Y en este momento llueve sobre el corazón de alguien…

Una mañana, Natalie (Shirley Knight) cogió algo de ropa, algo de dinero y se marchó de casa. Hacía pocos días que le habían confirmado que estaba embarazada de pocas semanas. Inició entonces un viaje a través de América tratando de encontrar un motivo para justificar el nacimiento de su hijo. Entre las personas que conoció durante su viaje se encontraba Jimmy (James Caan), el mejor jugador de football de su univerdad… al menos hasta que un placaje traicionero bajó su coeficiente de inteligencia treinta puntos. Le recogió en su coche un día de lluvia en el que hacía dedo. No tardó en darse cuenta de que a cada cosa que le pedía que hiciera, él la correspondía con hechos…

Natalie: «¿Siempre haces lo que la gente te pide?»

Jimmy: «Sí. Es fácil, no me cuesta nada y les hago felices»

La escena en la que Natalie llama por teléfono a su marido para decirle que se encuentra bien, con ella desnuda en la penumbra, forma parte la memoria sentimental de todos los que alguna vez han recurrido a la terapia de las persianas bajadas.

«The Rain People» (Llueve sobre mi corazón), la película más atípica de Francis Ford Coppola, no trata de indagar en las razones que llevan a las crisis personales o existenciales. El director italo-americano se limita a observar. Jimmy es bondadoso, por lo tanto es retrasado; Natalie está perdida, por lo tanto es una víctima. Son los únicos cartuchos que gasta. Para el resto, las palabras sobran…

21 Noches…

«¿Por qué me buscaste?»

«Lo necesitaba»

«No quiero tu puta compasión»

«No, no era eso. Estaba enfermo, Cristina, muy enfermo. Me moría y Michael me dio su corazón, me salvó la vida. Intenté averiguar por todos los medios de quién era ese corazón y así averigué quien había sido y cómo había muerto. Para mí fue muy penoso descubrir la verdad, no podía dormir. Sólo quería darte las gracias, ayudar de alguna manera. No te encontraba y entonces aquella mañana te vi… y ahora no puedo estar lejos de ti. No puedo. No debes tener miedo, tengo buen corazón…»

«21 Gramos» (2003)

El insomnio me mantiene despierto desde hace dos horas. He visto cómo comenzaba a llover antes de que los primeros rayos de luz intentasen atravesar las nubes. Ya que debo irme en unos minutos no merece la pena intentar dormir de nuevo. Después, he cargado unas cosas que necesitaré en una mochila negra y me he puesto mi abrigo de cuero que no protege del frío ni de la lluvia. Porque sigue lloviendo. «November Rain» que dirían los Guns N’ Roses…

Halloween está aquí…

El sábado me lo recordó un pequeño detalle colgado del techo de un paceto irlandés de la ciudad marrón…

Sí, ha llegado Halloween. Este año será distinto por muchos motivos. Pero mantendré mi costumbre de releer a M.R. James. De hecho, mientras Arsenal y Tottenham pelean al fondo, me acurrucaré en mi sofá junto a un tazón de cacao bien cargado y acariciaré suavemente el libro al que vuelvo todos los primeros días de noviembre desde hace mucho tiempo…

Un Tipo con Suerte…

Un ataque al corazón se llevó a Gerard Damiano el pasado 25 de octubre. Se lleva consigo el aire de inocencia que llevó al género triple x a los grandes cines de la neoyorkina calle 42. Paradójico resulta que el único autor que ha dado el cine azul sea recordado por una película que detestaba: «Garganta Profunda»

La película narra la historia de Linda, quien acude a la consulta del doctor Young, excentrico psiquiatra, en busca de solución para los graves problemas para alcanzar el orgasmo que padece. Tras las “exploraciones” pertinentes, el singular doctor descubrirá que un capricho de la naturaleza ha emplazado el clítoris de Linda en su garganta. Imaginen lo que sigue…

Rodada en seis semanas entre Nueva York y Florida con el presupuesto inicial de 24.000 dólares, “Garganta Profunda” es y será la película más comercial de la historia del cine porno. Sus ingresos, cifrados en torno a los 600 millones de dólares (según estimaciones del documental “Inside Deep Throat”), fueron a parar en su mayor parte a los bolsillos de la mafia, quien financió la película con el objetivo inicial de exhibirla clandestinamente. Su larga y victoriosa lucha legal marcó jurisprudencia en los casos referentes a obscenidad, autorizandose, desde entonces, y bajo la nueva calificación “X”, la exhibición pública de material pornográfico. Sobre la notoriedad que llegó a alcanzar en su día, habla el hecho de que el confidente de los periodistas del Washington Post que cubrieron la investigación del caso Watergate fuese bautizado “Garganta Profunda”.

Las míticas felaciones de su protagonista, Linda Lovelace, cercanas a la espeleología, son, de una tacada, los momentos más celebrados del género y los menos excitantes para muchos. Tal vez fue Manuel Vázquez Montalbán quién mejor los definió: “Sus mamadas de penes-trenes de carga y exclusivamente proteínicos no trasmitían emoción humana, eran exhibiciones atléticas, paraolímpicas, de tragapaellas gigantes de Hospitalet o Getafe”.

Su hijo Gerard confirmó el desprecio que sentía su padre por la millonaria cinta:

«No era su película favorita, nunca creyó que fuera una gran película»

El fenómeno «Deep Throat» arrasó con convenciones y dobles morales. Truman Capote la definió como una sinfonía cinéfila. Cientos de críticos la aclamaron como la película que cambiaría el negocio del cine. Las colas que se formaban a su rebufo en los cines eran kilométricas. En ellas se daban cita curiosos y detractores por igual. El espléndido documental, «Inside Deep Throat» transmite ejemplarmente la zozobra social que produjo.

Los cines la proyectaban en programa doble junto a «The Devil in Miss Jones», la gran obra de Damiano. El destino quiso emperejar la película que más quería con la que más odiaba…

«The Devil in Miss Jones» cuenta la historia de Justine Jones, madura solterona cercana a la cuarentena que decide poner fin a una vida de rechazo, sufrimiento y soledad segandose las venas en la bañera de su casa. Tras su muerte, su ingreso en el Paraíso es rechazada ya que se trata de una suicida. Sin embargo, no podrá acceder al infierno ya que es virgen. Para ganarse el derecho a la condenación eterna, Lucifer concederá a Justine el disfrute de todos los placeres carnales que le fueron negados durante su desgraciada estancia en la Tierra. Una vez completado el periplo, durante el cual gozará de todas las variables sexuales imaginables, Justine será conducida al Infierno lugar que Jones descubrirá como el más terrible imaginable; No habrá calderas y fuegos de condenación eterna sino que deberá pasar la eternidad recluida en una habitación acolchada en compañía de un esquizofrénico obsesionado por cazar moscas.

Cuando Gerard Damiano, antiguo peluquero reconvertido en el más celebrado director del cine porno en su breve historia, pudo al fin liberarse del acoso de la mafia, decidió inventar todo un género de la nada acomentiendo la realización de su película más ambiciosa y oscura.

La idea original consistía en crear una película que pudiese contemplarse sin necesidad de usar el sexo como reclamo. Trece reescrituras de guión más tarde, el día antes de darse por comenzado el rodaje, Damiano despidió a la actriz protagonista (una chica de diecinueve años) para otorgarle el papel a una integrante del equipo de rodaje de mediana edad con objeto de darle mayor veracidad al personaje. Se trataba de Georgina Spelvin, quien a sus 37 años carecía de cualquier experiencia en el mundillo azul más allá de su participación como script en los equipos de filmación.

El resultado final fue la primera obra maestra (no sólo) reconocida por los expertos en el género. Sin embargo, la tristeza desoladora y la negrura de sus imagenes ahuyentaron a un público con plena vocación onanísta, incapaz de asociar las referencias a Sartre, la estructura círcular de su propuesta y las innumerables referencias religiosas que esconde su breve metraje.

El tiempo la convirtió en pasto de cineclub. Se le dedicaron sesudos estudios en revistas cinéfilas, consiguió ser pre-nominada a varios Oscar (obviamente no pasó de ahí), y fue incluso estudiada en escuelas de cine. Es la única película pornográfica que he visto en pantalla grande. Fue en una filmoteca, rodeado de gafapastas de todo calado, no pocas mujeres incluídas. En la introducción, un tipo nos aseguró que había llorado cuando la vio por primera vez. Yo no lo hice, la verdad, pero conste que tampoco me toqué. Eso sí, no pondría la mano en el fuego por el resto de los que allí estuvimos aquella tarde-noche.

Hace pocos años se le dedicó un sentido homenaje en una de las muchas entregas de premios que organiza el cine azul. Apareció en escena a bordo de una silla de ruedas. Sus problemas para hablar eran notorios, aun así quiso estar en el que probablemente sería su último mutis por el escenario. Poco más tarde, en una entrevista concedida en su casa de Florida, Damiano contestó cada pregunta que se le hizo mientras mostraba las docenas de fotografías que adornan sus paredes. Hacia el final, se detuvo frente a una de ellas perteneciente al rodaje de «Deep Throat»

«Soy un tío con suerte. Escapé con vida del acoso de la mafia, hice lo que quise hacer y viví el mundo del porno desde dentro cuando merecía la pena hacerlo. Si volviese a vivir me gustaría ser Gerard Damiano»

Un tipo con suerte…

Las Fotos nunca hechas y los regalos que nunca serán abiertos…

Le debo disculpas a mucha gente que trató de fotografiarme el pasado verano sin éxito. De hecho, he visitado cinco ciudades en los últimos cuatro meses y tan sólo conservo dos fotografías que lo recuerden. No necesito testimoniar que vi Sevilla desde lo más alto de la Giralda, ni que la mezquita cordobesa me dejó boquiabierto, ni que la lluvia de Donosti me recibió un domingo a las siete de la mañana, ni que la calzada romana que lleva al monasterio de Yuste esta medio desgajada, ni que la playa de la Barceloneta se veía así un sábado a las siete y media de la mañana después de nueve horas de viaje…

Mi única intención era la de ver y conocer a las personas que allí me esperaban. Nunca he precisado de más fotos que las de ellos, haya o no detrás una catedral o un edificio emblemático. De hecho, hice docenas de fotografías (por encargo) tanto en Sevilla como en Córdoba durante mi estancia allí, y sólo conservo una, hecha con móvil, en la que aparece una persona muy querida. Se incrustó en la memoria del teléfono y así se salvó del crack de mi PC en el que perdí mi memoria virtual de los últimos cinco años.

La segunda fotografía superviviente fue hecha un lunes de finales de agosto en un pueblecito de Cáceres envuelto entre montañas.

Dediqué los días a pasear cerca del río Tietar y las noches a beber cerveza y vodka mientras compartía pensamientos inconexos con un pariente muy querido al que visité. De hecho, fui allí a visitarle a él y a tratar de poner en orden mis ideas. El primer objetivo se cumplió, el segundo no. El penúltimo día de mi estancia, compré unos regalos para mis hermanos, algún conocido y un amigo. Lo hice en un curioso lugar regentado por un tipo vasco trotamundos. Me contó que ha vivido en muchos lugares pero que se sentía viejo para seguir saltando de un lado a otro. Hablamos durante cerca de una hora, de la globalización, de los motivos que nos impulsan a cometer errores (este tema le encantó), del azar y me ofreció té recién hecho. Luego, echándole un vistazo a su casa reconvertida en tienda de artesanía, compré dos regalos más que nunca serán abiertos. Se lo comenté al tipo vasco, él me aconsejó que pensara en positivo.

Y ahí acaba la historia…

La Promesa…

«Te lo prometo. Volveré por ti, te lo prometo. Nunca te dejaré»

El Paciente Inglés (1997)

«El Paciente Inglés» es con seguridad la mejor película de Anthony Minghella. Si bien, en «Mr. Wonderful» (Un Marido para mi Mujer) sorprendió por su modo de enfocar una comedia dramática romántica alejada de los convencionalismos habituales.

Recuerdo el making of de «El Paciente Inglés», y a Anthony Minghella afirmando que la novela de Michael Ondaatje es un mapa de la geografía humana más que un libro. Le recuerdo sentado con la novela en las manos, acariciándola.

«Mi vida comenzó el día que dije por primera vez ¡acción! durante el rodaje de «El Paciente Inglés». Habitualmente es mi asistente quien lo hace, pero aquel día quise ser yo el que lo dijese. Y me sentí tan bien. Fue tan complicado llevar el proyecto a cabo que ganar el Oscar no supuso una gran recompensa. El autentico premio fue ver la película en una lata, lista para ser proyectada»


Entre lo cruel y lo inesperado…

La neoyorkina Nancy Savoca ya había conseguido cierto prestigio al debutar en la dirección con «True Love» (Luna de Miel en Manhattan) cuando filmó su mejor película, «Dogfight» (La Última Apuesta). Con River Phoenix como protagonista, Savoca relata las últimas horas en Nueva York de Eddie, un chico de pueblo camino de la guerra de Vietnam. Una cruel apuesta le llevará a conocer a Rose (Lili Taylor), poco agraciada camarera con la que pasará la noche y descubrirá sentimientos nunca antes experimentados. Tras volver de la carnicería asiática, un envilecido Eddie regresa al lugar en el que conoció a Rose. Posiblemente el único recuerdo puro que le aguarda entre los muchos escupitajos e insultos que recibe su uniforme.

La película no es redonda, ni mucho menos. A Savoca le falta contundencia tanto social como emocional. Sin embargo, consigue dotar de consistencia a la historia de amor fugaz entre Eddie y Rose. Quizás su mayor logro consista en hacer que River Phoenix abandonase su permanente hieratismo en la última escena cuando atraviesa las puertas del bar en el que trabaja Rose. En aquella mirada, entre confusa y esperanzada, se resumen las dos horas de su metraje.

Un día de primavera, hace muchos años…

Discutía amablemente con una amiga sobre si era mejor el libro de Robert James Waller o la película del tío Clint («Los Puentes de Madison County»). Al final coincidimos en que el libro contiene más información y la película más emoción. Luego me preguntó por qué había visto tantas veces la película, y le contesté que era algo involuntario. Que al salir de casa, los pies recorrían el camino hacia la sala de modo automático. Continuamos camino hasta una céntrica cafetería, y allí afirmé que Robert Kinkaid era feliz cuando se despidió de Francesca. Mi amiga no estuvo de acuerdo. Entonces le recordé un detalle de la famosa escena bajo la lluvia: el va a buscarla y asiente, con media sonrisa cruzando su cara, cuando ella decide no bajar del coche…

El resultado nos hace complices de aquella sensación. Los momentos en los que Robert y Francesca se conocen en aquel club de jazz semiperdido; el modo en el que ella se acuesta junto a él y le abraza cuando la vecina cotilla abandona su casa; la forma de mirar por la ventana, como tratando de impedir que el tiempo avance, de Robert en casa de Francesca…

Algunos de los diálogos de la película son sencillamente insuperables, cuando no terriblemente certeros en sus sentencias…

«No quiero necesitarte porque no puedo tenerte»

¿Crees que lo que nos ha pasado le pasa a cualquiera? Lo que sentimos el uno por el otro… Ahora puede decirse que ya no somos dos personas sino una sola. La mayoría se pasa la vida buscando algo así sin encontrarlo, y otros ni siquiera creen que exista»

«Sólo lo diré una vez. Esta clase de certeza sólo se presenta una vez en la vida»

Bueno… he recuperado el vídeo que monté en su día con la dolorosa escena final. Espero que los tipos de Youtube no me lo borren. Dura sólo un minuto. Échenle un vistazo si disponen de tiempo…

El Rayo Verde…

Dice la leyenda que aquellos que vean el rayo verde juntos conocerán el verdadero amor

Caminaba sin rumbo, con tres mochilas y un cuadro, completamente perdido en Donosti a finales de julio pasado. Serían las cuatro de la tarde cuando entré, agotado, en un bar con la intención de comer algo. Y un tipo, pasados los cincuenta, con amplia barba cana y potente voz me dijo…

«¿Qué llevas en la bolsa?»

«Un cuadro. Me lo han regalado en Barcelona»

«¿Eres de Barcelona?»

«No. Soy de Madrid»

«¿Puedo ver el cuadro?»

«Claro»

Le gustó el cuadro del Rayo Verde que me regaló Mary Kate. Me dijo que había visto el rayo en una ocasión. Nunca olvidaré la sonora carcajada que soltó cuando le respondí: «Yo he leído la novela». Supongo que captó la involuntaria ironía. Luego se empeñó en ayudarme a encontrar el lugar que buscaba desde hacía horas, pero se me hacía tarde y tenía que tomar un tren…

Tren similar al que pretende tomar la protagonista de la película de Rohmer «El Rayo Verde». Jules Verne (qué manía con hispanizar su nombre real) escribió la novela original en 1882. Poco más de cien años más tarde, en 1986, este libro llegó a mis manos…

Lo leí de inmediato y ya quedé prendado de la leyenda del rayo verde para siempre…

La novela (seguramente la mejor y una de las menos celebradas de Verne) cuenta la historia de Elena, una joven consentida que viaja junto a su familia a las costas de Escocia en busca de contemplar el fenómeno atmosférico. A ellos se unirá Oliver, pintor de poco éxito del que se enamorará Elena. Muchos incovenientes impedirán que los expedicionarios vean el rayo verde, hasta que (no lean si no han leído la novela y tienen intención de hacerlo)…

«Por fin sólo quedó un ligero segmento del arco superior flotando en el horizonte.

¡El Rayo Verde! ¡El Rayo Verde! -exclamaron al unísono los hermanos Melvill, la señora Bess y Partridge, cuyos ojos se había impreganado por un cuarto de segundo con aquella incomparable tonalidad del último rayo del sol. Únicamente Oliver y Elena no habían visto nada del fenómeno que acababa de producirse, después de tantos intentos infructuosos. En el momento en que el sol lanzaba su último rayo a través del espacio, sus miradas se cruzaban olvidándose de todo en la mutua contemplación.

Pero Elena había visto el rayo negro que lanzaban los ojos del joven; y Oliver el rayo azul que se había escapado de los ojos de la muchacha.»