Si el corazón es noble…

Mediados los años 80, durante mi adolescencia, mi hermano y yo nos estremecimos con la noticia del asesinato de un misionero en una isla polinesia. Los miembros de la tribu con la que convivió durante años le mataron a lanzadas con un helicóptero que acudía en su rescate como impotente testigo. Después, los aborigenes le desmembraron y devoraron su carne para espanto del presentador de aquel noticiero y todos los que estabamos del otro lado de la pantalla. Para comentar la noticia se recurrió a Miguel de la Quadra Salcedo, por entonces uno de los reporteros estelares de este país que, tiempo atrás, convivió durante meses con miembros de aquella tribu. Para sorpresa del presentador y de todos los que le escuchabamos embobados, Salcedo aseguró que ser devorado por aquellos hombres era un enorme privilegio: «Solo se comen a las personas que consideran sagradas. A los que tienen un corazón noble. Al hacerlo, están seguros de que esa persona vivirá dentro de ellos para siempre. A mí no me comieron».

Resulta imposible no hablar de algunas de las miles de anécdotas que se cuentan de este hombre extraordinario, aunque de hacerlo se estén encargando muchos otros hoy, el día de su muerte. Si bien, lo que realmente quiero expresar es la pena, enorme pena, que siento al ser testigo de cómo otro de mis imprescindibles se va. Alguien que durante la guerra de Vietnam recibió una pistola de manos de un coronel norteamericano para proteger su vida, y vació el cargador delante de él porque «no he venido aquí para matar a nadie». Un tipo al que pusieron un kalashnikov en la cabeza durante la guerra de Biafra en una cuneta y salvó la vida porque le confundieron con un religioso. Un tipo singular que en una ocasión, completamente extraviado en Tanzania, detuvo un tren para preguntar hacia dónde debía dirigirse. Y el tren se detuvo para indicarle que allí, detrás de unas colinas, estaba la ciudad más cercana. Y él dio las gracias, se acomodó la mochila y siguió su camino. Un hombre grande que fue atleta olímpico y recordman del mundo de jabalina tras ver cómo los pastores navarros lanzaban sus bastones en las montañas del Baztán. Tan humilde que nunca alardeó de sus mil aventuras y logros profesionales, como aquella vez que se consiguió ser el único periodista en entrevistar al mítico Ras Tafari, más tarde Haile Selassie, carcomido por la enfermedad.

Escribió Somerset Maugham que cuando un hombre o mujer es extraordinario, hasta los corazones más ruines son capaces de identificarlo y admirarlo. El corazón que hoy se ha detenido era el de un tipo realmente noble, aunque los aborigenes polinesios nunca llegasen a saberlo.

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