El Soldado…

Antes de abandonar este lugar a su suerte sucedieron muchas cosas. Una de las más relevantes duerme en este momento a escasos tres metros de mí. Además publiqué un libro del que me siento muy orgulloso pese a ser consciente de sus limitaciones. De vez en cuando presento una película en la Filmoteca de Navarra. No soy un orador brillante, sin embargo al menos en media docena de ocasiones quedé contento de mi trabajo. Incluso escribí durante un par de años en una revista digital y fui entrevistado en un par de programas de radio. Así, leído de modo aséptico, podría parecer que han sido años fructíferos profesionalmente hablando. No lo han sido. Muy al contrario, han sido frustrantes en parte porque abandoné a su suerte este lugar en el que fui feliz.

En una escena de la extraordinaria «Tierras de Penumbra» un profesor le cuenta a su alumno el motivo por el que ama los libros: «Leemos para saber que no estamos solos». Subo la apuesta metiendo en el saco a las películas. Cuando en 2004 comencé a leer blogs de cinéfilos se amplió mi horizonte mental de modo inimaginable. Compartir tus filias y fobias con otros, siempre con respeto y empatía, te hace mejor y aleja el complejo de endogamia y ombliguismo que acecha a todo cinéfilo. Llegar a conocer personalmente a algunas de las personas que conocí a través de este lugar fue aún mejor. Después llegó el apagón (en cierto modo, el sacrificio) forzado por la mejor de las causas: mis hijos. El amor que siento hacia ellos va más allá de todo lógica, sin embargo este lugar, de vez en cuando, se abría camino entre pensamientos de horarios de comidas, paseos y pañales.

Durante el apagón he recordado a menudo a ese genio de la magia argentino llamado René Lavand. Un mago propio de ser representado por Danny Rose: demasiado viejo, manco y contador de historias. Tengo grabada en mi memoria una de aquellas historias que convertían sus trucos en actos de fe poéticos. La historia del soldado que tras la batalla quiso volver al frente para encontrar a su mejor amigo. «Está muerto. ¿Para qué quieres volver?», le dijo su superior. «Debo volver», contestó el soldado. Su superior le repitió varias veces que su viaje era inútil y peligroso. «Está muerto», decía uno, «Debo volver», contestaba el otro. Y el soldado se marchó. Varias horas más tarde regresó con el cuerpo de su amigo cargado sobre sus hombros. «Te lo dije, está muerto», señaló su ufano superior. «No lo estaba cuando llegué», contestó el soldado. «Llegué a tiempo de escuchar sus últimas palabras». «¿Qué dijo?», preguntó su superior. El soldado enjugó sus lágrimas y con voz quebrada contestó: «Sabía que vendrías».

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