debe visionar al menos una vez en su vida. Aconsejo que tal tarea se lleve a cabo con una bolsa para inoportunas vomitonas a mano, que nunca se sabe.
EDWARD PENISHANDS (Paul Norman, 1991)
Víctima: «Eduardo Manostijeras (1990)»

Paul Norman, uno de los padres putativos del subgénero de la pornoparodia, alcanzó la cota más alta de su dudosa carrera gracias a una película que terminó por convertirse en clásico ineludible de todo parrandero aficionado al cine azul. Completamente enloquecida desde su propuesta inicial, las tijeras en lugar de manos que lucía el protagonista del cuento de Tim Burton, fueron lógicamente reconvertidas en penes con los que Eddie no tardó en ganarse el favor de la población femenina de su ciudad. La astracanada final incluía portentosas eyaculaciones que harían palidecer en volumen a las mismas cataratas de Iguazú. Tal vez insuficiente en su poder de sugerencia, sus resultados son apreciables y recomendables para una noche de jolgorio en grupo. Carece de entidad sensual, pero las risas están aseguradas…
DRILLER (Joyce James, 1984)
Víctima: Thriller (1982, videoclip del mítico tema de Michael Jackson)

La popularidad alcanzada por el vídeoclip de la canción «Thriller» fue tal que el mundo del porno, siempre atento a las tendencias del momento, no pudo mirar hacia otro lado. Pero la obra original protagonizada por Michael Jackson eran tan grande que el esfuerzo requerido merecía lo mejor, de modo que en «Driller» se tiró la casa por la ventana incluyendo números musicales y un maquillaje aceptable amén de los consabidos intercambios carnales. Lo mejor, la totémica presencia de Taija Rae y las descacharrantes coreografías sin sentido en las que las bailarinas ejecutan pasos a su libre albedrío mientras el sosias de Jackson levanta los brazos compulsivamente mientras mira a la cámara con cara de oligofrénico. Las performances sexuales tampoco tienen desperdicio, pese su querencia por lo risiblemente mugriento.
BLANCANIEVES Y LOS SIETE ENANITOS (Luca Damiano, 1996)
Víctima: «Blancanieves y los Siete Enanitos (1938)

Luca Damiano volvió a la carga encargándose a la adaptación hard del cuento de los hermanos Grimm que la Disney convirtió en celuloide en 1937. Para la ocasión se contó con una lozana actriz checa y un nutrido grupo de enanitos calentorros dispuestos a hacer cualquier cosa por protegerla de su malvada madrastra. Y cuando digo cualquier cosa, pueden imaginar a qué me refiero. Blancanieves, por su parte, no le hizo ascos al intercambio carnal, que un alquiler ni entonces ni ahora sale barato. Damiano rellenó los tiempos muertos con sexo de saldo y decepcionó a la hora de la verdad sin rozar siquiera el morbo que desprende la historia original. Lástima.
ALICE IN WONDERLAND (Bud Townsend, 1976)
Víctima: «Alicia en el País de las Maravillas (1951)»

En la década de los setenta el porno irrumpió con atronadora fuerza. Se proyectaban película XXX en la calle 42 de Nueva York a cuyos estrenos acudían sus protagonistas en limusinas. Los críticos más sesudos buscaban dobles intenciones en sus tramas, las películas de Gerard Damiano y de los hermanos Mitchell se proyectaban en filmotecas e incluso eran prenominadas a los premios Oscar. Con un caldo de cultivo tan estimulante no resulta extraño que las producciones se cuidasen hasta el más nimio detalle. La fiebre no duró demasiado tiempo, y el cine azul huyó para recluirse en salas de mala muerte del extrarradio. Sin llegar a la altura de algunas de sus contemporáneas, si bien el tiempo la convirtió en película de culto para onanistas de todo grado, «Alícia en el País de las Pornomavarillas» (de tal modo fue bautiza en España) puede presumir de un producción decente, de poseer un irregular guión que apenas rasca en la superficie de las inmensas posibilidades que propone el ambigüo cuento de Lewis Carroll y de contar entre sus filas con Kristine DeBell, actriz que, tras debutar en el porno y protagonizar sesiones de fotos eróticas para reputadas revistas como PlayBoy, terminó por redirigir sus pasos hacia el cine teen (en pleno auge del género) para acabar dando con sus huesos en el submundo de los culebrones televisivos. Conviene no perder la pista al tipo que interpreta al conejo blanco. Todo un portento de emulación fornicadora. Una de esas joyas nacidas para ser ocultadas bajo la cama y disfrutadas en noches insomnes.
SUPERMAN XXX: A PORN PARODY (Axel Braun, 2011)
Víctima: «Superman (1978)»

El nuevo siglo trajo consigo un fuerte repunte en el subgénero de las parodias triple X. Se ha reversionado todo lo imaginable ya que el buen pornógrafo, aburrido de actos sexuales mecánicos, encuentra inspiración en el simple gesto de la emulación. Basta ver a una chica vestida de princesa Leia o a un tipo en plan Superman que la libido se dispara. La nueva hornada de parodias suele pecar de una extrema frialdad y un excesivo respeto por el objeto de su burla. Como consecuencia, las aventuras bajo las sábanas del hombre de acero carecen de otro interés que el comprobar si Lex Luthor siempre ha estado, como suponemos, enamorado de su némesis, y, si se da el caso, Lois Lane sobra. Los efectos especiales son, involuntariamente, de guasa. De hecho, posiblemente sean el único motivo para visionar tan mejorable parodia.
LUST AT THE FIRTS BITE o DRÁCULA SUCK (Phil Marshak, 1978)
Víctima: «Drácula (1931)»

Resulta curioso que uno de los grandes mitos de erotismo universal haya sido tan escasamente utilizado por el cine porno. Si bien no es menos cierto que en las pocas ocasiones en las que el conde prefirió dejar de morder cuellos para bajar su bragueta son mitos del género. La más conocida quizás sea «Drácula Chupa», un pretencioso intento de rivalizar con la entonces exitosa parodia comercial «Amor al Primer Mordisco» con la ventaja de que en esta versión se podían mostrar las habilidades extra del conde transilvano. El reparto reunió lo mejor de la época: John Holmes, Annette Haven, Serena, Jamie Gillis, Seka, Kay Parker a lo largo de 15 escenas memorables en las que no sobra ni una embestida ni un lametón está de más. Una de las cumbres del género azul.
JANE BOND MEETS THE MAN WITH THE GOLDEN ROD (Jack Remy, 1987)
Víctima: «El Hombre de la Pistola de Oro (1974)»

Por supuesto que las aventuras del agente 007 necesitaban de un hermano gemelo malvado. Así lo reclamaron insistentemente fans de uno y otro lado. Para la ocasión se cambió de sexo al espía británico en una hermosa ironía, y se tomó prestada una de sus aventuras más olvidables sólo porque el título se prestaba al fácil juego de palabras. Ni la presencia icónica de Peter North ni la superlativa carnalidad de Amber Lynn sirvieron para que el ambiente hirviese. Todo resultó ser tan estático, tan aburrido y tan camp como era de esperar. Mucho me temo que la deuda de 007 con el cine azul sigue en pie y que no serán pocos los fluidos seminales que se deberán derramar para satisfacerla.
Y fin.