Netflix o el enemigo en casa…

El catálogo de Netflix es una mierda. Bueno, conviene matizar: el catálogo de Netflix es flojo. Muy flojo. Pero entre tanta medianía que sirve para medir la ansiedad por consumir cualquier cosa del espectador coyuntural (eso de haber incluído la posibilidad de ver las series o películas al doble de velocidad es sintomático del momento que vivímos) también se pueden encontrar pequeñas joyas mal talladas con frecuencia, pero cuya imperfección contiene momentos de genuína emoción. Una de esas rarezas es «Easy», obra dirigida por Joe Swamberg que obscila entre la sublime y lo inane a través de varias historias de continuidad irregular a lo largo de sus tres temporadas.

Una vez atraído por la propuesta impostadamente indie que plantea la serie, y eliminado las numerosas historias que solo aportan humo, queda un pequeño retablo de humanidades perdidas en busca de cualquier cosa que le dé sentido a todo esto. En palabras más simples, en busca del amor. Amores compartidos con entusiasmo inicial que degeneran en recelo y desazón; amores no tan platónicos que se cobran víctimas colaterales; amores que se gastan; amores imposibles por sus planes de vida incomplatibles que terminarán por provocar un insondable vacío interior. Esas pocas historias, perfectamente reconocibles, dan sentido al visionado de una serie que dignifica levemente a un gigante que en su día ni siquiera se digno a promocionar una de sus contadas muescas de calidad.

De entre esas pocas historias rescatables de los deliríos alternativos de Swamberg, hay dos que tienen luz propia, la dialogada en castellano que tiene por protagonista a una pareja hispana en busca de un hijo que no llega y la del tipo que trabaja como carnicero en lucha constante por mantener con vida su historia de amor (al tiempo que su dignidad) con una actriz televisiva emergente. Dos historias que me emocionaron sinceramente. La primera, por su crueldad soterrada que sus protagonistas tratan de disfrazar de amor puro e imposible al tiempo que propocionan un terrible daño a un tercero. La segunda, por la inevitable atracción que generan las historias de amor imposible siempre que estén contadas con honestidad.

A veces es necesario muy poco para justificar un vacío tan enorme.