El Evangelio Según John Milius…

«Trato de imprimir cierta inocencia en mis películas. Me gusta pensar en que hago lo que quiero sin sermonear al espectador. Y cuando trato de aportar una opinión personal, lo hago con mucha sutileza. Así es como hago las cosas. Como Herman Melville en Moby Dick. Él contó la historia de un capitán obsesionado con cazar una ballena blanca, pero no te dijo esto es lo que debes pensar«.

«Estaba viendo a Rush Limbaugh (popular periodista ultraconservador) hace un par de noches y me horroricé. Alguien debería coger a ese tipo y descuartizarlo. Estaba dando la cara por esos cerdos de Wall Street. Sentí asco por compartir país con ese desgraciado».

«El oficio de escritor es el mejor del mundo. Especialmente si eres una persona solitaria como yo. Estás solo con una historia que narrará lo que tú quieras. Te conviertes en un demiurgo con todo el control sin que nadie venga a joderte con imposiciones».

«Me siento orgulloso de haber escrito Apocalipse Now. Es la película que justifica mi carrera. Siento que hice algo realmente grande. Hubiese dado cualquier cosa por haberla dirigido. Pero Francis estaba por allí. Maldito bastardo».

«Considero El Viento y el León mi primera película de verdad. La dirigí como lo hubiese hecho David Lean: sumando épica, acción y lirismo. Parte de la crítica me acusó de ser un reaccionario tras su estreno, cosa que me hizo mucha gracia. Tras leer una de las peores críticas que recibí, le propuse al periodista ver la película conmigo para darle una visión más amplia, pero se negó. Ni siquiera respondió a mi invitación. Seguramente se asustó al imaginarse sentado en un cine junto a ese bárbaro que hace películas».

«Francis (Ford Coppola) es el mejor de todos nosotros. Tiene más talento en su dedo meñique que todos esos gilipollas con ínfulas de autor.»

«Suelen decirme que alegrame el día (diálogo de Harry el Sucio) es lo mejor que he escrito».

«Soy una persona solitaria. Un tipo de montaña. Eso implica un montón de buenas cualidades que te ayudan a mantener tu integridad artística intacta, pero no hace tu vida más fácil. Cuando Sydney Pollack me dio un ultimátum tras leer el guión de Las Aventuras de Jeremiah Johnson, le dije que no podía hacerlo mejor. Me respondió que no quería un guión mejor sino distinto. Entonces le dije que buscase a otro guionista. Si hubiese escrito algo distinto no habría sido mío».

«Apenas pronuncié una palabra durante mi matrimonio hasta que le dije a mi mujer cuando me pidió el divorcio»

(Sobre la marginación a la que le sometió la gran industria). Recuerdo el estreno de Amanecer Rojo y a todos aquellos buenos chicos de universidades caras llamándome fascista. ¿Qué sabían ellos sobre mí? Ni siquieran habían visto la película. Me sentí como Ethan en Centauros del Desierto. Había hecho mi trabajo y estaba solo. No recibí ni una sola llamada solidarizándose conmigo después de aquello. Supongo que mucha gente piensa en mí como una amenaza para la civilización occidental».

John Milius

En busca de la fe perdida…

A lo largo de varias décadas, Pedro Almodóvar ha conseguido aglutinar en torno a sí un enorme ejército de seguidores incondicionales que profesan la fe almodovariana. Una especie de nueva religión que separa a los que aman su cine de aquellos que lo detestan o, simplemente, lo ignoran. El problema surgió en la segunda década del siglo XXI, cuando el estreno de «La piel que habito» trajo consigo las dudas de muchos de sus acólitos. «Los amantes pasajeros» (película con la que yo confieso disfruté) planteó un nuevo e inesperado panorama: la deserción de todos aquellos que abandonaron la fe almodovariana tras presenciar aquel recital de situaciones y chistes soeces engarzados en una trama más propia de un episodio de «Aquí no hay quien viva». Con la crisis abierta en canal, el director ha decidido aportar por el salto al vacío con «Julieta», confiado en que las legiones que le siguen siendo fieles den el paso adelante tras él en una especie de prueba de fe.

De las influencias almodovarianas se ha hablado y escrito hasta el hartazgo. Fassbinder y Douglas Sirk son las más evidentes en lo cinematográfico. Las más sutiles en las formas. De informarnos sobre el resto se ocupa el director bombardeándonos con libros de Janet Frame posados sobre una mesa, cuadros de algún miembro de The Factory colgando de las paredes, cds de Ryuichi Sakamoto semiabiertos y boleros de Chavela Vargas sonando en cuanto surge la ocasión. Referencias (todas ellas elogiables) que los acólitos parecen reclamar con afán de hacer recuento para comentar más tarde sus hallazgos con otros acólitos. El objeto de toda esa gratuidad, me temo, no es otro que reafirmarse como el ser más almodovariano del planeta al haber sido capaces de ver el lomo de una novela de Patricia Highsmith en un cajón que nadie más alcanzó a ver. Una especie de ¿dónde está Wally? aplicado al postureo más simplista. La sutileza queda para otros. Almodóvar siempre presumió de elaborar los diálogos más barrocos, de componer los escenarios más chic, de aplicar cualquier tipo de exceso a sus tramas confiado en que siempre sería interpretado como parte de su vasto munto interior. Al fin y al cabo, en el universo almodovariano cabe todo, siempre que haya sido bendecido previamente por el director manchego.

Pero algo ocurrió hace cinco años, cuando las críticas de los pretorianos comenzaron a brotar. De repente todo fue susteptible de ser cuestionado. El cartel de «Julieta» (que referencia al mito cristiano de la Verónica) levantó el estupor de sus fans. Después se puso en cuarentena el contenido de la película tras el estreno del trailer. Finalmente, muchos de los más fieles comenzaron a dan cancha a las críticas de Carlos Boyero (némesis del director), siempre deseoso de hacer sangre. Situaciones, en verdad gratuítas, que en realidad ocultaban el temor al desencanto. ¿Es posible que el cine de Almodóvar, siempre en la vanguardia de la vanguardia, se haya quedado anticuado? Es posible. O quizás sus más férreos admiradores han dejado de orgasmar con las caprichosas ocurrencias del director. Aquellas que un día tuvieron un sentido coyuntural y hoy han sido superadas por nuevas claves y nuevos lenguajes. Para probar tal teoría basta con visionar «Julieta». Un bloque inexpugnable de emoción contenida que emana convencimiento de su propia genialidad. Un puzzle sin solución que yerra en su obsesión por prometer al espectador emociones que jamás le proporcionará. Una historia con poca sustancia poblada por personajes que nunca llegaremos a conocer. Un artefacto, en resumen, carente de alma que rebosa pretenciosidad, esteticismo y vacío.

El elemento más llamativo de «Julieta» es su brillante arranque. Inquietantes y fluídas escenas suavemente acentuadas por la banda sonora de Alberto Iglesias. Un arranque que terminará siendo su peor estigma pues ninguna de las propuestas que establece llegará a cristalizar. En lugar de continuar el sendero trazado, Almodóvar prefiere divagar zarandeando la trama sin sentido hasta despojarla de cualquier atisbo de coherencia. Pero lo que un día fue motivo de regocijo (las tramas inverosímiles) son hoy día una rémora que provoca vergüenza ajena. Una vez finalizada la excelente escena del tren, con todas las piezas dispuestas para armar una historia brillante, las intenciones del director se difuminan con absurdos viajes de ida y vuelta, apuntes de vida escolar que nada aportan, contenidos vaivenes emocionales que le traen al pairo al espectador y una serie de claves mostradas de modo tan evidente que resulta difícil no desencantarse ante la total ausencia de mano izquierda. No se trata de que el director tome por idiota al que mira. Es otra cosa. Somos testigos de la impotencia creativa de alguien que rozó la excelencia veinte años atrás (los almodovarianos reducirían esta cifra a diez años o menos, pero confieso que no pertenezco a tal credo).

Pese a la excelente dirección de actores, la trama agota, se torna cansina al punto de que agradecemos que la agonía termine pronto y de un modo abierto. De haber cerrado la historia la decepción habría sido aún mayor. Al menos eso nos queda, la esperanza de que, como dijo Rocky Balboa, aún quede algo en el sótano.

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Diablogo: Aquella en la que Prince y Michael Jackson se llamaron por teléfono…

No es algo misterioso ni oculto, pero no muchos saben que  Prince y Michael Jackson estuvieron a punto de grabar «Bad» a dúo. El plan original ideado por el genio de Gary (Indiana) presentaba una lucha de egos de las dos grandes estrellas del funk del momento. Pero, con todo listo para grabar, Prince se apeó del proyecto. Las especulaciones desde entonces fueron numerosas: miedo a medirse con Jackson, advertencias de su discográfica de que estaba a punto de cometer el error de su vida, una sonora bronca entre las estrellas pocos días antes. Lo cierto es que «Bad» terminó siendo una de las canciones emblemáticas de finales del siglo XX, y que el papel de Prince le fue otorgado a Wesley Snipes en el célebre vídeo dirigido por Martin Scorsese.

Hace pocos años, Prince (o The Symbol) habló al fin sobre sus motivos para echarse atrás en el programa de Chris Rock. Su poco creíble excusa fue que la letra de la canción incluía una estrofa que rezaba: «tu culo es mío» en boca de Jackson mientras miraba fíjamente al pequeño príncipe de Minneapolis. Según sus palabras: «Ni yo te voy a decir eso, ni tú me lo vas a decir a mí». Pudorosa reacción difícilmente creíble en alguien que siempre jugó con la ambigüedad sexual tanto en su música como en su imagen.

Puestos a elucubrar, recupero la sección de Diablogos que un día robé a Mycroft, para imaginar cómo fue aquella llamada telefónica:

Jackson: Sí.

Prince: Hola, Michael. ¿Sabes quién soy?

Jackson: Claro que sé quién eres. El tipo que mañana cantará conmigo la mejor canción pop de la historia. Vamos ha reescribir la historia de la música, tío.

Prince: La verdad es que no sé cómo decirte esto… ¿Recuerdas la historia que me contaste la última vez que nos vimos. Cuando tu padre te quitó a tu perrito como castigo tras una mala actuación de los Jackson Five y cómo aquello significó una gran decepción en tu vida?

Jackson: Desde entonces no he podido mirar a un perro. Es demasiado doloroso.

Prince: Pues imagina que pierdo el avión a Los Angeles de esta tarde y no puedo grabar «Bad». Es más, imagina que no lo tomo porque no quiero hacerlo. Espero no decepcionarte…

Jackson: ¿Pero qué estás diciendo? ¡Es una canción cojonuda! ¿Vas a perder la ocasión de cantarla conmigo?

Prince: Claro que es buena, pero no es mi estilo. No me va hacer duetos con otros tíos.

Jackson: ¡Vamos, todo el mundo sabe que no eres gay!

Prince: No es solo eso. La canción tampoco encaja conmigo. Mido un metro cincuenta y siete, joder. Vivo semirecluído en mi casa porque la gente me asusta. ¿Crees que puedo liderar una banda de chicos malos?

Jackson: Yo vivo en Wonderland con un orangután llamado Bubbles y lo voy a hacer. ¿Por qué tú no?

Prince: No es mi tipo de música. Ofrece la canción a alguien más acorde. A Rock Stewart o alguien así.

Jackson: ¿Rock Stewart? ¿Qué estás insinuando?

Prince: Joder, que tú grabaste «Say, say, say» con MacCartney. Sabes que esa canción es una mierda. Eres un genio, pero a veces el filtro te falla.

Jackson: «Say, say, say» era un divertimento. Paul y yo lo pasamos genial. No pretendíamos otra cosa.

Prince: ¿Y qué me dices de «Ebony and Ivory»? Es un puto himno de iglesia baptista.

Jackson: Es una canción que habla de la concordia. El tipo de música que nos hace mejores seres humanos.

Prince: Venga ya.

Jackson: ¿Sabes qué? Prefiero que no vengas.

Prince: No pensaba ir.

Jackson: Entonces no tenemos más que decirnos.

Prince: Vamos no te enfades. Siempre puedes ofrecer la canción a Madonna. Esa tía es más masculina que nosotros dos juntos.

Jackson: Se acabó, la cantaré yo solo y que te jodan.

Prince: Vale, vale. Solo una cosa más…

(Jackson cuelga el teléfono)

Prince: ¡Qué borde! Iba a decirle que tenga cuidado con el tipo que va a dirigir el vídeoclip. No me parece de fiar. En fin, a lo mío. ¡¡Vanity!! ¡¿Aún está caliente el jacuzzi?!

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Que los ángeles del cielo te guíen. Que os guíen a los dos. Gran parte de mi adolescencia transcurrió con vuestra música sonando de fondo. Esa deuda es impagable…