Érase un vez un dos niños perdidos en un bosque…

La belleza de lo yuxtapuesto. Wes Anderson se proclama amante sincero de las palabras complicadas que esconden significados sencillos. Términos encarcelados por la ortografía y la sintaxis que con seguridad escrutan con envidia sus limitados horizontes del mismo modo que Suzy, protagonista de la maravillosa «Moonrise Kingdom», lo hace encaramada a un faro aferrada a sus prismáticos a la espera de que algo ocurra en su temprana vida.

La nueva película de Wes Anderson no supone un retorno a sus raíces, pues nunca se alejó demasiado de ellas, sino una reafirmación de identidad que mantiene la búsqueda que se inició seis películas atrás. Tomando como punto de partida la orfandaz del protagonista (propuesta recurrente de toda película de Anderson), se despliega un rico arsenal de propuestas estéticas que sirven para dotar de singularidad a la misma historia que Anderson cuenta siempre: la búsqueda de un punto de referencia (un padre, una madre) para todo aquel que extravió el norte, y lo hace a través de la peripecia de dos adolescentes fugados, cobijados en un bosque poblado por personajes hawksianos, tronados todos ellos, que dinamitan puentes para después volver a construirlos solo porque es lo que piensan deben hacer para desandar el paso ya dado. Una fábula ensoñadora que acaricia las sienes del espectador sin llegar a forzar su sonrisa; que busca en la complicidad la ruptura esquemática; que nace a sabiendas de que todo apunta a que morirá sin haber alcanzado sus objetivos, pues carece de ellos ya que así son las películas del director, pruebas de vida que transitan sin una meta que alcanzar.

Anderson olvida los malos tragos pasados dispensados en trenes indios para dejar en la palma de la mano de dos niños todo el peso de su conciencia, tan acaramelada como tormentosa, a la espera de lograr la redención que busca sin pausa desde hace dos décadas. Falsamente «moderna» en su  propuesta estética retro (en el más peyorativo posible de los términos), el director no se mueve de las posiciones conquistadas hace decenios limitándose a identificar la búsqueda inconsciente de sus personajes como la suya propia, de modo que buscadores de oro venidos al reclamo elitista, gafapastas ventajistas y demás morralla son sacudidos como la arena de la playa para dejar relucir un formidable esqueleto de celuloide. El mar interior que dé un respiro y nos permita bailar en ropa interior bajo la protección de Françoise Hardy. La misma fuente de energía que proclama su obra como indispensable para todos aquellos que aún mantienen la capacidad de soñar, navajas suizas guardadas en algún cajón y tijeras para zurdos, aunque se sea diestro, o precisamente por eso, siempre a la vista.

 

Un Año Más…

Cumpleaños, el día esperado con más ansiedad durante la infancia, e incluso durante la adolescencia, se convierte con el paso del tiempo en una pieza más de lastre que arrastrar. Hay quienes deciden dejar de cumplir años llegados a una determinada cantidad de años. Otros afirman que las mujeres se sienten más afectadas que los hombres cuando deben sumar una cifra a la que ya cargan. Por supuesto no es cierto, y la famosa crisis de los cuarenta (que afecta a los hombres de modo abrumador), días en los que se cambia de coche, de mujer y de vida para demostrarse a uno mismo que aún se es joven, es prueba suficiente de ello. Por experiencia sé que los años no te hacen sabio. Muy al contrario, convierten al individuo en un idiota que oye el tronar de los cañones sin ser consciente de que las balas llueven alrededor de sus pies.

Un año más que Dios sabe qué me deparará. Y como siempre, en el tono canallesco que caracteriza esta sección, abusaré del mundo del cine, megáfono hábilmente utilizado para subrayar toda debilidad, fobia y gloria humana, y así elucubrar sobre aquello que está por llegar. Sí, después de mucho tiempo un qué será, será más. Qué se le va a hacer…

LA GATA SOBRE EL TEJADO DE ZINC (Richard Brooks, 1958)

Big Daddy Pollit (Burl Ives) cumplía tropecientos años y para celebrarlo se reunió su arribista familia en busca de su porción de pastel ante la previsible próxima muerte del patriarca sureño. Su alienada esposa, un hijo gilipuertas y castrado, padre de una recua de hijos cuellicortos e insoportables, y otro hijo alcohólico y gay, al que la censura convirtió en alcohólico e impotente, formaban el ala sanguínea de su familia. Junto a ellos sus esposas. Una especie de mujer gallinácea del brazo del mayor y una imponente al tiempo que ambiciosa (Elizabeth Taylor) incapaz de despertar la libido del menor. Melodramón apto para ser visionado en verano (por adaptarse a las circunstancias y mitigar el sudor) que sólo pudo ser escrito por Tennessee Williams.

Posibilidad de que ocurra: Pocas. Ni soy alcohólico, ni estoy casado, ni soy gay, ni la censura ni él paso de los días me ha convertido aún en impotente. Pero al tiempo…

THE BIRTHDAY PARTY (William Friedkin, 1968)

Dos tarados irrumpen en la casa de Stanley el día de su cumpleaños y comienzan a trazar juegos mentales absurdos que terminan con la paciencia del anfitrión y más tarde con su libertad. Desconocida e interesante película de Friedkin filmada cuando se creía el rey del mambo.

Posibilidad de que ocurra: Nula. Si dos tarados se atreven a visitarme, pueden apostar a que seran ellos los que acabarán en un frenopático.

MAMÁ CUMPLE CIEN AÑOS (Carlos Saura, 1979)

Con motivo del centenario de la matriarca de una decadente familia burguesa, una amplia gama de toda la miseria humana se reúne en el caserón familiar. Los puñales (metafóricos) no tardarán en aparecer. Todo muy Saura, osease, bergmaniano pero con menos alma, menos pelo y más patillas.

Posibilidad de que ocurra: Ninguna. Ando lejos, lejísimos de los 100 años. De hecho, con seguridad no llegaré a cumplir tal cifra (ni ganas). Por otra parte, mi deliciosa familia (sanguínea y política) prefiere los dardos con punta de goma, que hacen menos daño y provocan carcajadas en lugar de cicatrices.

THE GAME (David Fincher, 1997)

¿Qué se le regala a un hombre que lo tiene todo? Con tan rimbombante frase se promocionó la arrítmica historia de un cumpleañero (Michael Douglas) que recibe el regalo de su vida de manos de su hijoputesco hermano (Sean Penn). Persecuciones de mafiosos uzi en mano, saltos al vacío desde rascacielos, inesperada caída en la pobreza absoluta… con lo fácil que habría sido presentarse en su casa con una caja de bombones. El protagonista se habría ahorrado dos horas de angustia y nosotros cinco eurazos y 120 minutos de nuestra vida que ya no regresarán.

Posibilidad de que ocurra: Muy pocas. ¡¡Quién ose a regalarme algo semejante será borrado de inmediato de mi Facebook!!

CELEBRACIÓN (Thomas Vinterberg y Mogens Rukov)

Una nueva reunión familiar para agasajar al patriarca de la familia (habitualmente burguesa y convenientemente decadente) que terminará en tragedia. En esta ocasión, los abusos sexuales sufridos por los tres hijos del anciano salen a la luz en la ocasión menos propicia (que jode más). Sobresaliente película rodada bajo los auspicios del movimiento Dogma que continúa erizando la piel.

Posibilidad de que ocurra: Ninguna. No tengo esqueletos en el armario. En cambio tengo un pasado soporífero que como comience a largar vaciaría a golpe de bostezo la fiesta sorpresa que sé no recibiré.

EL CUMPLEAÑOS DE LAILA (Rashid Masharawi, 2008)

Un ex-funcionario palestino forzado a trabajar como taxista trata de cumplir con la promesa que hizo a su pequeña hija Laila: volver a casa temprano armado con una tarta y un regalo para celebrar su cumpleaños. Fácil en teoría. Lo que no sabe es que la teoría del absurdo reina en los territorios palestinos ocupados por Israel, y que en aquellas tierra dos más dos jamás suman cuatro. Voluntariosa, interesante y conciliadora película palestina. También más inofensiva e inocente que una pistola de jabón. Le falta en resultados lo que le sobra en intenciones.

Posibilidad de que ocurra: Espero que no demasiadas. Sólo espero a una invitada el día de mi cumpleaños. Si no se presenta ni ella estaré jodido, ¡glups!

DIECISÉIS VELAS (John Hughes, 1984)

Para un adolescente yankee el día de su dieciséis cumpleaños supone un paso sin retorno hacia la madurez. Y todo ello porque al fin pueden ponerse al volante de un automóvil, algo poco menos que el bautismo en la cultura gringa.  Samantha (Molly Ringwald), la cumpleañera, asistía anonadada a los acontecimientos que sucedían a su alrededor los días previos a la fecha mágica. Sus padres ofrecían todas sus atenciones a un tronado estudiante de intercambio japonés y a la inminente boda de la hermana mayor de Samantha. Por otra parte, se había enamorado por primera vez… pero para el chico de sus sueños ella ni siquiera existía. Unos abuelos atípicos y un grupo de amigos con las hormonas en ebullición cerraban el círculo de la desazón de Sam. Todo parecía perdido, pero… Hermosa recreación del fin de la inocencia de ese maestro de la vida en los suburbios que fue John Hughes.

Posibilidad de que ocurra: No desdeñable. Tiendo a ocultarme en tan «señalado día» y tampoco me buscan demasiado, pero…

CUMPLEAÑOS MORTAL (Jack Lee Thompson, 1981)

Tratar de reparar una adolescencia desgraciada regresando al lugar en el que la perfidia se cimentó no es una buena idea. Pero es que entre lagos solitarios en donde bañarse en pelotas, discotecas abandonadas, institutos cerrados durante el estío y parques de atracciones de saldo los adolescentes que pueblan las películas de terror nunca aprenderán. Terror palomitero que merece un vistazo. Y si puede ser que sea en un autocine.

Posibilidad de que ocurra: Escasas. Suelo regresar estos días a los lugares en los que fui infeliz, lo que amenaza con desmoronarme. Pero este año no pienso hacerlo, hala…

OSCURA SEDUCCIÓN (Jez y Tom Butterworth)

John (Ben Chaplin) es un tipo solitario angustiado por encontrar un resquicio de felicidad en su vida que no termina de aparecer, de modo que un día se le ocurrió «encargar» una novia rusa por Internet en espera de mitigar su soledad. Ella llegó el día de su cumpleaños, y él se enamoró perdidamente (normal que era Nicole Kidman). Lo que vino después estaba fuera de guión, pero al menos fue feliz durante un destello de su monótona vida. Tostoncillo británico que aburre más que las sesiones nocturnas de backgamon en solitario de su protagonista.

Posibilidad de que ocurra:  Descartada. Nunca consideré a las personas mercancías. Además, si la Kidman se presenta en mi puerta sin más me olería a chamusquina, que uno es desconfiado…

FELIZ CUMPLEAÑOS, AMOR MÍO (Michael Pressman, 1996)

Un joven viudo, frecuentado por la visión de su desaparecida esposa, parece incapaz de superar su pérdida y de aceptar que la vida sigue. De repente, y porque semejante bodrio digno de una sesión de tarde de Antena 3 así lo exige, verá la luz a pesar de las montañas de azúcar que le rodean, para rehacer su vida y aprender a dejar marchar a los que ya no están. Como dice el refrán: «en peores plazas hemos toreao», pero esta cuesta es muy, muy escarpada.

Posibilidad de que ocurra: Pobres. Yo, si algún día dejo de estar enamorado, entonaría a pleno pulmón el never fall in lo again que escribió Burt Bucharach. Qué puedo decir, nací así…

Nada, ninguna posibilidad se ajusta a mis circunstancias. Otro año igual, en fin…

Fuiste tú quien me cogió de la mano…

En «La Chica del Café» Bill Nahy enumeraba las cuatro cosas que había aprendido durante su estancia en Rejkiavic: «Ahora sé que Bjork es de aquí, que Spassky y Bobby Fisher jugaron en la ciudad un campeonato del mundo de ajedrez, que en esta ciudad las cremalleras se dilatan y que en este lugar se puede experimentar un sentimiento parecido al amor».

Hace tres años te vi, me cogiste de la mano y me dijiste que tú te venías conmigo. Desde entonces te he besado en todos los ángulos posibles, he recorridos miles de kilómetros a lo largo de tu cuerpo, siempre con tu pelo ensortijado rozando mis mejillas; en ocasiones he llorado, porque nadie dijo que fuera fácil, pero he reído muchas veces más; te he encontrado en playas francesas atestadas, gritando mi nombre hasta hacerme olvidar que mi tobillo estaba dislocado; me he caído y tú me has tendido la mano para levantarme; te he cuidado y me has cuidado, he pasado horas observando tu rostro perfecto exhalando paz mientras duermes, nos hemos sostenido cuando el vértigo hacía peligrar nuestro equilibrio, he redactado una constitución para el país de dos que fundamos y no he dejado de aprender mientras tú borrabas las sombras dolorosas que el tiempo ha dibujado en mi espalda. Lo que siento por ti no es amor, va mucho más allá. Tan lejos como la distancia que nos separa en ocasiones y que hace que literalmente me duela cada metro que me distancia de tu piel. Tanto como la infinidad de tonterías importantes que hacemos el uno por el otro. Tanto como me estremece tu risa, tu felicidad, tu estado natural.

Como Nahy, he aprendido cuatro cosas de esta ciudad en todo este tiempo: que, al menos a tu lado, bajo las sábanas, no hace tanto frío como dicen; que los días de San Fermín esta ciudad es testigo del apocalipsis y más tarde del génesis; que las cremalleras también se dilatan a la sombra de leones y cadenas, y que en esta ciudad se puede experimentar la misma clase de amor que sentí la primera vez que me aferré a tu cintura de libélula. Y todo ello sin soltarte de la mano…

Las Direcciones Dobles…

John: ¿Qué es lo que espera conseguir siendo tan amable conmigo?

Frances: Probablemente mucho más de lo que usted está dispuesto a ofrecer.

John: Joyas… usted nunca lleva.

Frances: No me gusta que las cosas frías toquen mi piel.

John: ¿Por qué no inventa usted algunos diamantes «calientes»?

Frances: Prefiero gastar mi dinero en excitaciones más tangibles.

John: Dígame, ¿qué es lo que le produce mayor estremecimiento?

Frances: Todavía sigo buscándolo…

Atrapa a un Ladrón (1955)

Chascarrillos para quedar bien (o fatal) en toda fiesta que se precie…

Pues sí, tras varios meses trasteando en los borradores dejo este posteo por si desean impresionar a alguien con conocimientos cinéfilos de pandereta, o, en caso contrario, desean deshacerse del pelma que les acosa sin tregua en cualquier fiesta o sarao. Se trata de unos cuantos chascarrillos poco conocidos y, aun así, sin sustancia alguna, que con seguridad podrán utilizar a modo de cortina de humo en situaciones de riesgo.

Y para comenzar un clásico, porque muy conocida es la frase que Marilyn Monroe confió a una amiga (hay quien asegura que esa “amiga” era Shelley Winters: excelente actriz y cotilla de grado sumo) tras conocer a Joe DiMaggio:

“This is the last cock that I suck”

Lo que traducido al castellano viene a decir algo así como “He encontrado al hombre de mi vida”…

Gracias a radio Macuto, la frase (y la autora de la misma) corrió como la polvora por Tinseltown elevandose de grado al ir pasando de boca a oído. De tal modo que al final del recorrido la Monroe era tildada de ser poco menos que una fulana al ser capaz de practicarle un acto tan impuro a un hombre que ni siquiera era su marido. Con el tiempo todo quedó en nada pero, al menos, alimentó los corrillos de la ciudad del vicio durante unas semanas. Por cierto, según parece, Marilyn disfrutó de lo lindo con aquella historia.

Fue precisamente Marilyn quien le contó a Truman Capote el original modo de amenizar fiestas que gastaba Errol Flynn ejecutando diestramente solos al piano usando únicamente su miembro viril. De hecho, se cuenta que bordaba de tal modo el “You are the sunshine” de Jimmie Davis, que era difícil distinguir entre su fálica interpretación y una realizada a dos manos por un profesional.

No tan conocido era el particular modo con el que Jean Cocteau, uno de los padres del surrealismo, emulaba a su manera al exhibicionista Flynn. Al parecer, cuando el ambiente de las fiestas por él organizadas decaia, el director se encargaba de “levantar” el ánimo de los asistentes con un truco de magia muy especial que básicamente consistía en lo siguiente: Cocteau, completamente desnudo, se tumbaba sobre una mesa rodeado de sus invitados para, sin más ayuda que la de su propia mente, conseguir una erección espontánea que en poco minutos desembocaba en una copiosa eyaculación que arrancaba los asombrados aplausos de los presentes. Todo ello, insisto, sin ayuda manual propia o ajena.

Puede que tal espectaculo le resulte chabacano o de mal gusto a la mayoría, pero lo que es seguro es que en su día obtuvo un alto grado de aceptación entre sus invitados, quienes, a la mínima oportunidad, solían requerirle un nuevo show cuanto la coyuntura se prestaba a ello.

En fin, cada uno se divierte como puede o quiere.

Tampoco muy conocida es la historia de cómo un pelmazo encontró su camino gracias a los dolores de cabeza causados a la víctima de sus excesivas atenciones. Y qué camino, por cierto. Qué grandes momentos tenemos que agradecer a David Wark Griffith, padre del cine moderno, quien, atendiendo a las repetidas súplicas de su esposa, la actriz Linda Arvidson, tuvo a bien contratar a un joven actor llamado Mack Sennett para protagonizar su película “The Courtain Pole”. Paradójicamente, la esposa de Griffith, su mentora, estuvo a punto de morir a manos de Sennett durante el rodaje de una escena en la que el actor, armado de un tablón de considerables proporciones, provocaba una serie de desgracias entre los clientes de un mercado:

“Lo hizo muy bien, pues, antes de que hubiera podido pagar el repollo que había comprado, algo me golpeó y caí como un fardo, quedando inconsciente en el centro del plató. Aunque me sentí realmente feliz de que Mack hubiese conseguido su primer papel destacado, hubiese preferido no participar en la película…”

Lógicamente, la Arvidson, como amiga de Sennett, era incapaz de ver lo pésimo actor que era. Algo que no pasó desapercibido para Griffith quien decidió no volver a contar con él en futuros proyectos. Cuestión que no pareció importarle a Mack, pues desde el final del rodaje se presentó a diario en los estudios para incordiar al maestro con cualquier excusa. Cuando Griffith, harto de su acoso, decidió prohibirle el acceso a los estudios, Sennett le esperó a diario en la puerta de salida, aprovechando la costumbre de Griffith de volver paseando a casa. Así, un día de mayo, entre Broadway y la calle 14, Sennett volvió a la carga, pero esta vez fue demasiado lejos: durante 23 manzanas atormentó al director con su habitual batería de preguntas relacionadas con el cine y sus posibilidades dentro de la industria…

“¿Qué piensa usted sobre el cine? ¿En qué cree que consisten las películas? ¿Cree que van a durar? ¿Cuáles cree que son mis posibilidades?”

Finalmente, Griffith claudicó…

“Señor, Sennett. Creo que el cine no tiene mucho que ofrecerle como actor. Lo mejor que puede hacer es meterse a director…”

Y así lo hizo. De hecho fue el propio Griffith quien se encargó de encontrar trabajo al novel director y poder así recuperar la tranquilidad de su rutina diaria. De paso nos hizo un involuntario regalo sin precio en su etiqueta: los policías de la Keystone.

De un modo no tan insistente como Sennett, pero igual de pelmazo, actuó el joven de 18 que escalaba la valla de los estudios en los que se llevaba a cabo el rodaje de “El Señor de la Guerra”, extraordinaria película de Franklin J. Schaffner. Tras colarse en repetidas ocasiones, y ser interceptado en cada una de ellas, Charlton Heston, protagonista y principal valedor del proyecto, propuso a Schaffner que permitiese al intruso colaborar en el rodaje, impresionado por la insistencia y pasión de aquel muchacho. Años más tarde, cuando las descalificaciones llovían sobre la cabeza de Heston por sus posturas conservadoras (insisto en que revisen el pasado del actor y se sorprenderán), aquel joven, ahora convertido en uno de los popes de la industria, fue de los pocos en defender públicamente su figura. Lo hizo como muestra de respeto y agradecimiento. Del mismo modo que, en su día, hizo con la memoria de Schaffner.

Aquel molesto incordión de largas patillas que esperaba horas sentado en la puerta del estudio, siempre ansioso por comenzar la jornada de rodaje, iba permanenmente coronado con una gastada gorra de baseball, imagen que se convirtió en popular cuando la fama llamó a su puerta. Supongo que esa pista ha sido suficiente para adivinar que se trataba de Steven Spielberg.

El que sí tenía un dudoso gusto, en lo referente a bromas era Alfred Hitchcock. Gustaba de hacer sufrir a las víctimas de sus dardos como el sádico reprimido que era. Ya dijo de él Ricardo Franco, que el gordo inglés empleó cada hora de su infancia en planificar su venganza contra un mundo que desde el primer día le resultó hostil.

Y es que el hombre que manejaba grandes producciones y costosos presupuestos, el mago de la taquilla, era en realidad un corderito asustado que sufría cuando no tenía a nadie de confianza cerca de él. Para ilustrar ese caracter asustadizo, baste esta anécdota: en una ocasión, Hitch, como buen católico, acudió a una misa dominical, siguiendo su costumbre, a una iglesia situada en el glamuroso barrio de Beverly Hills. Lo hizo solo por primera vez en décadas ya que su esposa, Alma, se encontraba indispuesta. Una vez terminada la ceremonia se despidió de sus amistades y se dirigió hacia el coche que le esperaba frente al templo. Para llegar hasta él debía atravesar un extenso paso de cebra señalizado por un semáforo. Al cabo de varios minutos algunos rezagados feligreses repararon en que Hitch se hallaba paralizado en la acera desde hacía muchos minutos, sin aceptar el paso que continuamente le cedían los autos. Cuando fueron a interesarse por lo que le ocurría, le encontraron temblando como una hoja y con los ojos a punto de estallar en lágrimas. Sencillamente, no sabía qué tenía que hacer para cruzar la carretera. Estaba paralizado por el miedo.

Y ahora dos muy breves referentes a Judy Garland…

Todo el mundo sabe que la Garland fue una inagotable fuente de ingresos para la Metro cuando ésta reunía en su seno a más estrellas que el mismo cielo. Lo que no sabrán es que Judy fue rechazada por el estudio que dirigía Louis B. Mayer. Durante el visionado, por parte de un director de casting, de la prueba de cámara realizada por ella junto a otras dos jóvenes aspirantes, el responsable de contratar a las nuevas starlets gruñó a uno de sus asistentes: “Contrata a la de atrás” (palabro clave “back”) a lo que el ayudante interpretó: “Contrata a la gorda” (palabro clave “fat”). Y así, de tan absurdo modo, fue como Judy Garland dio el primer paso que acabó por convertirla en estrella. Por una vez, su rollizo aspecto le supuso una ventaja a una mujer en constante lucha contra el sobrepeso.

Años más tarde, ya encumbrada aunque en plena decadencia, el actor britanico Dirk Bogarde declaró, a propósito del inminente rodaje de la película “I Could Go On Singing”: “Trabajar con Judy Garland es el sueño de mi vida”. Lo que Bogarde ignoraba es que aquella destruida Judy poco tenía que ver con la que fue en sus mejores días. Destrozada por su fracasada vida sentimental, y adicta al alcohol y los tranquilizates, la actriz era poco menos que la sombra de lo que fue. Una vez finalizado el rodaje, Bogarde declaró: “Ha sido la peor experiencia de mi vida. Nunca había conocido una persona tan desagradable” (prefiero censurar los adjetivos (des)calificativos que le dedicó, que no fueron pocos).

Retomando a Marilyn Monroe, fuente de miles de chascarrillos, contaba Billy Wilder que sus pechos eran como el granito y su cerebro estaba tan agujereado como el queso gruyere. Y lo decía con conocimiento de causa. Durante el rodaje de “La Tentación Vive Arriba”, Wilder insistió a Marilyn sobre la conveniencia de que no usara sostén, elemento fundamental para él, ya que la visión de la historia pasaba por los idealizadores ojos de un cuarentón en plena crisis existencial. Pero, como era habitual en ella, la actriz desobedeció la orden del director con frecuencia. Al menos es lo que él creía, aunque callase pudorosamente sus lamentos. Y así fue hasta el día en el que, durante el rodaje de una escena en la que Marilyn desciende una escalera vestida con una vaporosa blusa, se colmó la paciencia de Wilder, quien se quejó alteradamente a la actriz del nulo bamboleo de sus senos al bajar el empinado tramo, a lo que Marilyn replicó jurando que no llevaba sujetador en ese momento ni lo había utilizado en ninguna de las escenas grabadas anteriormente. Ante el escepticismo del director, Marilyn cogió sus manos y las posó sobre sus pechos. Lo que siguió es aquella famosa frase con la que inicié este fútil chascarrillo.

Y lo que sigue a toda esta parrafada es la palabra FIN.