Desde que decidiese escribir, allá por 2006, mi primer posteo rendido a las glándulas mamarias femeninas, han ocurrido muchas cosas sin que nada haya cambiado realmente. La primavera árabe hizo creer a muchos que la quimera es posible… hasta que la realidad dejó todo tal cual estaba. La crisis económica se agudizó hasta convertirse en fractura social sin que nada termine de ser diferente para los que mandan. Un hombre negro llegó a la presidencia de los Estados Unidos. Sí, lo que parecía imposible. ¿Y qué ocurrió? Nada. Las promesas de cambio y de justicia social se quedaron en eso, en promesas que no se dieron pese a las buenas intenciones. Todo sigue igual, cambia el individuo pero no el orden de las cosas. Ya lo dijo Giuseppe Tomasi di Lampedusa: «Cambiarlo todo para que todo siga igual». Todo sigue igual, pero nada es tan imperturbable como la pasión por los pechos femeninos. Por mil diluvios que caigan siempre habrá alguien capaz de jugarselo todo por admirar tan prodigioso desafío a la gravedad. No en vano, un estudio médico afirma que contemplar pechos femeninos alarga la vida. Qué excusa mejor para dedicar diez minutos a este desvarío.
Y posiblemente sean los imperiales pechos de Scarlett Johansson los que más admiración (o desazón, depende de en qué liga se juegue) despierten. El deseo que emana de ellos es tan intenso que, durante el desfile de vanidades previo a la ceremonia de los Oscar de 2007, el modisto y reportero ocasional Isaac Mizrahi no pudo contenerse y le palpó los pechos, previo permiso de la actriz, por supuesto, para comprobar que son auténticos y no fruto de la fantasía de algún dibujante de cómic. El «guau» que brotó de su boca tras producirse el contacto lo dice todo. Sin embargo, la homosexualidad del modisto (felizmente casado desde hace años con otro hombre) no se quebró. Nada cambia, ya ven.
Dijo Joe Landis que mostrar a Michelle Pfeiffer desnuda en una escena de «Cuando Llega la Noche» fue libidinosamente inútil ya que resulta del todo imposible apartar la mirada de su bellísimo rostro para fijarla en cualquier otra parte de su anatomía. Sin embargo, en el caso de la Johansson, sus delicadas facciones, su innegable talento, su sensual voz rasgada y la deliciosa persona que es a decir de los que la han conocido, quedan en segundo plano cuando bajas la cabeza para encontrar la materialización de las medidas del número áureo. El número de Dios. Si no, que le pregunten a Woody Allen, quien la adora en todo su ser, pero que, después de todo, es un ser humano…
No, les aseguro que no admiraba la calidad del pedrusco prendido en su collar.
Como Deborah Kerr en «La Noche de la Iguana», la Johansson, conocedora del don que le ha proporcionado la naturaleza y la genética, ha aprendido a pasar por alto las comprensibles debilidades humanas siempre que se traten de sincera admiración. Menos mal, porque vaya donde vaya la escena se repite y repetirá…
Cuando no es así, cuando las babas del que mira salpican, la ira del infierno se posa en su ojos. Ocurrió cuando su teléfono móvil fue crackeado por un memo que robó un par de fotografías de su cuerpo desnudo destinadas a Ryan Reynolds, por entonces su marido. Afortunadamente, tras un arrebato comprensible de ira, la clase volvió a su ser.
Igualmente agraciada con dos pechos superlativos, y aún mejor, dueña de un carácter burlón capaz de plantar cara tanto a babosos incontenibles como a puritanos desagradecidos, Katie Perry tuvo ocasión de demostrar su talante tras una atronadora aparición en la versión gringa de «Barrio Sésamo»…
El vestido de novia que portaba, al que se podría considerar, siendo audaz, como picaruelo sin más, fue demonizado por sectores reaccionarios de los States que lo consideraron impropio para un programa infantil. Alguna mente enferma llegó incluso a insinuar que su escena con Elmo tenía segundas y libidinosas lecturas. La respuesta de la Perry llegó un par de semanas más tarde cuando, uniformada con una escotada camiseta que recuerda lejanamente al rostro de Elmo, apareció en «Saturday Night Live» en pose doncella francesa. Tan ingenua ella…
Despreciar un regalo así, por Dios. De memos el mundo anda sobrado. Y en los States, especialmente cuando más te alejas de la costa, los encuentras a patadas. Sabido es que no hay especie animal en el planeta capaz de resistir la tentación de la belleza mamaria. Ya sean seres tan viles como el señor Burns, chimpaces o especies inferiores como George Bush Jr., el balcón de la Perry será siempre admirado y venerado por todo ser viviente…
Pero si agachar la mirada resulta imposible de evitar, por favor háganlo de modo franco. Nada de miradas de soslayo, distraídas o a traición a riesgo de ser considerados seres rijosos. Tanto como el señor embajador que en una cena de gala cartografió el escote de la princesa Mary de Dinamarca aprovechando un descuído. Seguro que después le pidió la sal como si tal cosa. Ingrato…
El apartado publicitario, siempre tan falto de verdad, es proclive a provocaciones tales como miradas o palpamientos explícitos. Aunque resulte difícil de asumir a esta alturas, la táctica continúa funcionando porque el ser humano es así de primario. Esta fotografía, que evidencia sus intenciones provocadoras al primer vistazo, generó, primero, la ira de los mentecatos y colectivos feministas con poca profundidad de mirada que consideraron la pose como una agresión sexual. Después llegó el estupor de los que saben que Domenico Dolce y Steffano Gabbana no son más que dos hacedores de mercadería a través de la provocación ligh. Lindsey Lohan, protagonista del anuncio, dijo no comprender tamaño revuelo. En realidad nadie lo comprendió salvo los adictos al pataleo. Lo único cierto es que seguramente el producto referenciado duplicó la previsión de ventas tras el revuelo. Nunca aprenderemos…
En materia de provocaciones Dustin Hoffman es sumamente ducho. Eso o se dedicó a tomar las medidas de Emma Watson durante el estreno de «El Valiente Despereaux». Se aferró tan firmemente a su pecho derecho que faltó poco para que los múltiples fans de la actriz que presenciaban la escena muriesen de estupefacción. La amorosa mirada que recibió por parte de la actriz demuestra que la sintonía entre ellos da para semejantes confianzas. Bien por ellos…
Aunque hay ocasiones en las que la confianza da asco. Caso de la bochornosa escena protagoniza por Oliver Stone durante la premier de «Savages». Tras ver el sugerente vestido con el que se presentó al estreno la actriz mexicana, y con toda probabilidad harto de cigarrillos de la risa o algo más (seguramente algo más), al director no se le ocurrió otra cosa que fingir que manoseaba el pecho de la actriz ante la incómoda actitud de ella quien apenas pudo mantener la pose gracias a una elogiable profesionalidad. Treinta minutos después de la bobada, sin que nadie la hubiese reído, Stone seguía con la tontería. No es necesario añadir que la Hayek huyó por patas en cuanto pudo para salvar a sus hermosos pechos de ser bañados por las babas del conocido sátiro, dispuesto siempre a tirarse, si se tercia, a un girasol…
En el apartado de las envidias femeninas (un clásico), el premio estelar se lo lleva la explícita mirada lanzada por Hillary Clinton a la delantera de Cristina Aguilera. Sin exquisiteces, dí que sí. Al estilo criollo, como debe ser…
Una mirada, no exenta de lascibia, que no oculta la admiración. Sin dobles intenciones ni sin acartonados reproches a la naturaleza. Actitud de la que debería tomar nota la anónima voyeur que escruta en la distancia las gloriosas mamas de Sofía Vergara. Auténtico carnet de identidad de la actriz colombiana…
Cuánta envidia, mon Dieu. Menos mal que siempre nos quedarán personas maravillosas como Helen Mirren. Dueña de una mala leche legendaria equiparable a su enorme clase. Lejos quedan ya los tiempos en los que se avergozaba de su participación en el «Calígula» de Tinto Brass (debería decir de Bob Guccione, mandamás de la revista Penthouse, quien montó la película a su antojo y añadió insertos triple X para hacerla más vendible). Ella, que siempre careció de prejucios a la hora de mostrar su bello cuerpo desnudo, tampoco los tiene para alabar la lozanía ajena de modo empírico…
Durante la premiere de «Hitchcock» no tuvo reparo alguno en tocar las tetas de su compañera de reparto Jessica Biel en una actitud cercana al pellizco. Qué feliz habría sido el marqués de Sade si hubiese sido testigo del encuentro. Lo hizo de un modo tan natural y tan carente de aristas que resulto incluso entrañable. La Biel, por su parte, recibió el manoseo con serena actitud… que no todos los días te toca las tetas una leyenda.
Tocar las tetas de una compañera de trabajo durante una ceremonia de entrega de premios se ha convertido a estas alturas en algo cómico. Lejos queda la época en la que hacerlo suponía un acto de provocación de éxito seguro. Hoy día se entiende como un acto casi rutinario con el efecto rebote de que la actrices palpan los genitales masculinos en justa correspondencia. ¡Al fin llegó la equidad plena al showbiz! Así ocurrió durante la entrega de los premios MTV de 2011, cuando Mila Kunis reaccionó de tal guisa al gesto de Justin Timberlake. En realidad todo no fue más que una estratagema comercial destinada a promocionar la película «Con Derecho a Roce» protagonizada por ambos.
Lo mejor fue el comentario de Kunis tras el intenso toqueteo: «Esperaba encontrar algo más»…
Ese mismo año se produjo una especie de paspermia en el escenario de entrega de los Spirit Awards cuando Paul Rudd tocó los pechos de Eva Mendes mientras ésta leía la cartulina de nominados. Rapidamente llegó Rosario Dawson desde el backstage para equilibrar la escena asiendo firmemente los atributos masculinos del actor. Cuestión que él asumió deportivamente con un elocuente: «es lo justo».
Y fin. Como en la peli de King Vidor, el mundo seguirá su rumbo. Y quien sabe si esta microsección también…