¿Es posible rodar hoy día una comedia teenager de los 80? No, por supuesto. Por esa razón, los hacedores de «Jacuzzi al Pasado» recurren a las canas, las barrigas cerveceras y la alopecia galopante para situar a sus personajes en un presente imperfecto. Han pasado las décadas y ahora son aún más idiotas. No tienen empleos, sus esposas les han abandonado y sus sobrinos son infinitamente más nerds de lo que fueron ellos. No entienden un mundo que de repente pasó del amarillo al ocre.
«Jacuzzi al Pasado» empuña la bandera de la idiotez mediante un humor escatológico (a menudo de lija), para hacer saber a toda una generación de desarrapados que si no es posible cambiar el orden de las cosas al menos se puede seguir soñando con que una actitud rebelde te hará atractivo ante la chica más jugosa. Es así, «Jacuzzi al Pasado» hereda la actitud gamberra de sus referentes ochenteros, incluso ofrece guiños de todo tipo y textura (la música, el estilismo asesinable y la aparición de Crispin Glover, padre de Marty McFly, en un papel clónico a el de «Regreso al Futuro», son impagables). Es más, arranca sonrisas cómplices de días que la memoria ha convertido en luminosos, aunque probablemente fuesen tan grises o más como los actuales.
Un revival de colorines que no pretende pontificar, ni siquiera ofrecer hora y media de evasión casposa. Su propuesta es pretenciosamente más inteligente que la que se le supone al envuelto por el aura imbécil, pues su única intención reconocible consiste en la enmienda de los errores preteritos a modo de rito de paso hacia la falsa madurez.
Se trata, en resumen, de un eructo en honor de todas aquellas mentes envaradas incapaces de aflojar su corbata, su faja o sus pantalones. No se trata más que de una voceada reclamación por partes de idiotas de todo pelaje en pos de su lugar en el mundo. Aunque éste no sea más que un jacuzzi adornado por latas de cerveza y botellas de ginebra.