La extraña conexión entre un bate de madera y la mística…

Sé sobradamente que ese marciano deporte bautizado béisbol le importa un pimiento a la mayoría de los europeos. Lógico.  Ensimismados con el fútbol hemos olvidado la ensencia misma del deporte, algo que puede extenderse al resto de los deportes de equipo (y no pocos individuales) en los que ha penetrado el mantra de la profesionalización: «para ganar, todo vale». Sin embargo, para mí es mucho más que el simple golpeo de una pelota de cuero y madera. Y como no pienso aburrirles explicando de dónde y por qué nace esa pasión, me limitaré a contarles una historia verdadera que puede les ayude a entender la mística de este juego, uno de los pocos deportes hiperprofesionalizados que mantiene ligeros ramalazos de dignidad.

Roger Clemens, el mejor pitcher de la historia para casi todos, tenía 42 años cuando los Yankees de Nueva York decidieron prescindir de sus servicios. Al sentir que su camino había terminado pensó entonces en la retirada, a pesar de la gran cantidad de ofertas recibidas para que continuase un año más. Ganador en varias ocasiones del trofeo Cy Young, destinado al mejor pitcher del año, campeón de las series mundiales, reconocido como uno de los mejores de siempre, Clemens recibió entonces la visita del manager general de los Astros de Houston, su ciudad natal. Los Astros, un equipo relativamente jóven (44 años de existencia, prácticamente la edad de Clemens), nunca había conseguido ganar un título, ni siquiera de conferencia.  De hecho, tampoco habían sido capaces de clasificarse para los play-offs en cuatro décadas. Los Astros eran, en tres palabras, un equipo perdedor. Le ofrecieron continuar en activo, proponiéndole como lider de un equipo sin tradición y sin aspiraciones reales de ganar el título. Su plantilla apenas disponía de tres o cuatro buenos jugadores y lo que es peor, carecían de presupuesto para contratar a las grandes estrellas de sueldos astronómicos que el equipo requería si quería cambiar su suerte. Prueba de ello fue el contrato ofrecido a Clemens, suponía apenas la mitad de lo que ganaba en los Yankees.

Clemens se sentía viejo y fuera de forma. Estaba cansado. Sin embargo, tras meditarlo junto a su familia, decidió lanzar un año para el equipo de su ciudad. Al fin y al cabo, no tenía nada que demostrar y menos aún que perder. Fue su madre, gravemente enferma por entonces, quien le convenció de hacerlo, a modo de ofrenda hacía la ciudad que le vio nacer. Y sucedió que se implicó tanto en el sueño de los perdedores que declaró en la rueda de prensa de su presentación que ganaría el título de la Major League con Houston. Y todos riéron, absolutamente todos los que se encontraban en la sala, pensando que bromeaba. Pero no lo hacía.

Su primer paso para cambiar el sino de su nuevo equipo consistió en popularizar una frase ya mítica en la ciudad espacial: “I believe”. En una época previa a Twitter, en la que la información viajaba con menos velocidad y más inocencia, el lema se expandió lentamente entre una desilusionada afición dispuesta a seguir cualquier hilo de luz. Después, Clemens llamó a su viejo amigo Andy Pettite, compañero en los Yankees, y le contó su sueño. Pocos días después Pettite apareció en Houston con sus maletas dispuesto a ganar mucho menos dinero a cambio de hacer realidad el sueño de un amigo. Ocurrió que Roy Oswalt, pitcher estrella de los Astros, dedició quedarse en ese equipo perdedor a pesar de tener ofertas de equipos mucho más grandes respaldadas por cheques en blanco. Y otras estrellas tejanas supieron de la historia y fueron llegando a Houston uno tras otro: Lance Bergman, Brandon Backe, Willy Taveras, Brad Ausmus. Todos ellos aceptaron rebajar sustancialmente sus sueldos para formar parte de aquel sueño de locos.

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Así, al comenzar la temporada, el equipo perdedor disponía de una plantilla que podría haber hecho temblar a los que antes reían de no ser porque su edad media, que sobrepasaba holgadamente los treinta años. Después comenzaron a llegar los triunfos. Los «viejos» ganaban más perdidos de los que perdían, y el estadio comenzó a llenarse de público y de pancartas en las que se podía leer «I Believe». Al llegar los últimos tres partidos de la interminable temporada regular necesitaban ganar sólo uno para asegurarse su paso a los play-offs. La presión se hizo mayor y la burbuja estalló. Perdieron los tres.

Plantando cara a la enorme decepción, Roger Clemens, ya con 43 años encima dijo: “Yo me quedo un año más”.  Y Oswald y Pettite y Backe y Taveras y Berkman y Ausmus le siguieron.  Al llegar al final de esa temporada el destino quiso que se repitiera la misma situación del año anterior. Necesitaban ganar un partido de tres. Y perdieron el primero. Y ganaron el segundo.

Después, en play-offs, eliminaron a los Braves de Atlanta, en aquel mítico partido de las dieciocho entradas. Y eliminaron a los grandes dominadores de su conferencia, los Cardinals de Saint Louis. Y por primera vez en su historia se plantaron en una final que les enfrentaría a otro equipo maldito, los White Sox de Chicago, el equipo de los ocho hombres. El equipo del gran traidor, Joe “el descalzo” Jackson.

Y sucede que los cuentos de hadas no tienen porqué terminar bien.

Vi el último partido, lo hice en directo, a través de la página de la Major League. Y a pesar del cansancio (serían las seis de la mañana cuando terminó), también yo me emocioné al ver a un estadio entero sujetando cientos, miles de pancartas en las que se leía “I believe” tras consumarse la derrota. Bajo la lluvia, el equipo que acababa de perder su gran oportunidad se vino abajo. Muchos jugadores se tiraron al suelo mientras los Sox celebraban el título que rompía su maldición ochenta años después. Uno de ellos fue Roger Clemens. Un tipo de 43 años con casi dos metros de estatura y una carrera tan dilatada se tapaba el rostro para ocultar un llanto inconsolable. Sus compañeros, al ver a su capitán desolado, le levantaron y le condujeron hasta el banquillo mientras 50.000 voces, que trataban de ignorar los abrazos de los jugadores de Chicago en el centro del diamante, coreaban su nombre.

En la rueda de prensa posterior al partido, Clemens anunció su retirada y pidió perdón a los fans por no ser capaz de cumplir su promesa. Lo hizo entre lágrimas, junto a un grupo de compañeros igualmente llorosos. Pocos supieron entonces que un mes antes, poco después de ser fechada la fotografía que les muestro abajo (el día que pitcher presentó a su madre a la multitud con un emotivo: “Les presento a mi madre. Ella es la responsable de que yo volviese a creer”) ella había muerto. La derrota fue otra.

Dijo Kavafis que lo que importa es el camino, sin importar si el objetivo se logra o no. Roger Clemens confesó después que esos dos años vividos en Houston fueron los mejores y más importantes de su vida. Los que le reconstruyeron con ser humano.

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El cigarrillo roto y el tipo de pelo blanco…

La calle de la Luna es una angosta franja que conduce al centro de Cucumberland. Para los que viven (vivíamos) en la zona sur de la ciudad-dormitorio era el camino más corto para acceder, en mi caso, al lugar en el que estudiaba. El edificio mudéjar que albergaba a los enfermos está adornado con una serie de falsos balcones enrejados desde los que los pacientes se asomaban en busca de luz, aire y cigarrillos. Porque era sobre todo cigarrillos lo que solían demandar a todo el que pasaba por allí… al menos antes de que cambiasen de acera asustados. Entre los habituales “enrejados” se encontraba un tipo de expresión agria, voz cazallera y pelo blanco. Hubo una época en la que raro era el día que no cruzabamos nuestras miradas. La suya en demanda de un pitillo. La otra, la del niño, fijada en el suelo entre avergonzada y asustada.

Un día, tras la boda de un primo materno, me las arreglé para hacerme con una de esas minicajetillas de recuerdo que suelen repartirse en los banquetes. Recuerdo que su inmaculado color blanco estaba coronado por dos anillos serigrafiados con los nombres de los novios. Dentro, cuatro cigarrillos de al menos tres marcas diferentes. Dos de ellos quebrados por el traqueteo de los días. El tercero algo rebanado en su extremo inferior. El cuarto, impecable. Por alguna razón, que hoy no recuerdo, pensé que sería un buen regalo para el tipo de mirada feroz que, pensaba, me tendría fichado después de tantos desplantes en su desesperada búsqueda de pitillos.

Durante toda la semana siguiente paseé a paso reducido por  el lado de la acera estigmatizado que todo el mundo procuraba evitar. No hubo suerte. Como si hubiese sido tragado por la tierra, el tipo canoso no apareció. Así ocurrió durante las dos semanas que le siguieron, de tal modo que terminé por regalar tres de los cuatro cigarros a mis compañeros de clase, precoces fumadores quienes no parecieron darle importancia al mal estado en que se encontraban tras semanas bailoteando en mis bolsillos.

Me arrepentí de hacerlo, pues casi un mes después de hacerme con los cigarillos el tipo de la mirada fija volvió berrear su habitual: “Eh, chaval, ¿tienes un cigarrillo?”. Busqué en los bolsillos de mi impermeable azul y encontré al único superviviente de la pequeña cajetilla de ribetes rosados: el quebrado. Ahora, más que quebrado, dividido en dos partes asimétricas. Al extenderle mi pequeña ofrenda la miró y la olisqueó para, a renglón seguido, soltar un exabructo tipo “Qué cabrón, ¡¡pero si está jodido!!”. En realidad no recuerdo las palabras exactas, pero sí que fueron ofensivas. Decidí entonces largarme, atravesando el hueco cedido por dos coches aparcados cuando escuché detrás de mí: “¡Gracias, chaval!”, acompañado del gesto de su mano extendida a través de las rejas azul palido en busca de la mía. Me quedé mirando unos segundos que parecieron horas y seguí mi camino sin corresponder a su ofrecimiento.

El tipo era Leopoldo María Panero, lo supe años más tarde. No lo hice tras leer uno de sus libros de poesía, ni tras ver su fotografía en cualquier parte, sino tras visionar la más amarga película que ha dado el cine español en sus más de cien años de historia: “El Desencanto” dirigida por Jaime Chavarri.

Nunca se ha rodado nada parecido a “El Desencanto”. En pocas ocasiones una familia se ha prestado a radiografiarse de un modo tan desolador. Todo en ella emana una belleza muerta que conmociona tanto por el eco de los dolorosos testimonios prestados por los desmembrados miembros de la familia Panero, como por el tono empleado por el director en busca de acentuar lo menos posible la esdrújula peripecia de unas personas destruidas que ni siquiera tratan de saber el por qué un velo negro se posó sobre ellos. Cada diálogo de la cinta es estremedor. Podría elegir cualquiera y sustituirlo por otro sin que se mellase su crudeza. Sirva un ejemplo como ilustración.

Durante el velatorio de Felicidad Blanc, esposa de Leopoldo Panero (otro de los poetas “oficiales” del regimen franquista), Leopoldo María se acercó al cadáver y le besó en los labios. Ante la estupefacción de los allí presentes, el edípico poeta les dijo: “Quiero conseguir que se despierte, como Cenicienta”.

Es imposible transmitir mejor la angustia de la pérdida de un ser querido que negándose a aceptarla.

Años más tarde, escuché que tuvo una novia (escritora y esquizofrénica, como él) durante su estancia en el manicomio de la calle de la Luna. Sé, también, que ella cerró capítulo saltando por una ventana poco después de ser dada de alta. Sé que de vez en cuando aparece en programas de televisión literarios en los que divaga sin rumbo consiguiendo mayor lucidez en sus palabras de la que muchos quieren entender. Suele burlarse de su enfermedad y de los que le compadecen. Y fuma, sigue fumando sin parar. No hace mucho le escuché decir que en el sanatorio de Mondragón conseguía mamadas de otros internos a cambio de cigarrillos. Y a veces me da por pensar en el curioso destino que aguardó a aquel Fortuna roto que salió de una boda y un crío guardó en sus bolsillos durante semanas.

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Abogado del Diablo…

Tratando de encontrar unos artículos publicados en viejas revistas que (mal)guardo por ahí, me he podido divertir leyendo las opiniones que generaba Clint Eastwood entre la mayoría de los críticos y otros snobs de los ochenta. Cuando no salía a relucir la palabra “fascistoide” (cosa rara) en las reseñas de sus películas, era porque el tono condescendiente utilizado por el crítico de turno se consideraba más que suficiente para denigrar su figura y sus películas. Uno de ellos le calificó de “pistolero de pacotilla” (en referencia a la costumbre, mantenida por Eastwood durante su mandato como alcalde de Carmel, de pasear por el pueblo con un revólver en su cintura). Insulto gilipollas, por otra parte, equiparable a los famosos diálogos tipo “jolín, me han pegado un tiro” característicos de las películas bélicas más bobas de los años 40 y 50. El resto de la reseña dedicada a Clint por este tipo está escrita en un tono paternalista que hace más daño al que escribe que al propio actor y director.

Aquel linchamiento ideológico sufrido por Eastwood en su día tiene continuación hoy en otra piel y gracias a este cuestionable gesto…

Imagen interesadamente popularizada gracias al documental “Bowling for Columbine” de Michael Moore hasta el punto de convertirse en un  símbolo de todo lo retrógrado.

Entre las muchas gracias que le dedicaron (y le siguen dedicando a Charlton Heston pese a su muerte) al legendario actor y protagonista del “suceso” resulta imposible olvidar la más recurrente: “Ese tío es un nazi”. De hecho fue una conocida “opinadora” (habitual en tertulias telecinqueras) quien le describió concisamente con un: “Mal actor, impostor y fascista”.

Bien… (tomo un respiro y trato de no sulfurarme) pues este tipo tan mal actor (cuestión de gustos, personalmente a mí siempre me pareció un actor sólido) fue quien se encargó de recaudar fondos para la construcción de escuelas en barrios marginales (negro en su inmensa mayoría) allá por los sesenta. Fue él una de las razones por las que “El Planeta de los Simios”, metafórica obra maestra perteneciente más al género social que al de ciencia-ficción, ya que se inspiraba en los disturbios raciales sucedidos en L.A. pocos años antes de su filmación, se llevase a cabo pese a las terribles presiones de grupos conservadores que debió soportar. También fue este tipo tan intolerante quien desfiló al lado del doctor King en la marcha sobre Washington en pos de los derechos civiles, cosa que hizo cuando la mayor parte de sus colegas de profesión agachaba la cabeza para no perjudicar su preciosa imagen. Fue él quien visitó a Rosa Parks y quien tomó un autobús junto a ella, jugándose no sólo la reputación sino el pellejo, en Montgomery (Alabama). Charlton Heston, amigo de Bobby Kennedy (otro conocido fascista) decidió apoyar públicamente al partido Republicano durante la década de los 80. Ignoro las razones y tampoco me importan. Cada cual es muy dueño de elegir el veneno que desea ingerir.

La mentalidad europea en torno al asunto de las armas se podría resumir con la visita realizada por Oscar Wilde a los States. Una vez en el país norteamericano, Wilde se sorprendió de que todo el mundo llevase armas. Como a él, también a mí me sorprende. Ignoro la mentalidad de los norteamericanos, pero imagino que un país cuyos cimientos se sostienen en la violencia más pura no puede entender la libertad individual de otro modo que no sea garantizado su seguridad por sí mismos a sangre y fuego. Lo cierto es que según la mentalidad europea Heston es un fascista y lo es por su apoyo a la segunda enmienda de la constitución de los Estados Unidos que da derecho a todo ciudadano a portar armas. Y aunque a mí esa circunstancia me parece deplorable, no olvido todo lo que Heston hizo. No olvido quien fue más allá de la pantalla.

Ahora los que le insultan y se burlan de él a diario, sin importar que ya no esté aquí para encajar los golpes, pueden seguir haciéndolo.

Yo, Espía…

Hubo un tiempo en el que la línea apolítica y descreída de mi familia se quebró. Fue la época en la que mi padre tonteó con la idea de afiliarse al partido comunista y decidió hacer participes de ello a mi hermano y a mí. Apenas tenía nueve años entonces pero recuerdo los mítines en salas abarrotadas, las banderas republicanas por todas partes y las cinéfilas sesiones de “formación” en las que vi por primera vez “Octubre” de Eisenstein. Todo ello influyó de una manera tan radical en mí que durante los primeros años de adolescencia sufrí agresiones y provocaciones a causa de las pegatinas de la hoz y el martillo que orgullosamente lucía en mis carpetas. No se preocupen… aquello no duró demasiado. Tanto mi padre como nosotros recobramos el sentido común poco tiempo después.

Ya están documentados. Ahora les contaré una historia… Hace unos días, mientras rebuscaba en el trastero los dos volúmenes de “Hollywood Babilonia” que enterré allí hace años, me topé con un pequeño libro que ya había olvidado…

Sí señores, “URSS: 100 Preguntas y respuestas”. Entonces me sumí decimonónicamente en el recuerdo al tener semejante joya en las manos…

Recordé que en mi último año de la desparecida EGB se nos encargó un trabajo en el que debíamos escribir a una embajada extranjera solicitando información del país en cuestión. Unos eligieron Brasil. La mayoría se decantaron por los States (a quien todos dicen odiar pero que tienen tanto tirón), otros por Alemanía, algunos por Gran Bretaña. Nunca olvidaré que mi mejor amigo eligió Costa Rica y le enviaron folletos, un libro y un bolígrafo con su escudo nacional.

En fin… ¿Qué país creen que elegí yo?… No resulta difícil de adivinar. Fui el único, además, en tomar semejante decisión. Y como pueden imaginar, mientras todos mis compañeros iban recibiendo paulatinamente sus paquetes, yo, otra víctima de la monstruosa burocracia comunista, fui el último en recibir el mío que se limitó a un triste libro editado descuidadamente y a una revista panfletaria titulada «Quienes amenazan realmente la paz» con un misilazo con la bandera yankee en la portada.

Estructurado en 100 preguntas y sus correspondientes respuestas, el contenido del libro es una delicia. He seleccionado tres de las preguntas y respuestas que contiene. Pónganse cómodos y disfruten…

93.- ¿Por qué tienen tan pocos automóviles particulares?

– No son tan pocos. “El automóvil no es un artículo de ostentación, sino un medio de locomoción”. En 1965 en la URSS se vendieron 64.000 automóviles. Ya en 1970 la cifra alcanzó el número de 123.000.

Mareantes cifras para un país de 300 millones de habitantes. La sentencia que afirma que el coche no es un artículo de ostentación haría llorar a muchos (hombres mayormente).   Sigamos…

40.- ¿Por qué en la URSS están prohibidas las huelgas?

– En la Unión Soviética no están prohibidas las huelgas. Simplemente no las hay porque carecerían de sentido. Recordemos la frase de Lenin: “el recurso de la lucha huelguistica en un estado con un poder estatal proletario, puede ser explicado y justificado sólo por tergiversaciones buracráticas del estado… así como por el bajo desarrollo político y cultural de los trabajadores”

Otra vez citando las sentencias bíblicas del querido líder. Esta vez asegurando, en otras palabras, que en un estado proletario el que hace huelga es gilipollas. No se vayan todavía, aún hay más…

32.- ¿Por qué tienen un solo partido? ¿Son compatibles el socialismo y el pluripartidismo en la URSS?

– El hecho de que en la URSS hay sólo un partido se debe a condiciones históricas concretas.Los partidos pequeñoburgueses no fueron disueltos, como afirman algunos historiadores de occidente, fueron desapareciendo de la arena política a medida que iban perdiendo la confianza del pueblo. Así pues, el propio curso de los acontecimientos históricos obligó a los comunistas a asumir la plena responsabilidad del destino del país.

Que admirable abnegación y sentido del deber la del partido. Qué, ¿cómo se les ha quedao el cuerpo?. Pues eso no es lo peor…

Esta pequeña pieza de coleccionista venía acompañada de una carta de la agencia Novosti (También apreciable en la foto) en la que se me agradecía mi interés y se adjuntaba una pequeña encuesta en la que se interesaban por mis aficiones, edad y estudios para culminar con esta inquietante pregunta…

¿Estaría usted interesado en emigrar a la Unión Soviética?

No envié el cuestionario, pero sí que lo rellené. ¿Qué creen que respondí a aquella malévola pregunta?

Sólo espero que haya quedado claro que si alguna vez se desclasifican los archivos de la KGB sean conscientes de que si ven mi nombre por ahí mi aportación al espionaje soviético se limitó a una inocente carta enviada por un adolescente confuso.

El Mejor Director de Cine del Universo…

“Si podemos darnos de ostias, ¿por qué estamos discutiendo?”

Es posible que no conozcan esta historia que lleva algún tiempo revoloteándo por la Burrosfera, esta vez más burra que nunca. Para comprenderla necesitarán saber lo muy odiado que es el director (es un decir) Uwe Boll por los aficionados al fantástico, para lo cual les bastará con ver alguna de sus películas.

Lo cierto es que harto de leer y escuchar las perlas que le llueven por todas partes, no hace mucho tiempo decidió retar a un combate de boxeo a todo aquel que no supiese valorar las bondades de su cine. Por supuesto le llovieron las ofertas, que el mundo está lleno de tronados dispuestos a cualquier cosa con tal de llamar la atención. Y cómo no, entre ellos figuraban varios bloggers españoles.

Teniendo en cuenta que Boll practica el boxeo desde que era adolescente, sumado a la triste forma física que, como era de esperar, presentaron sus oponentes, el resultado de la experiencia fue desolador.

Compruébenlo ustedes mismos…

Y aunque da la impresión de que el tal Lowtax se habría derrotado solo sin necesidad de que Boll apareciese por allí, lo cierto es que la misma degradante paliza fue recibida por rivales aparentemente más consistentes.

Pero la historia que más les interesará es la de Carlos Palencia, alias Oso, quien plantó cara al director alemán en un combate más o menos amañado en el que la consigna era no hacerse demasiada pupita mutuamente. El propio Oso quiso aplacar la vergüenza ajena que produjo tan triste exhibición haciendo público un autentico manifiesto de patetismo a flor de piel del que no puedo dejar de citar este memorable fragmento:

“Los que se han reído alegremente de mi papada, deberían saber que el médico me ha dicho que es probable que tenga bocio (en próximas semanas me harán pruebas y lo confirmarán). En pocas palabras, que os habéis reído de un posible enfermo. Sentiros orgullosos.”

Dios, si Seth MacFarlane tuviese noticia de esto…

En fin… Tras resucitar el espíritu de Rocky Balboa en un impagable video-reto que penosamente ha desaparecido de la virtualidad, el pseudocombate,  que podría formar parte de cualquier episodio del show de Benny Hill sin desentonar, se celebró en algún lugar de Andalucía. Pasen, vean y no se pierdan las filigranas arty del operador de cámara. A medio camino del caspashow y una película de Mariano Ozores…

Si pensaban que no había forma humana de caer más bajo que Mickey Rourke atizándose con borrachos de bar en un ring, ya habrán podido comprobar el grado de degradación alcanzado por el antaño noble deporte que reglamentara el marqués de Queensberry en el siglo XIX.

Sólo añadir que en la Antártida, y mientras salte charcos, Uwe Boll siempre será considerado el más grande director vivo… al menos sobre un ring.


Trust me…

Matthew se encierra en una fábrica tomando como rehén a Maria. Porta una granada de la segunda guerra mundial que le ha robado a su padre. La policía rodea el edificio. Tras unos segundos, quita la anilla del explosivo, pero no estalla.

Maria:¿Qué ha pasado?”

Matthew: “No lo sé. Debe estar estropeada” 

Maria: “¿Estás seguro?”

Matthew: “No”

Maria: “¿Todavía puede estallar?”

Matthew: “Supongo”

Maria le arrebata suavemente la granada de las manos y la arroja lo más lejos que le es posible. La granada termina explotando tras unos interminables segundos. Cuando el humo se disipa, Maria y Matthew aparecen tumbados en el suelo.

Matthew: “Lo siento. Perdí la cabeza”

Maria: “No importa”

Matthew: “¿Qué vamos a hacer ahora?”

Maria: “Podemos salir corriendo”

Matthew: “No lo conseguiríamos”

Maria: “Les diré que fue culpa mía”

Matthew: “Jamás te creerian”

Maria: “Me da igual que me crean o no”

Matthew: “¿Por qué haces esto?”

Maria: “¿El qué?”

Matthew: “¿Por qué te portas así conmigo?”

Maria: “Alguien tenía que hacerlo”

Matthew: “¿Pero por qué tú?”

Maria: “Da la casualidad de que estaba allí”

Trust (1990)

Top of the World(press)…

Una serie de correos electrónicos cruzados con Angéline me ha recordado el día que fui rey de WordPress durante un minuto. Conseguí aquel cuestionable logro gracias a un posteo sobre estrellas del porno muertas. Sin embargo, fue el posteo que dediqué a los alegres penes (cinéfilamente hablando, eso siempre) cuando este lugar fue más frecuentado que la kasbah en rebajas…

Casi 20.000 visitas en legítima busqueda de carne. En fin, aquel tiempo pasó, aunque la sección XXX de este antro debe resucitar cuanto antes. El sexo vende, especialmente cuando es insatisfactorio o se carece de él, aunque no conviene olvidar que el sexo está en la piel no en los bits…

Los tipos de WordPress tienen la (no estoy seguro de que sea buena) costumbre de señalar a diario lo que ellos llaman: Blog del minuto. Al parecer, eligen uno de entre los casi 900.000 blogs inscritos en su floreciente mundo falso (no llegaban a 30.000 hace un año, cuando me registré), con el fin de avergonzarle públicamente durante todo un día.

Pues bien, si alguno de ustedes es usuario del sistema ya se habrá llevado el susto. Los afortunados que se lo han ahorrado, pueden llevarselo ahora si lo desean…

Sí, tampoco yo podía creerlo…

No tengo ni idea de si los criterios que siguen para concederte tan dudoso honor, se basan en la cantidad de visitas recibidas por tu blog o en cuestiones meramente arbitrarias, pero ya ven. Si es así, y haciendo bueno el primer parrafo del posteo que dediqué a los suicidas del mundo azul, la frase dead porn stars atrae al personal cual minifalda espartana. Y es que no hay nada como apelar al sexo para ser visitado. He recibido en un día tantas visitas como en los últimos tres meses. Supongo que lo lógico sería sentirse tan excitado como Friker Jiménez con pases VIP para presenciar el apocalichis. Pero no… lo que realmente me produjo emoción fue ver ésto al comprobar la bitácora de visitas recibidas hoy…

Genio Filmando: Prohibido Reír…

Durante años corrió un chiste entre los profesionales de Tinseltown en el que se cuestionaba retóricamente cuál era la comedia menos graciosa jamás filmada. La respuesta era: “¿Teléfono Rojo?: Volamos hacia Moscú” . Y lo cierto es que la broma tenía fundamento: por mal que le sentase al pirado neoyorkino, el sentido del humor de Kubrick (entre lo grotesco y lo hermético) resultaba desagradable en las raras ocasiones en las que asomaba.

Durante el rodaje de la película protagonizada por el belicoso Dr. Strangelove, Kubrick volvió a jugar una mala pasada (como era su costumbre) a uno de sus colaboradores. En esta ocasión el damnificado fue el guionista Terry Southern, quien colaboró en el guión de manera decisiva, dando vida al envarado original firmado por Kubrick y Peter George (autor de la novela que inspiró la película). En realidad Kubrick le pagó, pero lo hizo a su manera, relegándole en los créditos a una simple mención. Despreciando públicamente la aportación de Southern al otorgar más mérito a la improvisación de los actores (especialmente al imprevisible Peter Sellers que por entonces vivía un idilio artístico con el director) que a sus aportaciones. Según el pirado, cuando Southern llegó al proyecto el guión ya estaba cerrado.

Según contó Diane Johnson, Kubrick resumió la aportación de Southern del siguiente modo: Terry llegaba en taxi y sacaba unas páginas. Después se largaba. Ante la pregunta obligada de por qué le había sacado en los créditos por una contribución tan pequeña, contestó: Supongo que fui generoso…. Pero no, la generosidad no era precisamente una de las virtudes que adornaban al director y como prueba sirva la burlona réplica de Southern: Stan puede ser muy “generoso” ja, ja, ja… pero me temo que carezca de sentido del humor (por no hablar de la memoria). Y lo que olvidó decir acerca de su “guión terminado” es bastante sencillo: ¡no era divertido! Y tenía razón, el guión era cualquier cosa menos divertido. El primero en darse cuenta de ello fue Sellers, quien sugirió notables cambios en los diálogos para darle fluidez a la cinta. Pero no fue hasta que llegó Southern que el proyecto comenzó a tomar forma de comedia. El guionista fue mucho más importante de lo que pretendió el director, de hecho llegó a convivir con Kubrick en su mansión londinense, además de ser un habitual en el set de rodaje, en ocasiones como blanco de los desahogos de Kubrick cuando éste estallaba contra la Columbia, contra Sellers o contra cualquier otra cosa.

Stanley Kubrick era un joputa profesional que carecía del don de generar risas. En raras ocasiones se le recuerda como animador de conversaciones. Nunca contaba chistes, ni gastaba bromas y sus anécdotas tendían hacia lo macabro por encima de lo comunmente considerado divertido. Gil Taylor, director de fotografía de “Dr. Strangelove”, dijo haberse sentido sumamente incómodo durante la filmación de la película: Me gusta trabajar con gente con sentido del humor, pero si él veía a alguien riéndose, el productor asociado se acercaba y decía: “A Stanley no le gusta que la gente ande riéndose alrededor de él”, así que trabajábamos con cierto mal rollo. Hubo quien defendió el sentido del humor seco e irónico de Kubrick (caso de Gavin Lambert), pero fueron pocos los que se sintieron cómodos a su lado. George C. Scott le calificó como Un hombre increíble pero depresivamente serio y paranoico, con un sentido del humor desagradablemente salvaje. Brian Aldiss, que trabajó con Kubrick en la fracasada primera intentona de llevar a la pantalla “A.I.” en los años ochenta, confirmó la sentencia final de Scott al añadir que en realidad le parecía un hombre divertido, pero sus burlas racistas eran tan ácidas que no podía repetirlas.

“Doctor Strangelove” fue la primera y última comedia que filmó Stanley Kubrick. El tiempo jugó en su favor y convirtió el cínico humor de la película en un clásico imperecedero elegida por los usuarios de la macropágina IMDb (de tan dudoso gusto) como la mejor comedia de la historia del cine, por encima de obras dirigidas por maestros del género como Lubitsch, Wilder o Edwards. Y es que, como ocurrió con El Cid, el pirado continúa ganando batallas hasta después de muerto.

 

El Pirado y el Sexo…

Tratar de explicar la relación entre el pirado neoyorkino y el sexo llevaría semanas. Fue tan compleja como cualquier otra cosa de las que rodearon a Kubrick. En sus películas el sexo es representado de forma animal, siempre carente de afecto, siempre en situación de superioridad por alguna de las partes. Kubrick utilizó el cine para explorar su lado más oculto en referencia al sexo. De modo contradictorio, por supuesto, que se trata de Kubrick. Per example: en “Lolita” Kubrick eliminó púdicamente la práctica totalidad de las referencias sensuales de la novela de Nabokov para realzar la idea del destino trágico encarnado por Humbert Humbert. En “El Beso del Asesino” la protagonista es atacada sexualmente por un matón del club nocturno en el que trabaja. En “Espartaco” es el vouyerismo, que tanto excitaba a Kubrick, el que aparece en la escena en que Varinia y Espartaco hacen el amor mientras son espiados. En “¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú» son innumerables las referencias que situan a la mujer como mero juguete sexual destinado a la satisfacción del hombre. El sexo en grupo con prostitutas y las violaciones de campesinas son las únicas referencias en torno al sexo que aparecen en “La Chaqueta Metálica”. En “Barry Lyndon” no faltan las prostitutas con las que el amoral protagonista se divierte. Pero fue en “La Naranja Mecánica” en donde todas sus fantasías estallaron.

Y la primera de ellas fue el morbo. Kubrick no se sintió especialmente atraido por la novela de Anthony Burgess hasta que supo que se inspiraba en un hecho real: la espantosa experiencia vivida por el autor en 1944, cuando cuatro soldados desertores del ejercito britanico apalizaron y violaron masivamente a su embarazada esposa en Londres. Como resultado: ella perdió el hijo que esperaba y Burgess quedó traumatizado para siempre.

Una vez conseguidos los derechos y ya en plena producción, Kubrick continuó desplegando sus fantasías. Una de ellas consistió en contratar a la joven y hermosa escultora Liz Jones, quien ya había trabajado con el pirado en “2001: Una odisea en el espacio». Para la ocasión, Stanley le pidió que diseñara las mesas con forma de mujer a cuatro patas que aparecen en la película, con una sugerencia extra: deseaba que fuese ella la modelo utilizada para modelar las figuras. Jones se negó y terminó siendo John Barry (el músico no, otro Barry) el encargado de fabricar aquella extravagancia utilizando bailarinas de striptease del Soho para dar curvas al metacrilato.

En otra ocasión se presentó en su oficina con un puñado de catálogos de lencería y books de modelos de pasarela. Llamó a dos de sus colaboradores, Andrew Birkin e Ivor Powell, para mostrarselos. Las páginas contenían numerosas anotaciones y muchas de las modelos estaban marcadas con una X. Les dijo entonces: “Podríamos hacerlas venir para una audición”. Birkin y Powel, extrañados, sólo atinaron a preguntarle: “¿Por qué?”.

Y es que las audiciones de Kubrick durante la prepoducción de “La Naranja Mecánica” son legendarias. Realizó varios cientos de audiciones siempre para cubrir los papeles femeninos de la película. Nunca hizo audición alguna a un hombre. Según contó la actriz Adrienne Corri (que terminaría apareciendo en la película), ella fue advertida por el director de casting de la curiosa particularidad de los castings del pirado:

“El director de casting me dijo: Adrienne, está pidiéndole prácticamente a todas las actrices de Londres que vayan a su pequeña oficina que tiene una cámara de vídeo escondida y les dice que se quiten la blusa y el sostén para poder verles las tetas. Y yo le dije: Pues una mierda, y me fui a hacer una obra de Iris Murdoch a Greenwich. Otra mujer consiguió el papel, pero después de dos días de estar trabajando la escena, se le habían desgarrado los músculos del estómago y el director de casting volvió a llamarme. Stanley me pidió que me desnudara de cintura para arriba, pero me negué. Suponte que no nos gustan tus tetas, Corri -me dijo-. Le contesté que era una bestia.”

No, no era una bestia. Era el pirado en su salsa. Disfrutó como nunca durante la preparación de “La Naranja Mecánica», pero aún lo hizo más durante el rodaje. Especialmente en la escena en la que Corri es violada por el grupo de drugos. Brutal escena que, a modo de venganza contra la actriz, ordenó repetir decenas de veces.

El era así y así fue siempre. Como muestra sirva esta pequeña anécdota ocurrida durante la frustada preproducción de su “Napoleón”. Para dar una idea a su diseñador de vestuario (John Mollo) de lo que quería, Kubrick contrató a un prestigioso diseñador de ópera y ballet llamado David Walker a quien dio secretas directrices de los dibujos que debía realizar. Varios agotadores meses más tarde, Walker abandonó el proyecto. Su excusa fue, en sus propias palabras, “No voy a pasarme más tiempo haciendo dibujos pornográficos para Kubrick”. Al parecer, el pirado le encargó una serie de grabados en los que mujeres ataviadas con trajes imperio lucían profundos escotes con los pechos saliéndoseles.

No tan conocida es la historia de cómo trató de filmar la primera película pornográfica interpretada por estrellas de Hollywood sin usar dobles y con sexo explícito de por medio. Todo comenzó en 1963, cuando el guionista Terry Southern comenzó a escribir una novela inspirada en el mundo del hardcore que recibió el título de “Blue Movie”. Para comprobar su viabilidad, Kubrick organizó varios pases de películas porno en su casa. Finalmente le confesó a Southern: “Sería estupendo que alguien hiciese una película pornográfica en condiciones de estudio”. Sin embargo, el proyecto no llegó a avanzar demasiado. Lo hermético del circuito azul, las seguras reticencias de cualquier estrella hollywoodiense a prácticar sexo frente a una cámara y el hecho de que la pornografía estuviese prohibida en los States fueron suficiente motivo para hacerle archivar el proyecto de modo indefinido.

No resulta extraño, tras todo lo expuesto, que la última película de Kubrick girase obsesivamente alrededor del sexo y la vida en pareja. En “Eyes Wide Shut” confluyeron todas y cada una de sus fantasías en sus casi tres horas de metraje. Reapareció el vouyer de “Espartaco”, cuando Cruise se infiltra en una multitudinaria orgía. Se reavivió la memoria púber de “Lolita” en forma de insinuante prostituta adolescente ofreciéndose al protagonista. El fetichismo, la violencia, está todo. Incluso la rumorología acompañó el proyecto en forma de falsas leyendas que incluyen inoportunas eyaculaciones de Harvey Keitel sobre la Kidman durante la filmación de una tórrida escena, hasta renuncias de varias actrices a causa de los explícito de sus papeles. Se habló incluso, dada la pasión de Kubrick por la fotografía y las pretéritas experiencias con Weegee en “¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú» o Henri Cartier-Bresson en “El Rostro Impenetrable” (rodaje que el pirado terminó por abandonar), que había contratado a Helmut Newton para realizar una serie de fotos fijas de alto contenido sexual con Kidman y Cruise como protagonistas.

Su carrera no pudo acabar de otro modo que como lo hizo. Ocurrió en la escena final de “Eyes Wide Shut”, y fue Nicole Kidman la encargada de, mirando fijamente a los ojos de su marido, convertir en palabras la eterna obsesión de Kubrick:

Alice: “¿Sabes? Hay algo muy importante que debemos hacer lo antes posible”

William: “¿Y qué es?”

Alice: “Follar”

Cine (porno) dentro de cine…

De la fascinación que siempre ha despertado la pornografía en el cine convencional da fe la gran cantidad de ocasiones en las que éste último ha indagado en los entramados del cine porno. Las miradas que se le han dirigido han sido diversas, oscilando entre la denuncia, lo escatológico y lo cuasi paternal. Lo cierto es que pocas veces se ha hecho justicia al denostado género X.

Hace diez años, Paul Thomas Anderson trató de saldar esa deuda con la esplendida “Boogie Nights”. El auge y posterior caída de un sosias de John Holmes llamado Dirk Digler sirvió al director para retratar de modo concienzudo la edad de oro del porno americano. Pero no conviene olvidar los acercamientos anteriores que la película de Anderson eclipsó. Entre ellos, joyas olvidadas que bien podrían rivalizar (y superar) en calidad con la obra del joven director californiano.

Ésta es una pequeña recopilación de las que a mi juicio son las mejores películas mainstream teñidas de azul…

BOOGIE NIGHTS (1997)

Paul Thomas Anderson echó mano de la peripecia vital de la leyenda porno John C. Holmes para vertebrar parte de la historia de la edad de oro del cine hardcore y su posterior decadencia. Lo hizo de modo coral, tomando como peones las vidas de los personajes que rodean a Dirk Digler, buscavidas sin más talento que el que se ubica en su entrepierna. Película talentosa, pero excesivamente rendida a sus múltiples referencias, lo que termina por socavar su poder de fascinación. El plano final recuerda al cine más desencantado de Fosse, la utilización de la música a Scorsese, los planos secuencia a De Palma. Su éxito contribuyó a la normalización del cine porno al presentar a sus moradores como seres humanos corrientes con los mismos problemas que cualquier hijo de vecino lejos del estereotipo de podredumbre y vício con el que siempre cargaron. Ésa fue su mayor virtud.

DOBLE CUERPO (1984)

La obsesión hitchconiana de Brian De Palma alcanzó su cenit en este homenaje híbrido inspirado libremente en dos de las obras magnas del director inglés: “La Ventana Indiscreta” y “Vértigo”. Exuberante, desvengonzado, excesivo, su mimetización con el genio llegó al punto de hacer suyas las trampas de Hitch e incurrir en los mismos frecuentes errores de guión y racord tan frecuentes en su cine.

Un actor de segunda en paro que se ve obligado a recurrir a trabajos basura para subsistir, siente en primera persona la fascinación ejercida por el mal. La obsesión de un crimen presenciado en la distancia del voyeur terminará por encaminar sus pasos hacia el subterraneo mundo triple X de la recien nacida era del vídeo. Es ahí donde De Palma se chufla de la industria, al presentar a su reverso hardcore como un reflejo cercano, poseedor de su propio star system, de sistemas de producción perfectamente confundibles con los de su hermano rico y un circo mediático autóctono tan ensimismado por su propio ombligo como el que rodea a las estrellas hollywoodienses. Una trepidante obra maestra de vocación trash que aturde con una provocación enfocada a todos los niveles.

INSERTS (1984)

El oficio de francotirador cinematográfico se parece tanto al de director de cine porno que bien podría confundirse. El primero rueda con vocación y sin dinero películas que pocos verán en busca de reconocimiento. El segundo firma una cinta que verán miles de personas que jamás reconocerán el haberlo hecho y su nombre aparece (no siempre) en los créditos de la cinta pero resulta invisible para aquellos que sólo desean ver carne. John Byrum, ilustre miembro del primer gremio, entendió el dilema y se propuso contar la historia del rodaje de un loop porno en la América de los años 30. Barajó con maestría conceptos vampíricos como la droga y la propia adicción al sexo, mezclándolos con el intimismo de la decepción y el hastío, para conseguir una obra redonda en la que se examina el proceso creativo a través de un género cuya regla de oro consiste precisamente en reprimirlo. Una pesadilla comparable conceptualmente al “Arrebato” de Zulueta. Una joya a rescatar que puede provocar profundas cefaleas al espectador medio. Avisados están.

LO IMPORTANTE ES AMAR (1975)

O la pornografía utilizada como metáfora para enfrentarlo al románticismo más desgarrado. Andrzej Zulawski deja de lado a la industria para filmar el particular descenso a los infiernos de una actriz venida a menos (Romy Schneider) que se ve obligada a participar en rodajes porno para sobrevivir. El destino unirá su camino con el de un fotógrafo (Fabio Testi) en plena crisis existencial tras la muerte de un amigo. Junto a él iniciará una apasionada historia de amor que tendrá al débil marido de ella como omnipresente testigo. Tratándose del director de origen polaco, la razón carece de sentido y son los sentimientos más desatados los que inundan la pantalla. Sin recurrir a estúpidos moralismos, Zulawski deja entrever su desdén por la pornografía. Para él, lo importante es amar y el porno supone la supresión de todo sentimiento en favor de una automatizada carnalidad que todo lo corrompe al no hallarse el afecto de por medio. Las desgarradas lágrimas de la Schneider al ser fotografiada mientras hace el amor con un extraño evidencian unas intenciones que en ningún momento se presentan encriptadas. Un puñetazo en el bajo vientre que tal vez encontró un destinatario inesperado.

HARDCORE, UN MUNDO OCULTO (1979)

Como buen calvinista, Paul Schrader resistió los golpes lanzados contra su película de modo estoico. Reaccionario, fascistoide, racista… el viaje de un padre en busca de hija, devorada por el submundo del porno le acarreó tales adjetivos y no pocos insultos. Su pecado puede ser el sensacionalismo, ese regusto por la sordidez extrema que se registra tras cada paso de su protagonista durante su odisea angelina, pero jamás ninguno de aquellos. Schrader se pateó los barrios más degradados de Los Angeles durante meses para contar después lo que vio. Se limitó a lo estético para mostrar a chulos negros abofeteando a prostitutas adolescentes blancas recien salidas de una granja de Kansas que al llegar a la ciudad de los sueños vieron los suyos desaparecer. Espió a babeantes cincuentones introduciendo dólares en escotes de strippers. Hizo la calle con las putas de cinco dólares siguiendo sus andares quebrados por la heroína. Protegido por su aura de superioridad moral, hace que su protagonista se introduzca en el entramado azul tras la pista de su perdida hija. El conocimiento de primera mano del universo oculto y los seres que lo habitan le humanizará, siendo entonces consciente de la angustia de su hija, comprendiendo los motivos que le llevaron a fugarse de la cerrada sociedad del medio oeste en la que creció para entregarse al primero que le ofreció comprensión y ternura.

Nada se dejó Schrader en la manga para ilustrar su viaje. Todo el muestrario de perversiones (incluido lo enfermizo, llámenlo snuff movies) aparece en su doloroso metraje. Tal vez sea su acomodaticio final su único hándicap. La rumorología insiste en atribuirle a “Hardcore” un final impuesto por la productora, señalando que el desenlace soñado por Schrader sustituía el feliz reencuentro de padre e hija por el desdén de ésta, al ser localizada, eligiendo quedarse con los tipos que la explotan (su “autentica” familia) a regresar con su padre al lugar en el que fue tan desdichada. Y lo cierto es que ese final encaja con Schrader como un condón XXXL en la herramienta de trabajo de Johnny Holmes.

Décadas más tarde, Joel Schumacher se inspiró putativamente en la película de Schrader para filmar la deleznable “Asesinato en 8 mm”. Sordidez de manual, moralina vergonzante y final convencional para coronar el despropósito, son excusa suficiente para apartarla de esta breve lista. Como fuera han quedado la fantasía adolescente “The Girl Next Door”, el esforzado biopic de los hermanos Mitchell filmado por Emilio Estevez “Rated X”, patochadas como “El Gurú”, ácidas sátiras a medio gas como “Orgazmo” y otras tan estimables como la argentina “Una Noche con Sabrina Love” o tan infumables como “Wonderland”. Probado queda pues que el porno no sólo alimenta las fantasía solitarias de los pornófagos anónimos. Ahora, liberados del estigma, sólo falta aplicar al cine azul el sueño que una vez proclamó Pier Paolo Pasolini: “La única libertad que entiendo es la que no tiene límites”.

Posteo publicado originalmente en Tierras de Cinefagia en 2007. El brillante trabajo gráfico es obra del Sr. Yume. La torpeza de las letras es achacable a mí.