Los que están por llegar…

«Mis hijos. Son mis hijos mi única obra maestra»

En una de esas entrevista mamporreras en las que se ensalza al entrevistado por cualquier motivo, Paul Newman contestó de tal guisa al periodista pelota que le preguntaba por la mayor obra maestra realizada en vida tan ejemplar. Y es que tener un hijo siempre supuso el mayor de los orgullos al tiempo que el mayor reto. Es un hecho que mientras haya niños, habrá esperanza de que, ojalá, en próximas generaciones aprendamos de una vez de los muchos errores de los que nos antecedieron.

El mundo del cine suele acercarse al periodo de gravidez con cautela. Casi siempre en tono de comedia (muestra del feliz acontecimiento que se avecina), ya sea cínica, descerebrada o cómplice. Si bien, en un segundo y destacado plano, el cine de terror puede presumir de que alguna de sus grandes obras maestras echó mano de los atávicos miedos a la maternidad. La lista de embarazos de cine es interminable y abarcan cada miedo, cada inquietud y cada ramalazo de felicidad que otorgan los largos meses de espera. He aquí un puñado de ellos ilustrados en mi primera lista del año…

LA LOCA AVENTURA DEL MATRIMONIO

John Hughes, 1988.

El maestro de la comedia teen, supremo sacerdote de toda una generación crecida en los suburbios (físicos o emocionales), completó su tetralogía no confesa sobre la adolescencia y los primeros pasos en el mundo adulto con esta pequeña joya en la que una pareja de recién casados se enfrenta al paso definitivo hacia la madurez. Justo la frontera que temían cruzar los adolescentes castigados de «El Club de los Cinco», la Samantha Baker de «16 Velas» y el icónico Ferris Bueller de «Todo en un Día». El resultado quedó a años luz de sus precedentes. Aun así, no son pocas sus escenas memorables en los que aparece la tentación de desandar los pasos dados, en buscar de reencontrar los días ya perdidos. Crepuscular pero sin la melancolía necesaria.

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JUNO

Jason Reitman, 2007.

Muy celebrada en su día pese a su pobre discurso, alabada por su honesto acercamiento al espinoso tema de los embarazos adolescentes, carece de otra entidad que la de una comedia desnortada, entre el romanticismo de carpeta y la reivindicación adolescente. Tal fue su calado que ganó el Oscar al mejor guión original de tan infausto año. Aún peor es la sensación de que Diablo Cody, la perpetradora de tal guión, viva toda su vida del alucinado premio concedido a un libreto en realidad mediocre. Muchos mohines, demasiado lugar común y aún más rebeldía impostada. En resumen, poca chicha.

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LIFE AQUATIC

Wes Anderson, 2004

El mundo de Wes Anderson es circular. Al carecer de esquinas que delimiten sus intenciones no es infrecuente que descarrile, volteando su inmenso talento de modo igualmente circular hasta llevarnos a lugares nunca antes vistos. Tal es el reto de Steve Zissou, sosias del capitán Costeau ensimismado por el tiempo y los amigos perdidos. En ese contexto, la aparición de un hijo que nunca conoció y de una periodista embarazada de la que inevitablemente se enamora tornará su melancolía en decisión. Las oportunidades, la rara vez que aparecen, se crearon para ser aprovechadas. Qué más da que se fracase si se hace intentándolo. Memorable.

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LA SÉPTIMA PROFECÍA

Carl Schultz, 1988

Un artesano cumplidor como Schultz no podía ofrecer menos que una cinta de terror efectivo, aun sabedor de sus propias limitaciones. Su modestia formal no le impide tomar las escrituras bíblicas como pretexto para forjar una película apocalíptica de largo espectro, suavizada con mensaje final santurrón. Lo mejor se lo queda Demi Moore y su esplendorosa tripita (real pues la actriz se encontraba embarazada durante el rodaje) que luce sin remilgos en un par de ocasiones lo suficientemente gratuitas. Única luz que sirve para guiarnos durante la tupida y sugestiva negrura que se extiende durante la mayor parte del metraje.

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NUEVE MESES

Chris Columbus, 1995

Discípulo aventajado (que no notable) de John Hughes en el arte de contar historias del mundo visto desde los suburbios de clase media, Columbus no arriesgó demasiado cuando se propuso narrar todo el periodo gestacional desde los preámbulos hasta el parto. Jocosa, sólida, rebosante de vitalidad… y sin embargo carente de alma, más allá de los nutridos esfuerzos de Julienne Moore y Hugh Grant por dotar de encanto a la película. Misión que logran completar con éxito, bien es cierto que reduciendo su alcance a lo anecdótico. En otros palabros, «Nueve Meses» es una película que se ve y se cuenta con agrado, pero que no soporta el más benévolo análisis crítico y, posiblemente, un segundo visionado.

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JUNIOR

Ivan Reitman, 1994

Para que todo quede en familia aquí llega el padre del director de «Juno» para forzar sonrisas de plástico a la platea. El pretexto consiste en embarazar a un hombre (algo nada nuevo, como veremos más adelante) prescindiendo de las connotaciones que una idea tan transgresora reconvertida en una boba sucesión de chistes sin gracia a mayor gloria de Arnold Schwarzenegger, escoltado por un cómico más que solvente como Danny de Vito. Por lo visto en aquella época a la estrella nacida en Austria le dio por ser considerado como algo más que una masa de músculos masculladora, para lo cual rodó una serie de comedias simplonas que sirvieron para confirma la total ausencia de talento en su inmensa (a lo ancho) humanidad. Como no le fue demasiado bien se dedicó a la política bajo las siglas protectoras del partido republicano. ¿Qué mejor refugio para un granuja?, que diría el doctor Johnson.

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LA SEMILLA DEL DIABLO

Roman Polanski, 1968.

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La leyenda que persigue a la película nunca podrá siquiera igualar el terror de calidad que dejó su poso en los patios de butacas de todo el mundo. Un prodigio de puesta en escena, unos actores en estado de gracia, un guión perfectamente hilvanado, todo funciona en esta obra maestra que lograr el prodigio alquímico de la ligereza narrativa al servicio de una meta grave de tan ambiciosa. Calificarla de extraordinaria sería injusto. Va más allá. Su huella trasciende la pantalla hasta alcanzar la vida real a través de la imaginería. Casa maldita (el fastuoso edificio Dakota), coincidencia en el tiempo con terribles tragedias (el asesinado de Sharon Tate, esposa de Polanski, a manos de la familia Manson), acusaciones de maltrato psicológico (Mia Farrow acabó el rodaje bastante maltrecha, si bien ella nunca estuvo muy allá). Todos los elementos de confabularon para generar una obra capital que baraja sutilmente el miedo a la maternidad con elementos del terror más atávico. Suprema.

FARGO

Joel e Ethan Coen, 1996.

El cine de los Coen, siempre estéticamente gélido, precisó del crudo invierno de Minnesota para ilustrar una de sus historias de personajes rayanos en la oligofrénia, malvados más por inercia que por vocación, que trazan planes dislocados destinados al fracaso. «Fargo» no es solo una de su películas más representativas, es un cuento de idiotas hartos de serlo que no saben que su naturaleza es irreversible. Una fábula de la idiotez humana en su máximo apogeo. En mitad de todo el tinglado, una sheriff embarazada que hace bueno el dicho que afirma que en el país de los ciego el tuerto es el rey. La gente del medio oeste es así: te ofrecen una taza de café, te dedican una sonrisa, te hablan de la tormenta que se avecina en la barra de un dinner, planean el secuestro de su esposa…

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NO TE PUEDES FIAR NI DE LA CIGÜEÑA

Jacques Demy, 1973

En una tarde aburrida, supongo, el director Jacques Demy (maestro del musical dramatizado) se debió preguntar qué ocurriría si el paradigma de la masculinidad se quedase embarazado. Doy por hecho que el siguiente paso consistió en ponerse en contacto con Marcelo Martroianni para proponerle el reto, a lo que, no me cuesta imaginar, el sarcástico actor accedió sin pensar. Máxime teniendo en cuenta que acababa de ser padre con Catherine Deneuve (amante oficial del momento) a la que ofreció el papel de partenaire. El montante de todo ello dio lugar a una comedia amable que arracan sonrisas cómplices con frecuencia. Demy huyó de cualquier atisbo provocador (las menten bienpensantes estaban de uñas por si se requería su presencia) para elaborar una comedia fresca que, aún hoy día, se ve con agrado. El cartel de la película, que mostraba a Mastroianni en estado de buena esperanza mientras conduce orgulloso un carrito de bebé, fue pionero en el arte de la provocación amable. Muesca de que la sociedad estaba (afortunadamente) cambiando.

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HIJOS DE LOS HOMBRES

Alfonso Cuarón, 2006.

Un mundo destinado a la extinción por falta de nacimientos, he ahí el terror más profundo. En un entorno sin futuro e hiperpolucionado, castigado por grupos terroristas que matan aleatoriamente y estados totalitarios que no se atreven a afrontar la realidad optando por la represión, aparece la prueba de que merece la pena continuar cuando la fe se ha perdido: una mujer embarazada. En protegerla se afanará un antiguo activista desencantado que recobrará la senda perdida gracias a la ilusión por lo único por lo que merece la pena morir: la vida. Hermosa parábola filmada por el humanista Alfonso Cuarón en la que se demuestra que la única pérdida irresoluble es la de la fe.

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Eso es todo…

Los que supieron malvivir…

No ocurre en todos los casos. En ocasiones, un tipo con un parche en un ojo es solo eso, un tipo con un parche en un ojo. A veces la idiotez que se pretende enmascarar utilizándolo, se resalta. En otras ocasiones denota una maldad buscada. Sin embargo, existen casos en los que cubrir uno de los ojos con un parche otorga presencia, retrotrae a épocas pretéritas en las que los usuarios de tan escueta prenda eran tipos de los que guardarse, impregna de un aura aventurera, casi mística y, puede que lo más importante, nos presenta a alguien que ha sabido malvivir. Y quien mejor que un director de cine para mostrarnos lo que es vivir constantemente en el filo.

SI NO SABES VIVIR, TAMPOCO SABRÁS MORIR

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RAOUL WALSH

Todo hombre o mujer debe ser consciente del tipo de parche que les corresponde usar llegado el caso. Walsh, pionero de aliento épico con ínfulas de dandi, fue un tipo que solo entendía la vida si la muerte asomaba tras la esquina. Siendo tan refinado, siempre vistiendo de punta en blanco, perfectamente peinado y acicalado incluso en los rodajes más duros, sorprende que su filosofía se emparentase con la que abanderó John Huston. Siendo un tipo duro, el día que durante el rodaje de «En la Vieja Arizona» una mata puntiaguda se incrustó en su ojo derecho (hay quien afirma que en realidad perdió el ojo a causa de un accidente de coche, e incluso quien niega que fuera tuerto, cosa de las leyendas que él supo levantar en torno a sí), consideró que el destino le hacía justicia.

Eligió un parche refinado para afinar la mirada de su ojo sano. Tanto que en las fiestas ejerció de imán para las mujeres que nunca le faltaron. Mientras, continuó labrando su bien ganada fama de hombre duro al que no le iban las memeces. En una ocasión, durante una cena elegante a la que asistió John Ford (tan poco dado a las apariciones en público), éste, campeón de campeones en la categoría de tocahuevos cuando el día le nacía cruzado, comenzó a quejarse repetidamente de lo mucho que le dolía un ojo a causa de las cataratas que le consumían. Walsh narró así la anécdota…

«Se quejaba de que le dolía, hasta que al final agarré un tenedor y le dije: “Venga, John, te lo saco y así no te dolerá más”. Me lanzó una mirada asesina, pero dejó de quejarse.»

Ford no volvió a quejarse en el resto de la velada y todos los presentes elogiaron al hombre capaz de enfrentarse con el gran cascarrabias y salir indemne.

EL VERDADERO ARTESANO NO CONOCE EL MIEDO

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ANDRE DE TOTH

El director de origen húngaro perdió su ojo izquierdo siendo niño. Desde entonces se encomendó una misión: hacerlo todo mejor que los demás. Y lo logró… a su estilo. Tras una temprana incursión en el mundo de la farándula en su país, estalló la guerra en Europa. Tuvo suerte y otro húngaro, éste genial en todo su ser, Alexander Korda, le ofreció un trabajo en Inglaterra desde dónde dio el salto a Hollywood. Su afán por aprender, por trabajar más que los demás y hacerlo mejor, le otorgó unos trabajados galones que le permitieron ponerse al frente de una producción poco más tarde. Pero su carácter era indómito. Rompió su contrato con la Columbia para establecerse como mercenario a sueldo de todo aquel que desease un producto sólido y de mayor envergadura de la que nunca le otorgó la crítica. Aunque su mayor logro se dio fuera de la cámara al enamorar a Veronica Lake, la más bella entre las bellas de su época. Tuvieron dos hijas y se acabó. Tomó aquello como un contratiempo y siguió adelante, como siempre hizo.

Lejos de ser agresivo, Su parche, en sintonía con su carácter, era austero y modesto sin dejar de ser elegante. Su vista sesgada no le impidió dirigir una película en tres dimensiones («Los Crímenes del Museo de Cera», 1953) ni seguir dirigiendo hasta casi el día de su muerte.

SI ESTO ES LO QUE HAY, ESTO ES LO QUE QUIERO

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JOHN FORD

Se han escrito centenares de libros sobre su peculiar carácter. Se ha debatido durante miles de horas sobre qué quiso decir, con su lenguaje gutural, cada una de las escasas veces que abrió la boca. Se han elaborado cientos de ensayos tratando de descubrir que se ocultaba tras su rostro de esfinge. Y sin embargo, fueron John Wayne y Henry Fonda (algunos de los escasos afortunados que recibieron su invitación para ir a pescar a su lado) de los pocos que supieron interpretar su profundos silencios.

Nunca fue hombre de protocolos ni parafernalias. Para él, lo blanco siempre fue blanco y lo negro fue negro. Sin embargo, muy pocos supieron definir la infinita gama de grises como él en sus películas. Gustaba de hacer sentir mal a sus equipos de rodaje cada vez que se enfadaba con el mundo… cosa que ocurría con demasiada frecuencia. Son muchas las anécdotas que ilustran su carácter huraño y práctico. Por eso, cuando las cataratas cegaron su ojo izquierdo, no dudó en colocarse un parche para enfocar la mirada que le restaba. Lo hizo de un modo «natural». Sin explicaciones. A su manera. Un día se presentó en un rodaje con un monstruoso parche sobre sus gafas. Todos le miraron aterrorizados hasta que dijo la palabra mágica: «acción». Entonces se acabaron los lamentos.

Su parche era descuidado. Mal cosido, mal ubicado en su rostro, como si se tratase de un ente transitorio destinado a un fin concreto. De hecho, cuando la cámara se detenía no era raro que despazase su parche unos centímetros, costumbre que le hubiese dotado de un aspecto cómico a cualquiera menos a él. Porque él era «el maestro». Su finalidad última no consistía en utilizar el parche para dotarse de un aura romántica. Eso se quedaba para sus películas.

LA CONTRARIEDAD COMO VENTAJA

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FRITZ LANG

Muchos de los que le conocieron aseguraron que su mejor definición era la del arribista fabulador. Su historia personal, repleta de calles estrechas y poco iluminadas, variaba en función de quien la escuchase y de los martinis que Lang hubiese ingerido. En realidad, bajo su fachada aristocrática se ocultaba un eterno fugitivo, siempre en busca de un lugar en el que descansar por una noche. Tal vez por esa razón sus películas son tan contradictorias y oscuras. En todas ellas aparece una constante: el miedo a la masa, al otro, al ser humano. La bestia no tiene una cara, tiene miles. La bestia es tu vecino, el lechero y la mujer que comparte tu cama. Huyó de la locura nazi dejando atrás a su esposa y guionista habitual Thea Von Harbou, además de enterrar un brillante futuro dentro de la industria de su país. Al llegar a los States pasó dos años sin rodar hasta que la Metro le produjo «Furia» como vehículo de lucimiento de una de sus megaestrellas del momento, Spencer Tracy. El resultado fue tan desasosegante que no volvió a trabajar para la compañía del león hasta veinte años después. La suerte estuvo de su lado (y del nuestro), pues la Warner y la Fox se interesaron por su tenebroso modo de ver el mundo. Y así se mantuvo hasta que su ojo derecho se infectó tras un insignificante accidente durante el rodaje de uno de sus Mabuse. Lo perdió, pero no extravió un pedigrí que le llevó a simultanear parche con monóculo cuando lo consideró adecuado.

Su parche era sólido que no rotundo. De líneas bien delimitadas y elegante pose. Lo lució en toda fiesta que deseó contar con su presencia cuando comenzó a pasear su figura de leyenda viva del cine tras su temprana retirada. Siempre mantuvo la habilidad para mirar por encima del hombro de los demás. No se equivoquen, no por altivez, si no a causa del miedo que siempre le invadió y supo mal disimular.

SI LA ÉPICA NO VIENE A MÍ, YO IRÉ POR ELLA

Nicholas Ray

Siempre deseó que la lírica le invadiese mediante caminos tortuosos. Rodó una de las películas más desesperadamente románticas de siempre («Los Amantes de la Noche»), pero para él no fue suficiente. Quería más, quería sangrar, quería ser un superviviente con un legado de maldito. «Seré Raoul Walsh y John Huston», decía. En realidad no quería ser ellos, querría haber vivido como ellos. De lo que nunca fue consciente es de que los superó. Un día apareció con un parche en un ojo, como Walsh. Dijo haberlo perdido de una docena de modos diferentes, y todos le creyeron hasta un día en que la resaca fue demasiado dura y amaneció con el parche en el ojo contrario. Un falso tuerto que vivió como un tuerto pero no tuvo la suerte de que un mal golpe propinado por un borracho en una pelea de bar le convirtiese en un divino cíclope. Bisexual de tortuosa vida enterrado el alcohol y la ludopatía; atormentado por la pronta muerte de sus mejores amigos, como James Dean (tal vez envidiaba la suerte del que nunca envejeció); obsesionado siempre por eludir lo convencional. Incluso su muerte, filmada plano a plano por Wim Wenders, fue singular. Debió ser tuerto. Lo mereció.

Su parche de seda era aparatoso como él mismo lo fue. Cubría demasiada piel, como mostrando que nos encontrabamos ante alguien a respetar por exceso, nunca por defecto. Fue grande incluso para eso.

Y fin…

Chatarra espacial…

En el preciso instante en que un grupo de rollizas señoritas introducía una cápsula espacial en el gigantesco cañón del «Viaje a la Luna» de Méliès, se estaba produciendo la primera panspermia generacional inducida por el celuloide. La chatarra espacial se constituía desde entonces en la bandera que enarbolarían por siempre todos aquellos que no supieron crecer al ritmo de la gente de bien. Porque si has crecido con los pies en el suelo te has perdido algo tan grande como el primer beso, la primera vomitona de viernes noche o el primer desengaño amoroso que todos juramos en su día sería el último. Por el contrario, si volaste alguna vez en el Halcón Milenario sin abandonar tu butaca sabrás de lo que hablo. Las naves espaciales son (junto a los robots) las juntas, las tuercas y las carcasas que cohesionan los sueños de los eternos adolescentes. Esta afirmación no trata de ennoblecer el imaginario freak gratuitamente. No, hablo de amor sincero. El que nos  llevó a viajar en sus bodegas, siempre como polizones virtuales, hasta planetas prohibidos, mundos acuáticos y atmósferas de metal.

Sin ánimo de pontificar sobre qué nave es más emblemática que otra, dejo aquí una lista de las que, a mi juicio, son imprescindibles para perderse en el espacio sin plan de retorno.

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(2001, una odisea en el espacio. Stanley Kubrick. 1968)

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Siendo tan obseso del detalle no resulta extraño que Kubrick diseñase una nave espacial real una centuria por delante de la ciencia de su tiempo. Cada compartimento, cada dormitorio, cada cuarto de baño y sala común fueron planificadas por el director quien se ayudó de docenas de asesores científicos para resolver cada problema surgido. Fredrick Ordway, ingeniero estrella del todopoderoso Instituto Tecnológico de Massachussets ofició como mano diestra del director encabezando un nutrido grupo de científicos de la NASA, IBM, Bell Laboratories e incluso astrofísicos soviéticos contactados a través de la embajada de la URSS en el Reino Unido. Como consecuencia lograron solucionar problemas como el de la ingravidez y sus efectos sobre los humanos, la propulsión necesaria para transportar una nave a través del sistema solar (cuestión que saldaron con motores impulsados por agua vaporizada que la ciencia de aquel entonces consideraba una energía futura viable y económica), e incluso un sistema de intercomunicación que dio origen a las actuales tablets con cuarenta años de adelanto. El problema final consistió en lograr alienígenas convincentes, para lo cual se contactó con el astrónomo divulgador Carl Sagan. Ante la falta de ideas originales, alejadas del típico bicho tentacular galáctico, se optó por dar forma humana a los habitantes de otros mundos, solución que agradó a Sagan y que volvió a adoptar en su célebre novela «Contact».

Las medidas de la nave, los vehículos auxiliares, los sistemas de apoyo, todo fue diseñado de modo milimetrado para dar verosimilitud a la epopeya espacial más incomprensible, gafapasta y fascinante hasta ahora rodada. Como colofón se otorgó el control de la nave al superordenador HAL 9000. Un ente más humano que los humanos cuya lenta agonía continúa hiriendo hoy día.

NAVE DE CARGA

(Atmófera Cero. Peter Hyams, 1981)

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La sólida nave de carga empleado por la pérfida compañía minera que extrae titanio de Ia luna jupiteriana de Io, es un prodigio de ingeniería y solvencia. Lo suficientemente robusta y manejable como para moverse entre las hostiles condiciones del infernal planeta. Como nave de carga carecía de lujos más allá de sistemas hidráulicos innovadores, concepto que después fue utilizado por la industria del automóvil, y un sistema de propulsión a prueba de fallos. Al menos hasta que Sean Connery desenmascaró a los patrones crápulas capaces de dopar a sus obreros con drogas estimulantes para que produjesen sin pausa a riesgo de llevarles hasta la locura. Es entonces cuando contamos los minutos que faltaban para que el transbordador pusiera a salvo a Connery en un evidente homenaje al western de Fred Zinneman «Solo ante el peligro». Y no sé si se retrasó, pero se hizo de largo…

PATRULLERO

(Blade Runner. Ridley Scott, 1982)

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Ridley Scott, Syd Mead y Michael Kaplan diseñaron una ciudad de Los Angeles distópica con la intención de inducir al espectador hacia un hipnótico viaje sin otro destino que la desesperanza. Los vehículos utilizados por los Blade Runners combinan modestamente la practicidad con un halo melancólico de la nave aérea que nació sin capacidad estelar, compartiendo limitaciones y frustración con los Nexus-6 quienes carecían de esperanza de vida más allá de los cuatro años. Su equipamiento interno funcional y su ortopédico sistema de despegue, provoca cierta dentera (cosa de la precariedad de los tiempos en que fue filmada). Sin embargo el tiempo las ha convertido en parte del mito que arrastra consigo la película.

RIDER CYLON

(Battlestar Galactica, Serie de televisión 1978-1980 y 2003-2009)

El primer rider cylon diseñado para la serie pionera, claramente inspirado por la estética de la época, poseía una maniobrabilidad asombrosa apoyado por una carga aerodinámica brillantemente distribuida. No tardó en convertirse en el paradigma de la nave espacial evolucionada desde el círculo del platillo volante clásico hasta un óvalo irregular que le proporcionaba mayor estabilidad de vuelo. Su estética causó furor en su momento llegando a ser literalmente plagiado por varias «series b» de la época carentes de imaginación y sobradas de geta. Un icono pop inmortal.

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Décadas más tarde fue lanzado un piloto que regeneraba la serie. Obtuvo una buena acogida de la audiencia, lo que dio lugar a una de las series de ciencia-ficción más celebradas de la historia televisiva hasta el punto de que opacó casi por completo a su popular referente. Los productores mantuvieron la esencia de la historia y los personajes, pero se afanaron en actualizar las naves tratando de respetar los difícilmente superables originales. Si bien los vipers coloniales no sufrieron grandes modificaciones estructurales, los riders cylon apenas son reconocibles física y conceptualmente. En primer lugar se respectó el contorno circular al que se añadió un enorme hueco central que daba apariencia a la nave de poseer amenazadoras garras. En segundo lugar se sustituyó a los pilotos cylon por una materia orgánica integrada en la nave que la convertía en un ente con vida propia. Sin entrar en disquisiciones aeronáuticas que con seguridad erosionarían el segundo modelo con respecto al primero, lo cierto es que estéticamente se logró el objetivo de transmitir desasosiego con la sola aparición de los riders en pantalla.

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NAVE ESPACIAL DEL DOCTOR ZARKOV

(Flash Gordon. Cómic, 1934)

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Posiblemente la más popular de los diversos diseños con los que se ha ilustrado al cohete del doctor Zarkov sea la que, en cierto modo, inspiró los primeros cohetes fabricados por Wernher Von Braun en la alemania nazi. La obra maestra kitsch que es «Flash Gordon» puede presumir de haber brillado en el auge de la cultura pop, de haber contribuido a la la teoría del steampunk y de haber llenado de pájaros la cabeza de varias generaciones entregadas a las maldades del emperador Ming (otra reminiscencia coyuntural que el terror amarillo produjo en los años 30 del pasado siglo). Hoy día resulta enternecedor un artefacto que incumple con casi toda norma aeronáutica a excepción de su forma fálica. Precisamente fue esta circunstancia la que convirtió a la nave de Zarkov en un icono erótico festivo en la desmitificadora década de los setenta. No sé si pasa su pesar o su solaz.

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(Las Aventuras de Flesh Gordon. Michael Benveniste y Howard Ziehm, 1974)

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El cine pornográfico comenzaba a asomar la cabeza tímidamente aprovechando las rendijas que el paso del tiempo provocaba en los códigos morales. Mientras tanto fueron las comedias picantonas (el célebre género clasificado «S») las que gozaban de taquillas generosa abarrotando salas de espectadores ávidos de carne. «Las Aventuras de Flesh Gordon» no tuvo reparo en emponzoñar la imagen de un héroe americano intocable y sus compañeros de viñeta. Para empezar se cambiaron los nombres; así Flash se convirtió en Flesh, el doctor Zarkov se rebautizó con el libidinoso nombre de Flexi Jerkoff (de innecesaria traducción) y el Emperador Ming se convirtió en Wang «el pervertido». La película es irresistiblemente divertida si se acompaña su visionado de una conveniente provisión de cervezas. Aunque lo mejor de la función es la nave espacial del doctor Jerkoff surcando enhiesta el espacio.

NAVE DE TRANSPORTE DE TROPAS y NAVE RECOLECTORA

(Dune. David Lynch, 1979)

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Tras la caída en desgracia del «Dune» que debía dirigir Alejandro Jodorowsky, el productor Dino de Laurentiis contrató a David Lynch, un joven director aparentemente menos tronado (o eso creía él), para dar forma a la monumental novela de Frank Herbert. El injusto batacazo de taquilla sufrido, comprensible en parte a causa de lo alambicado de una trama no destinada al consumo masivo, ofreció grandes tesoros de diseño como la orgánica nave recolectora y el mayestático crucero de transporte de tropas diseñados por Chris Foos quien tuvo que cargar con la pesada sombra de los diseños de H. R. Giger (diseñador de la versión Jodorowsky) que alguien interesadamente sacó a la luz coincidiendo con el estreno. La monumentalidad y fidelidad a las normas físicas de Foss chocó frontalmente con la inabarcable imaginación de Giger de quien dejo uno de sus imposibles y fabulosos diseños que para siempre, para desgracia de los habitantes de las fantasías encarnadas, quedarán confinados en una carpeta de dibujo.

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COHETE LUNAR

(La Mujer en la Luna. Fritz Lang, 1929)

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Podría decirse que el diseño del cohete lunar es convencional de no ser porque aún faltaban décadas para la puesta en marcha de los programas espaciales. Si bien Lang y su mujer, la guionista Thea Von Harbou, tampoco se esforzaron demasiado en dar un equipamiento convincente a la nave, dotándolo de cuatro palancas, varios botones y muchas lucecitas luminosas que daban un aspecto penoso al cuadro de control. Se apoyaron en las teorías balísticas de los ingenieros alemanes de la época para crear una nave en el que incluyeron algunos de los hallazgos estéticos utilizados en «Metrópolis», la anterior película del tándem Lang-Von Harbou, combinando la austero, la práctico y la visualmente llamativo, pero olvidado la coherencia. Una trama engañosamente insulsa que anticipa la voracidad de las empresas privadas a la hora de esquilmar los recursos naturales, termina obviada ante el extraordinario poder visual de las imágenes del genio vienés, a lo que debemos sumar la despreocupación científica un libreto que permite a los personajes corretear por el satélite sin casco ni traje espacial, inmunes a la ausencia de gravedad, oxígeno y a la abrasiva radiación solar. Como detalle curioso cabe destacar la estética art decó del módulo de aterrizaje. Un ejemplo de coyunturalismo que viene a decir algo así como «vayas donde vayas, hazlo con estilo».

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USS ENTERPRICE NCC-1701

(Saga Star Trek. Televisión y Cine, desde 1966)

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Pocas naves han sido tan reverenciadas como el crucero de batalla USS Enterprice. Un prodigio de diseño que surca el espacio desde hace décadas en busca de desfacer entuertos cual Don Quijote sideral. Poco importa que no haya trekkie desde Irán hasta la Tierra del Fuego que no tenga en su poder una maqueta pues el auténtico problema de la franquicia continúa siendo su incapacidad para derribar las barreras del gueto que la mantiene diez pasos detrás de otras epopeyas espaciales que han sabido fraguar su leyenda con mayor talento y más atinadas técnicas de marketing. Con seguridad es la Enterprise el mayor éxito de Star Trek. Una referencia cultural y estética que identifica a los que han optado por hacer del frikismo una forma de vida.

FURGONETA ESPACIAL

(La Loca Historia de las Galaxias. Mel Brooks, 1987)

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Mel Brooks dedicó su vida personal a una mujer extraordinaria como fue Anne Bancroft y su vida artística a desvelar la cara b de los grandes mitos cinematográficos. Cuando miró hacia el espacio fue la saga «Star Wars» la que recibió sus burlas. Por si el diseccionar una mitología amada por su fans con fervor religioso fuese poco, cometió el anatema supremo de reconvertir el Halcón Milenario en una desastrada furgoneta de reparto espacial a los mandos de un patético sosias de Han Solo. Las características de la nave eran similares a las de su matriz con el añadido de toneladas de caspa y de una envidiable capacidad para el frenado en seco en ausencia de gravedad. Sencillamente memorable.

FIREFLY

(Serenity. Joss Whedon, 2005)

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Sin duda el paradigma de la chatarra espacial es la Firefly. De hecho fue rescatada de una chatarrería por Malcolm Reynolds, ese perdedor entrañable que dedica su vida a esquivar el meteorito que lleva escrito su nombre. Una nave tan obsoleta solo podía tener un capitán como él. Sorprendente en prestaciones y bellísima en su línea desastrada, bien podría haber sido imaginada por la turbia mente de Alejandro Jodorowsky y haber sido dibujada por Moebius. Hasta la última tuerca de la nave rechina cada vez que abandona la atmósfera para alejarse por el espacio en busca de otra luna. De no ser así faltaría el elemento romántico, el que impide visualizar futuro alguno más allá de sus agrietadas paredes de acero.

CRUCERO DE LOS PLANETAS UNIDOS C-57D

(Planeta Prohibido. Fred McLeod Wilcox, 1956)

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La simplicidad y limpieza de su diseño cincuentero es lo que otorga galones al C-57D. Inspirado abiertamente en los platillos volantes (cuya fiebre de avistamientos se hallaba en su máximo esplendor), estaba equipado para realizar viajes siderales de años luz siempre en misión de paz. Así, con la rama de olivo, es como llegó a Altair IV donde fueron recibidos por el icono de los iconos robóticos Robby el robot. La imaginación de los guionistas se centró en el poderoso argumento de la película dejando en segundo plano las prestaciones de una nave de líneas tan hermosas como ignotas posibilidades.

ACORAZADO ESPACIAL YAMATO

(Saga Crucero Espacial Yamato. TV y Cine, desde 1978)

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La metafísica y el anime se emparentan en su afán por comprender la estructura de los elementos y tratar de sublimarlos. Es entonces cuando el arte de origen japonés toma ventaja gracias a su capacidad para hacer creíble la quimera mezclando cultura pop  y tradición. Así nació el crucero espacial Yamato, tomando como punto de partida al mítico acorazado Yamato, orgullo de la flota imperial japonesa hundido cerca de Okinawa cuando la II Guerra Mundial tocaba a su fin. La epopeya del acorazado que el imaginario local suponía «insumergible», sumado al horror nuclear que pisa los talones de la memoria japonesa, sirvió para escenificar otra epopeya, esta vez espacial, en la que la humanidad trata de sobrevivir a un ataque nuclear de otro mundo. La estructura de la nave espacial es idéntica a la de su referente marino con el añadido de un sistema de propulsión que le permite viajar a velocidad luz sin importar que la aerodinámica no sea la más adecuada. Y qué más da, en el mundo del anime todo está permitido menos bajar los brazos.

SONDA DE EXPLORACIÓN PLANETARIA

(Ultimatum a la Tierra. Robert Wise, 1951)

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La ciencia-ficción alcanzó carta de naturaleza (que no su madurez) durante los años cincuenta azuzada por la guerra fría y los continuos avistamientos de OVNIS que comenzaron a hacerse frecuentes tras el «contacto» relatado por el piloto Kenneth Arnold en 1947. El terror al enemigo rojo se encubría tras vistosos diseños de naves espaciales tan similares en la forma como singulares en su concepto. En este caso la nave se trata de una simple sonda de exploración espacial equipada con un cutre sistema hidráulico de plataformas. Lo aséptico de su línea sintonizaba con la iconografía comunista del mismo modo que sus lacónicos tripulantes podrían pasar por habitantes de la estepa sedientos de sangre tras su cordial apariencia. Tan poca cosa logró infundir terror en los espectadores de la época pese a su candoroso mensaje pacifista, que el enemigo siempre será el enemigo.

TIE FIGHTER

(Saga Star Wars. Cine y Televisión desde 1975)

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Años atrás, Michiu Kaku, divulgador científico y unos de los padres de la teoría de las cuerdas, elaboró una lista con los artefactos aparecidos en novelas y películas de ciencia-ficción que serían viables en el presente o en un futuro cercano. El Twin Ion Engine Fighter figuraba en la lista como un ejemplo de cómo la ciencia ficción puede elaborar máquinas viables partiendo de la fantasía. Dotado de un motor gemelo propulsado por iones que podía recargarse gracias a las placas solares adosadas en sus alas verticales, era su maniobrabilidad su punto fuerte mientras que su carencia de escudos defensivos lo que convertía en poco menos que una ratonera si el combate se complicaba. Su única arma ofensiva se componía de dos cañones láser de discreto poder, dos minas difícilmente utilizables con garantía de éxito y una lanzadera de misiles de seis torpedos de protones que pocas veces se llegaba a utilizar debido a su poca fiabilidad, lo que unido a que pequeño cubículo el monoplaza impedía la fluidez de movimientos del piloto en caso avería, convertía a la nave en una modesta arma de guerra. Sin embargo es su línea, su carismática apariencia, además del inconfundible sonido provocado por sus motores de iones, lo que ha sobrevivido en la imaginación de fan hasta convertirla en uno de los iconos identificativos de la saga.

TARDIS

(Dr. Who. TV y Cine, desde 1963)

TARDIS

La Time And Relative Dimension In Space es la nave espacial, adaptada para realizar viajes en el tiempo, utilizada por el Dr. Who en su eterno vagar en busca de injusticias cósmicas contra las que luchar. No se dejen engañar por su forma ya que en su interior podrían celebrarse partidos de polo cómodamente gracias al dominio dimensional de la civilización a la que pertenece el extraño Dr. Who. Su aspecto de cabina policiaca londinense se explica por la avería del circuito camaleónico de la TARDIS durante una de las paradas londinenses del doctor. Incapaz de arreglarlo, y por qué no decirlo, encantado de que su excentricidad encontrase reflejo en su medio de transporte, lo dejó tal cual. Otra de sus peculiaridades es que se trata de un sistema orgánico (al modo de las naves cylon de nueva generación) conectado simbióticamente al buen doctor. Pese al cúmulo de prestaciones que posee, entre los que se encuentra la citada capacidad para mimetizarse en cualquier cosa y el circuito traductor que permite al doctor entender cualquier lengua del universo, la TARDIS está en realidad desfasada. Pero a ver quién le dice a Who que cambie de montura.

U.S.C.S.S. NOSTROMO

(Alien. Ridley Scott, 1979)

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Ron Cobb y Chris Foss recibieron el encargo de diseñar una nave estéticamente poderosa que al tiempo resultase creíble alejándose de los estándares fantasiosos de la ciencia ficción. Tras un arduo trabajo de documentación en la que se versaron sobre mecánica, ingeniería y diseño parieron a la Nostromo, nave de carga de la clase Juggernaut de 245 metros de eslora con capacidad para transportar una refinería de más de 1.500 metros de longitud. Cobb, cabeza del equipo de diseño, aportó al género algo que desde la Discovery One de Kubrick se había perdido: credibilidad. Para ello se olvidó de tecnologías hiperespaciales, de armamentos todopoderosos y de capacidades de maniobra más cercanas al universo de los toons porque la Nostromo es endiabladamente difícil de manejar, razón por la que está automatizada hasta el más mínimo detalle. La más llamativa concesión a la fantasía futurista consistió en dotar a la nave de un sistema de hibernación perfectamente compatible con la historia de avaricia y destrucción que narra.

NAVE DE REPARTO DE PLANET EXPRESS

(Futurama. 1999-2013)

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De la agusanada mente (a causa de la perfidia) de Matt Groening nació la serie de animación más canalla de la historia de la televisión. Irónica, grotesca, despiadada y sin embargo poseedora de una vena lírica de intensa belleza que nunca consiguió erosionar la carcasa del icono más bribón imaginable, el robot alcohólico Bender Rodríguez. Por supuesto, la nave propiedad de la empresa de paquetería en la que transcurre la trama no podía ser otra cosa que un aparente montón de chatarra que en realidad ocultaba una poderosa capacidad para desplazarse moviendo al universo (como lo oyen), además de alcanzar el 99% de la velocidad de la luz. Su hacedor, el brillante y cascarrabias doctor Fansworth, utilizó la nave como cobaya de sus múltiples inventos, los cuales siempre funcionaba aunque pocas veces del modo previsto. De tal modo vimos a la nave hacerse migas, desintegrarse, quemarse e incluso cobrar vida (en un mítico episodio que homenajeaba a «2001, Una Odisea en el Espacio») con el fin de comandar misiones extremadamente largas o complejas. Entre medias tuvo tiempo de experimentar el amor robótico, más tarde los inevitables celos, para terminar inmolándose en un brillante y cínico juego que demuestra que el mal, especialmente si viene de la mano de Bender, siempre vence.

BP-1729 NIMBUS

(Futurama. 1999-2013)

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Poco sabemos de la Nimbus más allá de su poderosa presencia y frágil empaque causada (en gran medida sino en toda) al ser comandada por el incompetente general Zapp Brannigan y su lugarteniente (y felpudo) Kif Kroker. Participó en centenares de batallas y apenas ganó alguna, siempre a costa de civilizaciones que rendían culto a los palos y a las piedras como arma defensiva, si bien siempre consiguió regresar a la tierra para pavonearse en ostentosos desfiles que la definían como el orgullo de la flota terrícola. A pesar de haber sido fabricada a imagen y semejanza de Brannigan, en otras palabras mucha fachada y escaso contenido, estaba dotada de toda la gama de avances técnicos imaginables, entre ellas un láser táctico especialmente temible cuando era utilizado en el modo Hipermuerte. Se le habría podido pedir cualquier cosa de haber estado en manos más hábiles. Pero con Brannigan al mando bastante hacía con mantenerse flotando en el éter.

PROYECTIL LUNAR

(Viaje a la Luna. George Méliès, 1902)

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En el siglo XIX, cuando los primeros sueños de pisar nuestro satélite comenzaron a tomar visos de realidad gracias a los constante avances técnicos, se daba por hecho que el único sistema de propulsión capaz de atravesar la atmósfera terrestre debía ser un gigantesco cañón. El sentido común descartó rápidamente tal posibilidad, pero acabar con la fantasía siempre fue una misión imposible. Recién comenzado el siglo XX, Méliès tomó como referencia la novela de Jules Verne «De la Tierra a la Luna» para rodar la que se puede considerar primera fantasía de ciencia-ficción cinematográfica. El primer vehículo espacial no fue precisamente espectacular. En realidad se trató de un enorme proyectil de cañón hueco habilitado para una austera supervivencia en el espacio. Lo realmente reseñable fue lo que ocurrió cuando el proyectil alcanzó la superficie lunar. El arte barroco nunca fue más libre.

HALCÓN MILENARIO

(Primera trilogía de «La Guerra de la Galaxias». 1975-1983)

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El carguero corelliano YT-1300 «Halcón Milerario», capitaneado por el buscavidas Han Solo, forma parte de la historia del cine desde la primera vez que asomó su morro bífido en la gran pantalla. Pese a su origen como vehículo de carga, Solo lo tuneó con tal acierto que la convirtió en la nave más rápida del universo gracias a su capacidad para superar ampliamente la velocidad de la luz. Y no exageraba. La primera vez que Solo activó tal función y la pantalla de plata se cubrió de brillantes haces de luz, toda una generación cayó para siempre en un ensueño del que me temo jamás nos recuperaremos. Su armamento se puede considerar modesto en relación a su habilidad escapista. Pese a ello, no solo contribuyó a la destrucción de no una sino de dos estrellas de la muerte, además participó en media docena de batallas siempre con el signo del perdedor de su parte. Posee varios escudos protectores de alta gama robados al Imperio y adosados a la nave por Solo. También dispone de torretas láser, dos cañones láser ubicados en la zona frontal y un láser antipersona oculto en su panza. Ligera y con una asombrosa capacidad de maniobra, hasta el brutote de Chewaka es capaz de pilotarla con dignidad. Puede que no sea la mejor de las naves, pero sí la que ganó para siempre nuestros corazones en la platea de un cine de verano.

BS-75 GALACTICA

(Galactica. 1978-1980 y 2003-2009)

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Tecnológicamente puntera en la primera guerra cylon, desfasada en la segunda (cuestión que paradójicamente salvó a la humanidad de la extinción), orgullo de la flota colonial siempre. La Galactica es mucho más que un crucero espacial o el chispazo de un nuevo comienzo. Es el punto de colisión de millones de historias a lo largo del planeta que encontraron en su forzada mitología un nexo de unión que dio lugar a un acontecimiento televisivo que traspasó pantallas. La nave, elegante en su forma y con capacidad para encajar durísimos ataques nucleares gracias a potentes escudos protectores, estaba, sin embargo, lejos de ser invulnerable. Su armamento defensivo precisaba de los vipers (pequeños cazas de grandes prestaciones) para contener la furia de los cylones. Las veinticuatro torretas láser y multitud de pequeñas ametralladoras situadas en su chasis con las que contaba no servirían de mucho sin el soporte de los cazas. Disponía igualmente de armamento nuclear limitado lo que convertía a la nave en un hueso duro de roer pero con escasa capacidad de ataque. Sus mayores virtudes, al margen de su resistencia, residían en los saltos cuánticos que la permitían surcar enormes distancias en cuestión de nanosegundos, en su capacidad de carga y en la capacitada (si bien inflexible en exceso en ocasiones) tripulación que la mantenía con vida.

Y fin…

Donde la Gravedad te Lleve…

Un cínico destacado en el festival de cine de Cannes (y no son pocos los que caminan ahora mismo por sus calles) diría que la primavera de la riviera francesa atrae una vez más a los buscavidas, las rameras, los carteristas y los estafadores de toda europa bajo la generosa carpa del festival de festivales. Cierto que el glamour decidió ausentarse hace décadas por salvar sus ya escasas pertenencias, pero el festival ha aprendido a sobrevivir sin él. Ahora, mientras se ruedan películas porno en los barcos anclados en el puerto y se cierran contratos basura de venta de infumables series locales, un cinéfilo estará viendo una película, un actor de segunda apurará unos tequilas en la barra de un bar mientras termina la proyección antes de ser lanzado a la agobiante rueda de prensa y los empleados de limpieza estarán retirando los despojos abandonandos por la marabunta humana. Y entre tales despojos, en un contenedor de basura, dentro de pocos días, aparecerá el brillante cartel anunciador del festival.

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Una bella escena de «A New Kind of Love» (insípidamente rebautizada en España como «Samantha») tiene como objetivo el conseguir que los descreídos y los ociosos despierten de su letargo. Ha llegado la primavera y la gravedad obecede ahora reglas físicas diferentes.

Los besos invertidos, cuando son casuales, son la esencia más pura del amor. Los cuerpos se vencen y caen el uno frente al otro en direcciones opuestas marcando como el único camino posible la senda de los labios. Si la pasión existe es invertida, disléxica y asimétrica. Como el amor.

Tirando de mi saturada memoria cinéfila, he tratado de recuperar algunos de los besos invertidos que me hicieron inclinar la cabeza hacia atrás alguna vez. Alguno de ellos  contiene toda la esquiva verdad. Escojan su propio veneno.

BLADE RUNNER (Ridley Scott, 1982)

Harrison Ford y Sean Young.

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El agente Deckard (Ford) se enamoró de una replicante que no sabía que lo era. Precisamente él que era el encargado de eliminarlos a todos. Expresar lo que se prefiere opacar es difícil, pero Deckard encontró el camino gracias al sueño. El beso fue un chispazo en un universo monocromático; un adoquín más que sirvió para edificar una obra maestra instalada en el vació de la desazón.

UN AMOR ENTRE DOS MUNDOS (Juan Diego Solanas, 2012)

Kirsten Dunst y Jim Sturgess.

jim sturgess y kirsten dunst en upside down 2012 un amor entre dos mundos

Vivir en mundos paralelos que apenas pueden rozarse supone un serio inconveniente para amar a otro. Aunque también tiene sus ventajas y entre ellas figuran los besos invertidos en los raros encuentros que la gravedad permite. La fantasía de Solanas, a medio camino entre el universo conceptual de Michel Gondry y el estético de Jean-Pierre Jeunet no consigue arrancar hasta pasada la hora de metraje y para entonces ya es tarde. Queda el beso del revés y un par de escenas más además de la confusa y aun así fascinante puesta en escena.

MY BLUEBERRY NIGHTS (Wong Kar Wai, 2007)

Jude Law y Nora Jones.

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Cuando se trata de huir sin pausa la cuestión consiste en esperar el momento en el que se necesite un reposo antes de continuar la escapada. Beth (Nora Jones) no tenía más motivo para escapar que su propia y mala sombra. Durante la pausa en su camino conocerá a seres tan infelices como ella lo que le servirá para darse cuenta de que los grumos de la felicidad llegar a tu orilla al dejarse llevar. Fallida para muchos, fascinante para unos pocos (entre los que me encuentro), la película se configura lentamente hasta alcanzar la figura del Yin y el Yang utilizando como nexo los labios de los protagonistas.

SAMANTHA (Melville Shavelson, 1963)

Joanne Woodward y Paul Newman.

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Un periodista atribulado y una modelo desprejuiciada se conocen durante un vuelo a Paris. Se enamoran, surge el conflicto y al final terminan besándose del revés en una elocuente alegoría de que los opuestos casi siempre se atraen. El célebre matrimonio llevaba ya cinco años oficializado y, para disgusto de los agoreros, su vínculo era más fuerte que nunca. Se querían de tan modo que los propios protagonistas confesaron haber tenido dificultades para no arrancarse la ropa al compartir escenas románticas. Con seguridad es su abrasadora química lo único destacable de una cinta soporífera. Tan encorsetada y convencional que cuesta creer pariera una imagen tan sensual como el beso invertido que, gracias a Cannes, alumbrará al mundillo del cine durante quince días.

SPIDER-MAN (Sam Raimi, 2002)

Tobey Maguire y Kirsten Dunts.

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No hay lista moderna sobre besos de película que no incluya el famoso ósculo arácnido. Colegialas y críticos sin corazón sin excepción la señalan como uno de los momentos culminantes de una película casi redonda que resucitó el mito del hombre araña. Hiératico como es Maguire, el director tuvo la prudencia de mantener su gesto oculto bajo la máscara para añadir candor al momento en que Mary Jane (Dunst) se enamora y guía sus labios hacia los de él bajo la lluvia. Muy romántico todo según los cánones más blandos. Muy babosete y al tiempo tan casto como una cita con un personaje de una novela de Jean Austen. Cuántas carpetas de adolescentes se habrán empapelado con tan impostada escena.

TRUST (Hal Hartley, 1990)

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Adrienne Shelly y Martin Donovan.

En realidad sus salivas no llegaron a mezclarse. Se miraron, se dieron cuenta de que se habían encontrado y la policía se llevó a Matt (Donovan) esposado. Las historias contandas por Hartley durante su época de gloria siempre fueron tristes e irreversibles sin dejar de ser esperanzadoras. Como un último fósforo encendido en el interior de un volcán. Lo que dure su luz es todo lo que tendrás. La escena es tan intensamente hermosa como lo es la película bajo su aséptico envoltorio. Los besos invertidos en ocasiones no se dan ni se trazan. Así son las cosas.

Y fin…

Mi Marciano Favorito…

¿Qué sería del mundo sin marcianos? La verdad es que no quisiera saberlo. Los hay de toda clase y condición: cíclopes, pobres como una lata y aficionados a respirar metal. Las razas extraterrestres dan mucho juego y aquí estoy yo para reivindicarlas. Éstas son, sin orden y a mi discutible juicio, algunos de los mejores alienígenas que alguna vez se reflejaron en mis retinas.

Mister SPOCK

El señor Spock sí que sabe. Cejas afiladas que perfilan un reluciente flequillo negro, ojos inquisitivos, actitud perdonavidas. Un héroe para la eternidad si no fuera porque el famoso pellizco paralizante no funciona más allá de “Star Trek”, que yo lo he probado sin éxito y él también, según un mítico gag aparecido en Saturday Night Live. Y, según parece, no se dio cuenta de ello hasta que tenían medio deshecho el decorado de la serie. Aisss, quién pudiera vivir de sueños galácticos…

Príncipe VULTAN

Por si fuera poco mérito el aguantar a Flash Gordon, encima tuvo que soportar que él y sus chicos alados fuesen imaginados como bisexuales alemanes por el dibujante del cómic y representados de tal guisa más tarde, en la película producida por De Laurentiis. Tremendo lastre para un tipo que molaba, como bien se lo hizo saber Freddie Mercury, quien le dedicó su “Vultan’s Theme” en tan aciaga producción de la que tan sólo se salvaría su gloriosa banda sonora (puro kitsch made in Queen), los mohines de Timothy Dalton y las fotos en pelotas que se hicieron Sam J. Jones y Ornella Muti durante el rodaje.

KAL-EL aka SUPERMAN

Oh, Dios, qué grande es. Todo el mundo parece odiarle desde hace décadas, lo que ha provocado que le quiera aún más. Es indestructible, por supuesto, pero pocos se han dado cuenta de la terrible soledad que arrastra el único de su especie vivo. Sí, luego aparecerá Supergirl por allí y toda su banda, pero él seguirá solo, unido umbilicalmente a Lois Lane, la única capaz de entenderle. Le falta mala hostia, cierto, pero él es así. Prefiere darse una vuelta por la troposfera que volcar un puente. Su destino es su estigma. Su amor por el ser humano, su perdición; pues nunca será recíproco más allá de la necesidad de él que sienten los mortales. Y tal vez el mundo haya aprendido a vivir sin Superman, pero él sigue sin saber que coño hace en un mundo que no es el suyo. El cómic es otra historia, más salvaje desde que renació. Un clásico a reinventar continuamente.

STARMAN

Llegó desde el espacio exterior para aterrizar en una granja de Wisconsin. Se enamoró de una joven viuda (Karen Allen, nada menos), conoció lo mejor y lo peor del ser humano, y ale a vivir, aunque sea en otro planeta. Sólo John Carpenter sería capaz de poner en pie semejante argumento. El alienígena pertenece a la estirpe que llegó de la mano del E.T. de Spielberg: sanote, con pinta de no haber roto un plato en la vida y más inocente que Tintín. Perfecto material para que los chicos malos del gobierno le quisieran trocear para bien de la raza humana. Además, adoptó la forma de Jeff Bridges, que tonto no era, y, oye, no quedó mal…

MARCIANOS de “Mars Attacks!”

Escucharles hablar es como oír a Enriquito Iglesias entonando. Y a pesar de ello, qué buenos son, precisamente por la mala hostia que gastan. Vienen en son de paz; tan sólo quieren volatilizar a los ingenuos que se crucen en su camino. Se salvarán los virtuosos y los malos caerán (que dirige Tim Burton), así que mucho me temo que Falete está condenado. Todo lo contrario que Tom Jones, uno de los salvados gracias a la genialidad de Lukas Haas al descubrir que los sonidos agudos les hacen literalmente estallar. Y la humanidad se salvó. Seguid intentándolo. Otra vez será, muchachos…

ALIEN

Y hablando de mala leche, no se pierdan a estos. Todo un icono de cualquier generación. Su grandeza radica en su ausencia de sentimientos. Eso sí, están de monos cuándo Mel Brooks les hace cantar y bailar. Serían una mascota ideal si no fuera por su tendencia a comerse a su dueño. Un gran alienígena y una gran película que tuvo continuaciones más que potables hasta que llegó la última: “Alien versus Predator”. Mis ojos sangran desde entonces…

BO y ABE

Procedentes de una serie de televisión mítica («Llegaron del Espacio») que, por supuesto, sólo tuvo una temporada para manifestarse, Bo y Abe vinieron del espacio exterior para estudiar en Oxford, pero decidieron que aprenderían más de los humanos (especialmente de las humanas) si seguían su propio plan de estudios consistente en agenciarse un viejo Chevy y recorrer los States con una patrulla del gobierno pisándoles los talones. Bo era un salido y Abe un puritano en continua lucha interior. Una pareja perfecta que sólo podía terminar en la mansión Play Boy. Allí encontraron la razón de su existencia y a sus medias naranjas; evitaron una invasión extraterrestre de marcianos hostiles y como consecuencia la serie fue cancelada por su baja audiencia. Qué pena. Aunque siempre nos quedará Bo apostillando a una mujer que le acaba de abofetear y llamar degenerado un “Gracias”. A vosotros…

MARVIN el Marciano

Nada, que no, que se pasará toda la vida persiguiendo al maldito conejo Bugs por los cráteres de Marte. Un metepatas profesional obsesionado por la caza del conejo (todo un homenaje Freudiano), obsesión que comparte con otro tuercebotas, esta vez humano, llamado Elmer. Es como el Coyote, pero en versión torpe. No hay manera de que capture al maldito conejo por mucho que ponga sus malévolas neuronas a trabajar. Y es que, cuándo lo hace, el resultado es aún peor. Un mito, vestido ridículamente con casco romano, a la espera de ser elevado a los altares que merece.

LRRR

Y hablando de mitos, ¿qué sería de “Futurama” sin Lrrr?, castrado rey de Omicron Persei 8. Seguramente que nos quedaríamos sin el fantástico episodio del Yeti, sin abogada soltera (¿quién iba a pensar que sería fan de “Ally McBeal”), sin el mejor relato de interés ambientado en el mundillo de los vídeojuegos de los 80, y mil cosas más. Indispensable gruñón al servicio de una serie memorable.

AMAZONAS

Y hablando de la memorable serie, ¿hay quién no recuerde a las amazonas?. Salen poco, es verdad, pero aprovechan sus minutos como nadie. Todo caderas, con 2 metros y medio de estatura, y con el cuerpo adornado con huesos estratégicamente situados, su “Yo querer kiki”, resuena aún en mis oídos. Son brutas con avaricia (mira que querer tirarse a Kiff), pero nobles de corazón… si lo tuvieran. Y es que hay que ser cafre para seguir los dictados de un ordenador gigante mujer que se deja camelar por Bender… Ay, Dios.

CYLONES

Podrían matar únicamente con el brillo de sus carcasas. Qué pulcros son, joder. Les sobran razones para exterminar a los humanos y para reclamar un mundo propio, pero no encuentran el lugar ni el momento idóneo. Eso sí, disparan de maravilla, que para algo son robots. Acabarían con los humanos en un pis pas si los guionistas les dejasen, cosa que no va a ocurrir. Lástima…

KLINGON

Además de imperdonablemente feos son los malos de “Star Trek”. Sin embargo se hicieron tan familiares que terminaron por ser asimilados en el universo trekie. Convertidos en aliados de los humanos, siguen sin ser fáciles de mirar, por lo que es conveniente tomarse un par de cervezas antes de hacerlo. Y en el fondo son majos, con toda su perfidia encima. Les van los bigotes y las barbas largas al más puro estilo Fu-manchú, por no hablar de su fijación por la ropa de estilo mongol. Sin duda, como los japos, terminarán por extender su difícil idioma por toda la galaxia. Ya hay trekies que solo se expresan en él. Avisados están…

CHEWBACCA

Este wookiee del copón sabía lo que se hacía. Y si no, que se lo pregunten a la princesa Leia. Alto y peludo, sólo le faltaba ser gordo para formar parte del club Rodney Dargerfield. Además era gritón, malhablado y con una mala leche que se olía a kilómetros. Un mito absoluto que deja en mantillas a Han Solo, su eterno compañero de desventuras. Tan sólo apuntarle en el debe su gran corazón. De poco servía que odiase a C3PO (como Dios manda) y sintiese cariño por R2D2 (a Jar-Jar Binks ni se dignaba a mirarle), le faltaba ese punto de mala hostia que le hubiese llevado directo a lo más alto junto al crápula del capitán Solo. Pero tenía que tener corazón. Qué asco…

MORDISQUITOS

O Nibbles, si prefieren el original en inglés. Un buen tipo que usa pañales siempre será alguien a tener en cuenta. Formaba parte de una raza superior a la que se encomendó la tarea de vigilar a los humanos (en especial a Fry) en espera de que llegase el momento de intervenir durante la invasión de cerebros gigantes. La razón contra el instinto, ésa era su guerra. El deseo de destruirlo todo mediante el raciocinio contra la maldita manía de apegarse a las personas y a las cosas. Ganó él, pero los cerebros gigantes volverán. Mientras tanto ahí está… con sus diminutos pañales (incapaces de contener sus pesadas cagadas de materia oscura), su costumbre por devorarlo todo (independientemente del tamaño que tenga) mientras se hace pasar por idiota. Qué vida perra. En fin…

LA COSA

La verdad es que La Cosa no tenía forma, ni olor, ni color. Solo tenía una mala leche condensada que le servía para sobrevivir a toda costa. Se adaptaba a lo que veía, y no le iba mal, hasta que se encontró con el supermacho de Kurt Russell. Mucho hombre para tan poca “cosa”. Y luego dicen que los remakes son malos por sistema.

JABBA The Hutt

A él le debemos una de las visiones más icónicas de todos los tiempos: la Princesa Leia en bikini. Solo por eso ya merecería formar parte de la lista. Pero es que además, era un bastardo bon vivant que disfrutaba haciendo sufrir a sus numerosos enemigos. Le faltaba en movilidad todo lo que le sobraba en mala baba. Vivir reptando no se hizo para todo un villano como él. Además, congeló en carbonita a Han Solo, deudor eterno al que confinó en uno de sus palacios como atracción. Acabó mal, claro. Se veía venir.

AMY

Amuy no es exactamente alienígena, aunque terrícola no es. Nació en Marte, hija de terratenientes, lugar en el que fue feliz mientras fue niña, justo antes de perder tropecientos kilos y convertirse en una apetecible heredera. Y es que está buena de narices. Tanto que sólo podía unirse (tras cientos de fugaces romances con tipos cachas) con Kiff, el pusilánime ayudante del Capitán Brannigan. Su cobardía esconde arrojo (de estar Amy de por medio, en caso contrario Kiff es y siempre será un cobarde), y la estupidez de Brannigan encuentra su contrapunto en el sentido común de Kiff. Pero es Amy el objeto del comentario. Aunque mejor que sea su imagen la que explique el motivo de por qué ha sido elegida.

PREDATOR

La máquina de guerra perfecta. Pesadilla de la contra centroamericana y de Arnie Schwarzenegger. Otro bicho infernal capaz de acabar con la mafia antillana sin despeinarse. Le enfrentaron, además de con el gobernador de California y con la mafia haitiana, con Alien, y casi mejor que vean el bodrio para saber quién ganó, si es que gano alguien. Capaz de mimetizarse con el entorno para pasar inadvertido, la próxima podrá con el austriaco venenoso haciéndose pasar por espalda mojada vengador. Y si no es así, acabaremos con él a base de esteroides.

Doctor ZOIDBERG

Otro pusilánime de medalla de oro listo para ser engullido por gafapastas varios deseosos de apropiar de lo que no es suyo. No tiene ni idea de medicina, pero es médico. Es, de hecho, la antítesis de la medicina, pues es pobre como una lata. Vendería a su madre por cinco pavos, pero sus remordimientos y su corazón (y tiene cinco) juegan en su contra. Acurrucable si no diese tanto asco. Icono absoluto menos cuando come anchoas.

E.T.

Y como colofón sirva el más famoso de todos los alienígenas. El gran E.T. Aficionado a la cerveza tanto como a los teléfonos de juguete, es bondadoso (con esos ojos no podría ser otra cosa), dicharachero (pese a lo limitado de su lenguaje) y asustadizo (pocos se hicieron pasar por muñeco con tanto acierto), lo que, unido a su habilidad por hacer volar bicicletas, le convierte en un ser de leyenda si le conoces teniendo nueve años porque a los adultos les inspira ternura a la par que grima. Por cierto, la versión políticamente correcta de su peli cambió los rifles de los polis por linternas… Stevie Spielberg, otro ser de leyenda…

Es todo. Sé que faltan y  que sobran, pero es mi lista. A los amantes de los clásicos le diré que en la próxima prometo colocar al bicho paterno de “Planeta Prohibido”. Hasta entonces, habrá que intentar pasarlo bien. Feliz finde.

The Neverending Stories…

Pocas cosas alimentan las fantasías de un cinéfilo como los proyectos inacabados,  mutilados por productores sin escrúpulos o nunca iniciados. De hecho, son muchos los directores que se definen más por sus proyectos frustrados que por los que llegaron a cristalizar. Ya sea por exceso de celo (caso de Orson Welles); por ser víctimas de la maquinaria de la industria (Joseph Losey) o por la adicción que genera el malditismo (Alejandro Jodorowsky), lo cierto es que la eterna cuestión de «qué hubiera pasado si…» toma carta de naturaleza gracias a fotogramas perdidos, bocetos de vestuario que nunca se llegaron a coser y miles de horas de trabajo perdidas.

Éstos son algunos de esos eslabones perdidos…

DUNEAlejandro Jodorowsky

Transcurría el año 1975 cuando el círculo de la fatalidad cómica pareció cerrarse. El malditismo más puro, representado por Alejandro Jodorowsky, había conseguido contratar a Orson Welles, maestro de la fatalidad y padre de docenas de proyectos hundidos, para interpretar el papel del Barón Harkonnen en la adaptacion de la imponente novela de Frank Herbert. El resto del reparto ideado por el polifacético director francés, entre lo pintoresco y lo genial, prometía un delirio formidable: Charlotte Rampling, Alain Delon, Amanda Lear, Gloria Swanson, Mick Jagger y Salvador Dalí, a los que se debía sumar el pintor H. R. Giger y  Moebius como responsables de los decorados y diseño de vestuario. A ellos se uniría el grupo Pink Floyd para hacerse cargo de la banda sonora. El resultado final  presagiaba un lienzo que nunca llegó a ser garabateado.

Tras dos años trabajando en el proyecto, el productor Michel Seydoux retiró la financiación sumiendo a Jodorowsky y a sus acólitos en una fuerte depresión (Jodorowsky contó más tarde que el responsable de los efectos especiales llegó a ser internado en un psiquiátrico tras recibir la noticia). Los caprichos del director, entre ellos el de contratar al chef del restaurante favorito de Welles para que le preparase la comida diariamente, sobrepasaron holgadamente el presupuesto antes de rodarse un solo metro de película, lo que sumado a los temores de batacazo en taquilla del dubitativo Seydoux acabó por enterrar para siempre un proyecto alucinógeno que ha tenido un largo recorrido en la mitología que envuelve al pintor, filósofo, guionista, escritor, fotógrafo, director de cine y Dios sabe qué más artista nacido en Chile.

Diez años más tarde fue David Lynch el encargado de recuperar el proyecto con la formulación que le proporcionó el entonces poderoso productor Dino de Laurentiis. Excelente película que resultó ser un monumental desastre de taquilla, dando la razón a los temores de Seydoux. En ocasiones, casi siempre, la quimera habita únicamente en los sueños.

IT’S AL TRUEOrson Welles

En 1942, encumbrado por el éxito crítico de «Ciudadano Kane», Orson Welles llega a Brasil para rodar un documental sobre el país bajo los auspicios del Departamento de Estado norteamericano que presionó a la R.K.O. sobre la conveniencia de volver la mirada hacia el sur de América ahora que los Estados Unidos había entrado en la II Guerra Mundial. Todo este juego de intereses le traía sin cuidado a Welles, quien desde el primer momento en que posó sus pies en el gigante sudamericano se propuso, por este orden: pasárselo bien, comer, beber, disfrutar de la fauna femenina autóctona y filmar lo que le viniese en gana sin ceder a las presiones propagandísticas. El resultado fue un tumultuoso rodaje que cristalizó en «It’s All True», una suerte de película semidocumental por episodios en los que hacía énfasis en el pueblo llano y las terribles injusticias sociales que padecía.

En un principio indiferente a la cultura local, Welles no tardó en fascinarse  por la cultura musical brasileña, presente en todos los ámbitos de  la vida de los lugareños. Se dedicó a filmar (y a disfrutar) el carnaval durante meses para después volver su vista hacia los desheredados en lucha por sus derechos. Tras ocho meses de rodaje en los que el director no recibió sueldo alguno, la R.K.O., que hacía tiempo había cortado el grifo de la financiación por la negativa de Welles de enviarles material de rodaje, reclamó la película y despidió al equipo sin que el trabajo se hubiese finalizado. Con uno de los cuatro episodios que componía originalmente «It’s All True» sin rodar, la película fue enlatada y enviada a los States donde se pudrió en los archivos de la productora durante décadas. Descubierta en unos almacenes en 1985 en un pésimo estado de conservación, la película fue restaurada, montada y estrenada finalmente en 1993 en el Festival de Cine de Londres. Pero, a pesar de la euforia de sus entusiastas restauradores y a la potencia de las imágenes filmadas por Welles, nada fue igual de cómo debió ser…

¡QUE VIVA MÉXICO! e IVÁN EL TERRIBLE, III PARTE (LAS BATALLAS DE IVÁN) Serguéi M. Eisenstein

En 1930 Serguéi M. Eisenstein era considerado el gran innovador del arte cinematográfico. La revolución estética generada con «Octubre» (1928) y sobre todo con «El Acorazado Potemkin» (1925) atrajo sobre él la atención de la potente industria americana. La Paramount le ofreció un contrato abierto a las proposiciones que el director les presentase. Y así fue que Eisenstein les mostró media docena de guiones que fueron rechazados uno tras otro por la productora. Así, reunidos en la ciudad de Nueva York para tratar de avivar el fuego sin éxito, las dos partes dieron por finalizada una colaboración que nunca llegó a iniciarse.

Sin abandonar el continente, el director soviético decidió viajar hasta San Francisco en tren para tomar allí un barco que le condujese hasta Vladivostok. Tres largos días de viaje que empleó en leer varios libros sobre México que había comprado en una librería neoyorkina, lo que hizo revivir en él la pasión que sentía desde niño por el país norteamericano. Un casual encuentro con el director Robert Flaherty, y otro posterior con Diego Rivera, le llevaron a proponerle a éste último el rodaje de una epopeya pseudodocumental sobre su país. La inesperada irrupción en escena del escritor Upton Sinclair, dispuesto a financiar el proyecto, provocó que Eisenstein intercambiase el barco de retorno a la URSS por un tren que le llevó a la baja California. Una vez en México, no tardó en reclamar la presencia de Grigory Alexandrov y Eduard Tissé, sus dos más fieles colaboradores en los que confiaba ciegamente que no dudaron en acudir a su lado y tras una rápida preproducción, en diciembre de 1930, Eisenstein y su equipo comenzaron el rodaje.

El resto de lo sucedido forma parte de la leyenda. Dificultades presupuestarias desde prácticamente la primera semana de trabajo, problemasn con los actores amateurs que formaban el reparto, con las autoridades locales y severos arrebatos místicos del director terminaron por echar al traste la que el propio Eisenstein definió como la película más grande su mi vida. Un rodaje al estilo Herzog que terminó enclaustrado en varias docenas de latas que décadas más tarde fueron montadas basándose en los storyboards originales del genio ruso. Sin embargo, la visión del resultado final deja mucho que desear. Se presiente a Eisenstein en la fuerza y sugerencia de las imágenes, pero no se le encuentra en el laberinto de un montaje que echa en falta el material que nunca se positivó.

Dieciséis años después, completado el montaje de «La Conjura de los Boyardos», segunda parte de la saga dedicada a Iván el Terrible, Eisenstein comenzó el rodaje del tríptico dedicado al forjador de la patria rusa. Tras una concienzuda escritura del guión, no se llevaban rodados más de 800 metros de película cuando el aparato del régimen comunista suspendió el rodaje por orden directa de Iósif Stalin, quien, muy molesto por la imagen cruel y despótica que Eisenstein dedicó al personaje en su película anterior, condenó la obra del director al olvido. El director, escarmentado por lo ocurrido con «¡Qué Viva México!» apenas peleó por la película. Varias protestas perdidas en el aparato burocrático del sistema y una elocuente rendición que dio por imposible la continuación de la que debía ser el cierre de su obra magna. No volvió a dirigir. Dos años después, Serguéi M. Eisenstein moría en el ostracismo.

EL PROFESOR Charles Chaplin

Charlie Chaplin llevaba años encasillado en el papel del pequeño vagabundo cuando le surgió la idea de crear a un nuevo personaje: el profesor Bosco, un titiritero fracasado que vagabundea por el país cargando con su circo de pulgas. Acomodado en lo más alto del star system, y temeroso del posible rechazo del público a un personaje tan negativo, Chaplin rodó únicamente una escena de la película antes de convertirla en material para cazadores de rarezas. Sin embargo, años más tarde, retomó el perfil del profesor Bosco (circo de pulgas incluido) para elaborar el papel de ajado cómico Calvero en «Candilejas». Canto del cisne del autor en el que exponía todo su arsenal lacrimógeno aderezado por sus eternas frustraciones.

SOMETHING’S GOT TO GIVE George Cukor

La Fox trató de rentabilizar los últimos rescoldos del mito Marilyn con «Somenthing’s got to Give». Para ello no reparó en gastos: Dean Martin como partenaire, George Cukor tras la cámara, un equipo técnico impecable y un diseño de producción faraónico. Todo estaba calibrado para funcionar… salvo Marilyn. Ya por entonces en caída libre, la actriz estuvo a punto de provocar la suspensión del rodaje media docena de veces a causa de sus retrasos e incomparecencias en el set de rodaje. Lo peor es que las ocasiones en las que hizo acto de presencia en el plató sus resacas y caótica vida personal convirtieron su estado físico y emocional en puro TNT. Olvidaba los diálogos (una constante en su carrera), se mostraba desconsiderada con sus compañeros de rodaje y ponía a prueba la infinita paciencia del director. Finalmente, un cinco de agosto de 1962, Marilyn moría llevándose con ella una película maldita de la que se pudo salvar poco más de media hora, convertida en documental en memoria de la actriz.

EL DÍA QUE EL PAYASO LLORÓJerry Lewis

Si hay algo que Jerry Lewis nunca ha soportado es el ser ninguneado en su propio país. Tras un comienzo de carrera completamente sometido al mercado se afanó en dotar a sus películas de una estructura cada vez más compleja en busca de un respeto que le llegó desde Europa… pero no en su propia casa, donde siempre fue considerado un payaso. Un cómico, en el más peyorativo sentido posible de la palabra.

En 1972 decidió arriesgarlo todo a una carta adaptando la novela «El Día que el Payaso Lloró» de Joan O’Brien. La historia, muy cuestionada en su momento, trataba sobre un payaso alemán durante el régimen nazi que acaba siendo un número más de un campo de trabajo tras mofarse del mismísimo Hitler en sus propias narices. Una vez allí, tras innumerables humillaciones, trabará amistad con los niños judíos del campo con los que compartirá destino.

Semejante folletín, no muy lejano en intenciones a la multipremiada «La Vida es Bella» de Benigni, encontró notables trabas desde su misma concepción. En primer lugar no se logró un acuerdo con la autora de la novela y guionista. Pese a ello se optó por comenzar el rodaje bajo el convencimiento de que no resultaría difícil alcanzar un pacto antes del estreno. Después se agotó el presupuesto pocas semanas antes de darse por completado el rodaje, cubriendo el propio Jerry Lewis con los todos los gastos tras la espantada del productor Nat Wachsberger. Finalmente, con la cinta prácticamente lista, O’Brien fue invitada por Lewis a un pase previo en su casa californiana quedando completamente horrorizada de lo que vio y prohibiendo a Lewis cualquier intento de exhibición pública de la película. Ante semejante panorama, el actor y director tomó el camino directo y plantó cara judicialmente a O’Brien… perdiendo el juicio y viéndose obligado a entregar el negativo de la película.

Comienza entonces la leyenda que la rodea: unos afirman que la película se encuentra en una caja fuerte, otros que fue destruida y los más fantasiosos que Lewis (quien conserva de modo privado la única copia conocida) amenaza periódicamente con estrenarla con o sin permiso de la autora. Lo cierto es, al margen de los escasos fotogramas que se han filtrado con los años, que la mayoría de las pocas personas que han podido ver el borrador incompleto y sin pulir de la película afirman que se trata de un trabajo superior que se adelantó a su tiempo. Los menos, muy al contrario, la califican de cursilería infumable de la que el propio Lewis se avergüenza. Me temo que siempre nos quedaremos con la duda…

¿QUIÉN MATÓ A BAMBI?Russ Meyer

Malcolm McLaren, tan hábil publicista como productor musical, quería que la leyenda de sus tutelados Sex Pistols fuese tan grande como la de los Beatles. Para ello necesitaba hacerles trascender del mundo de la música para impregnar el celuloide de punk-rock. Para ello hizo escribir un provocador guión al crítico Roger Ebert y contrató al más contracultural de los directores del momento: Russ Meyer. Éste había consagrado la violencia más banal y el sexo gratuito como sus señas de identidad, y, por supuesto, exigió a McLaren una supervisión activa del guión a fin de que todas sus obsesiones apareciesen en él. El resultado fue tan explosivo que los directivos de la Fox, productora del artefacto, se escandalizaron cuando tuvieron acceso al libreto final y suspendieron de inmediato el rodaje cuando apenas se habían cubierto dos jornadas de trabajo.

Años más tarde, McLaren compró el escaso material rodado a la Fox y lo incluyó en una película de Julian Temple producida por él. Johnny Rotten escupiendo palabrotas a la cámara, unos cuantos planos de un jovencísimo Sting dando una paliza al batería de los Sex Pistols y la muerte de un ciervo se mezclaron con el material supuestamente transgresor filmado por Temple sin que llegase a inquietar a nadie. Cosa de anacronismos culturales.

LA PROMESA DE SHANGHAIVictor Erice

Atraer la atención de un artista tan hermético como Victor Erice no es cosa fácil.  Perfeccionista, cauto, celoso de su obra, lograr que se interese por un proyecto es complicado, pero una vez conseguido el prodigio se vuelca obsesivamente sobre él sin ceder un milímetro de lo que considera su parcela artística. Tres películas (magistrales todas ellas) en cuarenta años de carrera dan fe de ello.

Así fue como en 1996 el productor Andrés Vicente Gómez contactó con él para adaptar la novela de Juan Marsé «El Embrujo de Shanghai». Erice se apasionó de tal modo con la historia que, junto con Antonio Drove, escribió un delicado y exhaustivo guión que logró el milagro de mantener intacta la esencia de la novela. El problema surgió cuando Gómez consideró inaceptable que la duración de la película alcanzase las tres horas de metraje, para lo que exigió a Erice que podase un tercio del guión, a lo que Erice se negó en rotundo.

Finalmente Gómez recurrió a su viejo compadre Fernando Trueba para hacerse cargo del proyecto. Éste reescribió el guión y filmó la película bajo los parámetros impuestos por el productor dejando descontentos a todos: novelista, público (la película fue un absoluto fracaso de taquilla) y crítica.  Y lo que es peor, todo cinéfilo se quedó con las ganas de recoger una de las pocas migas de pan que Erice va dejando por el camino.

LAS AVENTURAS DE HARRY DICKSONAlain Resnais

Uno de los padres del Rive Gauche, movimiento paralelo a la Nouvelle Vague y más arriesgado en sus propuestas, creció leyendo las historias del detective Harry Dickson, una especie de sosias americano de Sherlock Holmes que nunca ha recibido la justicia que merece. Empeñado en convertirlo en celuloide, Resnais reclamó los servicios del escritor (o poeta y agente de relaciones filosóficas, tal y como él mismo se autodefinía) Fréderic de Towarnicki para elaborar un guión que tardó varios años en completar. Dado el extenso universo que debía sintetizar, sumado a su inexperiencia como guionista, Towarnicki se empleó en elaborar varios diccionarios repletos de las diversas temáticas que poblaban el universo del detective.

Una vez completado el libreto, el tándem Resnais-Towarnicki logró el apoyo financiero del productor Anatole Dauman y comenzó el trabajo de preproducción de la película. En primer lugar se elaboró un casting que barajó los nombres de Laurence Olivier, Gregory Peck y Peter O’Toole para interpretar a Harry Dickson. Después se contactó con la flor y nata artística y técnica de la época (entre ellos el pintor Paul Delvaux para que se hiciese cargo del diseño de vestuario) para dar soporte a un proyecto que comenzaba a adquirir proporciones monumentales. Se realizaron localizaciones en Escocia, Londres, París, incluso se llegó a anunciar el inminente comienzo del rodaje en revistas especializadas… entonces, de repente, todo se detuvo. El apoyo financiero se retiró y Resnais miró hacia otro lado para continuar con su carrera gafapastil sin volver a mirar hacia atrás.

EL VIAJE DE MASTORNA Federico Fellini

Federico Fellini tenía 18 años cuando quedó fascinado con la lectura de «El Extraño Viaje de Domenico Nollo», novela de Dino Buzzati. Se sentía tan identificado con la historia  del payaso de viaje en el país de las maravillas que siempre la proclamó como la quintaesencia de sí mismo. Esperó treinta largos años hasta que pensó había llegado el momento adecuado para filmarla. Para ello contó con la colaboración de Brunello Rodi (guionista de «La Dolce Vita») y del propio autor de la novela proponiendo una fecha límite para fraguar el proyecto en no más de dos años.

De por qué «El Viaje de Mastorna» nunca vio la luz nadie tiene noticia fiable. Se cuenta que el supersticioso Fellini renunció a filmarla tras soñar que moriría si llevaba a cabo el proyecto. Lo cierto es que el director sufrió un colapso en 1967 (provocado, según algunos, por sus fuertes desavenencias con el que debía ser productor de la película: Dino de Laurentiis) y tomó por bueno el mal presagio. Sin embargo no renunció por completo a cumplir con su sueño retomando el proyecto en 1976. El halo negro que envuelve a la película se materializó nuevamente cuando Fellini, tras recibir una extraña llamada de teléfono, empalideció y comunicó a sus colaboradores que «El Viaje de Mastorna» no se filmaría jamás.

Algunos años después Fellini pidió a su amigo el dibujante Milo Manara que fuese él quien llevase a cabo su sueño en segunda persona. Parece ser que la escenificación de Manara, entre lo poético y lo sensual, dejó satisfecho al viejo sátiro que al fin pudo descansar en paz…

NOSTROMO David Lean

David Lean andaba cerca de cumplir los 80 años cuando por fin creyó que podría hacer realidad su sueño de llevar al cine «Nostromo», mítica novela de Joseph Conrad. Tras años recorriendo oficinas de productoras de medio mundo había conseguido reunir el dinero suficiente (unos 4.000 millones de pesetas de la época, incluídos entre ellos los ahorros de toda su vida del propio director) para comenzar el rodaje en Almería. Su viejo compadre Peter O’Toole se ofreció a trabajar gratis si era necesario, Fernando Rey prometió su participación desinteresada e incluso Marlon Brando dejó caer que aceptaría un papel rebajando sin problemas su caché. El problema surgió del lado más imprevisto: las aseguradoras se negaron a cubrir el rodaje a causa de la avanzada edad de Lean. De nada sirvieron los esfuerzos por convencerles de que el cineasta podría completar el rodaje sin problemas ni que se contratase a un director suplente (el británico Guy Hamilton) que llegó a unirse al equipo de rodaje en Almería. Finalmente el visto bueno de las aseguradoras nunca llegó y el proyecto se canceló convirtiendo a «Nostromo» en el sueño imposible de un Lean que fallecería ese mismo año 1991, según dicen sus cercanos, por mero hastío. El escorpión siempre será un escorpión y debe morir como tal, no como un cabestro amancebado. En fin…

KALEIDOSCOPEAlfred Hitchcock

Hitch acababa de estrenar «Marnie, la Ladrona» cuando una súbita melancolía se apoderó de él. Veía los trabajos de los nuevos talentos y cómo conectaban con las nuevas generaciones, mientras él se sentía un anquilosado dinosaurio condenado a dirigir películas de suspense que el público estimaba cotidianas y carentes de interés. La taquilla le daba la espalda y la crítica, a menudo distante, comenzaba a mofarse del genio acabado tras fiascos como «Cortina Rasgada» y «Topaz». Empeñado en llevarles la contraria, Hitch se propuso reinventarse y, de paso, renovar la industria. Al menos él estaba seguro de que así sería. Para ello escribió un violento guión, plagado de desnudos y escenas que mezclaban sexo y violencia explícita, protagonizado por un asesino en serie. Tras escribir a Françoise Truffaut, amigo y confidente, enviándole un boceto del guión, recibió una respuesta tibia del francés, cuestión que no le amilanó. Contrató a varios actores desconocidos y filmó cuatro rollos de película plagados de desnudos y una gráfica violencia nunca vista hasta entonces en una pantalla grande  y  mostró su trabajo a los jerifaltes de la Universal. La reacción de éstos, entre estupefacta y asqueada, obligó al gordo inglés a enterrar el proyecto que recuperaría parcialmente años más tarde en «Frenesí». Lo que no consiguió recuperar fue la ilusión. Tras el fiasco de «Kaleidoscope» Hitch no volvió a ser el mismo. Asumió su papel de vieja leyenda y se parapetó para soportar los nuevos vientos que, ahora lo sabía, nunca volverían a impulsarle.

NAPOLEÓNStanley Kubrick

No faltan los que afirman que la fijación de Stanley Kubrick con Napoleón nace de la identificación del pirado neoyorkino para con el pequeño emperador francés. Durante años, desde la tranquilidad de su villa escondida en la campiña inglesa en la que se aislaba del mundo, recopiló todo tipo de información sobre el personaje para después comenzar un período de producción por su cuenta que incluyó un extenso guión de trabajo, una libreta de producción, docenas de misivas intercambiadas con los actores que había imaginado en el papel de los protagonistas, un banco de datos con más de 17.000 imágenes (fotos y dibujos de cualquier cosa relacionada con la historia), varios cuadernos de viaje en busca de localizaciones, una promesa por escrito del gobierno rumano comprometiéndose a ceder soldados de su ejército para el rodaje de escenas de masas y un sinfín de esos pequeños detalles que tanto fascinaban al genio neoyorkino.

El problema de fondo siempre consistió en la financiación. Kubrick trabajó en el proyecto convencido de que el dinero llegaría tarde o temprano atraído por su aura de genio. Y así fue en un primer momento, cuando la MGM se interesó por el proyecto y pidió a Kubrick que les enviase un extracto del guión. Tras leer un primer borrador que excedía ampliamente las tres horas de duración y que las exigencias presupuestarias a las que deberían hacer frente eran, por decirlo suavemente, descomunales, el estudio se desentendió del megalómano proyecto con un elegante portazo en las narices de Kubrick. Lo que vino después fue una larga travesía del desierto que nunca tuvo final.

La película no fue, sin embargo el material salió a la luz en 2009 gracias a una lujosa edición de la editorial Taschen que se propuso hacer babear a todo cinéfilo entregándoles un incunable precioso de lo que pudo y debió ser…

EL HOMBRE QUE MATÓ A DON QUIJOTETerry Gilliam

Uno de los mitos literarios que parece arrojar una maldición sobre todos los que pretenden comprimirlo en celuloide es Don Quijote de la Mancha. El personaje creado por Miguel de Cervantes ha contemplado cómo en docenas de ocasiones ha sido adaptado sin rozar siquiera la esencia de la novela. Otros, caso de Orson Welles, se estrellaron con múltiples problemas de producción que impidieron que la película se llegase a fraguar. Entre éstos últimos figura Terry Gilliam.

El director inglés, una de las presencias más estimulantes que ha paseado su figura por el esquelético panorama cinematográfico de los últimos treinta años, confesó estar tan obsesionado con la figura de Don Quijote como decepcionado por la nula comprensión del personaje en las ocasiones en las que ha aparecido en pantalla. Determinado a mostrar su propia visión del asunto se alió con el guionista Tony Grisoni dando como resultado un guión alucinógeno, de esos que definen al director,  en el que un ejecutivo norteamericano viaja accidentalmente en el tiempo para acabar en la España del siglo XVII donde es confundido con Sancho Panza por Don Quijote.

El rodaje se inició en las Bardenas Reales navarras en el año 2000 con un presupuesto cercano a los 40 millones de dólares (entre los que no figura uno solo de procedencia yankee) y la participación en el proyecto de Johnny Deep en el papel protagonista y Jean Rochefort como Don Quijote. El entusiasmo inicial del equipo no tardó en venirse abajo a causa de problemas de planificación (aviones militares españoles procedentes de una base cercana arruinaron muchas de las tomas), desastres naturales (una inesperada riada destrozó parte del equipo) y el precario estado de salud de Rochefort, que le impedía cumplir con las extenuantes jornadas de trabajo. Inasequible al desaliento, y sin Rochefort (recuperándose en París de una hernia de disco) Gilliam prosiguió el rodaje durante varios días hasta que se hizo patente que Rochefort no regresaría.

El rodaje se suspendió, que no la obsesión de Gilliam quien mantuvo viva la llama del proyecto. Para reponerse de la decepción logró recuperar la mayor parte del dinero gracias a los seguros y recopiló el material filmado en el celebrado documental «Lost in La Mancha». Desde entonces lleva años tratando de reformular el casting. Ha contactado con Michael Palin, Gérard Depardieu y Robert Duvall para sustituir a Rochefort, llegando a un acuerdo con éste último. El problema surge con Johnny Deep, insustituible en su calidad de estrella, cuyos problemas de agenda han dilatado la reanudación del rodaje hasta hoy día. Sin fecha prevista para reemprender el camino, Gilliam se mantiene activo rodando algunos de sus fantasmas personales mientras resguarda al mayor de ellos en espera de que los vientos le sean favorables. Que sea pronto. Ojalá…

Y fin…

Faro…

Primera lista del año dedicada a una obsesión que me arrebata desde niño: los faros. La vida del farero, solitaria y cargada de resonancias de un pasado cenagoso, siempre me atrajo, hasta que descubrí que la profesión se extinguió paulatinamente a lo largo del siglo XX. Ya no quedan apenas fareros, pero les sobreviven los faros. Que su luz, ojalá, inunde hasta desbordar sus vidas en el año que acaba de entrar. De momento, ahí van algunos de los faros que asomaron por la pantalla plateada.

EL FARO DEL SUR (1998)

Empalagosa, escasamente empática y con demasiadas ínfulas que cargar. De la película dirigida por el argentino Eduardo Mignogna, apenas quedan cosas que salvar salvo el esplendoroso faro que gira las tuercas de su endeble acción. Ricardo Darín pone oficio al desaguisado; Ingrid Rubio se limita a poner caras mientras el sopor avanza imparable.

LA LUZ DEL FIN DEL MUNDO (1971)

Ideada como pasto de matiné, su factura de serie b no hace mella en una historia de aventuras con vocación de saldo. Textura deficitaria, colores pastel degradados, reminiscencias de una época que tocaba a su fin, y poso final agradable. Una de esas películas que, vistas de niño, se incrustan en tu memoria para siempre. El hermoso faro que aparece en la película, objeto del pillaje de unos desalmados piratas de folletín, es el de Cabo Creus, muy cerca de Cadaqués. Para la ocasión, muy cerca de allí, también se construyó una réplica del mítico faro del fin del mundo de Ushuaia, en Tierra del Fuego (a tres pasos de la Antártida). Desgraciadamente, de éste faro de pega no queda ni rastro hoy día.

JENNIE (1949)

Ensoñación de vigencia eterna, arriesgado poema visual, «Jennie»  conjugó en su día la lírica más desatada con los más punteros avances tecnológicos aplicados al cine. La historia de Eben Adams, pintor con mala suerte, y de la enigmática Jennie, a la que vemos traspasar las barreras de la niñez, adolescencia y madurez en un santiamén ante el anonadado Eben, forma parte de ese tipo de emociones que, una vez cristalizadas, adornan el universo propio. Una obra maestra que culmina con un inesperado estallido de color en tono sepia que da paso a una tormenta presta a ser retratada en un óleo que sirve de decorado para una historia de amor tan imposible como intemporal. Todo ello bajo el cobijo del faro de Cape Cod.

EL FARO FANTASMA (1935)

Misterio a la inglesa que incluye el inevitable asesinato inesperado (en este caso de un farero, ¡¡anatema!!) y las posteriores y siempre entrevesadas pesquisas. Dirigida por Michael Powell con una precariedad de medios que no resta la habitual eficacia propia de su hacedor. El tiempo la ha apaleado sin piedad. Mantiene cierta chispa, cierto, y el encanto inherente de lo vintage. Y está, además, ese imponente faro que da coherencia a la acción…

¿POR QUÉ LLORAS, SUSAN? (1967)

Desasosegante pastiche sesentero, más cercano a la obra de H. P. Lovecraft, en la que se basa, de lo que muchos afirman. El ambiente enrarecido se estanca con frecuencia en lugar de mantener una lógica progresión, sin embargo sus méritos se alargan hasta el minuto final en virtud a unos silencios ensordecedores y a una textura que se emponzoña gradualmente hasta alcanzar un muy estimable clímax. La puesta en escena, a juego con el frío que se siente en ese lugar maldito, le otorga a un inquietante faro abandonado su porción de protagonismo. Se agradece…

EL EXTRAÑO (2004)

Drama en entorno familiar con secreto inconfesable a cuestas. Una mujer acude a una isla para vender la casa familiar. Allí descubre que su padre, farero de la isla, cobijó a un tipo extraño en su equipo durante dos meses en los que la vida de los habitantes del lugar cambió para siempre. Más que interesante cinta francesa que peca de ambición desmedida ante una historia limitada por sí misma. Planos y diálogos milimetrados en un entorno natural salvaje presidido por el faro que guía el destino de los que se alumbran con su luz.

LA NIEBLA (1980)

John Carpenter, maestro de todo lo precario salido de madre, redunda en el universo de las leyendas urbanas que sirven de necesario alimento para la imaginación. En esta ocasión da fe sobre los extraños sucesos ocurridos en el costero pueblo de Antonio Bay cada vez que aparece la niebla. Magistral en su planteamiento, la cosa pierde fuelle según van apareciendo zombies al ritmo que marcan los gritos de la scream queen oficial del momento: Jamie Lee Curtis. Un inexplicable acceso de vergüenza ajena lleva al director a abandonar el paroxismo en favor de un presunto rigor que, afortunadamente, conserva parte del vigor macarra tan propio de Carpenter. El faro, origen de la maldición que aqueja al lugar, un poco pobre, aunque se deja ver…

LARGO DOMINGO DE NOVIAZGO (2004)

Dulzona, cuando no empalagosa, el gran problema de la película dirigida por Jean-Pierre Jeunet se ubica en su facilidad para entregar al espectador lo que desea, sin obligarle a esforzarse mínimamente en pos de la emoción. Éste termina por moldear acomodados visionadores de un metraje ya visto, satisfechos con las poco nutritivas migajas que les son dispensadas. Vistosa, pero sin riesgo, incluso el faro que alumbra los primeros amores de Mathilde y Manech es tan gratuito, tan falto de vida, que ganas dan de abollar la varandilla o agrietar uno de sus cristales como prueba de que las pasiones una vez se dieron cita en su linterna.

ANALISIS FINAL (1992)

La fiebre del psicoanálisis freudiano, que desbordó Hollywood en los años cuarenta, tuvo un cierto repunte entre finales de los ochenta y principios de los noventa. Al contrario que entonces, el nuevo planteamiento fue tan simple que el espectador terminó por cansarse rápidamente de las ridículas tramas crecidas a su amparo. En esta ocasión un psiquiatra (supongo que budista pues los personajes interpretados por Richard Gere siempre apestan a supuesta paz interior) se hace cargo del caso de la maltratada mujer de un gangster, siempre al borde de un ataque de nervios. Todo terminará derivando en una alambicada trama que contiene tanto absurdos razonamientos psicológicos como una estética videoclipera bañada en niebla de pega y etereotipos. Cuando hablamos de misterios envueltos en halos románticos, y abusando del lugar común, no podía faltar un faro. Las persecuciones en sus escaleras interiores son todo un prodigio de técnica aplicada a la nada.

LUCÍA Y EL SEXO (2001)

Como es habitual en su filmografía, Julio Medem reviste su película de múltiples dobleces; entre ellas un faro, evidente símbolo fálico que sirve de guía a Lucía en su expedición por los adentros del sexo como sublimación del amor más puro. Hermosa ocasionalmente, feliz acreedora de pequeños hallazgos visuales (algo forzados, bien es cierto), la película significó el comienzo del declive del director donostiarra. Consagrado con rapidez por los ávidos sedientos de la genialidad local (merced a obras notables, lo que no admite discusión posible)  y defenestrado con la misma celeridad a causa de su errática filmografía reciente (peligrosamente próxima a lo autodestructivo), Medem ofreció un retrato sin condescendencia sobre el voluntario descenso a los infiernos del deseo. El faro es anécdotico, pero importante…

LOST (2004-2010)

La celebrada serie televisiva que generó oleadas de sufridos seguidores a lo largo del orbe apenas soporta un análisis pormenorizado que vaya más allá de la histeria que genera la cerrazón de la militancia. Sin apenas sustancia ni calado, el error de los acérrimos (de un lado y otro) consiste en sintetizar la serie como un sesudo artefacto que excede con mucho las intenciones de sus creadores, más empeñados en elaborar una historia de las fantasías que asaltan a todo geek del nuevo milenio que en dotar a la función de algún significado. El camino y la mitología generada es el auténtico premio. Gozoso y enorme en su contexto, pese a la carencia de fondo. Lo demás son ganas de engordar contra su voluntad a un ganado famélico. El faro perdido que aparece en el último cuarto de la historia, se presenta más un capricho exótico de los oportunistas e ingeniosos guionistas, que como un elemento fundamental en el devenir de los náufragos. La isla de «Lost» tenía que contener un faro para cerrar el círculo. Las heridas (y los chistes) provocados por su desconcertante final siguen y seguirán abiertas. Cosas de los eternamente insatisfechos.

LOS SIMPSON (1989-????)

Al igual que en el caso anterior, el Springfield simpsoniano no tendría sentido de no disponer de un faro. Ha aparecido en contadas ocasiones, habitualmente acompañado por la lluvia y las tempestades marinas, y siempre ahondando en la soledad que representa su estilizada figura. Su estructura es tan básica como las de las ilustraciones que dan forma al universo creado por Matt Groening. He ahí su delicioso encanto.

LA PIEL FRÍA (????)

Aún sin fecha de estreno (de hecho, sin fecha firme para dar por comenzado su rodaje), la adaptación cinematográfica de la adictiva novela de Albert Sánchez Piñol se aventura como un nuevo (y ojalá que no baldío) esfuerzo de la industria patria por hacer sombra a las grandes producciones de género norteamericanas. A falta de concretar un proyecto que comienza a adquirir aires de malditismo, la novela de Sánchez Piñol, tan visual como un guión cinematográfico, narra la historia de un miembro arrepentido del IRA que busca aislarse del mundo en una perdida isla cercana al círculo polar antártico. Unos monstruos marinos, que le acosan sin tregua, y el misterioso farero que comparte con él la diminuta isla, impedirán que consiga la tan ansiada soledad.

Y fin…

Todo parecía más fácil del otro lado del objetivo…

El mundo del cine, el del arte en general, atrae a los acostumbrados a transitar los márgenes del camino como un capítulo más de la saga «Crepúsculo» a una adolescente en celo. Las razones son múltiples, y van desde el cobijo que conceden las cámaras hasta el prestigio, en muchas ocasiones limitado, obtenido por las obras filmadas, lo que redunda en un prestigio social destinado a ocultar su verdadero ser. De entre la variopinta fauna compuesta por desarraigados fílmicos, son los misántropos (en sus dos vertientes conocidas: los que odian a la humanidad y los que se odian a sí mismos) aquellos que más devoción generan. Ya sea por las ganas de proteger a los segundos; ya sea por el deseo de partir la cara de los primeros, los desajustes emocionales que suelen activar los complejos mecanismos que convierten en un minusválido social a aquellos que los padecen, atraen a la masa. Tal vez sea por el simple motivo de convertir en humanos a aquellos por cuyas venas corre celuloide y miedo.

Éstos son algunos singulares misántropos, directores de cine, todos ellos.

Howard Hughes     

El personaje

Muchimillonario desde la cuna, en realidad la experiencia de Hughes con el cine se circunscribe más a las alcobas que a los sets de rodaje. Gene Tierney, Bette Davis, Ava Gardner, Ginger Rodgers, Katherine Hepburn fueron algunas de las estrellas que pasaron por su cama. Apasionado de la aeronáutica, el mundo del cine no supuso para él más que un medio para conocer starlets. Al menos así fue en sus primeros pasos; después su carácter obsesivo le llevó a embarcarse en proyectos suicidas como «Ángeles del Infierno», obras maestras como «Scarface» y monumentos onanistas como «The Outlaw».

La misantropía

Su fobia social, si bien siempre estuvo presente, se manifiesta con todo su esplendor a finales de los años cincuenta, cuando Hughes se encierra por vez primera. Desde entonces sus rarezas, fruto de un trastorno obsesivo-compulsivo, se multiplican formando parte, en muchos casos, de una leyenda urbana construida en torno suyo que se nutrió de burdos rumores, amarillismo periodístico e incluso de películas notables, como «Melvin y Howard», dirigida por Jonathan Demme, que tomaba una historia real para especular sobre el ermitaño que un día reinó.

Gordon Parks

El personaje

El padre de la blaxploitation será recordado como autoproclamado fotógrafo «oficial» del movimiento de derechos civiles más reivindicativo (fue amigo de Malcolm X, si bien nunca ocultó su admiración por el doctor Martin Luther King), más  que como hacedor de toda una iconografía cinematográfica que aún hoy día pervive gracias a los numerosos homenajes recibidos. El cine de Quentin Tarantino en su conjunto, sin ir más lejos. Y no es que le faltase ambición; simplemente, los vientos que soplaban lo hacían en su contra.

La misantropía

Una infancia marcada por el odio le convirtió en un personaje esquivo. Al igual que el trompetista Miles Davis, nunca ocultó que una de sus fantasías consistía en matar a un miembro del KKK. Durante los rodajes se mostraba paternalista, hasta que algún imprevisto ataque de ira le sobrevenía por cualquier motivo. Cuestión que él siempre asoció a cada golpe, moral y físico, recibido. Murió a los 93 años de edad. Lo hizo con las cicatrices aún abiertas.

Alfred Hitchcock

El personaje

Mucho más que el fetichismo sexual del que siempre fue devoto, si algo ponía cachondo al gordo inglés era el dispensar pequeñas píldoras de maldad, a modo de pequeñas minas  alrededor de él. Con frecuencia, en vida, fue tenido por un director populachero que dirigía películas de suspense hábiles para la taquilla, pero insulsas para gran parte del sesudo estamento crítico. Después llegó Truffaut, con su famoso libro-bíblia, y le comenzaron a llover los homenajes por todas partes. Películas como «Vértigo», «Con la Muerte en los Talones» o «La Ventana Indiscreta» son cumbres imposibles de escalar para cualquier cineasta.

La misantropía 

Acomplejado por su físico desde niño, Ricardo Franco aseguró que fue antes, desde la cuna, que Hitch planificaba su venganza contra el mundo por haberle hecho nacer. La anécdotas que jalonan su carrera suelen contarse de modo jocoso, pero cuando Carole Lombard llevó una maqueta con tres vacas bautizadas con el nombre de los actores protagonistas de «Matrimonio Original», dirigida por Hitch, no lo hizo precisamente de modo amistoso, tras asegurar el director que trataba a los actores como si fuesen ganado; del mismo modo que recibir un traje de niño de parte del director, no le hizo gracia a Peter Lorre; ni encontrarse con un pollo muerto en su camerino fue un momento memorable para Kim Novak durante el rodaje de «Vértigo». Su odio hacia la humanidad se manifestó en infinidad de ocasiones, y se canalizó a través de sus películas, todas ellas repletas de guiños sobre la verdadera naturaleza humana.

John Ford

El personaje

Considerado por muchos, entre ellos por el que esto escribe, como el norte de todo el oficio fílmico, de su grandeza como creador se han escrito millones de palabras a las que nada puedo añadir. Ni siquiera en su decadencia dejó una fisura por la que pudiera pasar un atisbo de debilidad. Un genio irrepetible, sin más.

La misantropía 

Más que odio, Ford dispensaba desprecio por la humanidad. No le gustaba la gente, en especial el mundillo de la farándula que consideraba compuesto en su mayor parte por arribistas. Concedió su amistad a un escaso puñado de personas que le devolvieron la deferencia del mejor modo posible: dejándole en paz. Ward Bond, actor fetiche en docenas de sus películas, James Stewart, Henry Fonda y pocos más fueron de los afortunados a los que permitió le acompañasen en su maratonianos días de pesca que se podía prolongar semanas. Tiempo durante el cuál apenas articulaba palabra alguna. Memorable siempre es recordar los ímprobos esfuerzos desplegados por Peter Bogdanovich durante la elaboración de un libro entrevista al estilo del que Truffaut hizo de Hitch. En algunas de las grabaciones, no es raro comprobar el modo cuasi gutural que Ford tenía de responder a las preguntas que le lanzaban. Un tipo duro que no permitía que la poesía que rezumaba su interior se mostrase más allá de sus películas.

Stanley Kubrick

El personaje

Utilizó su puntillismo, que rozaba la obsesión, para ocultar una neurosis galopante que se mostró en cada una de sus películas, fácilmente identificables por la asepsia de su puesta en escena y la maldad intrínseca que desborda a sus protagonistas. Su innegable genialidad a la hora de narrar estaba jalonada por sus herméticas obsesiones que las dotan de un aura impenetrable. Otra cosa eran los rodajes, dignos de frenopático, en los que raro era que no se produjeran incidentes de todo tipo.

La misantropía

No fue su infancia ni su adolescencia lo que provocó su hermetismo social, sino su extraordinaria inteligencia. Tras someterles a sus mitológicos juegos mentales, todo mortal le parecía poca cosa. Humillar al prójimo le resultaba tan fácil que hubo un momento en que dejó de resultarle atractivo. Pasó entonces a mortificar a sus actores, haciéndoles repetir 98 tomas de algunas escenas, y llevando a las puertas de la locura a los más desgraciados, caso de Shelley Duvall en «El Resplandor». Su mejor venganza contra el mundo que tanto despreciaba llegó en «Teléfono Rojo, ¿volamos hacia Moscú», haciendo saltar el planeta por los aires. Pero fue en su última película, «Eyes Wide Shut», donde sonó su última carcajada, dinamitando cualquier esperanza de felicidad en la vida en pareja. Lástima que no pudiera ver los efectos que provocó su bilis.

Werner Herzog

El personaje

Con seguridad el autor más personal del último medio siglo. Su cine sangra en cada fotograma, del mismo modo que él se obliga a no repetir ningún movimiento de los ya realizados. Su afán por experimentar le ha llevado a rodar con actores en estado de hipnosis; a remontar el Amazonas y a rodar en África o Sudamérica, en condiciones más que precarias. Por arriesgarse, incluso se atrevió a rodar un remake del incunable «Nosferatu» de Murnau. Sus relaciones con sus actores, siempre apasionadas, tienen un punto y aparte: Klaus Kinski.

La misantropía

Crecido en el aislamiento proporcionado por un perdido pueblo de las montañas de Bavaria, hijo de padre siempre ausente, Herzog siempre dio muestras de encontrarse situado en otro lugar al del resto. Más que odiar al mundo, lo desprecia por su cacareada humanidad que él echa en falta. El no haberla encontrado más que ocasionalmente le sume en constantes crisis que suple rodando sin parar en búsqueda de la raíz del desarraigo.

Ingmar Bergman

El personaje

Director de referencia para todo gafapasta que se precie, su cine tiende hacia los caminos menos transitados que, desde el momento en que se convierte en icono, mutan en autopistas de la que todo aprendiz de creador pretende reclamar un pedazo. Su obsesión por el sexo, la muerte y la soledad, y el modo tan descarnado de mostrarlo en pantalla, hacen de sus películas imprescindibles experiencias hipnóticas.

La misantropía

De nuevo una infancia y adolescencia traumáticas convirtieron al hombre en monstruo. Extraordinariamente tímido ante la multitud, su actitud en privado convertiría a los ogros de los cuentos en amorosos duendecillos. Profesionalmente la cosa no mejoraba: habituales eran sus ataques de ira cada vez que alguien se atrevía a contradecirle. Las sillas volaban por los aires y, con frecuencia, los gritos y los insultos se transformaban en violentas sacudidas que, afortunadamente, nunca fueron a más. Sus parejas y sus hijos han dado sobrada fe de lo insoportable que era pasar el tiempo a su lado. Como buen tímido, buscaba la aprobación ajena en cada uno de sus actos. Cosa que se dio, pues no tardó en acostumbrarse a que le bailasen el agua con o sin motivo. Sin embargo, él siguió odiando al universo. Cosa de genios.

Tod Solondz

El personaje

Nombre de referencia para el cine indie, su obra magna, «Happiness», le situó en el mapa del buen esnob cinematográfico, si bien hacía tiempo que asomaba la cabeza. Eterna promesa, eso sí, que nunca ha cristalizado como merecía. A su cine le faltan piezas y le sobra regodearse en su propia sordidez. Aún es joven de sacar el genio de lleva dentro. Siempre y cuando venza a los demonios que le recuerdan las ametralladas collejas recibidas en su adolescencia.

La misantropía

Solondz parte con la ventaja de ser consciente de su propia misantropía. A pesar de ello, ha permitido que el resentimiento inunde cada uno de sus músculos, lo que ha dado como resultado a un tipo cruel y repulsivo (en sus propias palabras) con el que trabajar no supone precisamente un privilegio. Vuelca todo su odio en cintas carentes de compasión con las que pretende ajustar cuentas con el mundo. Lo primero que debería hacer, tal vez, es ajustar cuentas consigo mismo.

Kenji Mizoguchi 

El personaje

Posiblemente, junto con Ozu y Kurosawa, sea la referencia de toda la filmografía nipona. Más aún, es, ya en solitario, el poeta fílmico que Terry Malick desea emular… sin éxito. La delicadeza de su trazo sólo puede interpretarse como poesía visual en su estado más puro. El reconocimiento, sin embargo, le llegó demasiado tarde y casi por casualidad. Lo cuál redundó en su afición por autoflagelarse moralmente, a menudo en público.

La misantropía

Retraído, hasta el cercano punto de ser considerado un hikikomori, más que odiar a la humanidad se odiaba a sí mismo. Una vez más fue una infancia desgraciada, que incluye extrema pobreza y la venta de su hermana a un proxeneta, que nunca consiguió superar. Sus carencias afectivas le convirtieron en un ser vulnerable al que resultaba fácil atacar. Cuestión que terminó por asumir hasta convertirse en frecuente el que quitase todo mérito a su obra para otorgárselo a otros directores en verdad mediocres. Mizoguchi siempre se sintió un estorbo. Lo único que parecía aliviarle era volcar toda su desazón en películas etéreas que aún hoy mantienen toda su vigencia. El reconocimiento internacional recibido poco antes de su temprana muerte llegó tarde. Para entonces su cabeza estaba abollada de tanto atizarse a sí mismo con el martillo de la falta de autoestima.

Luis Buñuel

El personaje

Sus traqueteantes primeros pasos cinematográficos, influenciado por las corrientes surrealistas que buscaban en la provocación la razón de su existencia, fueron tan brillantes que Hollywood no tardó en fijarse en el joven airado que pretendía reescribir los conceptos fílmicos. Un malentendido estancó su carrera, que en realidad se inicia en México cuando Buñuel ya había cumplido 47 años. Lo tardío de la llamada interior no impidió, más bien al contrario: potenció, una carrera brillantísima plagada de obras capitales que el propio autor confesó con comprender en toda su amplitud. Su prestigio fue tan grande que el régimen franquista se tapó los ojos y los oídos para dejarle rodar en España «Viridiana», su película más irreverente. Después incluso llegó a ganar un Oscar, premio que él denostaba, para situarle en el olimpo de los intocables en el que en realidad se hallaba desde que rodó aquella maravilla titulada «Los Olvidados».

La misantropía

Una y otra vez la misma historia: una infancia apaleada que le persiguió toda su vida. Su carácter apasionado, más cercano a la violencia de lo que él siempre deseó, no encontró reflejo salvo episódicamente, lo que le llevó a encerrarse en su mundo de emponzoñadas neuras por curar. Aficionado a las armas, homófobo que admitió en sus memorias haber apalizado a homosexuales en su juventud, déspota, anticlerical hasta el tuétano… cualquier calificativo que pretenda describirle se quedará a un cuarto de camino. De tan expansivo que fue, cerca estuvo de que el mito del hombre eclipsara a su obra.

Lars Von Trier   

El personaje

Al margen de ser el creador del idealizado movimiento Dogma, su sombra viene de lejos y va más allá. Dispensa pesadillas en formato de celuloide destinadas a compartir sus miedos y depresiones con una audiencia amancebada que con frecuencia pasa por alto sus excesos. De la arriesgada brillantez de «Europa», «Rompiendo las Olas» o «Los Idiotas» ha redirigido sus pasos hacia tomaduras de pelo difícilmente digeribles («Manderlay», «Dogville»), pasando por brillantes ejercicios de nada («Anticristo») hasta desembocar en devastadoras ensoñaciones naïf («Melancolía») dirigidas a encumbrarle por los siglos de los siglos. Su vanidad vale eso y mucho más.

La misantropía

Su propensión hacia las depresiones le llevan a rodar cada vez que un periodo de crisis se instala en su vida. Célebre en la anécdota que cuenta la ocasión en que se negó a viajar al festival de Cannes, para apoyar el estreno de «Rompiendo las Olas», porque el miedo le impedía salir de una canoa situada en el salón de su casa danesa. Su temor por el mundo suele llevarle a pronunciar toda ocurrencia que cruza su castigada mente, al punto de que sus referencias misóginas y racistas han terminado por granjearle el odio que el mundo le profesa, o al menos él siempre lo supuso así. Le queda mucha bilis que donar, de modo que prepárense para sufrir. De momento «Melancolía«, su última machada, es una de las experiencias más dolorosas jamás proyectadas en una pantalla. Si no hay esperanza para él, no la habrá para nadie.

Terrence Malick

El personaje

El particular universo de Malick no tardó en llamar la atención de la crítica y en acostumbrarse al vacío de la taquilla. «Malas Tierras», para los puristas su mejor película, buscaba en el desarraigo y la marginalidad las razones de la violencia. Cada plano de la película es una historia primorosamente sugerida. Después llegó «Días de Cielo», la palma de oro de Cannes… y el apagón. Su silencio se rompió veinte años más tarde, al rodar «La Delgada Línea Roja», una hermosa alegoría acerca del amor universal bajo un pretexto bélico. «El Nuevo Mundo» y «El Árbol de la Vida» le han supuesto más premios y más palmaditas de las que su espalda puede soportar. El público le sigue dando la espalda, pero eso a él le trae sin cuidado. Tiene dos películas más en cartera que se estrenarán los próximos tres años. Hora de recuperar el tiempo perdido para Terry.

La misantropía

Malick es un obseso de su privacidad que raya en la patológico. Apenas se tienen datos sobre su vida, más allá de sus años universitarios. El ocultarse de las miradas ajenas es consecuencia de su poco interés por la gente. Le disgustan las apariciones públicas hasta el punto de no acumularse más de una docena de fotografías del maestro. Los que han trabajado a sus órdenes, incluso los resentidos con él, caso de Sean Penn, George Clooney o Nick Nolte, parecen aquejados de amnesia al referirse a su experiencia a su lado. «En un tipo raro», es lo único en lo que parecen coincidir. En realidad, Malick es la esencia pura del anacoreta que emite señales de su genialidad al exterior sin permitir que le dé la luz. Y si le va bien, que así sea.

Y fin…

Party Time…

Una buena fiesta lo cura todo. Por muy profunda que sea la sima en la que te encuentres; por muy honda la tristeza; por muy angustiosa la rutina de los días, todo encuentra solución entre los vapores emanados por una buena fiesta. Aunque en toda fiesta genuina se deben cumplir las premisas de no conocer a la mitad de los invitados, que una chica acabe en topless y que al menos uno de los participantes masculinos vista falda, cualquier fiesta es estimable. Las hay íntimas, salvajes, enrevesadas y, cómo no, también serenas. Y ninguna de ellas se puede considerar menos envidiable que la anterior, pues lo realmente importante consiste en tratar de detener el tiempo.

La industria del cine ha retratado miles de fiestas en celuloide. Algunas razonablemente logradas. Otras, más carnales, tan memorables que se ubican en algún lugar de tu memoria para no abandonarlo jamás. Éstas son algunas de ellas…

MELINDA Y MELINDA (Woody Allen, 2004)

Las fiestas en las películas de Woody Allen transcurren siempre a media luz. No importa que se trate de una primera cita o de un grupo de amigos que se reencuentra tras mucho tiempo sin verse. Lo realmente importante es que la música se funda con las palabras sin devorarlas. En la muy estimable «Melinda y Melinda», la tenue luz de las velas ilumina los rostros de los comensales que han formado pequeñas penínsulas amuralladas con los envases de comida china a medio abrir mientras la madrugada lo comienza a invadir todo. Envidiable complicidad la que el genio neoyorkino consigue lograr.

PIJAMA PARA DOS (Delbert Mann, 1961)

En la obra maestra dirigida por Delbert Mann, defenestrada por muchos a causa del maléfico eje Doris Day-Rock Hudson y por la inclemente lluvia de cascotes que el tiempo y la incapacidad general para contextuar una época han posado sobre ella, la fiesta se resume en un machismo pueril (del que Mann se mofa) y una nada encubierta apología del alcohol como solución y origen (ya lo dijo Homer Simpson) de todos los problemas. Sin embargo, comer galletas también tiene su riesgo. Y entre ellos figura la más monumental de las resacas y sus inesperadas consecuencias.

BEACH PARTY (William Asher, 1963)

Las bienpensantes mentes de los años sesenta del pasado siglo se encontraron ante un gran dilema: ¿debían demonizar las nuevas tendencias que amenazaban con pervertir a las nuevas generaciones? o, por el contrario ¿debían tomar parte del asedio cultural para asegurarse de que no se echaran a perder tantas almas tiernas?. Uno de las más infames consecuencias de la ecuación se materializó en las películas playeras generalmente protagonizadas por Frankie Avalon y Annette Funicello. Tontadas sin gracia alguna que el paso del tiempo ha convertido en templos kitsch. En «Beach Party» se abrió la veda y una herida que, me temo, aún no se ha cerrado.

EL CAZADOR (Michael Cimino, 1976)

Cimino, antes de creerse el rey del mambo para terminar autoinmolándose gestando «La Puerta del Cielo», segmentó su obra capital en tres partes fácilmente reconocibles. La que más tristeza transmite, a mi juicio, es el prólogo en el que se narra la última escapada de unos amigos antes de la boda de uno de ellos. El director dotó a la fiesta que sigue a la ceremonia de una carnalidad poco frecuente. Hay tanta alegría como desazón, sin olvidar un poso de fatalidad que sobrevuela cada minuto de la celebración. Hermoso inicio para un brillante fresco acerca de un tiempo que les fue robado a toda una generación.

LA ÚLTIMA APUESTA (Nancy Savoca, 1991)

Poco antes de ser enviado a combatir en Vietnam, un joven pueblerino disfruta de un último fin de semana en San Francisco participando en una apuesta que consiste en llevar a la chica más fea que encuentre por las calles a una fiesta de adefesios. Lo que él no esperaba es que terminaría enamorándose de su inocente víctima. Las fiestas crueles, mal que nos duela, siempre formaron parte del catálogo.

GOLPE AL SUEÑO AMERICANO (Marek Kanievska, 1987)

Tan nefasto título hispano oculta en realidad la adaptación al cine de la notable novela de Bret Easton Ellis «Less Than Zero». Y si bien el director escogido para mostrar la caída en los infiernos de la droga y la apatía de toda una generación posee obras estimables, fue la menos afortunada de las designaciones posibles. Pastosa, ilegible, confusa… los excesos discotequeros son quizás los mejor parados en esta fábula fallida. Mucho sexo, mucho alcohol, mucho desfase y mucha (muchísima) cocaína. La sentencia que asegura que «no hay futuro» pocas veces fue tan certera.

BIENVENIDO, MISTER MARSHALL (Luis García Berlanga, 1953)

Entre las tinieblas de la dictadura franquista también hubo sitio para la fiesta. Aunque nublada por el folklore más denigrante, si los americanos garantizaban tractores merecía la pena humillarse vistiéndose de corto mientras cantas coplas de rima fácil. Brillante paradoja dirigida por Berlanga sobre una España desprovista de orgullo que sabía a polvo y hambre. De hecho, cincuenta años más tarde y en otro contexto, en las mismas estamos.

DIECISÉIS VELAS (John Hughes, 1986)

Hughes, el hombre que dignificó el subgénero de la comedia adolescente, elaboró  un  completo tratado sobre los lugares y las emociones comunes que pueblan la mente púber en esta memorable cinta frecuentada por nerdies varios, matones de instituto, chicas demasiado maduras y estudiantes japoneses de intercambio. Al margen de su primoroso tejido narrativo, la película lo tiene todo, incluso una fiesta desmadrada en la que los inadaptados estudiantiles que son utilizados como puching ball emocional consiguen  bragas que exhiben como trofeo ante una babeante audiencia de onanistas a la fuerza. Obra capital ochentera no apta para aquellos que nunca fueron adolescentes.

ENTRE COPAS (Alexander Payne, 2004)

Toda fiesta requiere ante todo de complicidad. Per example, la de las dos parejas protagonistas de «Entre Copas» bebiendo vino y bromeando mientras cae el sol en  los valles vinícolas del norte de California. La fiesta como vehículo de crecimiento sentimental y caricias tan suaves como el bouquet de esta hermosa película que obligatoriamente debería paladearse durante los meses de luz.

CELEBRACIÓN (Thomas Vinterberg, 1998)

La fiesta también puede usarse como arma. No existe paradoja más desequilibrante que la producida por una dolorosa revelación lanzada durante una fiesta familiar. Los resultados de tal acción en la excelente película de Vinterberg fueron inversamente proporcionales a su cálida y merecida acogida crítica. Mostrar el corazón y darle la vuelta para que sean visibles sus costuras es un ejercicio arriesgado con consecuencias imprevisibles. Nadie dijo que fuera fácil.

JACUZZI AL PASADO (Steve Pink, 2010)

Otro requisito de toda fiesta precisa del elemento gamberro. Si además éste viene acompañado de la amistad inquebrantable, tendrá preferencia sobre cualquier otra cosa. Por un amigo te partes la cara, bebes hasta reventar o renuncias a la chica que presientes es la mujer de tu vida. Y así será mientras se apura una cerveza en un jacuzzi que posee la facultad de retrotraer el tiempo. Gamberrada que se afana en homenajear a «Regreso al Futuro» (Cripin Glover incluido) y que terminó por ser un cántico hacia la amistad por encima de cualquier otra cuestión.

AQUELLAS JUERGAS UNIVERSITARIAS (Todd Phillips, 2003)

La añoranza del pasado, de las fiestas pretéritas, en ocasiones conduce a la exaltación de la estupidez como filosofía de vida. Lars Von Trier lo mostró a su manera en la inefable «Los Idiotas». Todd Phillips, mesias de la nueva comedia bronca, apaisada por la oferta y la demanda, lo cuenta a la suya. A saber: eructos, tías macizas en ropa interior correteando por todas partes y gags expendidos de modo ametrallado previamente rebozados por la sal más gruesa encontrada. Estimable exposición, en cualquier caso, de una generación de Peter Panes que se niega a crecer.

DESMADRE A LA AMERICANA (John Landis, 1978)

Aunque exiten precedentes directos e indirectos, la película dirigida por John Landis sirvió de pistoletazo inicial a género de comedias estudiantiles descerebradas. Todas ellas con un fiesta como objetivo final, pretexto de la catarsis. No hay nada más allá del desmadre que el desmadre mismo o el que está por llegar. La solución a todo lo que no parece tener remedio consiste en girar la tuerca una vez más mientras se recuerdan las palabras del gran John  Blutarsky: «Toga, toga, toga…»

YA NO PUEDO ESPERAR (Deborah Kaplan y Harry Elfont, 1998)

La fiesta de graduación, aquella que en el mundo occidental  marca el límite entre la adolescencia y la madurez temprana, la misma destinada a romper tabúes y virginidades, sirvió como telón de fondo a esta adorable historia de quebrantos adolescentes y promesas incumplidas. El contexto de la fiesta, con el «comando» nerdy dispuesto a colarse a toda costa y los reyes de instituto reciclados ahora en novatos universitarios, se tamiza con el desencanto de crecer para comprobar que todo cuanto se nos había prometido era mentira. Como compensación queda la fiesta. ¿Y después qué?

FIESTA SALVAJE (James Ivory, 1975)

Encubierta revisión del terrible caso de la estrella del cine mudo Fatty Arbuckle, convertido, por obra y gracia de una bacanal salvaje, en asesino señalado, si bien nunca condenado. James Ivory se aleja por una vez de la bucólica campiña inglesa y de las tórridas praderas indias, pero no abandona el cine de época ni su encorsetado estilo. De tal modo que la fiesta resulta menos salvaje de lo que debiera y más densa que emocional. De cómo una fiesta concebida para celebrar un éxito terminó segando vidas y arruinando otras.

DESAYUNO CON DIAMANTES (Blake Edwards, 1961)

La fiesta de las fiestas, al menos en lo que se refiere a lo cinematográfico, tuvo una anfitriona inmejorable: Holly Golighly. Tenía tanto glamour y clase sujetando un cigarrillo francés, con su kilométrica boquilla a juego, como pidiendo cincuenta dólares por visitar el lavabo. Eufemismos al margen, nunca una fiesta de celuloide fue tan cercana. Fue todo tan hermoso que no importó que la fiesta acabase de un modo tan abrupto como fue el escapar de la policía por la escalera de incendios. Para entonces Holly ya se había hecho con nuestros corazones.

EL GUATEQUE (Blake Edwards, 1968)

Posiblemente sea Blake Edwards el mejor hacedor de fiestas de la historia del cine. Posiblemente lo sea por la ingente cantidad de fiestas a las que asistió en su vida. Las fiestas meticulosamente descuadradas eran su especialidad, como ocurrió en «El Guateque». Un patoso actor indio de segunda fila se incrusta en una fiesta en la que rápidamente se convierte en el punto discordante. No encaja, de modo que la armonía termina por desajustarse para convertirse en el hermoso caos que toda fiesta aspira a lograr. Todo ello, eso sí, ordenadamente desordenado, como impone el protocolo fiestero.

CÓMO MATAR A LA PROPIA ESPOSA (Richard Quine, 1965)

Hubo un tiempo en el que no había fiesta de despedida de soltero que se precie de serlo que no culminase con una chica saliendo de una tarta. Después fueron las mujeres las que reclamaron su parte del pastel, y terminó siendo un chico el que ocupaba el interior de la tarta. Cuestión de legitimos ajustes. Dentro del primer grupo, mediados los sesenta Richard Quine dirigió una comedia negra centrada en la por entonces en boga «guerra entre hombres y mujeres» en la que un dibujante de cómics mujeriego (y por ende misógino) acaba desposado con la chica de la tarta tras una etílica farra «solo para hombres». La fiesta (y la película) terminó siendo tan divertida como insuficiente tras la presentación de sus  brillantes credenciales.

DESPEDIDA DE SOLTERO (Neal Israel, 1984)

Icono descerebrado por méritaje propio, «Despedida de Soltero» significa para el sub-subgénero de las despedidas de soltero lo que el Empire State para la iconografía neoyorkina. Sin argumento, ni falta que le hace, un grupo de amigos decide despedir la soltería de uno de ellos haciendo realidad todas sus fantasías antes de que sea demasiado tarde. Prostitutas, películas porno podadas, burros yonkis, exnovias a la caza de la pieza perdida y mucho alcohol. La sublimación del hombre cívico convertido en el buen salvaje que ni sabe ni quiere pensar en otra cosa que en su propio placer. El factor hedonista aplicado a la celebración. Amén.

LA GRAN COMILONA (Marco Ferreri, 1973)

Marco Ferreri (con la pluma de Rafael Azcona a su servicio) en su salsa. Desarrollando los enredados conceptos filosóficos que hicieron de él un elemento peligroso para cualquier sistema. En esta ocasión cuenta cómo cuatro amigos deciden suicidarse comiendo y follando hasta literalmente reventar. A tal efecto organizan una formidable bacanal en la que no faltan exquisitos platos gastronómicos sin límite y prostitutas obesas. La evidente metáfora desafía al espectador a que se forme una opinión sobre el mundo que habita. Todo ello en una época en la que tal cuestión era posible sin que los ingresos de taquilla fuese obscenamente bajos. Misión imposible hoy día. Ya lo cantó Dylan: «the times they are a- changing», y no siempre a mejor…

RESACÓN EN LAS VEGAS (Todd Phillips, 2009)

Inesperada revelación de hace un par de años, el mayor mérito de «The Hangover» consistió en llevar a los gafapastas a las salas de cine aunque solo fuera para despotricar contra ella más tarde. También consiguió dibujar sonrisas en sus rostros, pero eso es algo que la oscuridad de las salas impidió ver y ellos jamás confesarán. Todd Phillips contraataca con la quintaesencia del cine trash de vocación comercial. Se aferra a un sólido guión que apenas deja resquicios y nos regala el más gozoso delirio de los últimos años. Se atreve a escaquearnos la fiesta para mostrarnos sus delirantes consecuencias. El atronador éxito provocó la inevitable secuela, pero ya nada fue igual…

Y fin…

Locos de Atar…

«Soy psiquiatra. Aquí está mi pipa»

«Recuerdos» (1980)

Hacía muchas décadas que la figura del psiquiatra, suavizada por la presencia del psicólogo al incrustarse la enfermedad del alma en la cultura popular, fascinaba al mundo del cine. Tan seductor personaje ha sido abordado desde todas las perspectivas comprensibles desde el tópico más pueril. Si bien no conviene olvidar que la fidelidad hacia la labor del terapeuta mental, unida al sentido del humor, han hecho posible que los retratos delirantes hayan terminado por desterrar toda idea preconcebida sobre ellos para mostrarnos su lado más oscuro, que en poco les diferencia de sus pacientes.

He aquí algunos de ellos que tanto la televisión como el celuloide se han encargado de inmortalizar…

Doctor Mark Kik (Nido de Víboras, 1948)

La recién casada Virginia Stuart (Olivia de Havilland) ingresa en una institución mental (conocida entonces por el atinado nombre de Casa de Locos) acuciada por los remordimientos. Mucha paz no encontrará en aquel infecto lugar. Muy al contrario, su afección se agudizará  hasta alcanzar la catarsis de la mano del tan entusiasta como entregado doctor Kik (Leo Genn). Estupenda película de Anatole Litvak con publicitaria y edificante sobredosis de las nuevas terapias psicológicas por entonces tan revolucionarias como aberrantes hoy día.

Doctor Craig Huffstodt (Huff, 2004-2006)

El doctor Huff (Hank Azaria) bebe, tontea con las drogas en ocasiones y se plantea seriamente frecuentar los prostibulos. Además es un padre mejorable (más bien horrible) y un vecino difícil, pero como psiquiatra hay pocos como él. Pese a sus notables fracasos, que le hacen ser testigo del suicidio de un paciente, sus éxitos son lo suficientemente numerosos y contundentes como para seguir adelante. Todo ello a costa de su propia salud mental y de una vida familiar que se resquebraja día a día. A todo ello se une el que su mejor amigo (y cocainómano abogado) le envuelve en líos con la mafia, lo que redunda en una explosión de ira difícilmente contenible.  Realmente no debe ser fácil ser Huff.

Doctora Jennifer Melfi (Los Soprano, 1999-2007)

Si ya de por sí resulta difícil escuchar los problemas cotidianos de cualquier persona corriente, no es fácil imaginar lo que se siente al tener a un capo mafioso sentado frente a ti cada semana. Circunstancia que debió soportar la doctora Melfi (Lorraine Bracco) mientras Tony Soprano (James Gandolfini) la usó como sustituta moral del sacerdote católico al que acudiría todo buen italoamericano. No resulta extraño que con el paso de los años, y el peso de las confidencias recibidas por Melfi, la terapeuta terminase siendo la que requirió de los servicios de otro psicólogo. Así son las cosas.

Doctor Mumford (Mumford, 1999)

A la pequeña ciudad de Mumford llegó un buen día un tipo de difuso pasado (Loren Dean) que tomó como suyo el nombre del pueblo que le acogía. Después abrió un gabinete psicológico de asombroso éxito que generó los celos de los hasta entonces únicos terapeutas de la ciudad. Sus heterodoxas técnicas tuvieron tal éxito que los crónicos enfermos del pueblo comenzaron a sanar y, por ende, a vivir, incluído él mismo. Bellísima fábula que sirvió para que su director, Larry Kasdan, volviese a ser tan feliz haciendo cine como a nosotros ser testigos de su renacimiento.

Doctor Tyrone Berger (Gente Corriente, 1980)

La desazón llegó demasiado pronto a la vida del adolescente Conrad (Timothy Hutton). Su hermano mayor acababa de morir y no podía soportar el sentimiento de culpa que le corroía por dentro. Un día segó las venas de sus muñecas en el baño de su casa mientras sus padres volvían, como ocurría cada día, a reprocharse mutuamente su fracaso. Acabó, estancia en un hospital mediante, frente a un psicólogo tan apasionado como peculiar (Judd Hirsch) que le propuso un pacto: estaría siempre a su lado (justo lo que Conrad nunca había tenido)  si él se mantenía en el mundo de los vivos. Todo ello para alcanzar la redención mendiante el perdón que él mismo se debia. Conmovedora película de Robert Redford que tal vez abusa de su propio entusiasmo como canalizador emocional.

Doctor Isaac Barr (Analisis Final, 1992)

De las entrañas más erótico-festivas surgió con ímpetu budista el doctor Barr (Richard Gere) para sumirnos en un jolgorio sin fin. Un reconocido psiquiatra es reclamado por la esposa de un mafioso local (Kim Basinger) con el fin de encontrar los motivos de su permanente alteración, como si ser la mujer de un tipo violento (interpretado por Eric Roberts, para más inri) no fuese motivo suficiente para ello. La grotesca trama, trufada de bobas y literales referencias freudianas, culminará con la libidinosa aparición de la hermana de su paciente (Uma Thurman) y con doctor encamado con todo el mundo (juraría que incluso con el propio director, el videoclipero Phil Joanu) hasta alcanzar un supremo clímax final en las entrañas de un faro. Lo mejor siempre para el final.

Doctora Elizabeth Bowen (Mr. Jones, 1993)

Apropiadamente embutido en la piel de un tipo bipolar, Richard Gere sufre una potente crisis que le lleva a recluirse en una institución mental en la que conocerá la auténtica amistad, será testigo de la tragedia y acabará enamorándose de su atractiva psiquiatra. Si creían que el director Mike Figgis no podía hacerlo peor deben ver esta delicatessen del despropósito cuya escena más recordada incluye los siguientes elementos: tejado inestable y Richard Gere haciendo monerías sobre él. Y resultó que el tejado no era resbaladizo. Lástima…

Doctor Hannibal Lecter (El Silencio de los Corderos, 1991)

El sueño de todo psiquiatra se encarnó en el doctor Lecter (Anthony Hopkins) impartiendo a su manera clases evolutivas acerca de la supervivencia del más fuerte. Harto de escuchar miserias ajenas, un día el doctor Lecter decició generar las suyas propias. En el excelente policiaco dirigido por Jonathan Demme, Lecter y la agente Clarice Starling (Jodie Foster) se funden en una tarea común: atrapar a un asesino en serie que, en opinión del psiquiatra, es demasiado torpe como  escasamente sutil. Inmersión completa en el lado oscuro donde las moralinas y los juicios de valor carecen de sentido.

Doctora Eudora Nesbitt Fletcher (Zelig, 1983)

La conceptualmente revolucionaria obra maestra de Woody Allen presenta a un tipo peculiar que posee la capacidad de mimetizarse con cualquier ambiente que le rodee. Da igual que se trate de una banda de jazz en gira por Alabama que de una convención del partido nazi, que Leonard Zelig (Woody Allen) oficiará como camaleón humano confudiéndose en la masa como si se tratase de un ladrillo más del muro. Para su fortuna apareció la doctora Eudora Nesbitt (Mia Farrow) dispuesta a cualquier cosa para recuperarle. Tan extremadamente hilarante como inteligente, Allen dio el pistoletazo de salida a una multitud de películas nacidas bajo su influjo que carecen, en todos los casos, de su encanto y mala baba. Alguna de ellas incluso ganó un Oscar, mientras que «Zelig» continúa siendo una ilustre semidesconocida.

Doctor Leo Marvin (¿Qué pasa con Bob?, 1991)

El mediatico psiquiatra Leo Marvin (Richard Dreyfuss) lo tiene todo: una familia encantadora, un trabajo que adora y una casita de campo envidiable. Además es un escritor de éxito cuyo último hit está en manos de miles de tronados de todo el país, entre ellos las de Bob (Bill Murray). Poco importa que su método, bautizado «pasitos de bebé», sea tan simple como un capítulo de los Teletubbies, pues lo que necesita realmente Bob es una familia a la que atormentar con sus fobias. De modo que aprovechará unas vacaciones de la feliz familia para estomagarles todo cuanto pueda hasta, por una parábola del azar, convertirse en insustituible para ellos. Estupenda comedia dirigida por Frank Oz, basada libremente en el clásico «Teorema» de Pasolini.

Doctor Sigmund Freud (Freud, Pasión Secreta, 1962)

Debo suponer que para aligerar el peso de los trabajos alimenticios que con regularidad rodaba John Huston, solía divertirse infringiendo toda ley elemental sostenida por la lógica. Solo así se entiende que le otorgase el papel del padre del psicoánalisis a un tipo por entonces tan desequilibrado como Monty Cliff. La película, un académico biopic salpicado por ocasionales chispazos de interés, se ve con el mismo agrado con el que se olvida. Eso sí, los risibles mohínes de Monty son tan numerosos como antológicos.

Doctor Ben Sobel (Una Terapia Peligrosa, 1999)

La relación entre la psiquiatría y el crimen organizado es tan comprensible como habitual en la pantalla plateada. A los tipos traumatizados que se expresan mediante las pistolas, nada les calza mejor que un psiquiatra tan empeñado en devolverles a las veredas del sentido común como en mantener su propio pellejo indemne. En la fofa comedia dirigida por Harold Ramis, un ilustre psiquiatra (Billy Crystal) es reclamado por un conocido hampón (Robert De Niro) para tratar de revertir la humanidad que se extiende por su ser y le impide ser lo suficientemente duro. Lo cierto es que todo pudo y debió ser mejor.

Doctora Susan Lowenstein (El Príncipe de las Mareas, 1991)

Con su habitual estilo ampuloso, la divina Barbra se pone delante y detrás de las cámaras para desplegar todo su ego en una historia tan correcta como tramposa. El carecer por completo de humildad y lo irritante de su edulcorado discurso, no impiden que la película llegue a despegar ocasionalmente gracias, en gran medida, a la entragada interpretación de Nick Nolte en la piel de un traumatizado entrenador de instituto de fútbol americano que viaja a Nueva York en busca de su hermana suicida. Por supuesto, terminará enamorándose de la psicóloga que la trata. Y, por supuesto, el tono termina siendo tan cursi que fue una suerte para la Streisand el carecer de vergüenza ajena y autocrítica.

Doctor Paul Weston (En Terapia, 2008-2011)

Paul (Gabriel Byrne) sufre. Lo hace por lo que vive, por lo que escucha, porque su vida es un completo desastre, porque duda de que su trabajo le sirva de ayuda a nadie. Paul es un mar de dudas, pero ahí se mantiene, día tras día en su despacho tratando de enderezar docenas de naves que fondean en ese puerto seguro mientras afuera les aguarda la tormenta. ¿Cómo no sufrir con él? Rodrigo García imprime su intimista sello a una serie tan modesta en su planteamiento como grande en sus resultados.

Doctores Frasier y Niles Crane (Frasier, 1993-2004)

Son snobs, patéticamente torpes con el sexo opuesto, inseguros, chichinabescos. También son brillantes ejerciendo su profesión. Uno, Frasier, prestando sus servicios en la radio a todo aquel que lo solicite. Otro, Niles, en su gabinete, señalado como uno de los mejores psiquiatras «serios» del país, porque lo que hace Frasier, en palabras de su hermano, no es psiquiatría. Uno es devoto de Freud. El otro de Jung. Ambos divorciados de esposas castradoras que agudizaron sus inseguridades. Se profesan celos mutuos: el uno de la fama del otro; el otro de la reputación del uno. Se quieren. Resulta imposible imaginarles lejos el uno del otro, de modo que, al ver el último episodio de la icónica serie, preferí mirar hacia otro lado. Dolió menos.

Doctor Alexander Brulov (Recuerda, 1945)

Si se ha de tratar con un pirado, por lo menos que sea como el Gregory Peck de «Recuerda». Glamuroso como él solo, su único problema residía en su afición por los cuchillos. Afortunadamente el doctor Brulov (Michael Chekhov), antiguo profesor de Ingrid Bergman en la excelente película dirigida por Hitchcock, era perro viejo y tenía a mano un vaso de leche convenientemente acompañado de un arsenal de somniferos dispuestos para anestesiar a un caballo. Genio de la psiquiatría, sí, pero precavido. Eso siempre…

Y fin…