Fue por Virginia…

Escribió el añorado Juan Antonio Cebrián que si hubo algún momento de felicidad en la vida de Edgard Allan Poe fue al lado de Virginia Clemm. Para un huérfano temprano que siempre tuvo miedo de la gente sólo había dos caminos: los mundos interiores y la botella. Poe eligió los dos.

Extremadamente tímido y asustadizo, el primer día que puso sus pies en una academia militar murió. Su tío le forzó a seguir la carrera convencido de que una vida marcial enderezaría al joven que escribía historias de terror gótico y poemas descarnados en los que expresaba su temor a no ser querido jamás. Pasó lo que debía ocurrir: bebió sin parar hasta la fecha de su temprano licenciamiento. Se decía de él que después de tomar la primera copa, cuando los muros de la timidez y el miedo se derrumbaban, se convertía en el hombre más brillante imaginable. Después de la segunda se convertía en el ser más odioso del orbe.

La cuestión es que conoció a Virginia y se enamoró. Como nunca lo había estado antes, más allá de las ensoñaciones del amor, se acogió a las novelas románticas que situaban docenas de obstaculos en el camino de los amantes. Los suyos se reducían al parentesco de sangre que les unía: eran primos hermanos. De modo que se casaron en secreto, sin contar con el beneplácito familiar, y Poe comenzó a rebrotar. Aparcó sus hábitos alcohólicos y encontró trabajo como periodista. Incluso llegó a fundar su propio periódico que años después, como todo lo que emprendió, termino por fracasar. Eso no le importaba mientras estuviera Virginia. Por las noches acudía al lado de su mujer para refundar su país de dos. Era tan feliz que ni siquiera escribía.

La tuberculosis se llevó a Virginia once años más tarde. Comienza entonces la deriva de Poe al tiempo que llegan sus mejores obras. Los últimos seis años de enfermedad de su mujer son terribles para él. Una noche, tras acostar a Virginia y lavar la docena de pañuelos empapados de un esputo sanguinoliento que se recrudece con el paso de los días, abre un armario de la despensa en el que guarda varias botellas de aguardiente. Poe no puede soportar el ver apagarse a su mujer y recurre al refugio seguro que siempre le ofreció la botella. A la muerte de Virginia es ya un tipo tan inestable que sus conocidos le rehuyen al verle enfilar la calle.

Las tinieblas interiores proyectan luz en sus escritos. Nacen «El Escarabajo de Oro», «El Gato Negro», «El Cuervo», «Los Crímenes de la Calle Morgue». También comienza a cortejar a otras mujeres, siempre viudas y con gran parecido a Virginia, que le reciben con escepticismo para rechazarle sistemáticamente a causa de su carácter errático y sus malos hábitos. Bebe sin parar y gusta de pasear por las noches, cuando las calles de Baltimore se pueblan de prostitutas y rateros de navajazo fácil.

Entre fracaso y fracaso, una constante en su vida, conoce a Annie Richmond. Amparado por la complicidad que ella le otorga, utiliza su casa como cuartel general en sus vanos intentos por seducir a otras mujeres. Mujeres que en realidad no le importan. Menos aún cuando la melancolía, cada día más intensa, le empuja contra las paredes. En casa de Annie intenta suicidarse por primera vez ingiriendo una botella de láudano que termina vomitando. Durante su convalecencia, Annie le suplica que deje de matarse. Poe acepta a condición de que Annie no vuelva a dejar asomar las lágrimas que pueblan sus ojos cada vez que se sitúa frente a su cama. No tardó más de un día en incumplir su promesa.

Tras una nueva ruptura sentimental, Sarah Elmira Royster acepta desposarse con él a condición de que renuncie al alcohol y las drogas. Poe acepta y se fija la boda para un mes más tarde, tiempo que emplea en regresar a Baltimore en busca de su suegra Maria Clemm para que ofice como testigo en su boda. Su pista desaparece entonces para reencontrase con un hombre que avisa a las asistencias sanitarias tras encontrar a Poe tirado en las calles de Baltimore en un estado lamentable. Murió cuatro días más tarde por causas ignotas y sin llegar, en los cuatro días que pasó en el hospital, a lograr el estado de lucidez necesario para explicar los motivos que le habían llevado hasta allí. Es de suponer que la desazón, que lleva tanto tiempo creciendo en él, terminó por germinar.

Dos meses antes de su muerte escribió a Maria Clemm, su confidente, madre de la única persona a la que amó:

«Ahora ya de nada sirve razonar conmigo; no puedo más, tengo que morir. Desde que publiqué «Eureka» no tengo deseos de seguir con vida. No soy capaz de escribir más (…). Desde que me encuentro aquí he estado en prisión una vez por embriaguez, pero te juro que aquella vez no estaba borracho. Fue por Virginia.»

De Puertas Adentro…

Hay en «Canino» (Giorgios Lanthimos, 2009) una cruda disección de la familia sin compasión alguna que utiliza el humor como válvula de escape, imprescindible para regular tal densidad. Inquietante en un principio, patética en adelante, Lanthimos ofrece una visión satírica que retroalimenta una trama que rápidamente amenaza con mutarse en repetitiva.

Sin duda excelente en su planteamiento, es el irritante tono indie que imprime su director a la narración (mostrado de modo altivo en ocasiones y en otras como muestra distintiva de su razón de ser) su mayor hándicap por la escasa sutileza que demuestra en la exposición y su vocación críptica mal entendida. Pese a ello «Canino» no flaquea en exceso y mantiene un tono notable al que se pone punto final cuando la amenaza de la indiferencia comienza a asomar peligrosamente.

Impecable el trabajo actoral que contribuye al premeditado exceso mediante nada disimulados homenajes al cine de Pasolini (en lo conceptual) y Kubrick (en lo visual), el peligro que amenaza al recuerdo de la película se localiza en su cuestionable fortaleza para soportar la erosión del tiempo. De vocación elitista, de esa que puede llegar a despreciar a sus propios adeptos, es probable que su rugosa textura no sea lo suficientemente dura para soportar análisis y disecciones profundas, riesgo al que los cineastas que renuncian a la emoción o la expresan de un modo aséptico deben estar dispuestos a afrontar. Porque la película de Lanthimos no excluye, es posible, pero los candados de sus puertas son tan gruesos…

Yo, Espía…

Hubo un tiempo en el que la línea apolítica y descreída de mi familia se quebró. Fue la época en la que mi padre tonteó con la idea de afiliarse al partido comunista y decidió hacer participes de ello a mi hermano y a mí. Apenas tenía nueve años entonces pero recuerdo los mítines en salas abarrotadas, las banderas republicanas por todas partes y las cinéfilas sesiones de “formación” en las que vi por primera vez “Octubre” de Eisenstein. Todo ello influyó de una manera tan radical en mí que durante los primeros años de adolescencia sufrí agresiones y provocaciones a causa de las pegatinas de la hoz y el martillo que orgullosamente lucía en mis carpetas. No se preocupen… aquello no duró demasiado. Tanto mi padre como nosotros recobramos el sentido común poco tiempo después.

Ya están documentados. Ahora les contaré una historia… Hace unos días, mientras rebuscaba en el trastero los dos volúmenes de “Hollywood Babilonia” que enterré allí hace años, me topé con un pequeño libro que ya había olvidado…

Sí señores, “URSS: 100 Preguntas y respuestas”. Entonces me sumí decimonónicamente en el recuerdo al tener semejante joya en las manos…

Recordé que en mi último año de la desparecida EGB se nos encargó un trabajo en el que debíamos escribir a una embajada extranjera solicitando información del país en cuestión. Unos eligieron Brasil. La mayoría se decantaron por los States (a quien todos dicen odiar pero que tienen tanto tirón), otros por Alemanía, algunos por Gran Bretaña. Nunca olvidaré que mi mejor amigo eligió Costa Rica y le enviaron folletos, un libro y un bolígrafo con su escudo nacional.

En fin… ¿Qué país creen que elegí yo?… No resulta difícil de adivinar. Fui el único, además, en tomar semejante decisión. Y como pueden imaginar, mientras todos mis compañeros iban recibiendo paulatinamente sus paquetes, yo, otra víctima de la monstruosa burocracia comunista, fui el último en recibir el mío que se limitó a un triste libro editado descuidadamente y a una revista panfletaria titulada «Quienes amenazan realmente la paz» con un misilazo con la bandera yankee en la portada.

Estructurado en 100 preguntas y sus correspondientes respuestas, el contenido del libro es una delicia. He seleccionado tres de las preguntas y respuestas que contiene. Pónganse cómodos y disfruten…

93.- ¿Por qué tienen tan pocos automóviles particulares?

– No son tan pocos. “El automóvil no es un artículo de ostentación, sino un medio de locomoción”. En 1965 en la URSS se vendieron 64.000 automóviles. Ya en 1970 la cifra alcanzó el número de 123.000.

Mareantes cifras para un país de 300 millones de habitantes. La sentencia que afirma que el coche no es un artículo de ostentación haría llorar a muchos (hombres mayormente).   Sigamos…

40.- ¿Por qué en la URSS están prohibidas las huelgas?

– En la Unión Soviética no están prohibidas las huelgas. Simplemente no las hay porque carecerían de sentido. Recordemos la frase de Lenin: “el recurso de la lucha huelguistica en un estado con un poder estatal proletario, puede ser explicado y justificado sólo por tergiversaciones buracráticas del estado… así como por el bajo desarrollo político y cultural de los trabajadores”

Otra vez citando las sentencias bíblicas del querido líder. Esta vez asegurando, en otras palabras, que en un estado proletario el que hace huelga es gilipollas. No se vayan todavía, aún hay más…

32.- ¿Por qué tienen un solo partido? ¿Son compatibles el socialismo y el pluripartidismo en la URSS?

– El hecho de que en la URSS hay sólo un partido se debe a condiciones históricas concretas.Los partidos pequeñoburgueses no fueron disueltos, como afirman algunos historiadores de occidente, fueron desapareciendo de la arena política a medida que iban perdiendo la confianza del pueblo. Así pues, el propio curso de los acontecimientos históricos obligó a los comunistas a asumir la plena responsabilidad del destino del país.

Que admirable abnegación y sentido del deber la del partido. Qué, ¿cómo se les ha quedao el cuerpo?. Pues eso no es lo peor…

Esta pequeña pieza de coleccionista venía acompañada de una carta de la agencia Novosti (También apreciable en la foto) en la que se me agradecía mi interés y se adjuntaba una pequeña encuesta en la que se interesaban por mis aficiones, edad y estudios para culminar con esta inquietante pregunta…

¿Estaría usted interesado en emigrar a la Unión Soviética?

No envié el cuestionario, pero sí que lo rellené. ¿Qué creen que respondí a aquella malévola pregunta?

Sólo espero que haya quedado claro que si alguna vez se desclasifican los archivos de la KGB sean conscientes de que si ven mi nombre por ahí mi aportación al espionaje soviético se limitó a una inocente carta enviada por un adolescente confuso.

El Final del Camino…

El anciano militar recoge la mano de su esposa al tiempo que hablan de sus cosas. Ella no se encuentra bien, el dolor lleva oprimiendo su pecho todo el día por lo que su marido soporta su peso al acompañarla camino de la mecedora del hall. Ha pensado que tal vez el aire del crepúsculo le siente bien. Tras ayudarla a sentarse, él se presta a llevarle un chal que resguarde sus hombros de la brisa nocturna que comienza a soplar. No lo ha visto, pero la mano de su mujer se balancea inerte mientras sigue rebuscando en el armario. Al volverse, el viejo militar se da cuenta de que su mujer no ha respondido a ninguna de sus palabras. Se percata de que su brazo yace desplomado como si de una muñeca de trapo se tratase. Se da la vuelta y lentamente se dirige hacia la puerta. Tras observar dulcemente a la que ha sido su mujer durante cuarenta años le coloca delicadamente el chal, para después sentarse a su lado para contemplar el que será último anochecer que compartirá con ella.

El Mejor Director de Cine del Universo…

“Si podemos darnos de ostias, ¿por qué estamos discutiendo?”

Es posible que no conozcan esta historia que lleva algún tiempo revoloteándo por la Burrosfera, esta vez más burra que nunca. Para comprenderla necesitarán saber lo muy odiado que es el director (es un decir) Uwe Boll por los aficionados al fantástico, para lo cual les bastará con ver alguna de sus películas.

Lo cierto es que harto de leer y escuchar las perlas que le llueven por todas partes, no hace mucho tiempo decidió retar a un combate de boxeo a todo aquel que no supiese valorar las bondades de su cine. Por supuesto le llovieron las ofertas, que el mundo está lleno de tronados dispuestos a cualquier cosa con tal de llamar la atención. Y cómo no, entre ellos figuraban varios bloggers españoles.

Teniendo en cuenta que Boll practica el boxeo desde que era adolescente, sumado a la triste forma física que, como era de esperar, presentaron sus oponentes, el resultado de la experiencia fue desolador.

Compruébenlo ustedes mismos…

Y aunque da la impresión de que el tal Lowtax se habría derrotado solo sin necesidad de que Boll apareciese por allí, lo cierto es que la misma degradante paliza fue recibida por rivales aparentemente más consistentes.

Pero la historia que más les interesará es la de Carlos Palencia, alias Oso, quien plantó cara al director alemán en un combate más o menos amañado en el que la consigna era no hacerse demasiada pupita mutuamente. El propio Oso quiso aplacar la vergüenza ajena que produjo tan triste exhibición haciendo público un autentico manifiesto de patetismo a flor de piel del que no puedo dejar de citar este memorable fragmento:

“Los que se han reído alegremente de mi papada, deberían saber que el médico me ha dicho que es probable que tenga bocio (en próximas semanas me harán pruebas y lo confirmarán). En pocas palabras, que os habéis reído de un posible enfermo. Sentiros orgullosos.”

Dios, si Seth MacFarlane tuviese noticia de esto…

En fin… Tras resucitar el espíritu de Rocky Balboa en un impagable video-reto que penosamente ha desaparecido de la virtualidad, el pseudocombate,  que podría formar parte de cualquier episodio del show de Benny Hill sin desentonar, se celebró en algún lugar de Andalucía. Pasen, vean y no se pierdan las filigranas arty del operador de cámara. A medio camino del caspashow y una película de Mariano Ozores…

Si pensaban que no había forma humana de caer más bajo que Mickey Rourke atizándose con borrachos de bar en un ring, ya habrán podido comprobar el grado de degradación alcanzado por el antaño noble deporte que reglamentara el marqués de Queensberry en el siglo XIX.

Sólo añadir que en la Antártida, y mientras salte charcos, Uwe Boll siempre será considerado el más grande director vivo… al menos sobre un ring.


Cuando Fuimos Inocentes. Música de cine en los 70. Corte I…

Acababa de iniciarse una nueva década. Al margen del tumultuoso estados de las cosas ahí fuera, el mundo del cine mantenía una guerra contra la televisión que se estaba perdiendo. El cine europeo, y en menor medida el asiático, marcaban las tendencias cinematográficas. El sistema de estudios hollywoodiense se había venido definitivamente abajo y las estrellas se reformulaban ahora con menos brillo. La década de los setenta se presentaba con el género catastrofista como exponente de lo que reclamaba el público mientras el cine de autor, estancado en sus endogámicas premisas, comenzaba un lento e imparable declive. Fue entonces cuando una nueva generación de cineastas propulsaron el renacimiento del cine americano. Coppola, de Palma, Spielberg, Lucas, Scorsese, Friedkin, Penn, Rafelson, Benton, Bogdanovich y así hasta tres docenas largas de nombres que iniciaron la revolución que cambió para siempre el mundo del cine. El resto del mundo cinematográfico tardó en reaccionar al terremoto y cuando lo hizo la desventaja era tal que costó ponerse a rebufo del gigante.

Pero ellos solos no habrían logrado nada sin los equipos que los respaldaban. Y entre la maraña técnica y artística figuran los departamentos musicales. Tras los actores, tal vez sea la música el elemento más reconocible de una película. Muchos de los compositores que dieron forma a la década llevaban toda una vida orquestando historias para la pantalla de plata. Algunos más llegaron para quedarse. La mayor parte son simples nombres a los que cuesta poner rostro. Cuestión que a ellos, con seguridad, les importa poco pues es su música la que se incrustó en nuestras memorias y eso les basta.

Junto a Carles (Cinempatía) inicio aquí una retrospectiva sobre las melodías que forman la banda sonora de nuestras vidas. Disfrútenla…

«ASESINO IMPLACABLE» (Get Carter, de Mike Hodges, 1971)

Partitura de Roy Budd

Y, por mi parte, empiezo con un autor y una película que nada tiene que ver con lo señalado en el post introductorio. El thriller ‘Get Carter’ que protagonizó Michael Caine, que aquí se retituló de manera más explícita como ‘Asesino implacable’, y que también inspiraría a Sylvester Stallone un remake en 2000 que nadie vio, al menos en los cines (era cuando las películas de Sly eran puro veneno en taquilla, aunque después resurgiría de sus cenizas con las nuevas entregas de Rambo o Rocky). Para la ocasión, el londinense Roy Budd, que murió prematuramente a los 46 años, creó una de las bandas sonoras, con música instrumental y canciones, consideradas como una de las mejores del cine cine británico de la década. Y el caso es que su tema principal tiene su qué y, ¡créanme!, sigue funcionando.

«EL DÍA DE LOS TRAMPOSOS» (There Was a Crooked Man, de Joseph Leo Mankiewicz, 1970)

Canción de Charles Strouse y Triny Lopez

Antes comentaba que hubo una etapa en que las películas de Stallone no interesaban a nadie. Bien, pues esta es una de las canciones que nadie, o casi nadie, citaría como una de las más representativas o recordadas de los 70. Tal vez sea mi predilección por Mankiewicz o por este western atípico, plagado de socarronería y mala leche, que protagonizaron Kirk Douglas y Henry Fonda lo que me ha hecho decidirme. Y como muy bien explican los rótulos de inicio y final del siguiente video de Youtube, la música fue compuesta por Charles Strouse (la mítica ‘Bonnie & Clyde’ o la adaptación del musical ‘Annie’ a cargo de John Huston figuran en su extenso currículum) y la voz la puso Triny Lopez. Quizá no sea una de las canciones de los 70, pero es que cada vez que la escucho me entran unas ganas enormes de ponerme sombrero y montar a caballo (olvidándome incluso que nunca he subido encima de uno) rumbo a parajes aventureros… por cierto, la melodía y la canción es además de lo más divertida.

«EL VIENTO Y EL LEÓN» (The Wind and the Lion, de John Millius, 1975)

Partitura de Jerry Goldsmith

Y llegamos a Jerry Goldsmith. Sí, el otro responsable directo de crear algunas de las más hermosas y perdurables (también inquietantes) bandas sonoras de los 70, y de la historia del cine. La ilustre Academia de Hollywood (¡ja, ja! ) sólo le llegaría a otorgar en competición un Oscar a lo largo de su carrera (fue por ‘La profecía’). Un sonido épico, entre romántico y contundente, que nos traslada a las agitadas tierras de Marruecos de a principios del siglo pasado. Ideal para escuchar sola o en sesión doble junto con ‘Lawrence de Arabia’, de Maurice Jarre. Pero no hay repetición respecto a la obra maestra de Jarre. Goldsmith más bien siguió los dictados de su mentor, el grandísimo Rózsa.

«LA VIDA PRIVADA DE SHERLOCK HOLMES» (The Private Life of Sherlock Holmes, de Bily Wilder, 1970)

Partitura de Miklós Rózsa

Puesto que he citado a Rózsa allá vamos. Y es todo un regalazo porque viene acompañado de una película de Billy Wilder. Para esta partitura ( ¿he dicho ya lo de una de las obras maestras de la banda sonora de todos los tiempos?), Miklós Rózsa echó mano a una antigua obra suya, ‘Concierto para violín’ (1953), seguramente inspirado por el elemento común denominador en cuanto a música de la afición sobradamente conocida del detective de Baker Street por dicho instrumento de cuerda, y le añadió algún tema original más como un maravilloso vals. ¡Imprescindible!

«ASESINATO EN EL ORIENT EXPRESS» (Murder on the Orient Express, de Sidney Lumet, 1974)

Partitura de Richard Rodney Bennett

Hablar de vals es hablar también de elegancia, y Richard Rodney Bennett es reconocido como uno de los más prestigiosos creadores de bandas sonoras británicas. Lumet dirigió un reparto lleno de intérpretes famosos Albert Finney, Lauren Bacall, Vanessa Redgrave, Richard Widmark, John Guielgud, Ingrid Bergman, Sean Connery… y Bennett aplicó un original sentido al relato de Agatha Christie. Misterio y crímenes resueltos (musicalmente hablando), en clave no de tensión e intriga sino curiosamente con cierta distancia, distinción y humor, centrándose en esa variada fauna de porte aristocrático que viaja en el Orient Express, y como quitándole hierro al caso del infalible Hercules Poirot investigando un sangriento asesinato.

En el primer video podemos apreciar el tema del Vals muchísimo mejor, en todo su esplendor orquestal (y siempre que no les importe la colección de postales que van surgiendo, cuya mayoría no tienen nada que ver con la película o el compositor). El segundo se corresponde con su integración original en una de las escenas de la pelicula, concretamente en la partida del tren.

“CARRIE” (Carrie, de Brian de Palma, 1976)

Partitura de Pino Donaggio

Brian de Palma acostumbra a usar melodías intimistas para introducir el perfil de unos personajes siempre sometidos a circunstancias y presiones extremas. El lirismo le sirve de contrapunto para mostrar primero su desazón y más tarde sus razones antes de que la crispación haga acto de presencia en sus vidas.

Para llevar al cine la célebre novela de Stephen King, de Palma mostró el mundo interior de Carrie, tan sereno como lleno aristas, con precisión de cirujano gracias a la extraordinaria partitura compuesta por el italiano Pino Donaggio. Músico muy conocido gracias a su exitosa carrera como cantante melódico, su experiencia en el cine se limitaba a tres películas italianas de escaso calado que convertían el resultado final de su trabajo en una incógnita. La confianza del director italoamericano no mostró fisura alguna en su respaldo al novato y ganó. Hoy día, la escena de apertura de “Carrie”, mientras Sissy Spacek se ducha acariciada por los compases de la banda sonora de Donaggio, mantiene la sugerencia y el escalofrío en gran medida gracias a su delicada melodía.

“TAXI DRIVER”(Taxi Driver, de Martin Scorsese, 1976)

Partitura de Bernard Herrmann

En el último tramo de su carrera, cuando pocos concedían a Herrmann la opción de reinventarse, el músico compuso una icónica banda sonora alejándose radicalmente del estilo que le convirtió en colaborador imprescindible para Alfred Hitchcock.

La historia de Travis, tronado taxista neoyorkino que trata de redimir al mundo para justificar su hueco y aliviar así un dolor que le consume por dentro, precisaba de altas dosis de intimismo tamizado por sus vivencias en las cloacas de la ciudad. Herrmann usó una sugerente partitura con evidentes influencias blueseras y jazzisticas para ilustrar la odisea de Travis entre el humo de las alcantarillas, los proxenetas y la locura. El estremecedor resultado contribuyó a que el mito Scorsese se afianzase gracias a una película mítica que mantiene intacta su capacidad de emoción.

“TIBURÓN” (Jaws, de Steven Spielberg, 1975)

Partitura de John Williams

Williams, quien siempre deberá cargar con los adjetivos de reiterativo y grandilocuente, posee un talento poco habitual a la hora de musicalizar una historia. Capaz como pocos de fundir la melodía con las imágenes hasta lograr la máxima cinematográfica de hacer pasar desapercibida la partitura, la fuerte presencia de sus composiciones termina por convertirse en referencia de las películas a las que presta soporte.

Tal vez sea “Tiburón” su cota más alta. Sin restar importancia a los cortes intimistas destinados a mostrar los momentos de crisis interior de los personajes, fue el célebre tema central, interpretado en base a notas graves de cuerda, el que caló de tal modo en los espectadores que su mera mención aún sirve para identificar a la estupenda película dirigida por Steven Spielberg. De hecho, el gran logro del compositor trascendió la pantalla hasta identificar la acción de un baño en el mar con unos amenazantes acordes como una subliminal ceremonia que escenifica la pérdida de la inociencia y las consecuencias que ello conlleva. En otras palabras, bañarse en el océano a la luz de la luna ya nunca fue igual después de «Tiburón».

“EL PADRINO” (The Godfather, de Francis Ford Coppola, 1972)

Partitura de Nino Rota

Uno de los grandes maestros europeos de la década fue el italiano Nino Rota. Colaborador habitual de Federico Fellini, a él se deben docenas de bandas sonoras memorables cuyo mayor exponente quizás sea la partitura de “El Padrino”. Tomando como referencia la música popular siciliana, Rota acompañó las imágenes de la película dirigida por Francis Ford Coppola sumando acordes en los fotogramas que así lo requerían de tal modo que sintetizó como en pocas ocasiones dos formatos en uno solo. El sublime vals, pieza principal de la película, cuajado de una melancolía que se entiende sin remisión, dibuja a los personajes y sus circunstancias haciendo innecesarias a las palabras.

“DOS HOMBRES Y UN DESTINO” (Butch Cassidy and the Sundance Kid, de George Roy Hill, 1969)

Partitura de Burt Bacharach

Filmada a finales de los años sesenta, la inclusión del soberbio trabajo de Bacharach en una lista setentera se justifica por la influencia fundamental que ejerció en la década que estaba a punto de comenzar.

Bacharach no fue el primero en utilizar bases vocales en sus composiciones pero se le puede considerar pionero en el uso del anacronismo musical para descontextualizar la acción y así lograr la complicidad de la audiencia. Para ilustrar las aventuras de los forajidos Butch Cassidy y Sundance Kid, echó mano de suaves canciones pop (muy del gusto de la época) y utilizó composiciones de línea similar como store alejándose completamente de los tópicos de la música del western reducidos a cuatro notas redundantes y a instrumentos como el banjo, el arpa vocal y la armónica. El riesgo corrido por Bacharach, convertido en una banda sonora tan emotiva como ocasionalmente chirriante, se convirtió en un concluyente éxito que sería imitado por sistema durante los primeros años de la nueva década. Y no fue la inevitable “Raindrops Keep Falling in my Head” la que mayor influencia ejerció. Tal mérito apunta hacia memorables y arriesgados cortes como “South American Getaway”, perfecto ejemplo de las intenciones de su autor.

Separate Lives…

Molly: Pienso en él todos los días. Es mi último pensamiento antes de dormirme y el primero al despertarme. Cada día hablo de él conmigo misma; aunque esté hablando con alguien, aunque hable con quien ya sabes, dentro de mí solo está él. Brian cree que estoy enferma, que es por lo de mi padre, dice que es la tensión la causa de todo. Supone que estoy deprimida, pero no, no me ocurre nada. Excepto que le quiero. Ya sé que no lo apruebas. Yo tampoco lo hago. Estamos de acuerdo, pero eso no cambia nada. Si me hubiera acostado con él quizá sería todo más fácil. Pero no lo hice y aun así sigo pensando que fuimos hechos el uno para el otro aunque jamás lleguemos a estar juntos…

Enamorarse (1984)

The Neverending Stories…

Pocas cosas alimentan las fantasías de un cinéfilo como los proyectos inacabados,  mutilados por productores sin escrúpulos o nunca iniciados. De hecho, son muchos los directores que se definen más por sus proyectos frustrados que por los que llegaron a cristalizar. Ya sea por exceso de celo (caso de Orson Welles); por ser víctimas de la maquinaria de la industria (Joseph Losey) o por la adicción que genera el malditismo (Alejandro Jodorowsky), lo cierto es que la eterna cuestión de «qué hubiera pasado si…» toma carta de naturaleza gracias a fotogramas perdidos, bocetos de vestuario que nunca se llegaron a coser y miles de horas de trabajo perdidas.

Éstos son algunos de esos eslabones perdidos…

DUNEAlejandro Jodorowsky

Transcurría el año 1975 cuando el círculo de la fatalidad cómica pareció cerrarse. El malditismo más puro, representado por Alejandro Jodorowsky, había conseguido contratar a Orson Welles, maestro de la fatalidad y padre de docenas de proyectos hundidos, para interpretar el papel del Barón Harkonnen en la adaptacion de la imponente novela de Frank Herbert. El resto del reparto ideado por el polifacético director francés, entre lo pintoresco y lo genial, prometía un delirio formidable: Charlotte Rampling, Alain Delon, Amanda Lear, Gloria Swanson, Mick Jagger y Salvador Dalí, a los que se debía sumar el pintor H. R. Giger y  Moebius como responsables de los decorados y diseño de vestuario. A ellos se uniría el grupo Pink Floyd para hacerse cargo de la banda sonora. El resultado final  presagiaba un lienzo que nunca llegó a ser garabateado.

Tras dos años trabajando en el proyecto, el productor Michel Seydoux retiró la financiación sumiendo a Jodorowsky y a sus acólitos en una fuerte depresión (Jodorowsky contó más tarde que el responsable de los efectos especiales llegó a ser internado en un psiquiátrico tras recibir la noticia). Los caprichos del director, entre ellos el de contratar al chef del restaurante favorito de Welles para que le preparase la comida diariamente, sobrepasaron holgadamente el presupuesto antes de rodarse un solo metro de película, lo que sumado a los temores de batacazo en taquilla del dubitativo Seydoux acabó por enterrar para siempre un proyecto alucinógeno que ha tenido un largo recorrido en la mitología que envuelve al pintor, filósofo, guionista, escritor, fotógrafo, director de cine y Dios sabe qué más artista nacido en Chile.

Diez años más tarde fue David Lynch el encargado de recuperar el proyecto con la formulación que le proporcionó el entonces poderoso productor Dino de Laurentiis. Excelente película que resultó ser un monumental desastre de taquilla, dando la razón a los temores de Seydoux. En ocasiones, casi siempre, la quimera habita únicamente en los sueños.

IT’S AL TRUEOrson Welles

En 1942, encumbrado por el éxito crítico de «Ciudadano Kane», Orson Welles llega a Brasil para rodar un documental sobre el país bajo los auspicios del Departamento de Estado norteamericano que presionó a la R.K.O. sobre la conveniencia de volver la mirada hacia el sur de América ahora que los Estados Unidos había entrado en la II Guerra Mundial. Todo este juego de intereses le traía sin cuidado a Welles, quien desde el primer momento en que posó sus pies en el gigante sudamericano se propuso, por este orden: pasárselo bien, comer, beber, disfrutar de la fauna femenina autóctona y filmar lo que le viniese en gana sin ceder a las presiones propagandísticas. El resultado fue un tumultuoso rodaje que cristalizó en «It’s All True», una suerte de película semidocumental por episodios en los que hacía énfasis en el pueblo llano y las terribles injusticias sociales que padecía.

En un principio indiferente a la cultura local, Welles no tardó en fascinarse  por la cultura musical brasileña, presente en todos los ámbitos de  la vida de los lugareños. Se dedicó a filmar (y a disfrutar) el carnaval durante meses para después volver su vista hacia los desheredados en lucha por sus derechos. Tras ocho meses de rodaje en los que el director no recibió sueldo alguno, la R.K.O., que hacía tiempo había cortado el grifo de la financiación por la negativa de Welles de enviarles material de rodaje, reclamó la película y despidió al equipo sin que el trabajo se hubiese finalizado. Con uno de los cuatro episodios que componía originalmente «It’s All True» sin rodar, la película fue enlatada y enviada a los States donde se pudrió en los archivos de la productora durante décadas. Descubierta en unos almacenes en 1985 en un pésimo estado de conservación, la película fue restaurada, montada y estrenada finalmente en 1993 en el Festival de Cine de Londres. Pero, a pesar de la euforia de sus entusiastas restauradores y a la potencia de las imágenes filmadas por Welles, nada fue igual de cómo debió ser…

¡QUE VIVA MÉXICO! e IVÁN EL TERRIBLE, III PARTE (LAS BATALLAS DE IVÁN) Serguéi M. Eisenstein

En 1930 Serguéi M. Eisenstein era considerado el gran innovador del arte cinematográfico. La revolución estética generada con «Octubre» (1928) y sobre todo con «El Acorazado Potemkin» (1925) atrajo sobre él la atención de la potente industria americana. La Paramount le ofreció un contrato abierto a las proposiciones que el director les presentase. Y así fue que Eisenstein les mostró media docena de guiones que fueron rechazados uno tras otro por la productora. Así, reunidos en la ciudad de Nueva York para tratar de avivar el fuego sin éxito, las dos partes dieron por finalizada una colaboración que nunca llegó a iniciarse.

Sin abandonar el continente, el director soviético decidió viajar hasta San Francisco en tren para tomar allí un barco que le condujese hasta Vladivostok. Tres largos días de viaje que empleó en leer varios libros sobre México que había comprado en una librería neoyorkina, lo que hizo revivir en él la pasión que sentía desde niño por el país norteamericano. Un casual encuentro con el director Robert Flaherty, y otro posterior con Diego Rivera, le llevaron a proponerle a éste último el rodaje de una epopeya pseudodocumental sobre su país. La inesperada irrupción en escena del escritor Upton Sinclair, dispuesto a financiar el proyecto, provocó que Eisenstein intercambiase el barco de retorno a la URSS por un tren que le llevó a la baja California. Una vez en México, no tardó en reclamar la presencia de Grigory Alexandrov y Eduard Tissé, sus dos más fieles colaboradores en los que confiaba ciegamente que no dudaron en acudir a su lado y tras una rápida preproducción, en diciembre de 1930, Eisenstein y su equipo comenzaron el rodaje.

El resto de lo sucedido forma parte de la leyenda. Dificultades presupuestarias desde prácticamente la primera semana de trabajo, problemasn con los actores amateurs que formaban el reparto, con las autoridades locales y severos arrebatos místicos del director terminaron por echar al traste la que el propio Eisenstein definió como la película más grande su mi vida. Un rodaje al estilo Herzog que terminó enclaustrado en varias docenas de latas que décadas más tarde fueron montadas basándose en los storyboards originales del genio ruso. Sin embargo, la visión del resultado final deja mucho que desear. Se presiente a Eisenstein en la fuerza y sugerencia de las imágenes, pero no se le encuentra en el laberinto de un montaje que echa en falta el material que nunca se positivó.

Dieciséis años después, completado el montaje de «La Conjura de los Boyardos», segunda parte de la saga dedicada a Iván el Terrible, Eisenstein comenzó el rodaje del tríptico dedicado al forjador de la patria rusa. Tras una concienzuda escritura del guión, no se llevaban rodados más de 800 metros de película cuando el aparato del régimen comunista suspendió el rodaje por orden directa de Iósif Stalin, quien, muy molesto por la imagen cruel y despótica que Eisenstein dedicó al personaje en su película anterior, condenó la obra del director al olvido. El director, escarmentado por lo ocurrido con «¡Qué Viva México!» apenas peleó por la película. Varias protestas perdidas en el aparato burocrático del sistema y una elocuente rendición que dio por imposible la continuación de la que debía ser el cierre de su obra magna. No volvió a dirigir. Dos años después, Serguéi M. Eisenstein moría en el ostracismo.

EL PROFESOR Charles Chaplin

Charlie Chaplin llevaba años encasillado en el papel del pequeño vagabundo cuando le surgió la idea de crear a un nuevo personaje: el profesor Bosco, un titiritero fracasado que vagabundea por el país cargando con su circo de pulgas. Acomodado en lo más alto del star system, y temeroso del posible rechazo del público a un personaje tan negativo, Chaplin rodó únicamente una escena de la película antes de convertirla en material para cazadores de rarezas. Sin embargo, años más tarde, retomó el perfil del profesor Bosco (circo de pulgas incluido) para elaborar el papel de ajado cómico Calvero en «Candilejas». Canto del cisne del autor en el que exponía todo su arsenal lacrimógeno aderezado por sus eternas frustraciones.

SOMETHING’S GOT TO GIVE George Cukor

La Fox trató de rentabilizar los últimos rescoldos del mito Marilyn con «Somenthing’s got to Give». Para ello no reparó en gastos: Dean Martin como partenaire, George Cukor tras la cámara, un equipo técnico impecable y un diseño de producción faraónico. Todo estaba calibrado para funcionar… salvo Marilyn. Ya por entonces en caída libre, la actriz estuvo a punto de provocar la suspensión del rodaje media docena de veces a causa de sus retrasos e incomparecencias en el set de rodaje. Lo peor es que las ocasiones en las que hizo acto de presencia en el plató sus resacas y caótica vida personal convirtieron su estado físico y emocional en puro TNT. Olvidaba los diálogos (una constante en su carrera), se mostraba desconsiderada con sus compañeros de rodaje y ponía a prueba la infinita paciencia del director. Finalmente, un cinco de agosto de 1962, Marilyn moría llevándose con ella una película maldita de la que se pudo salvar poco más de media hora, convertida en documental en memoria de la actriz.

EL DÍA QUE EL PAYASO LLORÓJerry Lewis

Si hay algo que Jerry Lewis nunca ha soportado es el ser ninguneado en su propio país. Tras un comienzo de carrera completamente sometido al mercado se afanó en dotar a sus películas de una estructura cada vez más compleja en busca de un respeto que le llegó desde Europa… pero no en su propia casa, donde siempre fue considerado un payaso. Un cómico, en el más peyorativo sentido posible de la palabra.

En 1972 decidió arriesgarlo todo a una carta adaptando la novela «El Día que el Payaso Lloró» de Joan O’Brien. La historia, muy cuestionada en su momento, trataba sobre un payaso alemán durante el régimen nazi que acaba siendo un número más de un campo de trabajo tras mofarse del mismísimo Hitler en sus propias narices. Una vez allí, tras innumerables humillaciones, trabará amistad con los niños judíos del campo con los que compartirá destino.

Semejante folletín, no muy lejano en intenciones a la multipremiada «La Vida es Bella» de Benigni, encontró notables trabas desde su misma concepción. En primer lugar no se logró un acuerdo con la autora de la novela y guionista. Pese a ello se optó por comenzar el rodaje bajo el convencimiento de que no resultaría difícil alcanzar un pacto antes del estreno. Después se agotó el presupuesto pocas semanas antes de darse por completado el rodaje, cubriendo el propio Jerry Lewis con los todos los gastos tras la espantada del productor Nat Wachsberger. Finalmente, con la cinta prácticamente lista, O’Brien fue invitada por Lewis a un pase previo en su casa californiana quedando completamente horrorizada de lo que vio y prohibiendo a Lewis cualquier intento de exhibición pública de la película. Ante semejante panorama, el actor y director tomó el camino directo y plantó cara judicialmente a O’Brien… perdiendo el juicio y viéndose obligado a entregar el negativo de la película.

Comienza entonces la leyenda que la rodea: unos afirman que la película se encuentra en una caja fuerte, otros que fue destruida y los más fantasiosos que Lewis (quien conserva de modo privado la única copia conocida) amenaza periódicamente con estrenarla con o sin permiso de la autora. Lo cierto es, al margen de los escasos fotogramas que se han filtrado con los años, que la mayoría de las pocas personas que han podido ver el borrador incompleto y sin pulir de la película afirman que se trata de un trabajo superior que se adelantó a su tiempo. Los menos, muy al contrario, la califican de cursilería infumable de la que el propio Lewis se avergüenza. Me temo que siempre nos quedaremos con la duda…

¿QUIÉN MATÓ A BAMBI?Russ Meyer

Malcolm McLaren, tan hábil publicista como productor musical, quería que la leyenda de sus tutelados Sex Pistols fuese tan grande como la de los Beatles. Para ello necesitaba hacerles trascender del mundo de la música para impregnar el celuloide de punk-rock. Para ello hizo escribir un provocador guión al crítico Roger Ebert y contrató al más contracultural de los directores del momento: Russ Meyer. Éste había consagrado la violencia más banal y el sexo gratuito como sus señas de identidad, y, por supuesto, exigió a McLaren una supervisión activa del guión a fin de que todas sus obsesiones apareciesen en él. El resultado fue tan explosivo que los directivos de la Fox, productora del artefacto, se escandalizaron cuando tuvieron acceso al libreto final y suspendieron de inmediato el rodaje cuando apenas se habían cubierto dos jornadas de trabajo.

Años más tarde, McLaren compró el escaso material rodado a la Fox y lo incluyó en una película de Julian Temple producida por él. Johnny Rotten escupiendo palabrotas a la cámara, unos cuantos planos de un jovencísimo Sting dando una paliza al batería de los Sex Pistols y la muerte de un ciervo se mezclaron con el material supuestamente transgresor filmado por Temple sin que llegase a inquietar a nadie. Cosa de anacronismos culturales.

LA PROMESA DE SHANGHAIVictor Erice

Atraer la atención de un artista tan hermético como Victor Erice no es cosa fácil.  Perfeccionista, cauto, celoso de su obra, lograr que se interese por un proyecto es complicado, pero una vez conseguido el prodigio se vuelca obsesivamente sobre él sin ceder un milímetro de lo que considera su parcela artística. Tres películas (magistrales todas ellas) en cuarenta años de carrera dan fe de ello.

Así fue como en 1996 el productor Andrés Vicente Gómez contactó con él para adaptar la novela de Juan Marsé «El Embrujo de Shanghai». Erice se apasionó de tal modo con la historia que, junto con Antonio Drove, escribió un delicado y exhaustivo guión que logró el milagro de mantener intacta la esencia de la novela. El problema surgió cuando Gómez consideró inaceptable que la duración de la película alcanzase las tres horas de metraje, para lo que exigió a Erice que podase un tercio del guión, a lo que Erice se negó en rotundo.

Finalmente Gómez recurrió a su viejo compadre Fernando Trueba para hacerse cargo del proyecto. Éste reescribió el guión y filmó la película bajo los parámetros impuestos por el productor dejando descontentos a todos: novelista, público (la película fue un absoluto fracaso de taquilla) y crítica.  Y lo que es peor, todo cinéfilo se quedó con las ganas de recoger una de las pocas migas de pan que Erice va dejando por el camino.

LAS AVENTURAS DE HARRY DICKSONAlain Resnais

Uno de los padres del Rive Gauche, movimiento paralelo a la Nouvelle Vague y más arriesgado en sus propuestas, creció leyendo las historias del detective Harry Dickson, una especie de sosias americano de Sherlock Holmes que nunca ha recibido la justicia que merece. Empeñado en convertirlo en celuloide, Resnais reclamó los servicios del escritor (o poeta y agente de relaciones filosóficas, tal y como él mismo se autodefinía) Fréderic de Towarnicki para elaborar un guión que tardó varios años en completar. Dado el extenso universo que debía sintetizar, sumado a su inexperiencia como guionista, Towarnicki se empleó en elaborar varios diccionarios repletos de las diversas temáticas que poblaban el universo del detective.

Una vez completado el libreto, el tándem Resnais-Towarnicki logró el apoyo financiero del productor Anatole Dauman y comenzó el trabajo de preproducción de la película. En primer lugar se elaboró un casting que barajó los nombres de Laurence Olivier, Gregory Peck y Peter O’Toole para interpretar a Harry Dickson. Después se contactó con la flor y nata artística y técnica de la época (entre ellos el pintor Paul Delvaux para que se hiciese cargo del diseño de vestuario) para dar soporte a un proyecto que comenzaba a adquirir proporciones monumentales. Se realizaron localizaciones en Escocia, Londres, París, incluso se llegó a anunciar el inminente comienzo del rodaje en revistas especializadas… entonces, de repente, todo se detuvo. El apoyo financiero se retiró y Resnais miró hacia otro lado para continuar con su carrera gafapastil sin volver a mirar hacia atrás.

EL VIAJE DE MASTORNA Federico Fellini

Federico Fellini tenía 18 años cuando quedó fascinado con la lectura de «El Extraño Viaje de Domenico Nollo», novela de Dino Buzzati. Se sentía tan identificado con la historia  del payaso de viaje en el país de las maravillas que siempre la proclamó como la quintaesencia de sí mismo. Esperó treinta largos años hasta que pensó había llegado el momento adecuado para filmarla. Para ello contó con la colaboración de Brunello Rodi (guionista de «La Dolce Vita») y del propio autor de la novela proponiendo una fecha límite para fraguar el proyecto en no más de dos años.

De por qué «El Viaje de Mastorna» nunca vio la luz nadie tiene noticia fiable. Se cuenta que el supersticioso Fellini renunció a filmarla tras soñar que moriría si llevaba a cabo el proyecto. Lo cierto es que el director sufrió un colapso en 1967 (provocado, según algunos, por sus fuertes desavenencias con el que debía ser productor de la película: Dino de Laurentiis) y tomó por bueno el mal presagio. Sin embargo no renunció por completo a cumplir con su sueño retomando el proyecto en 1976. El halo negro que envuelve a la película se materializó nuevamente cuando Fellini, tras recibir una extraña llamada de teléfono, empalideció y comunicó a sus colaboradores que «El Viaje de Mastorna» no se filmaría jamás.

Algunos años después Fellini pidió a su amigo el dibujante Milo Manara que fuese él quien llevase a cabo su sueño en segunda persona. Parece ser que la escenificación de Manara, entre lo poético y lo sensual, dejó satisfecho al viejo sátiro que al fin pudo descansar en paz…

NOSTROMO David Lean

David Lean andaba cerca de cumplir los 80 años cuando por fin creyó que podría hacer realidad su sueño de llevar al cine «Nostromo», mítica novela de Joseph Conrad. Tras años recorriendo oficinas de productoras de medio mundo había conseguido reunir el dinero suficiente (unos 4.000 millones de pesetas de la época, incluídos entre ellos los ahorros de toda su vida del propio director) para comenzar el rodaje en Almería. Su viejo compadre Peter O’Toole se ofreció a trabajar gratis si era necesario, Fernando Rey prometió su participación desinteresada e incluso Marlon Brando dejó caer que aceptaría un papel rebajando sin problemas su caché. El problema surgió del lado más imprevisto: las aseguradoras se negaron a cubrir el rodaje a causa de la avanzada edad de Lean. De nada sirvieron los esfuerzos por convencerles de que el cineasta podría completar el rodaje sin problemas ni que se contratase a un director suplente (el británico Guy Hamilton) que llegó a unirse al equipo de rodaje en Almería. Finalmente el visto bueno de las aseguradoras nunca llegó y el proyecto se canceló convirtiendo a «Nostromo» en el sueño imposible de un Lean que fallecería ese mismo año 1991, según dicen sus cercanos, por mero hastío. El escorpión siempre será un escorpión y debe morir como tal, no como un cabestro amancebado. En fin…

KALEIDOSCOPEAlfred Hitchcock

Hitch acababa de estrenar «Marnie, la Ladrona» cuando una súbita melancolía se apoderó de él. Veía los trabajos de los nuevos talentos y cómo conectaban con las nuevas generaciones, mientras él se sentía un anquilosado dinosaurio condenado a dirigir películas de suspense que el público estimaba cotidianas y carentes de interés. La taquilla le daba la espalda y la crítica, a menudo distante, comenzaba a mofarse del genio acabado tras fiascos como «Cortina Rasgada» y «Topaz». Empeñado en llevarles la contraria, Hitch se propuso reinventarse y, de paso, renovar la industria. Al menos él estaba seguro de que así sería. Para ello escribió un violento guión, plagado de desnudos y escenas que mezclaban sexo y violencia explícita, protagonizado por un asesino en serie. Tras escribir a Françoise Truffaut, amigo y confidente, enviándole un boceto del guión, recibió una respuesta tibia del francés, cuestión que no le amilanó. Contrató a varios actores desconocidos y filmó cuatro rollos de película plagados de desnudos y una gráfica violencia nunca vista hasta entonces en una pantalla grande  y  mostró su trabajo a los jerifaltes de la Universal. La reacción de éstos, entre estupefacta y asqueada, obligó al gordo inglés a enterrar el proyecto que recuperaría parcialmente años más tarde en «Frenesí». Lo que no consiguió recuperar fue la ilusión. Tras el fiasco de «Kaleidoscope» Hitch no volvió a ser el mismo. Asumió su papel de vieja leyenda y se parapetó para soportar los nuevos vientos que, ahora lo sabía, nunca volverían a impulsarle.

NAPOLEÓNStanley Kubrick

No faltan los que afirman que la fijación de Stanley Kubrick con Napoleón nace de la identificación del pirado neoyorkino para con el pequeño emperador francés. Durante años, desde la tranquilidad de su villa escondida en la campiña inglesa en la que se aislaba del mundo, recopiló todo tipo de información sobre el personaje para después comenzar un período de producción por su cuenta que incluyó un extenso guión de trabajo, una libreta de producción, docenas de misivas intercambiadas con los actores que había imaginado en el papel de los protagonistas, un banco de datos con más de 17.000 imágenes (fotos y dibujos de cualquier cosa relacionada con la historia), varios cuadernos de viaje en busca de localizaciones, una promesa por escrito del gobierno rumano comprometiéndose a ceder soldados de su ejército para el rodaje de escenas de masas y un sinfín de esos pequeños detalles que tanto fascinaban al genio neoyorkino.

El problema de fondo siempre consistió en la financiación. Kubrick trabajó en el proyecto convencido de que el dinero llegaría tarde o temprano atraído por su aura de genio. Y así fue en un primer momento, cuando la MGM se interesó por el proyecto y pidió a Kubrick que les enviase un extracto del guión. Tras leer un primer borrador que excedía ampliamente las tres horas de duración y que las exigencias presupuestarias a las que deberían hacer frente eran, por decirlo suavemente, descomunales, el estudio se desentendió del megalómano proyecto con un elegante portazo en las narices de Kubrick. Lo que vino después fue una larga travesía del desierto que nunca tuvo final.

La película no fue, sin embargo el material salió a la luz en 2009 gracias a una lujosa edición de la editorial Taschen que se propuso hacer babear a todo cinéfilo entregándoles un incunable precioso de lo que pudo y debió ser…

EL HOMBRE QUE MATÓ A DON QUIJOTETerry Gilliam

Uno de los mitos literarios que parece arrojar una maldición sobre todos los que pretenden comprimirlo en celuloide es Don Quijote de la Mancha. El personaje creado por Miguel de Cervantes ha contemplado cómo en docenas de ocasiones ha sido adaptado sin rozar siquiera la esencia de la novela. Otros, caso de Orson Welles, se estrellaron con múltiples problemas de producción que impidieron que la película se llegase a fraguar. Entre éstos últimos figura Terry Gilliam.

El director inglés, una de las presencias más estimulantes que ha paseado su figura por el esquelético panorama cinematográfico de los últimos treinta años, confesó estar tan obsesionado con la figura de Don Quijote como decepcionado por la nula comprensión del personaje en las ocasiones en las que ha aparecido en pantalla. Determinado a mostrar su propia visión del asunto se alió con el guionista Tony Grisoni dando como resultado un guión alucinógeno, de esos que definen al director,  en el que un ejecutivo norteamericano viaja accidentalmente en el tiempo para acabar en la España del siglo XVII donde es confundido con Sancho Panza por Don Quijote.

El rodaje se inició en las Bardenas Reales navarras en el año 2000 con un presupuesto cercano a los 40 millones de dólares (entre los que no figura uno solo de procedencia yankee) y la participación en el proyecto de Johnny Deep en el papel protagonista y Jean Rochefort como Don Quijote. El entusiasmo inicial del equipo no tardó en venirse abajo a causa de problemas de planificación (aviones militares españoles procedentes de una base cercana arruinaron muchas de las tomas), desastres naturales (una inesperada riada destrozó parte del equipo) y el precario estado de salud de Rochefort, que le impedía cumplir con las extenuantes jornadas de trabajo. Inasequible al desaliento, y sin Rochefort (recuperándose en París de una hernia de disco) Gilliam prosiguió el rodaje durante varios días hasta que se hizo patente que Rochefort no regresaría.

El rodaje se suspendió, que no la obsesión de Gilliam quien mantuvo viva la llama del proyecto. Para reponerse de la decepción logró recuperar la mayor parte del dinero gracias a los seguros y recopiló el material filmado en el celebrado documental «Lost in La Mancha». Desde entonces lleva años tratando de reformular el casting. Ha contactado con Michael Palin, Gérard Depardieu y Robert Duvall para sustituir a Rochefort, llegando a un acuerdo con éste último. El problema surge con Johnny Deep, insustituible en su calidad de estrella, cuyos problemas de agenda han dilatado la reanudación del rodaje hasta hoy día. Sin fecha prevista para reemprender el camino, Gilliam se mantiene activo rodando algunos de sus fantasmas personales mientras resguarda al mayor de ellos en espera de que los vientos le sean favorables. Que sea pronto. Ojalá…

Y fin…

Aquellos Maravillosos Setenta…

Son incontables las buenas nuevas que me ha aportado la virtualidad. La mejor de todas ellas, la más importante, son las personas que he conocido durante mi viaje. Una de ellas, un amigo al que sólo he podido ver durante una memorable tarde barcelonesa, es Carles Rull.

Fundador del portal Cinempatía, entrañable lugar con sabor a celuloide en que se me permite participar ocasionalmente, fue nuestra mutua pasión por el cine la que nos hizo encontrarnos, y fue la música de cine la que permitió que nuestras letras se mezclasen en un exitoso posteo que nuestros viejos blogs dedicaron a la música del western. Una de las entradas más exitosas y celebradas de un lugar, mi antigua casa virtual, que en aquel entonces era frecuentado por más de trescientas personas diariamente. No fueron pocas las felicitaciones que recibió aquella colaboración.  Aunque lo mejor fue colaborar en un proyecto común que cristalizó en el mejor de los recuerdos.

A propuesta mía, hace unos meses, nació una segunda propuesta de colaboración. Nuevamente musical, esta vez enfocando hacia las películas de los años setenta. Década clave en la que lo nuevo relegó a lo viejo sin solicitar permiso, y en la que la música participó de la revolución para reclamar un cambio como no se ha vuelto a dar en la industria desde entonces.

La rememoración comenzará en breve. Mientras dejo que reine en este lugar una de las primeras bandas sonoras setenteras que recuerdo. Tendría doce o trece años cuando vi «La Chica del Adiós» un lluvioso sábado noche. Estupenda película sobre perdedores a los que les cuesta aprender a ganar que seguramente mi memoria (no la he vuelto a ver desde entonces) ha mitificado. Su edulcorada y suave canción principal, interpretada por David Gates, remueve mis recuerdos como el más potente tsunami. Al menos durante unas semanas ¡¡arriba los pantalones de pata de elefante, las chicas sin sostén, los horteras de bolera, los peinados asimétricos y el azúcar glass emocional!!