Desde ambos lados…

La mayoría de las cosas importantes ocurren en verano.

«¿Qué harás cuando yo no esté?»

Lo peor no fue escuchar seis palabras más hirientes que una bala de cañón. Lo peor fue la pose que compuso cuando pronunció esas palabras.

«No lo sé»

Hace diez años de aquello y sigo sin saberlo porque sigue estando aquí. Sueño con ella dos de cada tres noches. Con lo que ocurrió -la más terrible de las pesadillas-, con ratos felices vividos y con otros que nunca sucedieron. Mi memoria trata de reconstruirla cada día y con frecuencia se equivoca. Le cambia los rasgos de la cara, la voz, el modo de expresarse. Lo primero que olvidamos -lo más injusto- cuando alguien desaparece de nuestras vidas es su voz y su cara.

Muchos años antes de aquella noche, también durante una noche de verano, me tumbé en la cama a oscuras y dejé que la aguja del tocadiscos hiera brotar la voz de Joni Mitchell. Cuando sonó «Both side now» me quedé sobrecogido. A pesar a los más de treinta grados que abrasaban los arcos de las ventanas, mi cuerpo se congeló. No entendí una palabra de lo que pretendía contar y sin embargo aquellas letras hablaban de mí. Esta noche la vuelto a escuchar por azar, mientras veía esa entrañable, muy mejorable y tramposa película titulada «Love Actually». Es otra versión de la que escuché cuando era adolescente. Más grave, más solemne, menos emotiva. La cuestión es que me he dado cuenta de que ya entiendo lo que pretende contar. Lo he vivido a través de éxitos y fracasos. Cada estrofa es un año de mi vida y cada estribillo el momento en que me detuve para repasar el considerable equipaje que viaja adosado a mi espalda. Sí, he observado la vida desde ambos lados y sigo sin saber apenas nada de lo que es la vida y aún menos de lo que es el amor. Sé que estos ocho años sin ti han sido largos, muchas veces duros y otras muchas felices. Sé que deberías estar aquí ahora, conmigo y con tus nietos mientras la lluvia del norte reblandece las ventanas.

Mi corazón da volteretas…

En junio del pasado año, mi chica y yo pudimos volver a ver una película en una sala de cine por primera vez desde que nacieron nuestros hijos. No sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que lo hicimos (¿dos años?), justo cuando su embarazo dio una tregua y pudimos hacer una vida «casi» normal. Después la carga de trabajo y las emociones se desbordó, nuestra vida social se encajonó y comenzamos a trazar planes para cuatro en lugar de dos.

Regreso a ese día lluvioso de junio de 2015. Ella y yo aprovechamos que los bebés duermen y se encuentran al cuidado de sus abuelos para cruzar el umbral de una sala oscura otra vez. Lo que antes era habitual ahora es un lujo más valioso que un kilo de coltán. Nos sentamos en la butaca con extrañeza, nos miramos desconcertados y la luces se apagan antes de que las primeras dudas se materialicen y nos empujen a abandonar la sala en busca de los niños. Tenemos que ver la peli. Es «Del Revés», la última de Pixar. Los críticos la han puesto por la nubes. Incluso hay quien la sitúa en lo más alto del ya muy alto altar de la productora. Una hora y media después abandonamos la sala con un sonrisa imborrable en nuestros rostros. Lo hicimos, sí. Acabamos de ser testigos de la mejor película producida por Pixar hasta el momento. Tomando como premisa una idea perpetrada por una mediocre serie televisiva de los noventa titulada «La cabeza de Herman», la han moldeado hasta convertirla en pieza de museo. Desentrañar su magia ahora, tantos meses después, suena ridículo. No lo voy a hacer. Solo pretendo hacer justicia a tan maravillosa película y a este blog que un día mantuvo la tradición de dedicar el último posteo del año a la mejor película del año. Ahora que las cosas han cambiado, el blog se levanta de nuevo. Más cansado, más pesaroso, sabedor de que el tiempo de los blogs ha pasado. Durante todo este tiempo, en una evidente analogía darwiniana, solo han sobrevivido los más persistentes que no los mejores. Puedo recitar decenas de páginas que ya no existen que me hicieron feliz y supieron morir dejando un hermoso rastro tras de sí. Del mismo modo, como prueba, es justo que el que debió ser último posteo de 2015 vea la luz en febrero de 2016. Ahora mi corazón da volteretas, como dijo una vez Woody Allen. Y no sé si eso es bueno o no. Lo cierto es que las dio en junio de 2015, lo hizo antes, un nueve de marzo, y las vuelve a dar cada vez que abro el panel de control de mi casa, mi refugio, mi blog. El lugar desde el que observo mi propia vida…

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