El motivo por el que el trabajo de Jiro Taniguchi es reverenciado en Japón es la delicadeza de trazo, su puntilloso gusto por los detalles y el armonioso modo de desarrollar historias que aparentemente no cuentan nada.
Taniguchi comenzó a dibujar las breves historias del caminante en 1990. La sencillez de las historias logró el favor de los lectores rápidamente. No importó la escasa información que el autor ofrecía sobre un personaje del que apenas se sabe nada más allá de que está recién
casado y que el joven matrimonio ha adoptado a un perro abandonado. Desde su pequeña casa rodeada de árboles al que el matrimonio se acaba de mudar (esto lo intuímos como tantas otras cosas), el caminante traza improvisadas excursiones que nos llevan a conocer los suburbios de Tokio. No hay un patrón definido: el personaje sale de casa y camina allá dónde sus pies y su intuición le llevan. Durante las caminatas no ocurre nada y ocurre todo. El acto de rescatar una cometa engarzada en las ramas de un árbol, seguir el curso de un riachuelo o tumbarse sobre la hierba bajo un cerezo se convierten en aventuras iniciáticas para aquellos que han olvidado (ya sea por estrés, ausencia de tiempo o dejadez) la esencia última y más placentera de la vida.
Las interacciones con otros personajes son frecuentes y sutiles. Durante una de sus caminatas, el caminante se enfrasca en un «duelo» con otro caminante al que adelanta en varias ocasiones. Un competición deseada por ambos que transcurre en silencio cómplice. En otra, tumbado bajo la sombra de un cerezo, una mujer se postra a su lado propiciando que surjan las confidencias más inocentes. Aparecen niños que juegan, parejas que pasean y callejuelas infranqueables que terminan por convertirse en un reto para el caminante. Todo ello conforma un todo que enriquece al protagonista en cada aventura. Poco a poco su rutina paseadora se torna más atrevida: pasea de madrugada, baja del tren camino del trabajo para dar un paseo más, se aventura a recorrer los caminos anegados tras un tifón…
Finalmente, en los últimos capítulos, debemos reconfigurar todo el mapa que hemos trazado del personaje. Un flashback que nos conduce a su adolescencia, un extraño viaje intertemporal y, sobre todo, una aventura extramatrimonial nos hacen preguntarnos quién es realmente el caminante. De un modo frustrante, la información llega demasiado tarde, conminando al lector a buscar más álbumes del personaje y forzandonos a aparcar el tono zen en que se habían desarrollado sus pequeñas historias. Somos nosotros quienes decidimos entonces si continuar el camino de este fascinante cómic…