El tercer día que pasamos juntos se me ocurrió llevarte a un bar suburbio que condensaba en sus paredes de madera mil de mis noches. Noches gélidas, con lluvia, abrasadoras o ventosas. Noches de julio, de febrero y de diciembre en las que no sabía de tu existencia. Noches de viernes, sábados y festivos aleatorios en las que miraba de soslayo un púlpito de mentira en el que se decía que los enamorados proclamaban su amor a gritos ante una etílica audiencia. Lo cierto es que, aunque nunca vi a nadie encaramado en aquel lugar, todos los que frecuentaban aquel garito juraban haber visto a otro hacerlo, poco importaba que ese otro perteneciese a sus fantasías. Aquella tarde de junio te conté la historia y prometiste hacerlo por mí si algún día se daba el caso.
Tres años más tarde, en Ujué un pueblo perdido de la tierra media navarra, entramos en una iglesia que en una de sus esquinas lucía un púlpito aleccionador, de esos que se utilizar para amedrentar al devoto. También para lanzar, desde la altura moral, verdades incontestables. Estabamos solos, pese a que en el perímetro de la iglesia-fortaleza más de una docena de personas disparaban sus cámaras de fotos contra la piedra. No habrían pasado tres segundos desde que recordé en voz alta el falso púlpito suburbio que vi cómo tus pasos se encaminaban hacia allí, dispuesta a proclamar lo que prometiste harías algún día si se daba el caso.
Supongo que se ha dado el caso. En lo que a mí respecta se dio antes de que me diese cuenta. Antes de lo que estipulan los códigos sociales. Antes de que me diese tiempo alcanzar un púlpito para proclamar que te quiero.
Feliz cumpleaños, sorgin-orratz…