Gloriosos bastardos…

Gamberro y provocador, Tarantino rueda con «Inglourious Basterds» un spaghetti-western ambientado en la Segunda Guerra Mundial en el que nada falta. Tenemos al villano visitando granjas perdidas en praderas infinitas, a un grupo de forajidos con patente de corso proporcionada por el gobierno yankee, tiroteos en un saloon, esclavos libertos, venganzas por trazar de supervivientes de masacres en busca paliar su dolor y duelos lingüisticos a la sombra de vasos de whisky.

Una vez dispuestas las piezas, Tarantino juega a desarrollar una historia excesiva utilizando un combustible más elaborado que el de sus películas anteriores. No faltan las referencias al cine de serie B que le amamantó. Las jocosas alusiones a Leone y a Castellari, en ocasiones gestuales, en otras sonoras, se turnan con diálogos escopetados marca de la casa que le sirven para incrementar la tensión de cada escena de un modo insoportablemente angustioso para el espectador avisado.

Todo termina adoptando la factura de un cómic plagado de situaciones imposibles que Tarantino valida con descaro y desprecio por cada regla escrita. Sus personajes se mueven azuzados por pasiones elementales que se resuelven de un modo invariablemente violento sin caer en la tentación gore. Cabezas estampadas con bates de béisbol que no duelen tanto como el compás de espera de una familia judía oculta bajo los tablones de una casa. Tarantino reinventa la historia e introduce de su mano la justicia que no se dio al tiempo que continúa fabricando la historia del cine contemporáneo. Ofrece al espectador lo que le demanda: adrenalina aderezada con supinas dósis de sorpresa que algunos observarán con repugnancia de manual sin ser conscientes de la burla que lleva implícita.

Y para los que aún no estén satisfechos, siempre les quedará el grito de guerra del director de cabeza pascuense: ¡¡Go, go bastardous!!

Sí, Gloriosos Bastardos.

La Otra División «Azul»…

Tal y como ocurre con el cine convencional, triunfar en los States es el gran anhelo de todo actor del cine azul. El conseguirlo garantiza mejores condiciones de trabajo, sueldos más abultados y una proyección a nivel internacional que las endebles industrias patrias no pueden garantizar más que a un puñado de afortunados. Sin embargo, cuajar en un mercado tan competitivo y en continua mutación como es el americano no resulta fácil siquiera para los que allí llegan avalados por el estrellato en sus respectivos países. De hecho, muchas de las veneradas estrellas europeas tan sólo recogieron indiferencia en su paso por el valle de San Fernando.

La escasa química transmitida por unas, caso de la bella francesa Laure Sainclair, a quien se trató de lanzar en el mercado estadounidense apoyada por una fuerte campaña de marketing que incluyó un rodaje junto a la gran estrella del momento, Jenna Jameson, o el de la fallecida superestrella italiana Moana Pozzi, quien no consiguió, pese al notable apoyo recibido (que incluyó rodajes con maestros del género como Gerard Damiano y Alex de Renzy), no consiguió despertar entre el americano medio el fervor logrado entre sus compatriotas. En otras ocasiones fueron los problemas de adaptación a otra cultura y medios de producción más exigentes los que provocaron que estrellas que sí gozaban del favor del onanísta anónimo yankee se decidieran a producir sus películas en sus países de origen. Caso de la totémica alemana Kelly Trump o de la poderosa inglesa Sarah Young.

Entre los numerosos nombres europeos que pueden presumir de haber triunfado en la cuna del porno destacan los de la holandesa Zara Whites, la avispada francesa Rebecca Lord y el gran mogul del porno Rocco Siffredi. Pero es la escasa legión española la que merece ser revisada por lo variado y atípico de los casos que la componen.

Por supuesto, es Nacho Vidal el gran referente cuando se trata de porno con acento español. Porque aunque hoy nadie lo recuerde, el tipo al que le resulta imposible introducir su miembro en estado de erección dentro de un vaso largo, el hombre que ha traspasado la excluyente barrera del porno para situar su nombre en programas televisivos del mundillo rosa, el barcelonés que fue legionario, matón de discoteca y mil trabajos basura más, comenzó su carrera azul de la mano del pionero del porno hispano José María Ponce. Fue él quien guió sus primeros e inseguros pasos en una serie de producciones de bajo presupuesto en los que siempre se repetían los mismos nombres y caras (en ocasiones, se rodaban simultaneamente hasta tres películas distintas para abaratar costes). En 1998, de la mano de Rocco Siffredi, Vidal llegó al valle de San Fernando con su novia Jazmine de una mano y grandes expectativas del otro. Un año más tarde ya era venerado por los aficionados del género como el nuevo mesías del hardcore.

No siempre se es tan afortunado, sin embargo. La catalana Eva Morales (Igualada, 1976), desembarcó en la ciudad de Los Angeles en 2001 tras una intensa carrera en el porno patrio. Considerada una de las primeras estrellas nacionales, el atractivo de la aventura americana le llevó a rodar una docena de películas durante los meses que su visado le permitió residir en los States. Los vídeos que filmó tuvieron escasa repercusión y su alabada técnica oral no consiguió que su racial físico latino opacase a las siliconadas rubias locales. Tras su breve periplo regresó a España sin que casi nadie supiese de las huellas dejadas en tierras californianas.

Otra catalana, María de Sánchez, fue más afortunada. Ella fue la primera estrella femenina del porno español. La primera en recibir campañas publicitarias destinadas a difundir su nombre e imagen. Tras participar en producciones del gigante sueco PRIVATE, rodar bajo las órdenes del gran pope del porno italiano, Mario Salieri, e intervenir en varias producciones de la potente industria alemana, María de Sánchez provó fortuna en los States a finales de los noventa junto a su novio, el francés Olivier Sánchez. Y si bien, al igual que Eva Morales, la barcelonesa logró escapar de las producciones en las que se encallisan a las actrices latinas pese a su tez morena y rasgos mediterraneos, no consiguió arraigar entre los productores americanos. Regresaría poco más tarde, con una treintena de películas que sumar a su filmografía, para retirarse del negocio al poco tiempo.

Suerte dispar corrió la sección andaluza compuesta por la gaditana Carmen Vera y la sevillana Alba del Monte. La primera, amparada en papeles habitualmente secundarios, logró un sólido reconocimiento a nivel local que se vio refrendado en su intermitente carrera americana. Durante cinco años viajó puntualmente al país del tío Sam para rodar una media de 130 películas durante la vigencia del famoso visado trimestal. La segunda, bellísima sevillana a la que se trató de lanzar como nueva estrella local, nunca pareció tener clara su vocación dentro de el mundillo X. Su corta carrera californiana no pasó de lo anécdotico.

En el caso de los chicos, destaca con firmeza el catalán Toni Ribas. Habitual escudero de Nacho Vidal, Ribas fue introducido por éste en el mercado americano en el que se afianzó sin apenas hacer ruido. Hoy día mantiene, con aceptable éxito, su propia línea de películas dirigidas y protagonizadas por él mismo, intercalando apariciones entre Europa y América.

Pero al hablar de la otra división azul española, hay dos nombres que por sus particulares circunstancias merecen una consideración especial: Bella-Maria Wolf y Avy Lee Roth.

De Bella-Maria Wolf apenas nada se sabe. Se discute incluso su origen; algunos situan su lugar de nacimiento en Barcelona. Otros lo hacen en Ibiza, lugar en el que, en cualquier caso, se sabe creció. Lo cierto es que esta bellísima morena de cuerpo infartante apareció en el mapa azul en 2002. Tenía entonces 21 años, si bien su edad también es objeto de disputa. Sin alcanzar nunca el estátus de estrella del género, la ibicenca se convirtió en un rostro conocido por los consumidores habituales de porno gracias a la voraz “actitud” (eso tan valorado por cualquier pornófago) desplegada en cada una de sus “performances”. Sin hacerle ascos a ninguna variante del sexo más duro, con el tiempo trató de encarrilar su carrera hacia producciones menos asperas, pero el papel de contract girl no estaba reservado para ella. Transcurridos tres años desde su ingreso en la industria, siempre evitando las cuestiones personales o cualquier dato que proporcionase pistas sobre su vida privada, se marchó como llegó: sin dejar rastro… Todo lo contrario que la mayor estrella nacida en Iberia que ha rodado porno en los States: Avy Lee Roth.

A Purificación Navas siempre le quedó pequeño el pueblo extremeño de Almendralejo en el que creció. Aficionada a la literatura, el heavy metal y el esoterismo, la imagen de Jim Morrison adornó la cabecera de su cama durante su adolescencia. Pronto decidió partir del pueblo rumbo a Madrid, su ciudad de nacimiento. Ya en la capital, su caracter abierto y afable le proporcionó un primer empleo como go-go y poco más tarde como relaciones públicas en una conocida discoteca frecuentada por lo más granado del showbiz músical local, entre ellos, Mario Vaquerizo. La inmediata simpatía que el cantante y manager sintió por aquella menuda chica morena de mareantes curvas que se hacía llamar Candy Love, le llevó a proponerle ser bailarina de Fangoria. Poco más tarde nacía Calmate Candy, experiencia musical creada expresamente para ella que teloneó exitosamente al grupo de Alaska durante algún tiempo. Pero las inquietudes de Puri/Candy iban más allá. En 2003, tras ver una obra representada por la escuela de teatro Recabarren, Candy Love anunciaba a sus conocidos que se marchaba a Los Angeles para probar suerte en la meca del cine (para convertirse en groupie de sus bandas de metal favoritas, según algunos). No se supo más de ella.

Un año más tarde, un pequeño terremoto sacudió la castigada ciudad de Los Angeles: una tal Avy Lee Roth reclamaba ser hija putativa del cantante David Lee Roth. Una pequeña chica morena de aspecto inequivocamente latino apareció en varios programas de televisión y radio locales asegurando que su existencia era fruto del fugaz encuentro entre el cantante de Van Halen y una mujer española. La repercusión fue mínima dada la poca credibilidad del relato de la supuesta hija. Pero el objetivo, probablemente planificado por su agente, estaba cumplido: había logrado sus cinco minutos de fama que le permitirían introducirse en el mundillo azul con un cierto caché además de hacerlo acompañada de una pequeña legión de morbosos fans ávidos por comprobar las habilidades sexuales de aquella falsa hija de rockero famoso.

Cuatro años de aventura americana le han deparado en torno a 130 películas, un número similar de apariciones en páginas web de contenido pornográfico, un matrimonio fracasado con un rockero (bravo por ella, consiguió su objetivo), varios affaires con pequeñas celebridades televisivas (caso de Dizzle, del reality “Inked”), severos problemas con las drogas, una nominación para los AVN Awards (algo así como los Oscar del porno) y una larga ristra de rendidos fans que asistieron impotentes a su anuncio de retirada en el año 2005. Afortunadamente para ellos, hoy, dos años después, Avy continúa rodando e insiste en proclamarse hija putativa de David Lee Roth, causa para la que le surgen inesperadas aliadas como Brenna Lee Roth, hija (parece que real) del rockero, que en una entrevista concedida al cronista del mundo azul Luke Ford, se refirió a ella como “mi hermana”, seguramente buscando azuzar las brasas de una historia muerta en beneficio propio. De hecho, no se queda ahí su afinidad con la extremeña: Brenna luce en su hombro un tatuaje identico al de Avy.

Esta es su historia. La curiosa historia de la que ha sido mayor estrella femenina española instalada en la meca azul. Al menos hasta que una menuda donostiarra llamada Rebecca Linares apareció en escena arrasando con todo a su paso. Pero esa es otra historia…

Posteo publicado originalmente en Tierras de Cinefágia en 2007. Las letras son mías. El diseño de las fotografías es mérito brillante y único de su gestor: el Señor Yume.

El Mundo Visto Desde Idaho…

Decía Gore Vidal, en una vieja entrevista publicada por “El País”, algo así como que la influencia cultural de los Estados Unidos en el mundo había sido nefasta. El escritor, siempre crítico hacia la política crecientemente reaccionaria de su país, aseguraba que ningún imperio dominante de la historia había sido culturalmente tan calamitoso como el americano. La verdad es que no estoy de acuerdo, y sus aportaciones a la música, la literatura, la pintura, la arquitectura y, sobre todo, el cine, son argumentos suficientes para asegurar lo contrario. En lo que sí tiene razón el díscolo escritor y provocador profesional, es en la degradación de la cultura media del populacho yankee. Poseen uno de los sistemas educativos más desequilibrados del mundo opulento (mucho para algunos, nada para otros), si bien sería injusto culpar al sistema de que la cultura trivial y el culto al tópico hayan terminado por triunfar en los States. Y un buen ejemplo sería una espantosa serie emitida por La Sexta titulada “The Unit”. Creo que fue el pasado jueves el aciago día en que pude disfrutarla por primera y , espero, última vez. El original argumento gira en torno a un grupo paramilitar de operaciones especiales que actúa en todo el orbe tengan o no jurisdicción para hacerlo, que eso de los tecnicismos a ellos se la sopla. Mucha pose de machito de manual, armas de última tecnología para poner cachondos a sus adrenalíticos seguidores y, oh sorpresa, topicazos a cascoporro.

Pues bien, las víctimas del diccionario Bush-Eje del Mal – Eje del Mal-Bush, suelen ser malvados países árabes o sudamericanos en los que los héroes de La Unidad actúan para salvaguardar al mundo libre. Y, por supuesto, España tenía que caer, que eso de salir escopetados de Irak les dolió tanto como escuchar el discurso de agradecimiento de José Mari Ansar al recibir la medalla de honor del congreso de los Estados Unidos.

¿Y cómo nos ve nuestro antiguo país amigo?. Pues como siempre, echen un vistazo…

Resumiendo, la acción se ubica en Valencia, aunque en realidad parece Quito, lugar en el que el yankee bueno y bueno es perseguido tras robar una motoreta de última generación a través de un paisaje de puestos callejeros de fruta, hasta que unos picoletos ataviados con sombreros XXXL, que debieron estar de moda durante el reinado de Alfonso XII, entren en escena para contribuir a su leyenda negra soltando hostias como panes al indefenso tío bueno x2.

Terrorífico, ¿verdad?, pues los guardia civiles con físico neanderthal no son lo peor de la función, seguro que no han reparado ésto…

¿89 céntimos el kilo de plátanos? Eso es ciencia-ficción y no Star Wars…

Y qué decir del proceso mental del director al decidir qué música ambientaría la escena. ¿Que estamos en España?, pues hala… los Gipsy King, total son franceses. Y ese final impagable cuando de repente se acaba la canción y aparecemos en un sosegado barrio de clase media yankee. Oh, Dios, qué éxtasis subliminal.

El siguiente vídeo tampoco tiene desperdicio, no crean…

Dieciocho pánfilos guardias civiles alrededor de una hoja de busca y captura de criminales señalando al coche en clara actitud retarded, y claro, patada en la puerta y el tío se larga como si tal cosa. Hasta Jackie Chang se avergonzaría de tamaña chapuza de guión. Y al final ale, el jodido cesped blue grass del jodido barrio yankee otra vez.

Uno más…

Ahí le tienen, saliendo de un Parador de la Juventud (¿ein?) sin dar el cante pese los cuarenta tacos que este tío no volverá a cumplir. Esta vez no hay plano del barrio de las verdes praderas de las narices pero sí un enigma por resolver: el origen de dos de las banderas que adornan la fachada del ¿hostel – parador?…

¿De dónde coño son las dos banderas que no he pixelizado? ¿De Freedonia? Dios, da toda la impresión de que el director artístico (si es que lo había) se sacó dos morcillas de la manga tal que así.

Esto es lo que hay. Espero con ansiedad el capítulo dedicado a Francia, en el que maleducados franchutes con bigote y boina se enfrentarán al tío dos veces bueno armados con baguettes en el mirador de la torre Eiffel. Mientras, las madres gabachas amamantarán a sus bebés con biberones de vino… Merlot, por supuesto.

 

El Conjunto Vacío…

Uno de los preceptos del taoísmo afirma que no hay mayor fuerza que la del agua pues a nada se opone. Imagino a Alejandro Amenábar niño estudiando en los Escolapios de Getafe e imaginando un futuro de éxito e impostura. Ésto último sería lo menos importante si su aura de chico aplicado no causase tanta grima y su cine tanta apatía. Es la falta de fondo en sus propuestas. La ausencia de pasión, salvo la forzada. Las ganas, éstas sí patentes, de ofrecer al que mira lo que quiere ver.

Su obra es la esencia de lo aséptico en su plena extensión. Si en «Tesis» deslumbra por su dominio técnico y su conocimiento del lenguaje fílmico, no es menos llamativo el que al escarbar no encontremos más que imágenes proyectadas sobre una pantalla. No hay sangre en su debut, aunque la pantalla se tiña de ella. Su innegable cinefília se manifesta de nuevo en «Abre los Ojos», idea sospechosamente similar a la que da forma a un episodio de «Más Allá del Límite» con la diferencia gravosa de la abundancia de plástico en la cinta dirigida por el hombre que sigue las reglas. Misma ecuación aplicable a su siguiente película, «Los Otros», amalgama de ideas ajenas presentadas como impactante novedad a falta de emoción con que saciar el hambre de carnalidad de una historia sin duda ectoplásmica. Sobre «Mar Adentro», polémica (de salón) recreación de la vida y muerte de Ramón Sampedro, lo mejor que se puede decir es que repite cansinamente su discurso: habilidad técnica, reparto ajustado, planos exactamente engarzados y ausencia total de emoción. Buscó el aplauso fácil y encontró un Oscar correctamente trabajado y madurado por las estadistas mentes de los jerifaltes de la industria.

En «Ágora», más de lo mismo. Agotadores planos miles de veces vistos; diálogos meramente informativos sin emoción alguna; picados a puñados que sirvan para mostrar lo poderosa que es la infografía proporcionada por 50 millones de euros y resolución, probablemente lo mejor de la función, meditada de antemano con objeto de asombrar a un espectador a priori ganado. La historia de Hipatia es tan sólo un prescindible pretexto utilizado por Amenábar para subir un escalón más.

Qué importa la emoción, la pasión, si a cambio el buen chico ha conseguido que el cine español no se limite a comedias zafias, dramas ponzoñosos y nuevas alucinaciones sobre la Guerra Civil sin dejar de ser rentable. Qué importa que sus personajes sean de cartón piedra y su celuloide ni huela ni tenga sabor si al fin la industria ha encontrado lo que buscaba.

Ceniza…

Volvió al bosque y se arrodilló al lado de su padre. Estaba envuelto en una manta como el hombre le había prometido y el chico no lo destapó sino que se sentó a su lado y ahora estaba llorando pero no podía parar. Lloró mucho rato. Te hablaré todos los días, susurró. Y no me olvidaré. Pase lo que pase. Luego se levantó y dio media vuelta y regresó a la carretera.

La Carretera – Cormac McCarthy

¿Qué es La Carretera?, me preguntaron hace dos semanas.

Y el escalofrío volvió.

La Carretera es la arteria que alimenta de muerte a las cenizas que adornan sus costados. Es el espejo que refleja la naturaleza humana de los que piensan que vivir merece la pena a cualquier precio. La revelación final del infierno de Dante, sin círculos ni palabras ni redención posible. Solo cenizas y gris.

Tras una devastación no especificada por el autor (seguramente una deflagración nuclear) un padre y un hijo vagan por La Carretera en ruta hacia el mar, el sur o ninguna parte. En su viaje se ocultan de las bandas de rapiña que tratan de hacerse con los escasos alimentos que aún no se han malogrado; de los canibales que devoran bebés en presencia de sus padres; de buscavidas ciegos sin mayor objetivo que dar un paso más antes de hincar la rodilla. Con una economía sublime de palabras pero rica en descripciones, Cormac McCarthy muestra un paraje estremecedor sin llegar a involucrase emocionalmente con sus personajes. Lega a quien quiera leer su visión última de un mundo más allá de la crueldad que en alguna esquina aún conserva El Fuego.





El decálogo de Robert Downey Jr…

· Una noche mi hermana me llamó llorando porque su novio la había dejado por una camarera de Planet Hollywood. Le pregunté qué podía hacer. Me contestó que abrazarla. De camino a su casa compré un cubo de helado de café y una botella de whisky. Después quemamos las fotos de aquel cabrón y hablamos toda la noche a oscuras. Fue la primera vez en mi vida que me sentí útil.

· No creo en el amor pasados los treinta. Al menos no en ese sentimiento que te hace atravesar muros de hormigón si la persona que quieres está del otro lado.

· Me sentí bien en la corte falsa de Ally McBeal. Una vez me senté en la silla del juez. Buenas vistas. Una perspectiva estupenda.

· Durante el rodaje de «Less Than Zero» estuve colocado todo el tiempo. Marek (Kanievska, el director) me lo reprochó en una ocasión. Le dije que estaba metiéndome en la piel del personaje.

· En aquella época no tenía mucho que hacer cuando no rodaba de modo que me emborrachaba y fumaba crack todo el día. Tenía la piel acartonada y llena de granos. Mel (Gibson) me dio la tarjeta de su dermatólogo. El dermatólogo de las estrellas. Lo mejor de lo mejor. Al verme se echó las manos a la cabeza. Definió mi cuerpo como un océano de pus.

· A los directores les gusta la expresividad de mis ojos. Son demasiado grandes como para ocultar lo que pasa dentro de mí. Un motivo más para odiar a mi padre.

· Adoro a Jodie Foster. Durante el rodaje de «A Casa por Vacaciones» me sentí inseguro, una mierda hasta que me dijo: «Escúchame. No te preocupes por esta película. Ni eres un fracasado ni estás decepcionando a nadie. Lo estás haciendo muy bien. Soy yo la que debería estar preocupada por si decides irte para hacer una película mejor».

· Desconfío del mundo del cine en general y de las actrices en particular.

· U.S. Marshals es seguramente la peor película de acción de todos los tiempos. Verla no es lo mejor para mantener tu equilibrio espiritual. Supongamos que has tenido un año traumático, que eres prácticamente un suicida y piensas que verla puede ayudarte a pasar un buen rato y sanarte de algún modo. ¿Cómo es posible que correr durante doce semanas tras Johnny Handgun te ayude? Mejor pégate un tiro. (En realidad hablaba de sí mismo)

· Elton John me propuso hacer el vídeo porque yo era el tío más libre que había conocido restándole a él. Con la ventaja de que yo soy más guapo.

Yo corazón tú…

Decía Julien Duvivier que el mayor problema de las películas por episodios consistía en la hilvanación del relato. El director francés sabía de lo que hablaba. Dirigió varias películas segmentadas que siempre sufrieron de un mismo problema de continuidad. Problema que se repite, una vez más, en «New York, I Love You».

Hábilmente trenzada de modo no correlativo, la película avanza a veces a trompicones, a veces fluidamente en función de la historia contada. Historias que muestran a un marido celoso y lo engañoso del azar; a una joven novia judía ortodoxa con dudas antes de su matrimonio; a un botones tullido que vive solo en la imaginación de una vieja gloria de la escena; a un amoroso padre confundido con un canguro; a un matrimonio consumido por la rutina que se recrea en juegos con la esperanza de hacer revivir lo que un día los unió; a un colegial deseoso de adentrarse en los misterios del sexo con una cita peculiar en la noche marcada; a un escritor en busca del amor fugaz en las barras de bares; a una pareja de ancianos que añora los tiempos en los que subir escaleras no equivalía a una rotura de cadera… Todas ellas historias breves que no siempre actúan como vasos comunicantes pese a las buenas intenciones de sus múltiples directores. La mayoría sinceras. Unas pocas en busca del aplauso fácil. Las menos entregadas a un final «sorpresa» que inevitablemente termina por estallarles en las manos. Y sobre el aire, el amor por una ciudad a la que resulta tan difícil de amar como fácil de odiar.

Es estimable, pese a sus defectos, el ansia por transmitir la esencia al espectador lejano que se refleja en unos actores entregados independientemente de la frugalidad de su papel. Tratando siempre de dar a entender que el tipo de Bangla Desh que está del otro lado podría encontrarse algún día con la cartera extraviada de un marido celoso. Que la chica sueca que devora palomitas en una sala de Örebro podría extender sus manos hacia el pomo de la puerta de un restaurante italiano del Bronx. Que nosotros mismos, tal vez, algún día formemos parte de ese laberinto de cemento cubierto por el azul.