Western Sembrado de Sal…

En cierta ocasión José Luis Garci (cinéfilo irredento) establecía que la diferencia entre el cine americano y el europeo consistía en la fidelidad hacia los géneros y en cómo se respetaba cada nímio detalle a la hora de rodar. El western, en concreto, menospreciado pasto habitual de matinés y sesiones dobles, era el género más cuidado. Si John Wayne tenía que filmar una persecución, el caballo que montaba aparecía cubierto de sudor antes de rodar la escena. Si Randolph Scott debía filmar un tiroteo, los agujeros de las ventanas eran horadados con mimo para simular que un auténtico colt las había atravesado. Por contra, en Europa no existía tal atención por el detalle, si bien las carencias en el viejo continente, al menos hasta la llegada de Sergio Leone, se resumían en la incapacidad para dotar a las narraciones del aliento épico que precisa el más cinematográfico de los géneros. Es ahí donde radica el principal problema de «Blackthorne. Sin Destino».

Dirigida por Mateo Gil (eterna sombra de Alejandro Amenábar) e interpretada con desigual fortuna por Sam Shepard, Eduardo Noriega y Stephen Rea, «Blackthorne. Sin Destino»  recupera la vieja leyenda que afirma que el forajido Butch Cassidy, compañero de correrías de Sundance Kid, no murió en Bolivia a manos del ejercito del país andino, sino que sobrevivió para prosperar y más tarde regresar a los States. Tan arriesgado envido precisa de una épica crepuscular notable que Gil no sabe proporcionar a la cinta, embelesado con dar verosimilitud académica a la leyenda en lugar de carnalidad. Como resultado, todo resulta tan creíble como aséptico y forzado, dando lugar a una historia que no decepciona pues no llega a ilusionar. Insípida, más que aburrida, la película recae desde muy pronto sobre los castigados hombros de Sam Shepard, quien, junto a un inspirado Stephen Rea, se encarga de hacer llevaderos los abusos «líricos» de Gil, en un triste intento de emular la poesía de Peckinpah, y de conseguir que sea soportable la presencia de un inútilmente esforzado Eduardo Noriega en un papel clave cuya escasa presencia dramática incide en la cojera narrativa y, más aún, la hace crecer.

No sería justo obviar los puntuales momentos brillantes que brinda Gil, que los hay, aunque sean bien pocos. Tampoco sería justo que el naufragio cinematográfico se lleve por delante las palpables buenas intenciones que, pese al despliegue técnico, no terminan de fraguar por incapacidad, pues el western es mucho más que un caballo sudado o agujeros del calibre 45 tallados en unas contraventanas. Hay un escalón más alto, el que Gil no atina o no sabe dar. El que Ford, Hawks, Peckinpah, Leone, Eastwood y Mann sí supieron interpretar. Privilegio de uno pocos. De los que llevaron las botas cubiertas de polvo durante toda la vida…

Siete Noches Blancas…

La primera por las pinceladas que describen tu rostro de porcelana mientras duermes. La segunda por las noches de invierno en las que abovedamos nuestras cabezas con mantas mientras fuera nieva. La tercera por los paseos entre nubes sin abandonar las sábanas. La cuarta por los graffitis que trazamos en cualquier pared imaginando mundos asimétricos en los que huir cuando la realidad pesa demasiado. La quinta por las caricias de una noche de invierno cuando tuviste que pronunciar mi nombre dos veces en una calle techada con estrellas. La sexta por hacerme ver los colores que se fugaron una vez sin que pudiese alcanzarlos. La séptima por ti y por mí, una mañana de cualquier domingo, cuando apuras un café sentada en la cama y hablas… y te miro.

Y aún resta una más, la octava, la que está por escribir…

Falling…

Squirrell: ¿Cuéntame por qué las mujeres se enamoran de unos hombres en lugar de otros?

Sue Ann: Apuesto a que has tenido a montones de chicas.

Squirell: Sí, claro…

Sue Ann: Estoy segura de que montones de chicas escarbaron para ver al chico especial que habita dentro de ti.

Squirell: Te equivocas. Nunca le interesé a demasiada gente. Las chicas creen que los chicos no saben nada sobre ellas y que lo saben todo sobre nosotros. Pero no funciona así. Conocí a algunas chicas que me dijeron que era un tipo agradable y que después acabaron con otros tipos agradables más fáciles de domesticar. En realidad todo se reduce a eso: las chicas buscan fieras salvajes a las que domar para que encajen en su mundo. Mientras tanto se lamentan todo el tiempo de lo que habría sido su vida si hubiesen podido capturar a ésta o a aquella fiera, más hermosa o más sensible que la que consiguieron. Y tú languideces sin que se den cuenta…

Dancer, Texas Población 81 (1998)

El Evangelio Según Isabella Rossellini…

«Marty (Scorsese) es un hombre en constante guerra contra el mundo. Todo es hostil para él: ‘La puta que los parió’ ‘Hijos de puta todos’. Así es cómo se levanta cada mañana, mascullando y maldiciendo. Creo que usa esa rabia interior como una especie de combustible que lo empuja a salir de casa y plantarle cara al mundo. Marty es un hombre bajito que sufre de asma y necesita llevar siempre consigo una mascarilla de oxigeno. De algún modo se siente inferior y cree que el mundo le debe algo. Es por eso que creo que esa rabia le resulta útil.»

«Hasta ahora no entendía bien la tensión y la alienación que se daban en el matrimonio de mis padres. Pero hoy tengo 57 años, he pasado por mis propias relaciones y he experimentado esa misma angustia e incomodidad. Una puede querer a una persona y a la vez sentirse incómoda a su lado sin saber bien por qué.»

«Durante el rodaje de «Blue Velvet», al terminar de filmar la escena en la que Dennis Hopper viola a Dorothy (papel interpretado por ella), David Lynch comenzó a reír y no paró en un buen rato. Sigo sin entenderlo, la verdad. Es un hombre dulce y atento. A la vez, es hermético y extraño. Cuando le conocí le apodaban ‘el James Stewart marciano’. Es un mote que refleja con exactitud cómo es: dulce y complejo.»

«Estaba en Cannes, durante el festival, cenando con Bernardo Bertolucci, cuando me dijo: ‘¿No te das cuentas de que Martin Scorsese se casó contigo porque estaba enamorado de tu padre?’. Me pareció una idea ridícula, sin embargo no dejé de pensar en ello toda la noche. ¿Y si mi vida con Marty no fue más que una farsa?, pensaba. Al día siguiente me lo encontré. Estrenaba una película en el festival. Estaba muy nervioso. Le conté lo que me había dicho Bertolucci la noche anterior. Muy serio, me miró y me dijo con toda tranquilidad: ‘Pues claro’.»

(Durante el rodaje de «Corazón Salvaje») En una pausa Harry Dean Stanton comenzó a beber una botella de whisky barato que había conseguido no sé de qué modo. En aquel lugar del desierto era difícil conseguir cualquier cosa. Se tragó la botella entera en menos de media hora, lo que no pareció alterar su comportamiento. Estaba tan alcoholizado que el licor parecía fundirse con su sangre. Me preguntó si estaba enamorada de David. Le dije que me había enamorado de su cerebro. Comenzó a reírse como un loco antes de decirme: ‘Nunca has querido a ese hombre’. Nuestra relación terminó al finalizar el rodaje.»      

«Mi problema con los hombres nace de la relación con mi padre. Le quise mucho, con tanta furia que al irme a la cama sólo esperaba que amareciera para volver a estar a su lado. Cuando mi madre se fue de casa la odié. Estaba demasiado enamorada de mi padre para darme cuenta de lo mucho que la hacía sufrir. Por entonces yo era una Electra enfermiza. De hecho,  sigo siéndolo y me temo que lo seré hasta mi muerte.» (Isabella bautizó a su primera y única hija biológica como Elettra).

«Quería tanto como odiaba a mi madre. Hasta hace pocos años no me di cuenta de lo mucho que la quise. Era una mujer extraordinariamente tímida y reservada. Leal con sus amigos hasta las últimas consecuencias. El no recibir el perdón de su primer marido, cuando le abandonó para irse a Italia con mi padre, le atormentó siempre. Le escribía cada mes pidiéndole un encuentro o una charla telefónica, pero nunca recibió respuesta. Después, mi padre le fue infiel docenas de veces y ella se fue. Sin embargo, nunca le dio la espalda. Cuándo él la llamaba pidiéndole que fuese a su lado, ella no lo dudaba. Lo que suponía un serio problema para mi padrastro (Ingrid Bergman se casó con Lars Schmidt un año después de su divorció con Rossellini). Él sufría tanto que se iba al campo durante semanas, en Suecia lejos de todo. Con frecuencia, mi madre tenía que ir en su busca y regresaban juntos. Ella feliz, como si nada hubiese pasado. Él cada vez un poco más triste. Yo no podía entender por qué mi madre hacía esas cosas. Una vez me dijo que las relaciones eran complicadas. Que se podía querer a más de una persona a la vez. He tardado medio siglo en darme cuenta de que lo que decía era verdad.»

«No pensé seriamente en ser actriz hasta pasados los treinta. Había rodado alguna cosa en Italia, y luego estaba la eterna oferta para que rodase el remake de ‘Casablanca’, justo lo que nunca haría, hasta que recibí la llamada de David Lynch para que interpretase el papel de Dorothy en ‘Blue Velvet’. En un principio le dije que no podía aceptar. No tenía ni idea de cómo podría enfrentarme a un papel tan complejo. David me contestó que era justo lo que quería: alguien que pudiese hacer creíble el papel de una mujer completamente anulada. Casi autista. Sigo pensando que ha sido mi mejor papel»

«Lo habitual es que la información de que tu padre no es perfecto te llegue durante la adolescencia. Entonces te das cuenta de que es un ser humano como otro cualquiera y comienzas a desmitificarle. A mí me ocurrió cuando ya había cumplido los cuarenta. Demasiado tarde para odiarle.»

«Hay una escena en ‘Te Querré Siempre’ en la que mi madre se echa a llorar cuando son descubiertos dos cuerpos abrazados en las cenizas de Pompeya. Ahora entiendo por qué».


Besos Robados…

Los hay del revés, apasionados, temblorosos, azules, acuosos, dulces y salados, inocentes, distraídos, de barco, mordisqueantes, de tornillo, palpitantes, nominales, olvidados, viajeros, sin reloj, escondidos, a oscuras, daltónicos con sabor a regaliz. Sin besos no merecería la pena vivir. Al menos, la vida sería menos. He aquí algunos de mis besos favoritos de celuloide, cuyo ritmo marca el tema compuesto Ennio Morricone para «Cinema Paradiso» tratando de recordar la hermosa escena de aquellos besos que nos fueron robados, con la esperanza de que no nos roben ni uno más…