La Noche más Larga – La Noche más Corta…

La noche de San Juan es la noche de los desamparados. De aquellos que no tienen nada y salen a buscarlo. De los que nunca han vivido y añoran hacerlo. De quemar papeles con deseos escritos en tinta roja que puede que se cumplan o puede que no, de saltar hogueras en la playa o en un parque, de emborracharse con absenta o con vino barato, de ver películas de Bruce Lee o de Woody Allen…

En «La Última Noche de Boris Grushenko», Woody Allen asentó su filosofía con un lúcido mensaje final transmitido por Boris con la muerte custidiando su costado…

«La cuestión es que he aprendido algo de la vida. Sólo el ser humano esta dividido en mente y cuerpo. La mente representa todas las aspiraciones nobles, como la poesía o la filosofía, pero es el cuerpo el que se divierte. Lo importante, pienso yo, es no convertirse en un amargado. Si al final resulta que hay un Dios no creo que sea un mal tipo. Pienso que lo peor que se puede decir acerca de él es que es algo descuidado. Después de todo hay cosas peores en la vida que la muerte. Si ustedes han pasado la tarde con un vendedor de seguros sabrán de lo que hablo.  La cuestión es no pensar en la muerte como un final, sino como un modo de reducir gastos. Con respecto al amor, ¿qué puedo decir? No es la cantidad de relaciones sexuales lo que cuenta, sino su calidad. Por otro lado, si la calidad se manifiesta menos de una vez cada ocho meses, me plantería las cosas. Bien, eso es todo cuanto les tenía que contar. Adiós» 

Y así se marchó. Bailando junto a la muerte para celebrar la vida, porque es la vida lo único que poseemos en realidad. Y es la vida lo que debemos celebrar esta noche sin fin.

Sean felices.

El Evangelio Según Woody…

I

Es cierto que no me gusta ir a fiestas, pero no soy un recluso. Voy al Madison Square Garden a ver los partidos de los Knicks. Ceno todas las noches fuera. Voy a menudo a la ópera y al teatro. Las personas no me agradan demasiado, es cierto. No soy un tipo antisocial, prefiero considerarme una persona selectiva.

II

Me veo dejando de hacer películas porque es un trabajo duro y lo que realmente me gustaría es escribir libros… Sería divertido. La gente siempre dice: «No puedes luchar contra el tiempo». No se dan cuenta de que mi fantasía consiste en no tener que levantarme por la mañana para ser recogido por una furgoneta camino de un rodaje para tener que lidiar con toda esa gente. Sería divertido hacer el gandul por la casa, ensayar con el clarinete y escribir.

III

Nunca me gustarán los Oscar. Por nada del mundo. No es por una razón importante ni algo parecido. Simplemente no me interesa, no es un plato de mi gusto, no es un territorio donde me sienta a gusto. Posiblemente piensen que me estoy pasando, pero mis intenciones no van por ahí. Si vuelven a llamarme es probable que esté tocando jazz esa noche, ya que me lo tomo muy en serio. Apenas he faltado una noche en quince años. Es uno de los placeres de mi vida.  Iré a una ceremonia de los Oscar cuando el mundo se acabe.

(Declaraciones para la revista Esquire de abril de 1987. El mundo se acabó en 2002…)

IV

No eres sincero contigo mismo. Hablas de escribir…, quieres escribir un libro, pero… pero al final te inventas cualquier excusa para visitar a un amigo o hacer un recado que podrías hacer cualquier otro día o quedarte sentado sin hacer nada. No hay nada más terrorifico que sentarse ante un folio en blanco.

V

En mis fantasías nocturas yo aspiraba a las películas de Kurosawa, Buñuel y Bergman. Ésas son obras maestras puestas en película, y nada me agradaría más que en algún momento de mi vida yo pudiera conseguir rodar una película de esa envergadura. A cambio, he ofrecido al público «Manhattan» y «Annie Hall». Películas que les hacen reír y alaban, pero que son entendidas como comedias con todo lo peyorativo que contiene la palabra. Siempre he sido el tipo gracioso encargado de hacerles reír. En cierto modo he conseguido mi objetivo: ocultar mi desazón.

VI

La mejor película que hice fue «Recuerdos». Fue la película menos popular. Puede que eso signifique automáticamente que era mi mejor obra.

VII

Dicho de manera muy simple, el objeto de «La Rosa Púrpura de El Cairo» era demostrar que todos tenemos que elegir entre la realidad y la fantasía y, por supuesto, nos vemos obligados a elegir la realidad, porque en el otro lado está la locura. Y cuando elegimos la realidad, nos hacemos daño, porque la realidad siempre hace daño. Cecilia (protagonista de la película) opta por un lugar intermedio. Una especie de limbo reservado para los que ni saben ni quieren vivir.

VIII

No me interesan esos temas que les gusta dirigir a otros. Acción. Películas de gángsters. No me dicen nada. Lo mío son las relaciones humanas. Y mi interés principal es lo que hace vibrar a las mujeres… psicológicamente también.

IX

No hace falta ser judío para estar traumatizado, aunque serlo ayuda.

X

En realidad la muerte no me asusta. Lo hacía cuando tenía treinta o cuarenta años, pero ahora no. El día que se baje el telón echaré de menos a las mujeres, la música de jazz, mi clarinete y los paseos por la calle 35. Dejar de escribir será en cierto modo una liberación. Me iré contento. Al menos habré conseguido no poner los pies en  Alabama.





Cuando Woody dejó de creer…

CECILIA: –Verás… Aquí la gente envejece y muere y… y nunca encuentran el verdadero amor.

TOM BAXTER: –De donde yo vengo las personas nunca te desilusionan. Son consecuentes, siempre puedes contar con ellos.

CECILIA: –Así no encontrarás a nadie en la vida real.

Diablogo cortesía de Mycroft…

Le preguntaba a un conocido, el pasado sábado noche, sobre la película con final más triste que había visto en su vida. Me contestó que “Titanic” tenía un final muy triste. Desde luego, le dije, y si tienes 15 años y un poster de Leo DiCaprio colgado en tu habitación debe ser la leche.

Woody Allen debió leer compulsivamente a Hobbes cuando escribió el guión de “La Rosa Púrpura de El Cairo” y tal vez quiso enmendarle parcialmente creando el personaje de Cecilia. Abnegada camarera, casada con un cretino e inmersa en una vida de mierda de la que únicamente puede escapar durante el par de horas que ocupa en su butaca del cine Jewel, el cine de su barrio.

La máxima de Hobbes consistía en la afirmación de que todo ser humano se fundamenta en el miedo y el egoísmo. Allen lo acepta y dibuja un mundo sin esperanza, cargado de miseria tanto moral como material. Pero las carencias de Cecilia no se limitan a lo alimenticio. Sus mayores anhelos no son materiales sino sexuales, físicos y sobre todo emocionales. Woody lo describe incluso de un modo visual: Cecilia es delgada y frágil, mientras su marido es un gañán obeso que al llegar a casa, tras pasar todo el día en el bar apostando con sus amigos, sólo acierta a reclamar su cena a gritos. Por ello, el santuario de Cecilia es el Jewel. Es allí dónde cada día, sin importar la película que proyecten, ocupa su butaca, se enjuga las lágrimas y, al apagarse las luces, escucha a Fred Astaire cantar: “Heaven… I’m in heaven…”. Y en ese momento Cecilia está en el cielo.

El día que Tom Baxter abandona la pantalla, asombrado por ver a Cecilia sentada en su butaca una noche más, Woody Allen hace realidad su fantasía de introducir lo ficticio en lo real. Pero el mundo real tiene dobleces y Tom Baxter no está preparado para vivir en él. Cecilia lo advierte en la inocencia de su presentación: “Soy Tom Baxter: poeta, aventurero y explorador”. Para insistir siguiendo las pautas del sueño que no puede hacerse realidad: “Iremos a Casablanca, Tánger, Mónaco o Egipto…” “Sí, pero ¿con qué dinero?”, se pregunta Cecilia. Su amor por ella es sincero e inocente, tal vez demasiado inocente. Al llegar al apogeo de la seducción: el sexo, él se detiene. “¿Qué esperas?”, pregunta Cecilia, “El fundido en negro”, responde él. Y Allen comienza a tornar la fantasía en pesadilla.

La aparición de Gil Shepherd, el actor que interpreta a Tom Baxter, vendrá a complicarlo todo. Woody le utiliza para cerrar el círculo. Tom Baxter ha sido apalizado por el marido de Cecilia, pero no ha recibido ni un sólo rasguño (no es real, no existe), lo que provoca recelo en ella. Su perfección le incomoda, pese a la confidencia que le hizo a una amiga en un primer momento: “He conocido a un hombre maravilloso; es de ficción, pero no se puede tener todo”. Por eso eligirá a Gil cuándo se enfrente al dilema…

Tom: “Pero yo te quiero. Soy honesto, gentil, valiente, romántico, y beso muy bien”

Gil: “Y yo soy real”

Tom regresa a la pantalla y el mundo vuelve a la normalidad. No así Cecilia. Ella recoge sus cosas para iniciar una nueva vida con Gil, pero a éste, una vez conseguido su objetivo de hacer regresar su personaje a la pantalla, ella no le interesa. Al fin y al cabo, no es más que una camarera flacucha, madura y no demasiado bonita. Y el Woody más pesimista cierra el círculo…

Consciente de que Gil no aparecerá en el punto de encuentro, Cecilia se dirige al Jewel una vez más. Vuelve a ocupar su butaca, se enjuga las lágrimas como cualquier otro día y escucha a Fred Astaire cantar en la oscuridad: “Heaven, I’m in Heaven»…


Uno…

Poco antes de que Jack Palance se quede tieso (literalmente) en «Cowboys de Ciudad», Billy Cristal, preso de una profunda crisis personal, le pregunta por el sentido de la vida. A lo que el viejo vaquero contesta con el dedo indice levantado.

«¿Uno?»

«Sí»

«¿Qué quiere decir eso?»

«Lo único importante en la vida es hacer una cosa bien. Sólo tú sabes qué cosa es»

Luego llega el mítico gag del ovni y el amigo infiel y supongo que todo el mundo olvidada por entonces a Jack y a su dedo levantado.

Hace un par de días comentaba con Mycroft el desolador final de carrera de Luis García Berlanga. En «París-Tombuctú», Michel Piccoli (evidente alter ego del director), deambula entre docenas de tronados sin hallar su lugar en ninguna parte. El plano final es devastador, dos palabras («Tengo Miedo») como epílogo para una carrera plagada de risas (ácidas casi siempre). Dos palabras que le dan la razón a Houellebecq cuando afirma que: «Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acabará con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse.»

Y mirar hacia otro lado no funciona, aunque algunos pretendan edulcorar la realidad con leyendas urbanas. Famosa es la frase que supuestamente adorna la lápida de Groucho Marx: Disculpen que no me levante, cuando en realidad ésta tan sólo muestra su nombre real y una estrella de David.

Pero quizás el mayor paralelismo cercano en el tiempo con el mensaje enviado por el maestro valenciano sea el plano final de «Celebrity» de Woody Allen. Para el genio neoyorkino, acostumbrado a mostrar sus miedos, neuras y alegrías en una pantalla, no debió ser fácil dar a entender la zozobra que le empujaba hacia abajo en aquel instante.

Y es que la comedia es una cosa muy seria…

Son tres las muy conocidas obsesiones recurrentes en el cine de Woody Allen: la muerte, el sexo y las mujeres. Todas ellas se comunican entre sí. Para Allen, sexo y mujeres son vasos comunicantes que hallan su tercer aspa en la comunión entre el sexo y la muerte. No en vano han sido muchos los poetas que calificaron al orgasmo como la pequeña muerte.

No se puede clasificar a una persona, mucho menos cuantificarla. Allen lo sabe, y pese a ello siempre muestra tres tipos reconocibles de mujer en sus películas…

Está la castradora (la ex-esposa académica de «Annie Hall», la ex-esposa lesbiana de «Manhattan», la omnipresente madre de su episodio de «Historias de Nueva York»). Mujer que atrapa, aplasta y humilla a los personajes de Allen, convirtiéndole en un ser impotente.

Está el espíritu libre (Annie Hall, Holly en «Hannah y sus hermanas», Linda en «Poderosa Afrodita»). Mujer que atrae, altera y fascina al hombre, consiguiendo que él se sienta insatisfecho con su vida tal como es y animándole a romper con cualquier convencionalismo.

Y está la tierna realista (Tracy en «Manhattan», Hannah en «Hannah y sus hermanas», Cecilia en «La Rosa Púrpura de El Cairo»). Metódicas, protectoras y generosas que ven las cosas con realismo y aun así desean rescatar al personaje de Allen para reintegrarle en el mundo de los cuerdos.

«Necesito estar rodeado de mujeres. Ellas tienen fuerza y constancia pero no por ello dejan de soñar»

Otra de sus caracteristicas es su forma de trabajar. Dijo Gene Wilder…

«Trabajar con Allen tiene que ser muy parecido a trabajar con Bergman. Todo es muy callado… La manera que tiene Woody de hacer películas es como si estuviese encendiendo diez mil cerillas para iluminar una ciudad»

Él mismo ha mostrado su frustración en muchas ocasiones. En los años setenta, dijo temer convertirse en esa clase de cineasta que dirige una película al año… Y así ocurrió. Se siente un incomprendido cuando no encuentra apoyo al proclamar que «La Rosa Púrpura de El Cairo» le parece lo mejor que ha rodado por encima de «Manhattan» o «Annie Hall». Que prefiere la vapuleada «Recuerdos» a la aclamada «Hannah y sus hermanas».

«Ninguna de mis películas han sido experiencias muy agradables»

Mostrar al público lo que bulle en tu interior nunca lo fue.

Woody y la teoría de las cuerdas…

Hace muchos años veía con frecuencia una serie emitada por Canal + llamada «Los Primeros de la Clase». En ella, una serie de adolescentes superdotados aprendía a enfrentarse al mundo. En un episodio, uno de los personajes decía que ya nada podía sorprenderle. Entonces su profesor le llevaba a un cine en el que se proyectaba «Manhattan». Al terminar la película, el atribulado estudiante sólo acertaba a decir: «Guau…»

«Manhattan» es la gran película del pequeño genio. Y es la que reune todas sus obsesiones: Muerte, sexo, amor… Los personajes de Allen son náufragos emocionales en busca de un salvavidas. Woody no cree en que el amor exista, pero piensa que merece la pena intentar encontrarlo. Los personajes de sus primeras y alocadas películas se enfrentan a la cuestión con ironía y descreimiento. Tal vez el punto más elevado de la ecuación llegó en un poco conocido corto dirigido por Allen en 1981 titulado «El Cuento del Lunático». En él, un hombre relata a la cámara sus quejas por ser incapaz de encontrar todos los requisitos necesarios en un único miembro del sexo opuesto. Está casado una mujer bella e inteligente que no le atrae sexualmente y está enamorado de una modelo muy joven por la que siente una «radiación erótica». Al final, llevará su obsesión al límite mediante un experimento que reuna las cualidades de ambas en un sólo cuerpo… y al cabo de unos meses terminará enamorado de una azafata de vuelo con cuerpo asexuado, irritante acento de Alabama y rostro común. «Al verla mi corazón da volteretas»

El director repitió la escena rodada un año antes en «Recuerdos»

«Nunca he podido enamorarme. Jamás he podido encontrar a la mujer perfecta. Siempre ocurre algo malo. Entonces conozco a Dorrie. Una mujer maravillosa. Enorme personalidad. Pero por alguna razón ella no me excita sexualmente. No me preguntes por qué. Y luego conocí a Rita. Una salvaje. Mala, cruel , problemática… Y me encanta acostarme con ella. Pero siempre he deseado volver con Dorrie. Y me dije a mí mismo: si yo pudiera meter el cerebro de Dorrie en el cuerpo de Rita ¿no sería maravilloso? Y pensé: ¿por qué no? Qué demonios, soy cirujano… De manera que hice la operación y todo fue a la perfección. Cambié sus personalidades y puse toda la maldad y la coloqué allí (en Dorrie). Y convertí a Rita en una mujer cálida, maravillosa, encantadora, sexy, dulce, entregada y madura… Y entonces me enamoré de Dorrie…»

Allen trata de comprender los mecanismos del amor y el porqué de la atracción. En la misma película confirma la ignoracia que le mantiene constantemente perdido:

Alienígena: Escucha, soy un ser superinteligente. Según los estándares de la Tierra tengo un cociente intelectual de mil seiscientos y ni quiera puedo entender lo que esperabas de esa relación con Dorrie

Sandy: La quería

Alienígena: Ya, y dos días al mes era la mujer más excitante del mundo, pero el resto del tiempo era como un cesto

Por entonces, Woody dirigía su propia vida. Extrapolaba su experiencia en ficciones reales con la intención de comprenderse a sí mismo. Vencido, decidió otorgar todo su amor a una ciudad, Nueva York, de la que estaba enamorado desde niño pese a sus notables inconvenientes. Fue entonces cuando dirigió «Manhattan». Su personaje, Isaac, deambula de un lado a otro con el mismo pesar y las mismas dudas que tenía Allen. Decaído tras una ruptura traumática («no hay nada peor que tu mujer te abandone por otra mujer»), Isaac comienza una relación que él piensa transitoria con una chica de 16 años llamada Tracy. Ella es una chica madura. Su camino está más definido pese a su corta edad. Cuando Isaac la abandona por otra mujer (Mary -Diane Keaton-), Tracy le quita importancia y continúa su vida consciente de que volverá a verle. Y así ocurre en la última escena, cuando Isaac corre a su encuentro con la esperanza de encontrarla antes de que se marche a Paris durante seis meses para estudiar arte dramático:

Isaac: «Irás a los ensayos y saldrás con toda esa gente. Comerás con ellos a menudo. Luego empezarán a crearse las ataduras, y, quiero decir, a ti no te interesan esa clase de… Quiero decir que tú cambiarás. Ya sabes, dentro de seis meses serás una persona distinta»

Tracy: «No todos se corrompen»

Es posible que no volviesen a verse. Eso queda a la imaginación de cada uno. Lo seguro es que Woody Allen sigue haciéndose preguntas sin respuesta, pero que afortunadamente filmó «Manhattan». De algún modo, un poco de luz entre tanta oscuridad. La suficiente, al menos, para alumbrar a un estudiante descreído que cree haberlo visto todo…

Entropía…

Sonia: La inmoralidad es subjetiva

Boris: Sí; pero la subjetividad es objetiva

Sonia: No lo es en un esquema racional de percepción

Boris: La percepción es irracional; eso lleva implícita una inmanencia

Sonia: Pero el juicio de cualquier sistema o cualquier relación a priori con los fenómenos existe en cualquier contradicción racional o metafísica o, al menos, epistemológica, relacionada con un concepto abstracto y empírico tal como ocurre en la cosa en sí o provenga de la cosa en sí.

Boris: Sin embargo creo que…

Sonia: Oh… ¿Es que siempre tenemos que hablar de sexo?