Off…

Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas. La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la television que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados.

El Club de la Lucha (1999)

On…

No sé si soy un buen padre. Probablemente no lo sea, pero quiero que no olvides algo. No permitas que nadie diga que eres incapaz de hacer algo, ni siquiera yo. Si tienes un sueño, debes conservarlo. Si quieres algo, sal a buscarlo y punto. Y si fracasas, vuelve a levantarte. ¿Sabes?, la gente que no logra conseguir sus sueños suele decirles a los demás que no cumplirán los suyos.

En Busca de la Felicidad (2006)

Navegador de etiquetas

La insoportable levedad de quien nunca estuvo allí…

A medida que envejece, Polanski da menos tregua. Si en «El Pianista» ejerce de mosca cojonera que revisa los hipocresía genocida de la segunda gran guerra, en «El Escritor» comienza fustigando desde el primer minuto para terminar cediendo por el lado más débil cuando el mazo de cartas se agota. Porque, supongo pensará, así son las cosas y el sistema está lo suficientemente ramificado para solapar sus lados expuestos por otros completamente opacos.

No, no pienso referirme a su famoso caso judicial. Ni creo que él lo insunúe. Al contrario de lo que sugieren algunos críticos, Polanski no da la sensación de hablar de sí mismo sino de un mundo eternamente hostil para unos personajes abrumados por una puesta en escena que no es la suya. La eterna obsesión que le ha acompañado toda su vida.

Un escritor sin nombre (Ewan McGregor) oficia de negro para un ex primer ministro británico cuya turbia administración ha llevado a las puertas del tribunal de La Haya acusado de violar los derechos humanos. Su indagación en el caso le hará seguir cada paso de su predecesor en el cargo hasta terminar calzando sus mismos zapatos. Aunque toda la trama, intuyo, no pasa de ser un McGuffin.

Las corruptelas y la intriga política es lo que menos le importa a Polanski, esforzado en dotar de verosimilitud a un relato que necesita ver cada pieza situada en su lugar para cobrar entidad. Sin pasar por alto las trampas y el virtuosismo técnico que todo thriller requiere, el director de origen polaco prefiere regodearse en la angustia de un personaje aislado en tierra de lobos. Una vez más «Repulsión», «Cul-de-sac», «La Semilla del Diablo» o «Frenético». El cínico hedonista que encama a sus personajes antes de ajusticiarles para darles el merecido premio que reclaman. Lo demás no pasa de ser una brillante muestra de oficio adquirido con el paso de los años salpicado de memorables escenas como esos folios esparcidos por una calle. La resolución de una vida es la nada para alguien que nunca existió.

Se necesita excavar para lograr ver «El Escritor» sin prejucios y en toda su magnitud. Una vez lo logren, disfruten…

Faltaba un himno…

Dos días dan para mucho. Uno puede probar la pimienta de Madagascar por primera vez en su vida, recibir 300 invitados sin invitación mientras Iván Ferreiro canta en un garito de Madrid que la extrema pobreza es el amor que se apaga. Para evitarlo compraremos cerillas de madera azul ¿vale?, pero antes nos cruzamos en fotografías de turistas emocionados ante la visión de los neones de Callao y dormimos en habitaciones de hotel escoltadas por prostitutas africanas que defienden su esquina solapando las risas de un tipo filipino. Ahora sé que uno puede viajar 411 o 412 kilómetros aferrado a tus piernas. Que uno puede llevar demasiado equipaje y puede que los fantasmas sean fuertes hoy, pero mañana lo serán menos y la semana siguiente aún menos. Y si conseguimos arriconar a la tristeza,  si conseguimos sobrevivir a todo aquello, a todo esto, podremos conseguirlo todo, me dices. Somos más fuertes, es verdad. Me quieres, te quiero, nos queremos y ahora tengo una caja de zapatos blanca para guardar tus fotos y es tan grande que aún queda hueco para esconder los recuerdos en los que apareces tú.

Pero nos faltaba un himno…

Yo no se cómo fue que te quedaste para siempre a vivir conmigo
paz para este pobre peregrino ya cansado de buscar por cualquier lugar.
Ya lo sé, no es el Palacio Real, pero es igual no estamos mal y finalmente es nuestro nido
y estamos esperando un invitado que está a punto de llegar… Bienvenido

Tras las Cortinas…

El verano de 2005 me ocurrieron muchas cosas. Me rompí los ligamentos del tobillo en una curva mal trazada mientras corría, me harté de comer Ben & Jerry’s de chocolate mientras veía «Lost» y la enfermedad de alguien muy querido fue a peor. También abrí mi primer blog, una noche de insomnio de junio. En principio fue ideado para salvar una vida, porque entonces aún creía que si llegas a una esquina antes de contar hasta diez lo que deseas podrá hacerse realidad. Pero no fue así y la cuenta atrás terminó bruscamente con un final jodidamente inesperado.

Desde este teclado he escrito más de mil posteos y se han asomado hasta mí cientos de personas. Sentado en esta silla azul frente a un cochambroso PC he pasado muchas noches de insomnio. Y hoy, en la misma silla azul de hace cinco años, escribo mi último posteo desde este lugar.

Abro las cortinas, le tomo de la mano y continúo saltando charcos desde otro lugar

Diablogo…

Clementine: Nunca estás a la altura.

Joel: Te quiero.

Clementine: Eso no es suficiente, Joel. Nunca lo es.

Joel: ¿Y qué puedo hacer? Te quiero, Clementine.

Clementine: No lo entiendo, te trato fatal. ¿Por qué me quieres?

Joel: Me gusta tu sonrisa de mandarina. Me gusta que te enfades conmigo y que a los cinco minutos me abraces como si me hubiese ido a Marte. Me gusta hablar contigo bajo las sábanas. Me gusta mirate mientras duermes…

Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004)

Como Jack London debió soñarlo…

Werner Herzog continua su búsqueda de personajes fuera de tiempo, lugar o dimensión en «Grizzly Man» y se encuentra con un tipo que reune las tres condiciones. Fuera de tiempo porque Timothy Treadwell poseía el aliento de los aventureros de finales del siglo XIX y principios del XX. Fuera de lugar porque cuando se adentró en Alaska ya apenas quedaban lugares vírgenes, y desde luego el estado helado no era uno de ellos. Y de otra dimensión porque su entusiamo cuasi infantil le sitúa en alguna de las dimensiones paralelas que se formulan en la Teoría de las Cuerdas.

Herzog echa mano de su humanidad rayana en la esquizofrenia a la hora de entrevistar a los que trataron a Treadwell pero no le conocieron. Un guardia forestal que asegura que Treadwell se estaba buscando lo que le sucedió; una ex-novia que finge pesar tras lágrimas falsas cada vez que una cámara la enfoca; sus padres, que se lamentan de no haber sabido descifrar a su hijo… En realidad nadie lo supo hacer. Treadwell enfatiza constantemente la primera persona durante sus filmaciones. Tal retahila de yoes no muestra a un egocéntrico sino que oculta el ansia de un hombre efímero, antiguo camarero de una hamburguesería, por hacer algo bien. Por saber que lo que está haciendo sirve para algo. Las dudas asaltaban al hombre de los osos cada vez que veía uno de sus protegidos desollado por un furtivo. Lágrimas por el animal «salvaje» que en realidad él siempre soñó ser.

Solo, siempre solo, en el momento de su muerte se encontraba acompañado por su novia, Amy. Herzog elude el morbo de mostrar la grabación de su muerte, pero señala en varias ocasiones que la novia de Treadwell, aunque temía a los osos, estaba allí. No hay mayor prueba de amor que enfrentarse a lo que se teme por el otro. Herzog muestra una fotografía de ambos a los pies del hidroavión que les transportó en su último viaje en la que Treadwell toma firmemente de la mano a Amy. Y entonces el Herzog marciano encuentra a su semejante.

Herzog es consciente de que el trabajo de Timothy Treadwell fue estéril. Los furtivos seguirán cazando y los límites del parque menguando conforme se halle petroleo o gas a su alrededor. Y es más que seguro que su recuerdo se podará día tras días hasta no quedar nada más que el documental sobre un lunático filmado por otro lunático.

El Poder del Mal…

Mientras su familia rica se afanaba en reubicarle, él se colocaba con absenta cada noche en garitos de mala muerte, aunque por entonces ya se rumoreaba que el hada verde podía provocar la ceguera, la locura y la muerte en quien la frecuentaba. Mientras se organizaban consejos de familia preocupados por el futuro de la semilla negra, él visitaba a una prostituta mulata (Jeanne Duval) a la que creyó amar una vez. Pero Baudelaire no sabía amar, por eso prefería las prostitutas a las hijas perfumadas de la buena sociedad que le eran presentadas con frecuencia. Sus favoritas eran las prostitutas del Barrio Latino, en especial las que tenían algún defecto físico palpable (caso de Sarah, que era calva) antes que las putas de 50 francos de Montparnasse.

Estaba obsesionado con Poe, escritor etílico y tan maldito como él, con la salvedad de que el americano sí había amado una vez con una intensidad tan embriagadora como una docena de cajas del mejor tinto de Burdeos. Le envidiaba, tanto por su talento como escritor como por su capacidad para darse como persona, porque él nunca se dio más que a la botella y a la pluma. La pluma que tantos problemas le trajo. Multas, denuncias por obscenidad, marginación por parte de un gremio elitista que envidiaba en secreto su habilidad para descifrar el mal como sustituto del amor y su complementariedad.

Lo cierto es que 170 años después de la publicación de «Las Flores del Mal» sigue apuñalando madrugadas como una vez soñó su autor.

¿Qué importa que tú vengas del cielo o del infierno,

Belleza, monstruo enorme, ingenuo, pavoroso,

Si tu mirar, tu risa, tu pie, me abren la puerta

De un ansiado Infinito que nunca conocí?