Primera lista del año dedicada a una obsesión que me arrebata desde niño: los faros. La vida del farero, solitaria y cargada de resonancias de un pasado cenagoso, siempre me atrajo, hasta que descubrí que la profesión se extinguió paulatinamente a lo largo del siglo XX. Ya no quedan apenas fareros, pero les sobreviven los faros. Que su luz, ojalá, inunde hasta desbordar sus vidas en el año que acaba de entrar. De momento, ahí van algunos de los faros que asomaron por la pantalla plateada.
EL FARO DEL SUR (1998)

Empalagosa, escasamente empática y con demasiadas ínfulas que cargar. De la película dirigida por el argentino Eduardo Mignogna, apenas quedan cosas que salvar salvo el esplendoroso faro que gira las tuercas de su endeble acción. Ricardo Darín pone oficio al desaguisado; Ingrid Rubio se limita a poner caras mientras el sopor avanza imparable.
LA LUZ DEL FIN DEL MUNDO (1971)

Ideada como pasto de matiné, su factura de serie b no hace mella en una historia de aventuras con vocación de saldo. Textura deficitaria, colores pastel degradados, reminiscencias de una época que tocaba a su fin, y poso final agradable. Una de esas películas que, vistas de niño, se incrustan en tu memoria para siempre. El hermoso faro que aparece en la película, objeto del pillaje de unos desalmados piratas de folletín, es el de Cabo Creus, muy cerca de Cadaqués. Para la ocasión, muy cerca de allí, también se construyó una réplica del mítico faro del fin del mundo de Ushuaia, en Tierra del Fuego (a tres pasos de la Antártida). Desgraciadamente, de éste faro de pega no queda ni rastro hoy día.
JENNIE (1949)

Ensoñación de vigencia eterna, arriesgado poema visual, «Jennie» conjugó en su día la lírica más desatada con los más punteros avances tecnológicos aplicados al cine. La historia de Eben Adams, pintor con mala suerte, y de la enigmática Jennie, a la que vemos traspasar las barreras de la niñez, adolescencia y madurez en un santiamén ante el anonadado Eben, forma parte de ese tipo de emociones que, una vez cristalizadas, adornan el universo propio. Una obra maestra que culmina con un inesperado estallido de color en tono sepia que da paso a una tormenta presta a ser retratada en un óleo que sirve de decorado para una historia de amor tan imposible como intemporal. Todo ello bajo el cobijo del faro de Cape Cod.
EL FARO FANTASMA (1935)

Misterio a la inglesa que incluye el inevitable asesinato inesperado (en este caso de un farero, ¡¡anatema!!) y las posteriores y siempre entrevesadas pesquisas. Dirigida por Michael Powell con una precariedad de medios que no resta la habitual eficacia propia de su hacedor. El tiempo la ha apaleado sin piedad. Mantiene cierta chispa, cierto, y el encanto inherente de lo vintage. Y está, además, ese imponente faro que da coherencia a la acción…
¿POR QUÉ LLORAS, SUSAN? (1967)

Desasosegante pastiche sesentero, más cercano a la obra de H. P. Lovecraft, en la que se basa, de lo que muchos afirman. El ambiente enrarecido se estanca con frecuencia en lugar de mantener una lógica progresión, sin embargo sus méritos se alargan hasta el minuto final en virtud a unos silencios ensordecedores y a una textura que se emponzoña gradualmente hasta alcanzar un muy estimable clímax. La puesta en escena, a juego con el frío que se siente en ese lugar maldito, le otorga a un inquietante faro abandonado su porción de protagonismo. Se agradece…
EL EXTRAÑO (2004)

Drama en entorno familiar con secreto inconfesable a cuestas. Una mujer acude a una isla para vender la casa familiar. Allí descubre que su padre, farero de la isla, cobijó a un tipo extraño en su equipo durante dos meses en los que la vida de los habitantes del lugar cambió para siempre. Más que interesante cinta francesa que peca de ambición desmedida ante una historia limitada por sí misma. Planos y diálogos milimetrados en un entorno natural salvaje presidido por el faro que guía el destino de los que se alumbran con su luz.
LA NIEBLA (1980)

John Carpenter, maestro de todo lo precario salido de madre, redunda en el universo de las leyendas urbanas que sirven de necesario alimento para la imaginación. En esta ocasión da fe sobre los extraños sucesos ocurridos en el costero pueblo de Antonio Bay cada vez que aparece la niebla. Magistral en su planteamiento, la cosa pierde fuelle según van apareciendo zombies al ritmo que marcan los gritos de la scream queen oficial del momento: Jamie Lee Curtis. Un inexplicable acceso de vergüenza ajena lleva al director a abandonar el paroxismo en favor de un presunto rigor que, afortunadamente, conserva parte del vigor macarra tan propio de Carpenter. El faro, origen de la maldición que aqueja al lugar, un poco pobre, aunque se deja ver…
LARGO DOMINGO DE NOVIAZGO (2004)

Dulzona, cuando no empalagosa, el gran problema de la película dirigida por Jean-Pierre Jeunet se ubica en su facilidad para entregar al espectador lo que desea, sin obligarle a esforzarse mínimamente en pos de la emoción. Éste termina por moldear acomodados visionadores de un metraje ya visto, satisfechos con las poco nutritivas migajas que les son dispensadas. Vistosa, pero sin riesgo, incluso el faro que alumbra los primeros amores de Mathilde y Manech es tan gratuito, tan falto de vida, que ganas dan de abollar la varandilla o agrietar uno de sus cristales como prueba de que las pasiones una vez se dieron cita en su linterna.
ANALISIS FINAL (1992)

La fiebre del psicoanálisis freudiano, que desbordó Hollywood en los años cuarenta, tuvo un cierto repunte entre finales de los ochenta y principios de los noventa. Al contrario que entonces, el nuevo planteamiento fue tan simple que el espectador terminó por cansarse rápidamente de las ridículas tramas crecidas a su amparo. En esta ocasión un psiquiatra (supongo que budista pues los personajes interpretados por Richard Gere siempre apestan a supuesta paz interior) se hace cargo del caso de la maltratada mujer de un gangster, siempre al borde de un ataque de nervios. Todo terminará derivando en una alambicada trama que contiene tanto absurdos razonamientos psicológicos como una estética videoclipera bañada en niebla de pega y etereotipos. Cuando hablamos de misterios envueltos en halos románticos, y abusando del lugar común, no podía faltar un faro. Las persecuciones en sus escaleras interiores son todo un prodigio de técnica aplicada a la nada.
LUCÍA Y EL SEXO (2001)

Como es habitual en su filmografía, Julio Medem reviste su película de múltiples dobleces; entre ellas un faro, evidente símbolo fálico que sirve de guía a Lucía en su expedición por los adentros del sexo como sublimación del amor más puro. Hermosa ocasionalmente, feliz acreedora de pequeños hallazgos visuales (algo forzados, bien es cierto), la película significó el comienzo del declive del director donostiarra. Consagrado con rapidez por los ávidos sedientos de la genialidad local (merced a obras notables, lo que no admite discusión posible) y defenestrado con la misma celeridad a causa de su errática filmografía reciente (peligrosamente próxima a lo autodestructivo), Medem ofreció un retrato sin condescendencia sobre el voluntario descenso a los infiernos del deseo. El faro es anécdotico, pero importante…
LOST (2004-2010)

La celebrada serie televisiva que generó oleadas de sufridos seguidores a lo largo del orbe apenas soporta un análisis pormenorizado que vaya más allá de la histeria que genera la cerrazón de la militancia. Sin apenas sustancia ni calado, el error de los acérrimos (de un lado y otro) consiste en sintetizar la serie como un sesudo artefacto que excede con mucho las intenciones de sus creadores, más empeñados en elaborar una historia de las fantasías que asaltan a todo geek del nuevo milenio que en dotar a la función de algún significado. El camino y la mitología generada es el auténtico premio. Gozoso y enorme en su contexto, pese a la carencia de fondo. Lo demás son ganas de engordar contra su voluntad a un ganado famélico. El faro perdido que aparece en el último cuarto de la historia, se presenta más un capricho exótico de los oportunistas e ingeniosos guionistas, que como un elemento fundamental en el devenir de los náufragos. La isla de «Lost» tenía que contener un faro para cerrar el círculo. Las heridas (y los chistes) provocados por su desconcertante final siguen y seguirán abiertas. Cosas de los eternamente insatisfechos.
LOS SIMPSON (1989-????)

Al igual que en el caso anterior, el Springfield simpsoniano no tendría sentido de no disponer de un faro. Ha aparecido en contadas ocasiones, habitualmente acompañado por la lluvia y las tempestades marinas, y siempre ahondando en la soledad que representa su estilizada figura. Su estructura es tan básica como las de las ilustraciones que dan forma al universo creado por Matt Groening. He ahí su delicioso encanto.
LA PIEL FRÍA (????)

Aún sin fecha de estreno (de hecho, sin fecha firme para dar por comenzado su rodaje), la adaptación cinematográfica de la adictiva novela de Albert Sánchez Piñol se aventura como un nuevo (y ojalá que no baldío) esfuerzo de la industria patria por hacer sombra a las grandes producciones de género norteamericanas. A falta de concretar un proyecto que comienza a adquirir aires de malditismo, la novela de Sánchez Piñol, tan visual como un guión cinematográfico, narra la historia de un miembro arrepentido del IRA que busca aislarse del mundo en una perdida isla cercana al círculo polar antártico. Unos monstruos marinos, que le acosan sin tregua, y el misterioso farero que comparte con él la diminuta isla, impedirán que consiga la tan ansiada soledad.
Y fin…