Que los ángeles del cielo te guíen (y que no sea hasta un planeta prohibido)…

Era niño cuando pasaron, una tarde de sábado, «Planeta Prohibido» por televisión. Quedé fascinado por aquella maravilla, por los minivestidos de Anne Francis y por un robol llamado Robby que decía hablar tropecientas mil lenguas diferentes.

Poco después me reencontré con su protagonista en «Aterriza como puedas». Aquel tipo apuesto había intercambiado su cara por la de un hombre de mediana edad con rictus de haber pagado las facturas de todos los simpas del mundo. Daba la sensación de ser tan ingenuo, con su cara de chiste a cuestas, que nunca pudo escapar de aquella telaraña que los ZAZ tejieron en torno a él.

Después llegó la gloriosa trilogía de «Atrapalo como puedas» (que horror de título) y obtuvo la fama que nunca había tenido a costa de unos dados marcados que le llevaron a interpretar perennemente el mismo papel en infumables secuelas no confesas del cine que le convirtió en icono.

Le vi hace poco en una entrevista con Buenafuente. Penosa entrevista lastrada por la barrera idiomática y por las secuelas de la edad ya patentes. Venía a promocionar su inevitable encuentro con Chiquito de la Calzada. Otro freak, y orgulloso de serlo, que se ríe con los chistes de pedos.

La mejor mueca que me queda este año será para él…

Anotaciones al borde del acantilado…

Werner Herzog creció en un remoto pueblo de montaña de Baviera. De niño nunca fue al cine, no tenía televisión ni teléfono. En 1961, cuando todavía estaba en secundaria, trabajó como soldador en el turno de noche para producir su primera película. Tenía diecinueve años. Desde entonces ha producido, escrito y dirigido más de cincuenta películas, entre ellas «Aguirre, la cólera de Dios», «El enigma de Gaspar Hauser» y «Grizzly Man». Vive en Los Angeles, donde dirige una serie de seminarios de cine en los que no se imparte ningún tipo de enseñanza técnica, una escuela «para los que han viajado a pie, han mantenido el orden en un prostíbulo o han sido celadores en un asilo mental. En resumen, para los que tienen un sentido poético. Para los peregrinos. Para los que pueden contar un cuento a un niño de cuatro años y mantener su atención, para los que sienten un fuego en su interior».

Werner Herzog – Conquista de lo Inútil

Pasó a mi lado multitud de tardes posado de costado en una estantería de una librería cerca de la Plaza de España de Madrid. Desde allí fue testigo de capuccinos y charlas y algunas confidencias y muchas risas. También lo fue de un proyecto que lo hubiese llevado cerca de su hacedor y que finalmente fue, pero no pudo ser. Y luego llegó hasta mis manos desde Bilbao, con riesgo de tu vida propia, envuelto en papel arrugado que aún guardo en un hueco de la cama.

Siempre viaja conmigo. Porque no están tus letras y si embargo estás tú. Los que vivímos al margen, Herzog más que yo, tenemos un código de conducta que siempre propició este tipo de encuentros.

La soledad rítmica…

La mayor virtud de David Fincher reside en su habilidad para amoldarse a cualquier historia. Poco importa que la narración se desarrolle desde la mente de un asesino en serie, de un esquizofrénico apocaliptico o de un millonario apático, Fincher siempre despliega sus dotes de artesano (ese palabro que tanta afectación despierta entre sus adeptos y que servidor considera el mayor elogio que un cineasta puede recibir) para convertir en imágenes cualquier tipo de material que caiga en sus manos.

Así ha ocurrido nuevamente en su nuevo trabajo, «La Red Social».  Impecable ejercicio narrativo que dispone de uno de los guiones con menos fisuras de los últimos quinquenios. Su aportación se limita a transportar la historia a celuloide, evitando barrocas obsesiones que hubiesen emborronado el resultado final. Filtra el agrio poso remanente y añade solemnidad a un protagonista solitario. De esos cuya amarga soledad tan sólo las crónicas podrán dar fe.

La azarosa historia de la creación de la red social Facebook, permite al guionista Aaron Sorkin brindar a Fincher un trabajo impecable que contiene todos los elementos de la tragedia clásica con la traición como sentimiento estelar. La historia fluye con tal agilidad que no podemos evitar sentir el vértigo que debieron sentir los protagonistas de esta historia edificada sobre la nada virtual. Es todo tan confortable, tan familiar, que el frío bostoniano nos cala del mismo modo que el sofocante calor angelino nos hace desabotonarnos un botón extra de la camisa.

Como si de un maestro de la época prodigiosa del cine  se tratara (años 40, 50, 6o…), Fincher deja sin argumentos a cualquier detractor en virtud de la aplicada matemática presente en la cinta, sólida hasta la extenuación, en la que tan sólo se echa en falta que los personajes muestren mayor humanidad para justificar que son algo más que autómatas al servicio de un engranaje puntillosamente ajustado. El automatismo habitual en el cine de Fincher que es su mayor losa y, paradójicamente, su mayor virtud para los amantes de lo aséptico.

Una de las películas del año, sin duda, pero una de esas películas destinadas a ser olvidadas en algún tiempo entre las cajas apiladas de la memoria.

El meme más largo del mundo (suma y sigue)…

Pues eso, que los «memes» me parecen la constatación de que el ser humano es gregario por naturaleza. Es razón suficiente ver que uno hace determinada cosa para que los demás le imitemos sin demora. Pero es tal mi debilidad por las listas que paso a ejercitar mi memoria cinéfila este domingo de lluvia tomando prestado un meme publicado en la página de dvd, quien tuvo la deferencia de no enviarselo a nadie, como yo mismo haré. Así pues, tómenlo prestado si así lo quieren.

1. Comida memorable de película: Sin duda alguna, «La Grande Bouffe» de Marco Ferreri. Comer y follar sin límite debe ser el mejor y menos traumático modo de quitarse la vida.

2. Mejor gol: El impresionante chicharro que le cuela Pelé a un desavisado portero alemán en «Evasión o Victoria» de John Huston.

3. Mejor graffiti:

Es que acabo de ver la película y todavía me dura el subidón…

4. Mejor thriller político: «El Mensajero del Miedo» de John Frankenheimer. El gran gurú de la política-ficción aplicada al cine.

5. Mejor película con aviones: «Elegidos para la Gloria» de Philip Kaufman. Sam Shepard como piloto de pruebas es un icono absoluto.

6. Mejor película con trenes: «Alarma en el Expreso». Un Hitch sin pies ni cabeza, como debe ser.

7. Mejor road movie: «Paris Texas» de Wim Wenders y «Dos en la Carretera» de Stanley Donnen.

8. Película preferida por su alta sensualidad: «Delicias Turcas» de Paul Verhoeven. Verla quema tanto como duele


9. Mejor escena de sexo en film no pornográfico: La protagonizada por Julie Christie y Donald Sutherland en «Don’t Look Now» (pulsen sobre el título para verla), la desasosegante película de Nicholas Roeg.

10. Escena de sexo preferida en un film de Paul Verhoeven: Cualquiera de «Delicias Turcas», pero como ya la he citado me quedo con Jennifer Jason Leigh y Rutger Hauer motándoselo en «Los Señores del Acero».

11. Mejor peor viaje ocasionado por las drogas: El pasote impepinable de Adrian Grenier en «Harvard Man» de James Toback y el delirio sin fin de Johnny Depp y Benicio del Toro en «Miedo y Asco en Las Vegas».

12. Borracho preferido de película: Lee Marvin en «La Ingenua Explosiva». Hay quien jura que estaba sobrio cuando rodó la película…

13. Película preferida en el que el protagonista sea un cantante: El Red Stovall (Clint Eastwood) de «El Aventurero de la Medianoche».

14. Película en la que hay un homenaje a un cuadro o a un pintor famoso: «El Loco del Pelo Rojo» de Vincente Minnelli.

15. Mejor novela que tenga relación con el mundo del cine o que esté basada en una película: «Moviola» de Garson Kanin.

16. Mejor adaptación libre de una novela: «Forrest Gump» de Robert Zemeckis. Cualquier parecido con la novela de Winston Groom es pura coincidencia, pero ambas son, cada una en su estilo (sarcástica e hiriente la novela; tierna e irónica la película) maravillosas.

17. Mejores créditos iniciales: De Saul Bass lo que sea, por supuesto, pero los creados por Kyle Cooper para «Seven» hicieron escuela y trazaron las pautas de todo lo que llegó después.

18. Mejor toma larga: Debería elegir uno de los numerosos planos secuencia rodados por Brian de Palma. Sin embargo, los primeros minutos de «Sed de Mal» son una lección de cine que no caduca.

19. Mejor película en la que se utiliza tecnología obsoleta: «La Ciencia del Sueño» de Michel Gondry.

20. Mejor película de animación (no Disney ni Pixar): «Porco Rosso» de Hayao Miyazaki. Lo retro mezclado con lo absurdo y la melancolía me puede.

21. Mejores créditos finales: «Una Serie de Catastróficas Desdichas». Imprescindibles.

22. Mejor banda sonora: Infinidad. Hoy me da por la de «Blade Runner» compuesta por Vangelis.

23. Mejor utilización de unas escaleras en una película: «Los Intocables de Elliot Ness» de Brian de Palma. «Homenaje» (¿ahora lo llaman así?) a la clásica escena de «El Acorazado Potemkin» de Eisenstein.

Con mención especial para la interminable escalera trepada por Cary Grant y un vaso de leche en «Sospecha» de Hitchcock.

24. Mejor club nocturno de película al que me gustaría ir: Cualquiera que fuese en el que actuaba Diane Lane en «Mano de Oro».

25. Mejor película americana rodada por un no americano: «La Ventana Indiscreta» de Alfred Hitchcock.

26. Mejor película dentro de una película: «La Noche Americana» de Truffaut.

27. Mejor traición fílmica: La puñalada trapera que le asesta Mel Gibson a Sigourney Weaver en «El Año que Vivímos Peligrosamente». Todo sea por el deber…

28. Mejor película de Navidad: «Qué Bello es Vivir» de Frank Capra. ¿Cuál si no?

Y fin…

Pócimas de amor a media tarde…

Debería de resultarme preocupante que una película dirigida por Abbas Kiarostami (eternamente tedioso para mi gusto) haya tocado alguna fibra interna de mi ser. Es más, me sorprendo disertando sobre la película con otras personas con entusiasmo nada comedido.

He de suponer que el director iraní ha utilizado alguna de las pócimas de amor que contiene su última película para enamorar con escenas puntuales combinadas con otras que a uno le hacen desear la eutanasia fílmica. Porque lo que más brilla en «Copia Certificada», además de una gloriosa Juliette Binoche, es una elocuente declaración de intenciones que acerca el resultado final a archiconocidas obras maestras del «todo en un día», combinada con las recurrentes y prescindibles obsesiones de su autor. Afortunadamente, por esta vez, éstas últimas han sido arrinconadas hasta acabar siendo anecdóticas.

Más cerca de Rossellini que de Rohmer; más calculador y menos emocional que Richard Linklater; más engorrosamente pseudointelectual que Atom Egoyan o los hermanos Dardenne, Kiarostami utiliza elementos utilizados por todos aquellos para hilvanar esta joya de luz que transcurre entre las altas paredes de una ciudad toscana y bajo las ruinas de una pareja que se rompe… o no.

Hábilmente machacada la base de la pócima, tan sólo quedan por añadir unas gotas de debate filosófico y unos actores en estado de gracia (Juliette Binoche y William Shimell) para obtener una impecable copia de los clásicos que ya andaron el mismo sendero. Un delicado híbrido plagado de guiños cómplices y destinado a los que quieren amar pero se extraviaron por el camino. Para ellos, Kiarostami compone una sinfonía de amor tan anacrónica como hermosa.

Y sigo sin salir de mi asombro. Supongo que la belleza, como dice uno de los diálogos del personaje de Shimell, se encuentra siempre en miradas tan inesperadas como esta película de vocación subterránea, pero tan cálida como el sol de la Toscana una tarde de junio.

Bajito, tuerto, feo y judío…

De entre todo el catálogo de perdedores que alguna vez ganaron aparece con frecuencia Sammy Davis Jr. en mi memoria. Pocos como él supieron que, aunque la voz que resuena más alto anuncia las breves victorias como el justificante de una vida, las derrotas duelen más y perduran por siempre. Al menos tres veces (que se sepa, seguramente fueron muchas más) trató de quitarse la vida mientras ocupaba los tiempos muertos en rehuir su imagen de los espejos, acostarse con coristas y labrar una extensa obra que él siempre creyó impersonal. Demasiado a rebufo de los tipos que le acogieron bajo su sombre en el Rat Pack.

Se odió siempre a sí mismo por ser bajito y feo. Añadió al cúmulo de calamidades la que consideró mayor de ellas tras la larga convalecencia que le dejó tuerto tras un accidente de tráfico. Se convirtió al judaísmo sin ser creyente porque consideró que ya que le había tocado sufrir debía añadir al pack el karma del pueblo eternamente perseguido.

Se creía negado para amar, de modo que cuando mantuvo una humeante relación con Kim Novak, no tuvo en cuenta que ella pensaba lo mismo de sí misma y claro, terminó enamorándose de una chica blanca en el peor escenario posible. El que se besaran y se dedicasen arrumacos en público alertó a los caudillos de la mafia local de Las Vegas. Un negro, aunque fuese un negro que caía bien, rico y famoso, no podía manosear de aquella manera a la chica blanca más deseada del momento. Una noche, tras una actuación, varios gorilas le llevaron por la fuerza al desierto para transmitile un mensaje. Deja a la Novak y cásate con una chica negra o tu ojo sano se convertirá en cristal y tus piernas no te servirán para caminar. Aquella misma noche se casó con una bailarina de su espectáculo. Pero al igual que los ríos siguen fluyendo, él continuó con su retahíla de amantes de todos los colores, sus intentos de suicidio y sus chistes fáciles bajo el manto protector de Frankie Sinatra, Dean Martin y Peter Lawford.

Un día de 1960 conoció a una starlet sueca llamada May Britt. De belleza tan imponente como su inocencia, la Britt se dejó seducir sin ofrecer resistencia al bajito, tuerto y feo que se odiaba tanto como los mohicanos odiaban a los hurones. Y se casaron.  Su relación escandalizó a un país sumido en crudos disturbios raciales pese a que Sammy, con la lección aprendida a golpes, mantenía las manos lejos de su esposa en público. Cosa que ella nunca hizo. Le amó con tal fuerza que, cuando fueron entrevistados por Oriana Fallaci, le describió como el hombre más guapo que había visto.

May Britt abandonó una carrera que le destinaba eternos papeles de florero para estar al lado de su marido. La felicidad, sin embargo, apenas les duró unos pocos años. Tras el nacimiento de su hijo, volvieron los intentos de suicidio, los líos de faldas y los espejos del revés. El día que Britt supo que Sammy la engañaba con la actriz Lola Falana, cogió a su hijo, hizo las maletas y no volvió la vista atrás.

Sammy siguió adelante. Le pidió perdón a su mujer, pero no trató de volver con ella. Su últimos años estuvieron marcados por sus patinazos públicos. Renegó de su raza, de su religión y de sí mismo. Se encerró en casa, vació botellas de bourbon por miles y dejó de contestar el teléfono. El cáncer se lo llevó justo a tiempo de evitar que los recuerdos de su adolescencia y de su estancia en el ejército, cuando los propios soldados negros abusaban de él, estaban a punto de llevarle a la demencia.

Shirley MacLaine: «Le visité una semana antes de su muerte. Estaba demacrado físicamente, pero las botellas de whisky seguían estando a la vista. Su casa había dejado de ser luminosa, como siempre fue, para convertirse en una especie de cobertizo sin espejos y con las ventanas siempre cerradas. Le dije que no debía tener miedo. Que lo que estaba por llegar le colmaría de felicidad. Me contestó con una media sonrisa: Ya es tarde para eso».

Carga tus silencios sobre mi espalda…

Ennio Morricone ya había cumplido los 64 años cuando Wolfgang Petersen le pidió que compusiese la banda sonora de «En la línea de fuego». Por entonces se consideraba toda su creatividad gastada, al tiempo que soportaba la, para los puristas, dudosa fama de aceptar todo encargo que se le propusiese, siempre que fuese acompañado de un robusto cheque.

Petersen, con fama de adusto, le dio carta blanca para componer una banda sonora trepidante con espacio para la historia de amor que intermitentemente viven la joven polícia Lily (Rene Russo) y de vuelta de todo agente Frank Horrigan (Clint Eastwood). Tan sólo le pidió que respetase los plazos de entrega, que cuando se trata de un blockbuster la industria no concede licencias artísticas ni tregua alguna. Nadie esperaba demasiado de Morricone más que un trabajo más, motivo suficiente para presumir de pedigrí independientemente de la calidad del mismo. Pero el viejo músico aún tenía algo por ofrecer… Compuso el score de las escenas de acción cumpliendo religiosamente los plazos y reservó para el final los cuatro cortes intimistas bautizados todos ellos como «Lilly and Frank». En un principio los cortes fueron cinco, siendo limitados a tres en la copia remasterizada final recientemente reeditada.

Lo más llamativo para los envarados ejecutivos del estudio ocurrió cuando el viejo maestro, lejos de acomodarse, ideó cinco variaciones de una bellísima melodía guardando el momento supremo para el final. Reclamó a la actriz protagonista, Rene Russo, para que, como un instrumento más, acompañase la delicada línea del tema con unos casi imperceptibles jadeos que sirven para vertebrar la composición al tiempo que la dota de una intimidad casi insoportable para oídos ajenos a los de los protagonistas.

La grabación fue un momento tan hermoso como lo será siempre escuchar el resultado final del hombre que carga los silencios en su espalda.

 

La Fatiga…

En la página correspondiente a «Agnosia» de IMDb, en la casilla que asigna el género de la película, figura uno de esos malos trasiegos de la traducción de un idioma a otro:

Género: Drama / Suspenso

Ciertamente, el azar ha otorgado involuntariamente la mejor calificación posible para la aparatosa película dirigida por Eugenio Mira. Fatigosa, confusa en sus propuestas, cargada de intenciones mal esbozadas, «Agnosia» circula durante 105 pesados minutos a través de un extraño limbo de situaciones forzadas, elementos dramáticos definidos caprichosamente y un cúmulo de despropósitos que terminan por dotar a la película de un merecido cartel de engendro.

Mira dispone de cuantiosos recursos utilizados de modo asimétrico, entre los que destaca una puesta en escena de estampa decimonónica, tan aplicada como entregada al cliché más vergonzante. Los actores, por su parte, se afanan en no desmerecer al conjunto ofreciendo una sarta de muecas y expresiones más cercanas al «¿qué coño hago aquí?» que al noble ejercicio escénico. Felix Gómez y Barbara Goenaga tratan de salvarse por su cuenta del naufragio a base de susurros, mientras Eduardo Noriega, en su línea, da argumentos a los que defienden la pena capital (artística, se entiende).

El delirio aumenta al ritmo del sonrojo del espectador ante la ausencia de vergüenza ajena de los responsables de semejante bluf. La enfática banda sonora se une a la fiesta junto a un montaje sincopado que sirve para coronar con una guinda a una de las peores películas que he tenido la desgracia de ver en los últimos años. El conjunto final desprende un tufo de rancio culebrón televisivo acorde con el origen de parte del dinero con el que fue financiada esta operación desastre destinada a seducir a nadie.

Y ésta es una de las grandes apuestas taquilleras del cine español para este año. Agárrense…

Chorrazo, punto y coma…

Ni un paso adelante, ni un paso atrás, ni un paso al vacío. «Museo Coconut» ni inventa, ni pierde el tiempo mirando hacia los gloriosos años de «La Hora Chanante» y «Muchachada Nui». Cierto que las reminiscencias de todo aquello no son pocas. La oligofrénica serie de animación «Maricón y Tontito» es tanta prueba de ello como el que el personaje de Onofre, fugado felizmente de «Smonka!»,  tome las cartas de protagonista que en el dislocado concurso siempre estaban marcadas.

Por lo demás, si es que hay más, la sitcom (tan celebrada antes de su estreno como masacrada por no pocos tras ser descorrido el telón) ofrece lo justo, lo que se les supone al grupo de cómicos manchegos: humor conscientemente aborregado, salidas de tono cada vez más afiladas, surrealismo epatante… Todo lo que tienen dentro y en ocasiones cuesta tanto trazar cuando las expectativas creadas son tan altas.

«Museo Coconut» es fruto de hartazgo de Joaquín Reyes y su troupe por ser considerados músicos de una sola canción. No pretenden ofrecer un nuevo producto, pero sí desean hacer ver que su envase es diferente. Y lo consiguen, pues la nueva serie sigue el cauce inevitable de toda nueva sitcom: primeros momentos titubeantes alfombrados de brillantes ramalazos, personajes definidos a medias, guiones plagados de autoreferencias, lugares comunes y, al fondo, una muesca de luz que arroja un intenso brillo sobre lo que está por llegar. Y luego está la retahíla habitual que pretende restarles méritos. Que si son deudores de la comedia estrafalaria patria, de los Monty Python, de Lenny Bruce y del Sunsuncorda… Cansina proclama, pues todos somos deudores de alguien, que más que gastar al grupo carcome a quien la pronuncia. Y es que, lo que a muchos parece interesar del nuevo trabajo de los chanantes es comprobar si la capacidad de erosión permitirá derribar sus muros a base de chorrazos. Para tal cuestión, les informo que será fácil. Joaquín Reyes, Carlos Areces, Julián López, Ernesto Sevilla y Raúl Cimas no opondrán resistencia. Lo suyo es otra cosa.