Cuestión de Tetas IV: Never Say Never Again…

Desde que decidiese escribir, allá por 2006, mi primer posteo rendido a las glándulas mamarias femeninas, han ocurrido muchas cosas sin que nada haya cambiado realmente. La primavera árabe hizo creer a muchos que la quimera es posible… hasta que la realidad dejó todo tal cual estaba. La crisis económica se agudizó hasta convertirse en fractura social sin que nada termine de ser diferente para los que mandan. Un hombre negro llegó a la presidencia de los Estados Unidos. Sí, lo que parecía imposible. ¿Y qué ocurrió? Nada. Las promesas de cambio y de justicia social se quedaron en eso, en promesas que no se dieron pese a las buenas intenciones. Todo sigue igual, cambia el individuo pero no el orden de las cosas. Ya lo dijo Giuseppe Tomasi di Lampedusa: «Cambiarlo todo para que todo siga igual». Todo sigue igual, pero nada es tan imperturbable como la pasión por los pechos femeninos. Por mil diluvios que caigan siempre habrá alguien capaz de jugarselo todo por admirar tan prodigioso desafío a la gravedad. No en vano, un estudio médico afirma que contemplar pechos femeninos alarga la vida. Qué excusa mejor para dedicar diez minutos a este desvarío.

Y posiblemente sean los imperiales pechos de Scarlett Johansson los que más admiración (o desazón, depende de en qué liga se juegue) despierten. El deseo que emana de ellos es tan intenso que, durante el desfile de vanidades previo a la ceremonia de los Oscar de 2007, el modisto y reportero ocasional Isaac Mizrahi no pudo contenerse y le palpó los pechos, previo permiso de la actriz, por supuesto, para comprobar que son auténticos y no fruto de la fantasía de algún dibujante de cómic. El «guau» que brotó de su boca tras producirse el contacto lo dice todo. Sin embargo, la homosexualidad del modisto (felizmente casado desde hace años con otro hombre) no se quebró. Nada cambia, ya ven.

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Dijo Joe Landis que mostrar a Michelle Pfeiffer desnuda en una escena de «Cuando Llega la Noche» fue libidinosamente inútil ya que resulta del todo imposible apartar la mirada de su bellísimo rostro para fijarla en cualquier otra parte de su anatomía. Sin embargo, en el caso de la Johansson, sus delicadas facciones, su innegable talento, su sensual voz rasgada y la deliciosa persona que es a decir de los que la han conocido, quedan en segundo plano cuando bajas la cabeza para encontrar la materialización de las medidas del número áureo. El número de Dios. Si no, que le pregunten a Woody Allen, quien la adora en todo su ser, pero que, después de todo, es un ser humano…

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No, les aseguro que no admiraba la calidad del pedrusco prendido en su collar.

Como Deborah Kerr en «La Noche de la Iguana», la Johansson, conocedora del don que le ha proporcionado la naturaleza y la genética, ha aprendido a pasar por alto las comprensibles debilidades humanas siempre que se traten de sincera admiración. Menos mal, porque vaya donde vaya la escena se repite y repetirá…

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Cuando no es así, cuando las babas del que mira salpican, la ira del infierno se posa en su ojos. Ocurrió cuando su teléfono móvil fue crackeado por un memo que robó un par de fotografías de su cuerpo desnudo destinadas a Ryan Reynolds, por entonces su marido. Afortunadamente, tras un arrebato comprensible de ira, la clase volvió a su ser.

Igualmente agraciada con dos pechos superlativos, y aún mejor, dueña de un carácter burlón capaz de plantar cara tanto a babosos incontenibles como a puritanos desagradecidos, Katie Perry tuvo ocasión de demostrar su talante tras una atronadora aparición en la versión gringa de «Barrio Sésamo»

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El vestido de novia que portaba, al que se podría considerar, siendo audaz, como picaruelo sin más, fue demonizado por sectores reaccionarios de los States que lo consideraron impropio para un programa infantil. Alguna mente enferma llegó incluso a insinuar que su escena con Elmo tenía segundas y libidinosas lecturas. La respuesta de la Perry llegó un par de semanas más tarde cuando, uniformada con una escotada camiseta que recuerda lejanamente al rostro de Elmo, apareció en «Saturday Night Live» en pose doncella francesa. Tan ingenua ella…

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Despreciar un regalo así, por Dios. De memos el mundo anda sobrado. Y en los States, especialmente cuando más te alejas de la costa, los encuentras a patadas. Sabido es que no hay especie animal en el planeta capaz de resistir la tentación de la belleza mamaria. Ya sean seres tan viles como el señor Burns, chimpaces o especies inferiores como George Bush Jr., el balcón de la Perry será siempre admirado y venerado por todo ser viviente…

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Pero si agachar la mirada resulta imposible de evitar, por favor háganlo de modo franco. Nada de miradas de soslayo, distraídas o a traición a riesgo de ser considerados seres rijosos. Tanto como el señor embajador que en una cena de gala cartografió el escote de la princesa Mary de Dinamarca aprovechando un descuído. Seguro que después le pidió la sal como si tal cosa. Ingrato…

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El apartado publicitario, siempre tan falto de verdad, es proclive a provocaciones tales como miradas o palpamientos explícitos. Aunque resulte difícil de asumir a esta alturas, la táctica continúa funcionando porque el ser humano es así de primario. Esta fotografía, que evidencia sus intenciones provocadoras al primer vistazo, generó, primero, la ira de los mentecatos y colectivos feministas con poca profundidad de mirada que consideraron la pose como una agresión sexual. Después llegó el estupor de los que saben que Domenico Dolce y Steffano Gabbana no son más que dos hacedores de mercadería a través de la provocación ligh. Lindsey Lohan, protagonista del anuncio, dijo no comprender tamaño revuelo. En realidad nadie lo comprendió salvo los adictos al pataleo. Lo único cierto es que seguramente el producto referenciado duplicó la previsión de ventas tras el revuelo. Nunca aprenderemos…

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En materia de provocaciones Dustin Hoffman es sumamente ducho. Eso o se dedicó a tomar las medidas de Emma Watson durante el estreno de «El Valiente Despereaux». Se aferró tan firmemente a su pecho derecho que faltó poco para que los múltiples fans de la actriz que presenciaban la escena muriesen de estupefacción. La amorosa mirada que recibió por parte de la actriz demuestra que la sintonía entre ellos da para semejantes confianzas. Bien por ellos…

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Aunque hay ocasiones en las que la confianza da asco. Caso de la bochornosa escena protagoniza por Oliver Stone durante la premier de «Savages». Tras ver el sugerente vestido con el que se presentó al estreno la actriz mexicana, y con toda probabilidad harto de cigarrillos de la risa o algo más (seguramente algo más), al director no se le ocurrió otra cosa que fingir que manoseaba el pecho de la actriz ante la incómoda actitud de ella quien apenas pudo mantener la pose gracias a una elogiable profesionalidad. Treinta minutos después de la bobada, sin que nadie la hubiese reído, Stone seguía con la tontería. No es necesario añadir que la Hayek huyó por patas en cuanto pudo para salvar a sus hermosos pechos de ser bañados por las babas del conocido sátiro, dispuesto siempre a tirarse, si se tercia, a un girasol…

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En el apartado de las envidias femeninas (un clásico), el premio estelar se lo lleva la explícita mirada lanzada por Hillary Clinton a la delantera de Cristina Aguilera. Sin exquisiteces, dí que sí. Al estilo criollo, como debe ser…

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Una mirada, no exenta de lascibia, que no oculta la admiración. Sin dobles intenciones ni sin acartonados reproches a la naturaleza. Actitud de la que debería tomar nota la anónima voyeur que escruta en la distancia las gloriosas mamas de Sofía Vergara. Auténtico carnet de identidad de la actriz colombiana…

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Cuánta envidia, mon Dieu. Menos mal que siempre nos quedarán personas maravillosas como Helen Mirren. Dueña de una mala leche legendaria equiparable a su enorme clase. Lejos quedan ya los tiempos en los que se avergozaba de su participación en el «Calígula» de Tinto Brass (debería decir de Bob Guccione, mandamás de la revista Penthouse, quien montó la película a su antojo y añadió insertos triple X para hacerla más vendible). Ella, que siempre careció de prejucios a la hora de mostrar su bello cuerpo desnudo, tampoco los tiene para alabar la lozanía ajena de modo empírico…

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Durante la premiere de «Hitchcock» no tuvo reparo alguno en tocar las tetas de su compañera de reparto Jessica Biel en una actitud cercana al pellizco. Qué feliz habría sido el marqués de Sade si hubiese sido testigo del encuentro. Lo hizo de un modo tan natural y tan carente de aristas que resulto incluso entrañable. La Biel, por su parte, recibió el manoseo con serena actitud… que no todos los días te toca las tetas una leyenda.

Tocar las tetas de una compañera de trabajo durante una ceremonia de entrega de premios se ha convertido a estas alturas en algo cómico. Lejos queda la época en la que hacerlo suponía un acto de provocación de éxito seguro. Hoy día se entiende como un acto casi rutinario con el efecto rebote de que la actrices palpan los genitales masculinos en justa correspondencia. ¡Al fin llegó la equidad plena al showbiz! Así ocurrió durante la entrega de los premios MTV de 2011, cuando Mila Kunis reaccionó de tal guisa al gesto de Justin Timberlake. En realidad todo no fue más que una estratagema comercial destinada a promocionar la película «Con Derecho a Roce» protagonizada por ambos.

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Lo mejor fue el comentario de Kunis tras el intenso toqueteo: «Esperaba encontrar algo más»

Ese mismo año se produjo una especie de paspermia en el escenario de entrega de los Spirit Awards cuando Paul Rudd tocó los pechos de Eva Mendes mientras ésta leía la cartulina de nominados. Rapidamente llegó Rosario Dawson desde el backstage para equilibrar la escena asiendo firmemente los atributos masculinos del actor. Cuestión que él asumió deportivamente con un elocuente: «es lo justo».

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Y fin. Como en la peli de King Vidor, el mundo seguirá su rumbo. Y quien sabe si esta microsección también…

The Wonderful Wizard of Ass…

Para Jesús R. Sánchez, que cumple todos los requisitos, si bien virtuales, para ser un hermano: ser un tocapelotas, poder decirnos cualquier cosa a la cara (o a nuestras espaldas) sin que tal circunstancia menoscabe nuestro amor mutuo y comprender que detrás de las caretas siempre hay mucho más… 

Tras años de ausencia regresa la sección triple X a este infame lugar. Lo hace rememorando algunos de los remakes pornográficos de grandes éxitos del cine mainstream.

Desde que a principios de los años setenta algún productor porno yankee cayera en la cuenta del negocio redondo que suponía reversionar en clave azul los éxitos taquilleros del cine convencional, la demanda ha ido creciendo hasta el punto de que se han creado productoras que únicamente se dedican a enfangar gozosamente todo clásico por muy azucarado que éste sea. Poco importa lo asexuado del material original que al otro lado del espejo todo terminará con cuerpos sudorosos y entrelazados oliendo a sexo. Éstos son algunos ejemplos de lo que la imaginación, aplicada al terreno carnal, puede lograr…

TRACY & THE BANDIT (Fred J. Lincoln, 1987)

Víctima: «Los Caraduras (1977)»

El húngaro Sasha Gabor, sosías oficial del entonces aún estrella y macho eterno Burt Reynolds, incluso modificó su nombre por el de Turd Wrenolds para la ocasión en la que se fantaseó con lo que ocurría durante los periodos de asueto en los que The Bandit y Smokey dejaban de jugar al ratón y al gato con cargamentos de cerveza como pretexto. Como partenaire de Gabor se reclutó a Tracy Adams, superestrella del cine azul del momento, para dar carnalidad a la escaso sex appeal de Sally Field. Tan improbable pareja deparó un porno aséptico, muy de la cuerda de los ochenta, en la que lo único destacable llegó al final de la cinta, cuando se produce el esperado encuentro entre Gabor y Adams. La admirable habilidad del actor para mantener el sombrero durante tan acrobático polvo terminó por ser lo único reseñable de este olvidable experimento. Tanta expectativa para un material que termina siendo pasto del fast-review…

SEX WARS (Bob Vosse, 1985)

Víctima: «La Guerra de las Galaxias (1977)»

Siento decepcionar a los aficionados a compilar imposibles títulos de remakes porno clásicos, pero «La Guarra de las Galaxias» no existe más que en la calenturienta imaginación de Kevin Smith (¿Hacemos una Porno?, 2008). Cierto que resulta inconcebible que un juego de palabras tan evidente y propenso a la broma fácil no haya sido empleado antes, pero tranquilos que la odisea espacial imaginada por George Lucas ha tenido numerosas reinterpretaciones viradas en azul. La primera de ellas pertenece al universo festivo que personifica el porno ochentero. Tiempos despreocupados previos a la llegada del SIDA, el Bodybuilding y la silicona.

La hilarante trama nos presenta la lucha por el poder universal de la princesa Layme y su hermana, la princesa Orgasma. Por supuesto ambas terminarán compartiendo orgía para determinar quién merece el trono del modo más civilizado posible. Un must del cine azul, tan generoso en desvergüenza como carente de emoción carnal,  que aconsejo degustar con las manos aferrando una cerveza en lugar de entrepiernas propias o ajenas.

PENOCCHIO (Luca Damiano, 2002)

Víctima: «Pinocho (1940)»

Luca Damiano puede presumir de ser, guardando las evidentes distancias, el Jess Franco italiano. Su carrera comenzó como asistente de Vittorio de Sica y transitó los terreros del cine social para después para terminar desembocando en el cine erótico primero y pornográfico más tarde. Sus películas se esfuerzan en trazar una línea argumental coherente que añada un componente morboso a las historias de las que habitualmente adolece el cine hard. Su obra magna dentro del género azul tal vez sea la adaptación guarra del inmortal cuento escrito por Carlo Collodi, quien seguro nunca imaginó que el muñeco de madera que un día imaginó terminaría fornicando lujuriosamente con plasticosas modelos húngaras. La necesaria novedad que propone la versión azul propone intercambiar la parte de su cuerpo  que crece desproporcionadamente cada vez que Pinocho miente. No resulta difícil imaginar cuál es…

PENETRATOR (Orgie Georgie, 1991)

Víctima: «Terminator (1984)»

La frase promocional de la película, «I’ll Come Again» (me correré de nuevo), deja poco lugar a dura a la duda al tiempo que responde la pregunta que todos los fans de la película dirigida por James Cameron se hicieron alguna vez: ¿los T-800 tienen sexo? Su estética oscura, que abusa del humo procedente de las alcantarillas en el original y lo sustituye por el generado por alguna máquina de humo cutre usada en algún bar de topless propiedad del productor, lastra penosamente la máxima de todo porno que se precie: la imagen del metesaca debe ser nítida. El artefacto es tan fofo que la moral del impenitente pornógrafo que picó al reclamo de hacerse con la cinta tan sólo se eleva (literalmente) cuando el hierático Woody Long se encuentra con la jugosa Angela Summers en la escena final del vídeo. Eso sí, la perforación se ejecutó como mandan los cánones exigidos por todo fan del original: gafas de sol y chupa de cuero calzadas, sin olvidar la recortada reposando en el hombro del calenturiento T-800. A su manera, respetuoso con los clásico, como debe ser…

FRANKENPENIS (Ron Jeremy, 1996)

Víctima: «Frankenstein (1931)»

Poco más tarde del que el pene del infraser John Wayne Bobbitt le fuese reimplantado, el mundillo del porno puso su maquinaria en funcionamiento para atraerlo hacia el lado oscuro.  Bobbitt, tan diestro dando palizas a su mujer como merecedor de medalla olímpica en la especialidad de estupidez, despertó de inmediato la solidaridad de parte de la población masculina yankee (principalmente la de los white trash panzudos con un coeficiente de inteligencia negativo) amén de consumidores compulsivos de porno casposo en desesperada búsqueda de morbo. Convencer a Bobbitt, apelando a su orgullo de macho, de mostrar que su masculinidad se mantenía intacta no supuso un gran problema y no tardó en probar sus «habilidades» (muy generosamente hablando) en el terreno sexual. Su debut se produjo (no podía ser de otro modo) con la parodia de «Frankenstein», la gran novela de Mary Shelley que James Whale llevó a cine ejemplarmente en 1931. Para tan penosa empresa se contó con cameos de «lujo», como el del rapero Ice T, pornógrafo vocacional, y con delirantes momentos como el que protagonizó Ron Jeremy dando vida al doctor Frankenpenis, experto en la implantación de miembros de poderoso tamaño en personas, asegurando al personaje interpretado por Ice T que fue el pionero en la técnica de impantación con resultados más que óptimos.  Solo por la memorable interpretación de John Wayne Bobbit de la canción «My Ding-A-Ling» en los deseados, a tenor del material mostrado durante su interminable hora y media, créditos finales se justifica el estropicio.

LAS AVENTURAS DE FLESH GORDON (Michael Benveniste y Howard Ziehm)

Víctima: «Flash Gordon» (el cómic)

En pleno auge del cine picantón, justo cuando el cine porno comenzaba a reclamar su lugar en el mundo, el productor Howard Ziehm consideró que había llegado el momento de hacer realidad el sueño de su adolescencia: despojar de sus mallas a uno de los mitos pioneros del cómic americano: Flash Gordon. Para ello no le costó demasiado encontrar numerosos apoyos para dotar al proyecto de un presupuesto holgado. Fue así como se comenzó a gestar uno de las mayores producciones del cine de destape que contó con efectos especiales solventes y un elenco actoral capaz de mostrar, además de las tetas, al menos un registro interpretativo. El resultado final se convirtió en una referencia generacional que sobrevive hasta nuestros días. Naves de forma fálica, nombres de los personajes con evocaciones evidentes (el Dr. Jerkoff es mi favorito) y una trama adecuadamente absurda que superó considerablemente a la versión mainstream que pocos años más tarde se estrenaría ante la desidia general y que año más tarde se convertiría en objeto de culto trash.

DANCES WITH FOXES (Hershel Savage, 1991)

Víctima: «Bailando con Lobos (1990)»

La triste (pornográficamente hablando) primera mitad de los noventa transcurría penosamente entre montañas de silicona, starlets intercambiables cada seis meses y una cuadra de sementales ajados que convertía al mundillo del porno en poco menos que endogámico, cuando Kevin Costner arrasaba con su inofensiva epopeya sobre el exterminio indio a manos de los colonos blancos. El actor reconvertido en director aún no había acabado de recoger uno de los muchos premios Oscar logrados que la industria azul ya había producido su versión del asunto. La premura, una de las grandes virtudes del género hard, se convirtió en los noventa en precipitación, de modo que las parodias mostradas carecían con frecuencia de guión limitándose a un desganado metesaca. Cualquier parecido de la versión triple X con el original va más allá de la pura coincidencia. Cuatro actrices acolchadas en pelotas (ataviadas con plumas, eso sí) recorriendo camas y mantas indias versus tres actores con dificultades de erección tratando de meter tripa y disimular arrugas. Así de triste fue…

E.T. PORNO (Lindko Entinger, Año desconocido)

Víctima: «E.T. el Extraterrestre (1982)»

La salvaje industria hard alemana, además de películas centradas en lluvias doradas, fistfucking y zoofilia, se centra en ocasiones en el para ellos ingrato género de la parodia. Con eficiencia germana suelen apañarselas para meter enanos, ancianos o cualquier elemento que genere morbo, pero en esta ocasión se lo colocaron en bandeja: una extraterrestre (hembra, of course) de aspecto hediondo se pasa por la piedra a todos los componentes de la familia que la protege de ser pasto de malévolos científicos empeñados en diseccionarla. Una joya del undécimo arte a la vez que un clásico del cine metatrash que todo aficionado al género debe visionar al menos una vez en su vida. Aconsejo que tal tarea se lleve a cabo con una bolsa para inoportunas vomitonas a mano, que nunca se sabe.

EDWARD PENISHANDS (Paul Norman, 1991)

Víctima: «Eduardo Manostijeras (1990)»

Paul Norman, uno de los padres putativos del subgénero de la pornoparodia, alcanzó la cota más alta de su dudosa carrera gracias a una película que terminó por convertirse en clásico ineludible de todo parrandero aficionado al cine azul. Completamente enloquecida desde su propuesta inicial, las tijeras en lugar de manos que lucía el protagonista del cuento de Tim Burton, fueron lógicamente reconvertidas en penes con los que Eddie no tardó en ganarse el favor de la población femenina de su ciudad. La astracanada final incluía portentosas eyaculaciones que harían palidecer en volumen a las mismas cataratas de Iguazú. Tal vez insuficiente en su poder de sugerencia, sus resultados son apreciables y recomendables para una noche de jolgorio en grupo. Carece de entidad sensual, pero las risas están aseguradas…

DRILLER (Joyce James, 1984)

Víctima: Thriller (1982, videoclip del mítico tema de Michael Jackson) 

La popularidad alcanzada por el vídeoclip de la canción «Thriller» fue tal que el mundo del porno, siempre atento a las tendencias del momento, no pudo mirar hacia otro lado. Pero la obra original protagonizada por Michael Jackson eran tan grande que el esfuerzo requerido merecía lo mejor, de modo que en «Driller» se tiró la casa por la ventana incluyendo números musicales y un maquillaje aceptable amén de los consabidos intercambios carnales. Lo mejor, la totémica presencia de Taija Rae y las descacharrantes coreografías sin sentido en las que las bailarinas ejecutan pasos a su libre albedrío mientras el sosias de Jackson levanta los brazos compulsivamente mientras mira a la cámara con cara de oligofrénico. Las performances sexuales tampoco tienen desperdicio, pese su querencia por lo risiblemente mugriento.

BLANCANIEVES Y LOS SIETE ENANITOS (Luca Damiano, 1996)

Víctima: «Blancanieves y los Siete Enanitos (1938)

Luca Damiano volvió a la carga encargándose a la adaptación hard del cuento de los hermanos Grimm que la Disney convirtió en celuloide en 1937. Para la ocasión se contó con una lozana actriz checa y un nutrido grupo de enanitos calentorros dispuestos a hacer cualquier cosa por protegerla de su malvada madrastra. Y cuando digo cualquier cosa, pueden imaginar a qué me refiero. Blancanieves, por su parte, no le hizo ascos al intercambio carnal, que un alquiler ni entonces ni ahora sale barato. Damiano rellenó los tiempos muertos con sexo de saldo y decepcionó a la hora de la verdad sin rozar siquiera el morbo que desprende la historia original. Lástima.

ALICE IN WONDERLAND (Bud Townsend, 1976)

Víctima: «Alicia en el País de las Maravillas (1951)»

En la década de los setenta el porno irrumpió con atronadora fuerza. Se proyectaban película XXX en la calle 42 de Nueva York a cuyos estrenos acudían sus protagonistas en limusinas. Los críticos más sesudos buscaban dobles intenciones en sus tramas, las películas de Gerard Damiano y de los hermanos Mitchell se proyectaban en filmotecas e incluso eran prenominadas a los premios Oscar. Con un caldo de cultivo tan estimulante no resulta extraño que las producciones se cuidasen hasta el más nimio detalle. La fiebre no duró demasiado tiempo, y el cine azul huyó para recluirse en salas de mala muerte del extrarradio. Sin llegar a la altura de algunas de sus contemporáneas, si bien el tiempo la convirtió en película de culto para onanistas de todo grado, «Alícia en el País de las Pornomavarillas» (de tal modo fue bautiza en España) puede presumir de un producción decente, de poseer un irregular guión que apenas rasca en la superficie de las inmensas posibilidades que propone el ambigüo cuento de Lewis Carroll y de contar entre sus filas con Kristine DeBell, actriz que, tras debutar en el porno y protagonizar sesiones de fotos eróticas para reputadas revistas como PlayBoy, terminó por redirigir sus pasos hacia el cine teen (en pleno auge del género) para acabar  dando con sus huesos en el submundo de los culebrones televisivos. Conviene no perder la pista al tipo que interpreta al conejo blanco. Todo un portento de emulación fornicadora. Una de esas joyas nacidas para ser ocultadas bajo la cama y disfrutadas en noches insomnes.

SUPERMAN XXX: A PORN PARODY (Axel Braun, 2011)

Víctima: «Superman (1978)»

El nuevo siglo trajo consigo un fuerte repunte en el subgénero de las parodias triple X. Se ha reversionado todo lo imaginable ya que el buen pornógrafo, aburrido de actos sexuales mecánicos,  encuentra inspiración en el simple gesto de la emulación. Basta ver a una chica vestida de princesa Leia o a un tipo en plan Superman que la libido se dispara. La nueva hornada de parodias suele pecar de una extrema frialdad y un excesivo respeto por el objeto de su burla. Como consecuencia, las aventuras bajo las sábanas del hombre de acero carecen de otro interés que el comprobar si Lex Luthor siempre ha estado, como suponemos, enamorado de su némesis, y,  si se da el caso, Lois Lane sobra. Los efectos especiales son, involuntariamente, de guasa. De hecho, posiblemente sean el único motivo para visionar tan mejorable parodia.

LUST AT THE FIRTS BITE o DRÁCULA SUCK (Phil Marshak, 1978)

Víctima: «Drácula (1931)»

Resulta curioso que uno de los grandes mitos de erotismo universal haya sido tan escasamente utilizado por el cine porno. Si bien no es menos cierto que en las pocas ocasiones en las que el conde prefirió dejar de morder cuellos para bajar su bragueta son mitos del género. La más conocida quizás sea «Drácula Chupa», un pretencioso intento de rivalizar con la entonces exitosa parodia comercial «Amor al Primer Mordisco» con la ventaja de que en esta versión se podían mostrar las habilidades extra del conde transilvano. El reparto reunió lo mejor de la época: John Holmes, Annette Haven, Serena, Jamie Gillis, Seka, Kay Parker a lo largo de 15 escenas memorables en las que no sobra ni una embestida ni un lametón está de más. Una de las cumbres del género azul.

JANE BOND MEETS THE MAN WITH THE GOLDEN ROD (Jack Remy, 1987)

Víctima: «El Hombre de la Pistola de Oro (1974)»

Por supuesto que las aventuras del agente 007 necesitaban de un hermano gemelo malvado. Así lo reclamaron insistentemente fans de uno y otro lado. Para la ocasión se cambió de sexo al espía británico en una hermosa ironía, y se tomó prestada una de sus aventuras más olvidables sólo porque el título se prestaba al fácil juego de palabras. Ni la presencia icónica de Peter North ni la superlativa carnalidad de Amber Lynn sirvieron para que el ambiente hirviese. Todo resultó ser tan estático, tan aburrido y tan camp como era de esperar. Mucho me temo que la deuda de 007 con el cine azul sigue en pie y que no serán pocos los fluidos seminales que se deberán derramar para satisfacerla.

Y fin.

Cine (porno) dentro de cine…

De la fascinación que siempre ha despertado la pornografía en el cine convencional da fe la gran cantidad de ocasiones en las que éste último ha indagado en los entramados del cine porno. Las miradas que se le han dirigido han sido diversas, oscilando entre la denuncia, lo escatológico y lo cuasi paternal. Lo cierto es que pocas veces se ha hecho justicia al denostado género X.

Hace diez años, Paul Thomas Anderson trató de saldar esa deuda con la esplendida “Boogie Nights”. El auge y posterior caída de un sosias de John Holmes llamado Dirk Digler sirvió al director para retratar de modo concienzudo la edad de oro del porno americano. Pero no conviene olvidar los acercamientos anteriores que la película de Anderson eclipsó. Entre ellos, joyas olvidadas que bien podrían rivalizar (y superar) en calidad con la obra del joven director californiano.

Ésta es una pequeña recopilación de las que a mi juicio son las mejores películas mainstream teñidas de azul…

BOOGIE NIGHTS (1997)

Paul Thomas Anderson echó mano de la peripecia vital de la leyenda porno John C. Holmes para vertebrar parte de la historia de la edad de oro del cine hardcore y su posterior decadencia. Lo hizo de modo coral, tomando como peones las vidas de los personajes que rodean a Dirk Digler, buscavidas sin más talento que el que se ubica en su entrepierna. Película talentosa, pero excesivamente rendida a sus múltiples referencias, lo que termina por socavar su poder de fascinación. El plano final recuerda al cine más desencantado de Fosse, la utilización de la música a Scorsese, los planos secuencia a De Palma. Su éxito contribuyó a la normalización del cine porno al presentar a sus moradores como seres humanos corrientes con los mismos problemas que cualquier hijo de vecino lejos del estereotipo de podredumbre y vício con el que siempre cargaron. Ésa fue su mayor virtud.

DOBLE CUERPO (1984)

La obsesión hitchconiana de Brian De Palma alcanzó su cenit en este homenaje híbrido inspirado libremente en dos de las obras magnas del director inglés: “La Ventana Indiscreta” y “Vértigo”. Exuberante, desvengonzado, excesivo, su mimetización con el genio llegó al punto de hacer suyas las trampas de Hitch e incurrir en los mismos frecuentes errores de guión y racord tan frecuentes en su cine.

Un actor de segunda en paro que se ve obligado a recurrir a trabajos basura para subsistir, siente en primera persona la fascinación ejercida por el mal. La obsesión de un crimen presenciado en la distancia del voyeur terminará por encaminar sus pasos hacia el subterraneo mundo triple X de la recien nacida era del vídeo. Es ahí donde De Palma se chufla de la industria, al presentar a su reverso hardcore como un reflejo cercano, poseedor de su propio star system, de sistemas de producción perfectamente confundibles con los de su hermano rico y un circo mediático autóctono tan ensimismado por su propio ombligo como el que rodea a las estrellas hollywoodienses. Una trepidante obra maestra de vocación trash que aturde con una provocación enfocada a todos los niveles.

INSERTS (1984)

El oficio de francotirador cinematográfico se parece tanto al de director de cine porno que bien podría confundirse. El primero rueda con vocación y sin dinero películas que pocos verán en busca de reconocimiento. El segundo firma una cinta que verán miles de personas que jamás reconocerán el haberlo hecho y su nombre aparece (no siempre) en los créditos de la cinta pero resulta invisible para aquellos que sólo desean ver carne. John Byrum, ilustre miembro del primer gremio, entendió el dilema y se propuso contar la historia del rodaje de un loop porno en la América de los años 30. Barajó con maestría conceptos vampíricos como la droga y la propia adicción al sexo, mezclándolos con el intimismo de la decepción y el hastío, para conseguir una obra redonda en la que se examina el proceso creativo a través de un género cuya regla de oro consiste precisamente en reprimirlo. Una pesadilla comparable conceptualmente al “Arrebato” de Zulueta. Una joya a rescatar que puede provocar profundas cefaleas al espectador medio. Avisados están.

LO IMPORTANTE ES AMAR (1975)

O la pornografía utilizada como metáfora para enfrentarlo al románticismo más desgarrado. Andrzej Zulawski deja de lado a la industria para filmar el particular descenso a los infiernos de una actriz venida a menos (Romy Schneider) que se ve obligada a participar en rodajes porno para sobrevivir. El destino unirá su camino con el de un fotógrafo (Fabio Testi) en plena crisis existencial tras la muerte de un amigo. Junto a él iniciará una apasionada historia de amor que tendrá al débil marido de ella como omnipresente testigo. Tratándose del director de origen polaco, la razón carece de sentido y son los sentimientos más desatados los que inundan la pantalla. Sin recurrir a estúpidos moralismos, Zulawski deja entrever su desdén por la pornografía. Para él, lo importante es amar y el porno supone la supresión de todo sentimiento en favor de una automatizada carnalidad que todo lo corrompe al no hallarse el afecto de por medio. Las desgarradas lágrimas de la Schneider al ser fotografiada mientras hace el amor con un extraño evidencian unas intenciones que en ningún momento se presentan encriptadas. Un puñetazo en el bajo vientre que tal vez encontró un destinatario inesperado.

HARDCORE, UN MUNDO OCULTO (1979)

Como buen calvinista, Paul Schrader resistió los golpes lanzados contra su película de modo estoico. Reaccionario, fascistoide, racista… el viaje de un padre en busca de hija, devorada por el submundo del porno le acarreó tales adjetivos y no pocos insultos. Su pecado puede ser el sensacionalismo, ese regusto por la sordidez extrema que se registra tras cada paso de su protagonista durante su odisea angelina, pero jamás ninguno de aquellos. Schrader se pateó los barrios más degradados de Los Angeles durante meses para contar después lo que vio. Se limitó a lo estético para mostrar a chulos negros abofeteando a prostitutas adolescentes blancas recien salidas de una granja de Kansas que al llegar a la ciudad de los sueños vieron los suyos desaparecer. Espió a babeantes cincuentones introduciendo dólares en escotes de strippers. Hizo la calle con las putas de cinco dólares siguiendo sus andares quebrados por la heroína. Protegido por su aura de superioridad moral, hace que su protagonista se introduzca en el entramado azul tras la pista de su perdida hija. El conocimiento de primera mano del universo oculto y los seres que lo habitan le humanizará, siendo entonces consciente de la angustia de su hija, comprendiendo los motivos que le llevaron a fugarse de la cerrada sociedad del medio oeste en la que creció para entregarse al primero que le ofreció comprensión y ternura.

Nada se dejó Schrader en la manga para ilustrar su viaje. Todo el muestrario de perversiones (incluido lo enfermizo, llámenlo snuff movies) aparece en su doloroso metraje. Tal vez sea su acomodaticio final su único hándicap. La rumorología insiste en atribuirle a “Hardcore” un final impuesto por la productora, señalando que el desenlace soñado por Schrader sustituía el feliz reencuentro de padre e hija por el desdén de ésta, al ser localizada, eligiendo quedarse con los tipos que la explotan (su “autentica” familia) a regresar con su padre al lugar en el que fue tan desdichada. Y lo cierto es que ese final encaja con Schrader como un condón XXXL en la herramienta de trabajo de Johnny Holmes.

Décadas más tarde, Joel Schumacher se inspiró putativamente en la película de Schrader para filmar la deleznable “Asesinato en 8 mm”. Sordidez de manual, moralina vergonzante y final convencional para coronar el despropósito, son excusa suficiente para apartarla de esta breve lista. Como fuera han quedado la fantasía adolescente “The Girl Next Door”, el esforzado biopic de los hermanos Mitchell filmado por Emilio Estevez “Rated X”, patochadas como “El Gurú”, ácidas sátiras a medio gas como “Orgazmo” y otras tan estimables como la argentina “Una Noche con Sabrina Love” o tan infumables como “Wonderland”. Probado queda pues que el porno no sólo alimenta las fantasía solitarias de los pornófagos anónimos. Ahora, liberados del estigma, sólo falta aplicar al cine azul el sueño que una vez proclamó Pier Paolo Pasolini: “La única libertad que entiendo es la que no tiene límites”.

Posteo publicado originalmente en Tierras de Cinefagia en 2007. El brillante trabajo gráfico es obra del Sr. Yume. La torpeza de las letras es achacable a mí.

Cuestión de Tetas: The Third Wave (and Update)…

Pues sí, vuelvo por tercera vez al posteo más exitoso que ha generado este lugar (con permiso de las estrellas porno muertas y los alegres penes). Y es que dos tetas tienen, sobre el género machuno, un poder ilimitado. Doy fe de ello (aunque no tengo), pues hace unos días, al colgar en el flickr algunas fotos que ilustrasen como son los días en el valle de San Fernándo, me encontré con una de las fotos subidas acaparando 30 vistazos antes de que estuvieran las demás cargadas. Fue cuestión de segundos, por no decir milésimas. Hubo incluso quien la marcó como favorita. Insisto en lo acertado de aquel viejo refrán de las carretas…

Para empezar, convendría echar un vistazo a este vídeo…

PULSEN AQUÍ

No, la supermodelo Heidi Klum no se ha vuelto loca. Está promocionando un evento creado para las mujeres pero pensado para los hombres. Los tipos de Victoria’s Secret no necesitaron demasiado tiempo para darse cuenta de que sus catálogos y sus desfiles son consumidos por más hombres que mujeres. La Klum sólo está dando a la audiencia lo que quiere.

Como hace Jenny McCarthy. Aquella chica playboy metida a actriz, es además muy célebre en los States gracias a sus apariciones televisivas y su mala lengua. Contó la McCarthy en una ocasión como Steven Seagal le sometió a un casting muy “especial” en la habitación de un hotel. No había asistentes, ni otras aspirantes al papel más que ella misma. De hecho, por no haber no había ni cámara. Ante la petición de que le mostrara sus pechos (se veía venir) la mosqueada McCarthy se negó. Y lo hizo a su manera: “Si quieres verme las tetas compra el Playboy”…

Por entonces, la McCarthy estaba casada con John Mallory Asher, el desgarbado rubio de la pareja de nerdies de la serie televisiva “La Chica Explosiva”. Remake para la caja tonta de la película de John Hughes. Él, metido a director, no perdía ocasión de colocar a su chica en los castings de sus películas. Ella, siempre hablaba de él con amor y respeto. Se separaron hará un año. Y hoy cobra sentido el letrero de aquella camiseta húmeda que lucía la McCarthy en un reportaje del FHM yankee…

Jenny se operó los pechos a los veintipocos años. Decía que eran tan pequeños que le hacían sentir insegura. Todo lo contrario de lo que ocurre en Japón. Allí lo pequeño manda. Están obsesionados con las cosas diminutas (por algo será). Así que, al ver este vídeo, se puede acusar a los chicos de “Family Guy” de cualquier cosa menos de faltar a la verdad…

En occidente no tenemos tantos prejuicios. Al contrario, cuanto más grande mejor. La mujeres de pecho generoso son tan veneradas como en lo fueron en la prehistoria. Y si enseñan sus protuberancias mucho mejor. En ese sentido las estrellas porno juegan con ventaja. Alimentan fantasías a través de un cristal y no tienen por qué justificarse. Simplemente hacen felices a sus fans. Por ello, no faltan las convenciones “adultas” en la que aparecen unas cuantas vistiendo su uniforme de trabajo…

Y es que dice la ciencia que la mujer soltera utiliza los escotes para atraer al macho (casi) siempre en celo. Sea o no cierto, lo que si parece verdad es que las mujeres con matrimonios infelices suelen olvidar la función de los sostenes. Y prefiero mirar hacia otra parte al ver a Katie Holmes, señora de Cruise, sin sostén y a lo loco…

En las versiones gordas de la foto, se puede ver la línea de sus senos e incluso la aureola del pezón. También se la ve muy desmejorada. ¿Le dará Tommy mala vida?

Sin problemas en el campo de la buena vida parece desenvolverse Uma Thurman…

Además del clon de Boris Becker morreándose por detrás y del tipo con gafas (¿Fisher Stevens?) señalando el balconazo de la Thurman, esta foto se hizo tremendamente popular a causa del estado etílico de la rubia actriz. En plan bíblico, sólo añadiré que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Y se podría empezar con el militar canadiense que sigue con suma atención el discurso de una reportera televisiva…

Eso es concentración, sí señor. Con diez tipos como éste nuestras fronteras están seguras. Si le llegan a preguntar qué estaba diciendo la reportera, seguro que hubiera contestado: ¡¡pezón!!

Y es concentración la cuestión principal si eres tenista. El noble deporte que inventaran los ingleses en el siglo XIX requiere de mucha concentración, potencia, colocación… y no tanto un buen escote como el que luce con frecuencia la tenista Bethany Mattek. Demasiado para un recogepelotas en plena efervescencia sexual…

Ella parecía buscar cierta complicidad tras perder un punto y se encontró con un escáner completo al que se vio sometida. Después del partido, la foto levantó una polvareda semejante a la que lo hizo su colega Elena Dementieva en el Master de Madrid de 2006, cuando acusó a un recogepelotas de estar mirándole el culo durante el partido. Como consecuencia, se prohibió a los chicos de pista que mirasen a las tenistas en el trascurso de los puntos. Y si quieren hacerlo, que se vayan a la grada, que al público no le prohíben mirar… todavía.

Los instintos son difíciles de controlar, la verdad. Y es que, si eres un hombre es ver una teta y ponerse a babear. Todo lo contrario de lo que le ocurrió a Andy Rodick al ver a un paparazzi haciéndole fotos a él y a su entonces novia, la actriz Mandy Moore…

Ahí está, agarrándole el pecho izquierdo como el que dice: “Esto es mío, qué pasa”. Y no se pierdan la expresión de ella, pero que coño hace este tío style. Andy nunca será el sucesor de John McEnroe, pero a juzgar por su vida fuera de pistas podría serlo de Lorenzo Lamas.

Hay momentos buenos, hay momentos malos y hay momentos para el desbarre. Chewbacca lo tiene claro, casi tanto como Carrie Fisher, propietaria de un saludable y destroyer sentido del humor. Ambos se unieron para gastar esta broma durante el rodaje de la segunda entrega de “Star Wars”.

Tanta tensión sexual no resuelta con Han Solo y resultó que aquello de donde hay pelo hay alegría era cierto.

Y aunque las frases hechas suelen chirriar, no lo hacen tanto como los cuellos de los espectadores (principalmente masculinos) de la ceremonia de premios ShoAwards celebrada en Las Vegas el pasado jueves, cuando el vestido de Katherine Heigl amenazó con venirse abajo.

Al final aguantó milagrosamente y la contemplación de lo que en los States llaman Mount Heigl siguió siendo privilegio de su afortunado marido, Josh Kelley.

Aunque seguro que el tipo más afortunado del mundo se sintió el sedicioso señor que babea ante el escote de Scarlett Johansson en la entrada de un pretérito estreno…

Dijo no hace mucho tiempo la Johansson, poco dada a los convencionalismos políticamente correctos, que sus pechos son la parte de su anatomía de la que se siente más orgullosa. De hecho, aseguró que su marido, el también actor Ryan Reynolds, es incapaz de dormir sin tenerlos a mano. Supongo que, como dijo el marido de Christina Hendricks saliendo en su defensa tras ser considerada una chica demasiado grande por cierto modisto, se enamoró de ella y dio la casualidad de que las tetas venían en el lote. Siempre estuve seguro de que el amor es lo único con capacidad para cegar.

En fin, que mi incorrecta y con seguridad mal entendida trilogía dedicada a los pechos femeninos termina aquí. Y lo hago recordando una frase de Manuel Vázquez Montalbán que no conviene olvidar: «Lo más profundo en el sexo es la piel».

Y fin.

La Otra División «Azul»…

Tal y como ocurre con el cine convencional, triunfar en los States es el gran anhelo de todo actor del cine azul. El conseguirlo garantiza mejores condiciones de trabajo, sueldos más abultados y una proyección a nivel internacional que las endebles industrias patrias no pueden garantizar más que a un puñado de afortunados. Sin embargo, cuajar en un mercado tan competitivo y en continua mutación como es el americano no resulta fácil siquiera para los que allí llegan avalados por el estrellato en sus respectivos países. De hecho, muchas de las veneradas estrellas europeas tan sólo recogieron indiferencia en su paso por el valle de San Fernando.

La escasa química transmitida por unas, caso de la bella francesa Laure Sainclair, a quien se trató de lanzar en el mercado estadounidense apoyada por una fuerte campaña de marketing que incluyó un rodaje junto a la gran estrella del momento, Jenna Jameson, o el de la fallecida superestrella italiana Moana Pozzi, quien no consiguió, pese al notable apoyo recibido (que incluyó rodajes con maestros del género como Gerard Damiano y Alex de Renzy), no consiguió despertar entre el americano medio el fervor logrado entre sus compatriotas. En otras ocasiones fueron los problemas de adaptación a otra cultura y medios de producción más exigentes los que provocaron que estrellas que sí gozaban del favor del onanísta anónimo yankee se decidieran a producir sus películas en sus países de origen. Caso de la totémica alemana Kelly Trump o de la poderosa inglesa Sarah Young.

Entre los numerosos nombres europeos que pueden presumir de haber triunfado en la cuna del porno destacan los de la holandesa Zara Whites, la avispada francesa Rebecca Lord y el gran mogul del porno Rocco Siffredi. Pero es la escasa legión española la que merece ser revisada por lo variado y atípico de los casos que la componen.

Por supuesto, es Nacho Vidal el gran referente cuando se trata de porno con acento español. Porque aunque hoy nadie lo recuerde, el tipo al que le resulta imposible introducir su miembro en estado de erección dentro de un vaso largo, el hombre que ha traspasado la excluyente barrera del porno para situar su nombre en programas televisivos del mundillo rosa, el barcelonés que fue legionario, matón de discoteca y mil trabajos basura más, comenzó su carrera azul de la mano del pionero del porno hispano José María Ponce. Fue él quien guió sus primeros e inseguros pasos en una serie de producciones de bajo presupuesto en los que siempre se repetían los mismos nombres y caras (en ocasiones, se rodaban simultaneamente hasta tres películas distintas para abaratar costes). En 1998, de la mano de Rocco Siffredi, Vidal llegó al valle de San Fernando con su novia Jazmine de una mano y grandes expectativas del otro. Un año más tarde ya era venerado por los aficionados del género como el nuevo mesías del hardcore.

No siempre se es tan afortunado, sin embargo. La catalana Eva Morales (Igualada, 1976), desembarcó en la ciudad de Los Angeles en 2001 tras una intensa carrera en el porno patrio. Considerada una de las primeras estrellas nacionales, el atractivo de la aventura americana le llevó a rodar una docena de películas durante los meses que su visado le permitió residir en los States. Los vídeos que filmó tuvieron escasa repercusión y su alabada técnica oral no consiguió que su racial físico latino opacase a las siliconadas rubias locales. Tras su breve periplo regresó a España sin que casi nadie supiese de las huellas dejadas en tierras californianas.

Otra catalana, María de Sánchez, fue más afortunada. Ella fue la primera estrella femenina del porno español. La primera en recibir campañas publicitarias destinadas a difundir su nombre e imagen. Tras participar en producciones del gigante sueco PRIVATE, rodar bajo las órdenes del gran pope del porno italiano, Mario Salieri, e intervenir en varias producciones de la potente industria alemana, María de Sánchez provó fortuna en los States a finales de los noventa junto a su novio, el francés Olivier Sánchez. Y si bien, al igual que Eva Morales, la barcelonesa logró escapar de las producciones en las que se encallisan a las actrices latinas pese a su tez morena y rasgos mediterraneos, no consiguió arraigar entre los productores americanos. Regresaría poco más tarde, con una treintena de películas que sumar a su filmografía, para retirarse del negocio al poco tiempo.

Suerte dispar corrió la sección andaluza compuesta por la gaditana Carmen Vera y la sevillana Alba del Monte. La primera, amparada en papeles habitualmente secundarios, logró un sólido reconocimiento a nivel local que se vio refrendado en su intermitente carrera americana. Durante cinco años viajó puntualmente al país del tío Sam para rodar una media de 130 películas durante la vigencia del famoso visado trimestal. La segunda, bellísima sevillana a la que se trató de lanzar como nueva estrella local, nunca pareció tener clara su vocación dentro de el mundillo X. Su corta carrera californiana no pasó de lo anécdotico.

En el caso de los chicos, destaca con firmeza el catalán Toni Ribas. Habitual escudero de Nacho Vidal, Ribas fue introducido por éste en el mercado americano en el que se afianzó sin apenas hacer ruido. Hoy día mantiene, con aceptable éxito, su propia línea de películas dirigidas y protagonizadas por él mismo, intercalando apariciones entre Europa y América.

Pero al hablar de la otra división azul española, hay dos nombres que por sus particulares circunstancias merecen una consideración especial: Bella-Maria Wolf y Avy Lee Roth.

De Bella-Maria Wolf apenas nada se sabe. Se discute incluso su origen; algunos situan su lugar de nacimiento en Barcelona. Otros lo hacen en Ibiza, lugar en el que, en cualquier caso, se sabe creció. Lo cierto es que esta bellísima morena de cuerpo infartante apareció en el mapa azul en 2002. Tenía entonces 21 años, si bien su edad también es objeto de disputa. Sin alcanzar nunca el estátus de estrella del género, la ibicenca se convirtió en un rostro conocido por los consumidores habituales de porno gracias a la voraz “actitud” (eso tan valorado por cualquier pornófago) desplegada en cada una de sus “performances”. Sin hacerle ascos a ninguna variante del sexo más duro, con el tiempo trató de encarrilar su carrera hacia producciones menos asperas, pero el papel de contract girl no estaba reservado para ella. Transcurridos tres años desde su ingreso en la industria, siempre evitando las cuestiones personales o cualquier dato que proporcionase pistas sobre su vida privada, se marchó como llegó: sin dejar rastro… Todo lo contrario que la mayor estrella nacida en Iberia que ha rodado porno en los States: Avy Lee Roth.

A Purificación Navas siempre le quedó pequeño el pueblo extremeño de Almendralejo en el que creció. Aficionada a la literatura, el heavy metal y el esoterismo, la imagen de Jim Morrison adornó la cabecera de su cama durante su adolescencia. Pronto decidió partir del pueblo rumbo a Madrid, su ciudad de nacimiento. Ya en la capital, su caracter abierto y afable le proporcionó un primer empleo como go-go y poco más tarde como relaciones públicas en una conocida discoteca frecuentada por lo más granado del showbiz músical local, entre ellos, Mario Vaquerizo. La inmediata simpatía que el cantante y manager sintió por aquella menuda chica morena de mareantes curvas que se hacía llamar Candy Love, le llevó a proponerle ser bailarina de Fangoria. Poco más tarde nacía Calmate Candy, experiencia musical creada expresamente para ella que teloneó exitosamente al grupo de Alaska durante algún tiempo. Pero las inquietudes de Puri/Candy iban más allá. En 2003, tras ver una obra representada por la escuela de teatro Recabarren, Candy Love anunciaba a sus conocidos que se marchaba a Los Angeles para probar suerte en la meca del cine (para convertirse en groupie de sus bandas de metal favoritas, según algunos). No se supo más de ella.

Un año más tarde, un pequeño terremoto sacudió la castigada ciudad de Los Angeles: una tal Avy Lee Roth reclamaba ser hija putativa del cantante David Lee Roth. Una pequeña chica morena de aspecto inequivocamente latino apareció en varios programas de televisión y radio locales asegurando que su existencia era fruto del fugaz encuentro entre el cantante de Van Halen y una mujer española. La repercusión fue mínima dada la poca credibilidad del relato de la supuesta hija. Pero el objetivo, probablemente planificado por su agente, estaba cumplido: había logrado sus cinco minutos de fama que le permitirían introducirse en el mundillo azul con un cierto caché además de hacerlo acompañada de una pequeña legión de morbosos fans ávidos por comprobar las habilidades sexuales de aquella falsa hija de rockero famoso.

Cuatro años de aventura americana le han deparado en torno a 130 películas, un número similar de apariciones en páginas web de contenido pornográfico, un matrimonio fracasado con un rockero (bravo por ella, consiguió su objetivo), varios affaires con pequeñas celebridades televisivas (caso de Dizzle, del reality “Inked”), severos problemas con las drogas, una nominación para los AVN Awards (algo así como los Oscar del porno) y una larga ristra de rendidos fans que asistieron impotentes a su anuncio de retirada en el año 2005. Afortunadamente para ellos, hoy, dos años después, Avy continúa rodando e insiste en proclamarse hija putativa de David Lee Roth, causa para la que le surgen inesperadas aliadas como Brenna Lee Roth, hija (parece que real) del rockero, que en una entrevista concedida al cronista del mundo azul Luke Ford, se refirió a ella como “mi hermana”, seguramente buscando azuzar las brasas de una historia muerta en beneficio propio. De hecho, no se queda ahí su afinidad con la extremeña: Brenna luce en su hombro un tatuaje identico al de Avy.

Esta es su historia. La curiosa historia de la que ha sido mayor estrella femenina española instalada en la meca azul. Al menos hasta que una menuda donostiarra llamada Rebecca Linares apareció en escena arrasando con todo a su paso. Pero esa es otra historia…

Posteo publicado originalmente en Tierras de Cinefágia en 2007. Las letras son mías. El diseño de las fotografías es mérito brillante y único de su gestor: el Señor Yume.

Cuando las apariencias no engañan…

En mayo de 2003 se realizó el pase de prensa de “The Brown Bunny”, película dirigida por Vincent Gallo. Ocurrió en Cannes, durante la celebración de su famoso festival. Poco importa que la película fuese recibida con abucheos y abandonos en masa de la sala. Lo realmente importante acaecido aquel día fue la confirmación de que los muros que separaban la pornografía del cine convencional habían caído definitivamente: Chloë Sevigny, una actriz mainstream de renombre, además de nominada al Oscar, había filmado una escena de sexo explícito.

En realidad, el cine convencional llevaba años transgrediendo esos límites desde que la película japonesa “El Imperio de los Sentidos” filmara una escena de sexo oral no simulado. Si bien, la calificación X estigmatizó la película de Oshima, limitando su distribuición del mismo modo que lo sufrieron sus contemporáneas “La Naranja Mecánica” o “El Último Tango en París”.

Superado el shock causado entre mojigatos y reaccionarios de todo pelaje, algunos directores, caso de Michael Winterbottom en “9 Songs”, llegó a incluir una innecesaria eyaculación en la cinta. Puro ejercicio onanístico que nada aporta a la trama más allá del candoroso rubor producido en algún espectador desprevenido.

Lo explícito, habitualmente relegado al cine azul, se ha instalado con tal fuerza dentro del mainstream que se corre el riesgo de olvidar que en el origen de todo esto se halla un tipo enclenque de rostro afilado que atendía al nombre de Will Hays.

Sin llegar a los extremos de hoy día, en los albores del cine, la ausencia de reglas se constituyó como la principal regla a seguir. Abundaban las escenas de orgías; los desnudos eran habituales incluso entre las grandes estrellas, caso de Clara Bow o Lya de Putti (se llamaba así, yo no tengo la culpa). Demasiado desenfreno para una puritana América aún lejos de estar preparada para todo aquello. Fue sin embargo un suceso real el precipitó los acontecimientos: el asesinato, en el marco de una enloquecida fiesta, de Virgina Rappe a manos (supuestamente) de una de las grandes estrellas de la época: Roscoe “Fatty” Arbuckle.

El hecho de que Arbuckle terminase siendo absuelto, gracias a las malas artes de sus abogados, no impidió que la industria decidiese lavar su imagen recurriendo al puritano Hays, quien diseñó un código de conducta seguido a rajatabla durante las décadas que siguieron. Así pues, los directores se vieron obligados a usar la imaginación para mostrar todo aquello que el código consideraba inmoral. Y sabido es que la imaginación, en casos de extrema necesidad, no entiende de límites.

He aquí una pequeña selección de sugerentes imágenes que demuestran cómo lo subliminal superó lo explícito en muchas ocasiones…

CLARO QUE EL TAMAÑO IMPORTA

En “Space Balls” (1987), Mel Brooks escenificó la eterna batalla del ego masculino representado para la ocasión por un diminuto émulo del Darth Vader de “Star Wars” y un mercenario espacial que bien podría pasar por un Han Solo con baja estima. El resultado arrojó frases para la eternidad como:

“La mía es más grande que la tuya”

La obsesiva relación entre el hombre y su falo pocas veces fue mejor retratada. Adorable…

Aunque las explícitas poses de Dolph Lundgrem en “Masters of the Universe” no tienen nada que envidiar a la parodia ideada por Mel. En esta ocasión la espada oficia de poderoso atributo viril amenazando, con su descomunal tamaño, a todos aquellos que osen plantarle cara. Lo mejor: los duelos contra los malos malosos, equipados todos ellos con espadines tan pequeños como palillos. Inolvidable la socarrona actitud de He-Man al enfrentarse a sus enemigos, como quien dice: “Bah… pichacortas a mí”.

Sí, como lo ven. Así se las gastaba la Cleopatra de “Cuidado con Cleopatra” (Carry on Cleo, 1964), una más de aquella serie de “comedias” británicas que se perpetraron bajo el logo “Carry on…”.

Parece que Cleopatra (Amanda Barrie), no pierde el tiempo, y durante uno de sus famosos baños de leche de burra aprovecha para estrujar una fálica mazorca en una metáfora que por evidente (palabros clave: forma fálica, tamaño descomunal y leche a borbotones) resulta tan burda como cabía exigir a los subproductos salidos con aquella denominación, dirigidos siempre a un público con paladar de lija que confirma aquella afirmación de Luis Antonio de Villena: “Yo creía que las clases medias-bajas españolas eran bastas hasta que viajé a Inglaterra”.

Pero si hay un fetiche recurrente es el de los uniformes. En “Joystick”, película dirigida por Greydon Clark en 1983, se mezcló con lo fálico para hacer realidad la más popular fantasía del universo femenino.

El entusiasmo de la actriz resulta elocuente. La actitud sobrada del poli de pega, también…

Finalmente en “Los Rompecocos” (Screwballs, 1983) la escena en la que un gigantesco y bamboleante perrito caliente golpea los traseros de dos camareras afanadas en colocar un cartel publicitario se comenta sola y en dos puntos:

a) el rol de mujer objeto está lejos de quedar atrás en la psique masculina.

y b) la falsedad de la recurrida frase “el tamaño no importa” se muestra en toda su crudeza para desgracia de legiones de compradores de aparatos “alarga-penes”.

OBSESIÓN ORAL

En 1956, Elia Kazan causó un no tan pequeño terremoto con “Baby Doll”. Lejos de ser una de sus mejores películas, sí que se encuentra entre las que más revuelo provocaron al narrar la historia de un matrimonio de conveniencia entre una adolescente y un cincuentón. El hecho de que fuese una práctica habitual en el sur de los States aún en aquella época, la convirtió en un éxito taquillero gracias al inherente morbo que este tipo de historias provocan en toda sociedad puritana.

Kazan se las apañó para burlar a los censores colando diversos planos en los que Carroll Baker se introduce el pulgar en la boca; gesto que, unido al aspecto aniñado de la actriz, contribuyó a multiplicar el eco escandaloso de la película dotándole de un fino velo de refrescante amoralidad que provocó úlceras en más de una liga de la decencia.

Si bien el director no se detuvo ahí en sus insinuaciones. La escena en la que una embobada Baker lame un helado de vainilla mientras observa a su maduro marido forma parte de la antología de imágenes subliminales que algún censor torpe no supo o no quiso ver. Tal vez porque, durante su visionado, estaba ocupado en otra cosa…

Erotómano exquisito, Paul Schrader filmó una de las escenas más sensuales de la época sin necesidad de mostrar más piel de la necesaria.

Ya sin el agobio de la censura encima, simbolizó la obsesión oral con el aparentemente inocente gesto que le dedica un chico de alquiler (Richard Gere) a una sumisa clienta en la irregular pero imprescindible “American Gigolo” (1980).

Y hablando de sutilezas…

Pocas cosas divertían más a Stanley Kubrick que infringir las normas. Su acentuado perfil hijoputil, siempre deseoso de provocar reacciones encontradas, se manifestó en toda su gloria durante la adaptación de “Lolita”, la gran novela del escritor ruso Vladimir Nabokov.

Primero mintió al escritor, tras darle a entender que mantendría el tono despreciable que Nabokov infundió a Humbert en la novela, terminó por convertirle en poco menos que un héroe trágico. Después eligió a Sue Lyon para interpretar el papel de la nínfula, a sabiendas de que el aspecto adolescente de la actriz provocaría estupor. Finalmente, esculpió las fantasías de Humbert en planos aparentemente inocentes; como las gafas de sol con forma de corazón y la piruleta gigante que ella lame lentamente mientras observa a su padrastro, dejando que sus ojos escapen de los marcos de cristal en un claro signo de juguetona ambigüedad por parte de Lolita.

Ni que decir tiene que Adrian Lyne repitió la jugada (de un modo más directo) en el remake filmado en 1997. Esta vez con Dominique Swain en el papel de la maliciosa adolescente.

No podía faltar, por supuesto, el símbolo fálico por excelencia: el plátano. La fruta del amor.

En “Sangre en la tumba de la momia” de Michael Carreras, se utilizó el viejo recurso de la banana para insinuar lo evidente. La variante a destacar, en esta ocasión, fue lo ambiguo de la situación, al compartir un hombre y una mujer tan preciado bocado.

No pregunten quién mordisqueó el pedazo de fruta que falta. Piensen mal y acertarán…

Como pueden apreciar más abajo, a los integrantes del equipo de la película japonesa “Kawaii”, tampoco les faltaba su ración diaria de potasio…

Y es que una dieta equilibrada es fundamental.

De un modo tan gráfico como la última imagen, pero yendo aún más lejos, se presenta la película italiana “Il Bacio”, dirigida por Mario Lanfranchi en el lejano 1974.

Sexo oral y zoofilia de una tacada. No es de extrañar que la expresión de la actriz refleje más miedo que excitación. Que está acojonada, vamos. Normal. Digo yo que se les habría acabado las bananas y alguien debió decir: “¿Y por qué no probamos con una serpiente?”… Qué majo, él.

Más mérito tiene Luis Buñuel, quien en 1930 se atrevió con felaciones tan explícitas como la incluida en “La Edad de Oro”…

Curiosamente la película, escandalosa, por supuesto, fue atacada más por sus múltiples referencias anticlericales que por los juegos bucales de sus protagonistas. Será que por una vez la iglesia decidió dejar de proteger nuestra alma impura para proteger sus mullidos culos. Imagino que el contexto de la época favoreció la segunda opción.

También Catherine Deneuve cedió su apetecible lengua a la causa. Y tuvo que ser el viejo sátiro de Marco Ferreri quien la convenciera de realizar tan generoso gesto.

Con ese afán lamedor demostraba la Deneuve su adoración por Marcello Mastroianni en “La Cagna”. Teniendo en cuenta que por aquella época eran pareja en la vida real, imagino que el rodaje de esta secuencia no le supuso problema alguno a la bella actriz francesa.

Pero si hay una escena mítica en el mundo del cine subliminal, es ésta…

La felación que Marlon Brando dedicó a una zanahoria en “Missouri” (Arthur Penn, 1976) con objeto de seducir a un incauto Jack Nicholson no tiene parangón.

Brando, sumido ya en su época todo me importa una mierda, reveló unas inusitadas habilidades bucales que explican en parte su gran éxito entre el género no únicamente femenino. Qué arte, Dios. Ni Linda “garganta profunda” Lovelace habría superado tal exhibición…

LO QUE VEN ES LO QUE HAY

Así es. Lo que ven es lo que hay. La sutileza a un lado.

En “Adiós al macho” (1977) Marco Ferreri no se molestó demasiado a la hora de escenificar que el futuro de la humanidad pasa por ser femenino plural. Y para ello pateó el salami de Gerard Depardieu sin miramientos, utilizando para ello a un grupo de mujeres deseosas de hacerle ver quien manda ahora en el corral.

Mucho más comedido fue Delbert Mann en “Suave como visón” (1962).

En ella, la eterna virgen Doris Day, se las ve y se las desea para mantener su virgo intacto de las viciosas intenciones que el sexo opuesto reserva para ella. Incluso aunque el otro lado esté representado por el rey de los seductores: el mismísimo Cary Grant.

Comedia sin gracia resuelta con desgana, lo más destacable de la cinta quizás sea la imagen en la que Grant, armado de una botella (evidente símbolo fálico) amenaza la virginidad de una indefensa Day.

Qué sutil. Aunque bastante más que la referencia que le dedicó el maestro Frank Tashlin a las celebérrimas ubres de Jayne Mansfield en “La Chica no Puede Remediarlo”.

Blanco y en botella: leche. Sobran los comentarios.

En fin. Es todo…

Y Cuestión de Penes…

Enhorabuena, tras más de cien entradas (digo bien, cien) en mi blog en busca de «penes bellos», hoy una señora o un señor de Palencia será feliz. Recupero el viejo posteo que dediqué en su día al popular apéndice que tanto entusiasmo despierta. Disfrútenlo…

En contra de lo que proclama el tópico más recurrido, son muchos los actores que se han desnudado frente a una cámara. Entre ellos, ha habido estrellas y megaestrellas, a solas y en grupo, orgullosos y arrepentidos de haberlo hecho. Tal es el caso de Robert de Niro y Gerard Depardieu, con los que da comienzo este tórrido posteo.

PRÓLOGO

Antes de comenzar el repaso de hombres sin mallas, conviene recordar el caso más conocido de arrepentimiento tras mostrar su epidermis ante una cámara. Muy amargo, así fue el arrepentimiento que causó en la oscarizada Helen Mirren el haber participado en el rodaje de “Caligula” de Tinto Brass. Ella, que nunca tuvo reparos en mostrar su espléndido cuerpo desnudo, se sumió en una profunda depresión tras comprobar como el productor Bob Guccione (mandamás de la revista “Penthouse”) había remontado la película del director italiano convirtiéndola en una especie de péplum softporn que incluía escenas de sexo explícito. Tras comprobar con sus abogados la imposibilidad de retirar su huella de aquel mítico desastre, la Mirren se limitó a renegar de su participación en el biopic guarro del sátrapa emperador romano. Curiosamente, y es que el tiempo todo lo cura, la actriz inglesa no tuvo reparo alguno en participar en el fake trailer “Trailer for a Remake of Gore Vidal’s Caligula“, excelente presentación, dirigida por Francesco Vezzoli, de una improbable continuación de la película maldita que dirigió (y de la que también renegó) ese sátiro entre sátiros que es Tinto Brass.

LOS ARREPENTIDOS

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Esta larga introducción viene a cuento de la batalla entablada (años después del estreno de la peli) tanto por Gerard Depardieu como por Bobby de Niro a la hora de tratar de retirar una escena de masturbación dual que una meretriz epiléptica les ejecuta en el monumental fresco histórico “Novecento”.

No se pierdan el contraste entre la expresión de gilipollas feliz de Bobby…

… y la de monaguillo en éxtasis de Depardieu…

Finalmente, el asunto se resolvió en nada, que Bertulucci tiene espaldas para soportar mucha más presión de la que pueda ser ejercida tanto por la superestrella hollywoodiense como por el compulsivo comedor de queso nacido para interpretar a Obelix.

Y LOS ORGULLOSOS

Se necesitaría todo el espacio virtual para recoger el bando de los felices y contentos con sus escenas en bolas pues, afortunadamente, la mojigatería siempre perderá la batalla de la carne. Entre los más activos a la hora de mostrar sus atributos a todo aquel que quiera verlos, se haya Harvey Keitel. De hecho, he perdido la cuenta de las ocasiones en las que ha paseado su desnudez por la pantalla plateada. Pero como tengo que elegir una y no pienso recurrir a la manida escena de “El Piano” (sí, ya sé que es pura poesía y sexo metafórico pero a mí me aburre tanto como la película) les muestro la terrible escena de “Teniente Corrupto”, dirigida por Abel Ferrara, en la que muestra toda la envilecida miseria de su personaje despojada de cualquier tipo de máscara.

Tan degradado como Keitel se presentó el hoy estelar Viggo Mortensen en “Extraño Vínculo de Sangre” (The Indian Runner), ópera prima como director de Sean Penn en la que se echó mano de una canción del Boss (“Highway Patrolman”) para construir la historia de un inadaptado incapaz de asumir su rol de oveja negra social.

Curioso es que una película que en su día pasó desapercibida sea, desde el estreno de la saga del anillo, una de las más solicitadas en videoclubs y televisiones por cable de los States.

Otro sex symbol, más joven y morboso, es Jonathan Rhys-Meyers. El que fuese votado hombre más sexy del Reino Unido (pese a ser irlandés) el pasado año, junto con Robbie Williams, también se desnudó en los albores de su carrera artística. Ocurrió en “La Institutriz”, inocuo folletón de época cuyo único legado para el recuerdo me temo será esta gratuita exhibición del actor.

Y si nada aporta el generoso gesto de Rhys-Meyer a tan fofa película, menos aún ofreció la imagen del veterano Richard Harris y sus gayumbos a “Your Ticket is not Longer Valid”, extraño melodrama con tintes sexuales en el que Harris no se cortó a la hora de mostrar su aún robusto cuerpo pese a lo incipiente de su senectud.

Otro que carece de prejuicios es Leo DiCaprio. Según chismorreos varios, al actor le encanta pasearse desnudo por casa (casa ajena en muchas ocasiones). En su faceta artística, enfocada a convertirle en estrella desde que era un crío, le resulta más complicado mostrar esa vena exhibicionista. Tuvo que ser Martin Scorsese el que, amparado por la penumbra eso sí, mostrase a sus legiones de fans las suaves formas de su cuerpo cuasi femenino en “El Aviador”.

Sí, imagino lo que cualquier fémina (y no pocos varones) estarán pensando al ver esta escena: culo veo, culo quiero. Pues no deberían expresar su deseo hasta haber visto a el gran Sean Connery.

Agudicen la vista y diríjanla hacia la zona inginal.

Así, armado cual periscopio de submarino nuclear, fue filmado Sean Connery en “Sólo se vive dos veces”, una entrega más de las aventuras de 007 ambientada esta vez en Japón. Ahora ya saben de dónde sacó Spielberg el eslogan publicitario de “Tiburón”: La amenaza acecha bajo el agua.

Al parecer en la versión de celuloide la imagen es inapreciable gracias a las turbulencias del agua, pero ahí estaba la tecnología digital para alegrar el día a millones de fans que seguro ahora entenderán el porqué de su bien ganada fama como semental.

Para finalizar les dejo con el desnudo de uno de los hombres más bellos (a juicio de ellas y ellos) que ha asomado su rostro por una pantalla: Helmut Berger.

Solitaria ducha del actor austriaco, inspiración y amante del gran Luchino Visconti, que sirvió como regalo postumo hacia su mentor.

Sin embargo, una consulta efectuada a finales del pasado siglo entre mujeres de toda edad y nacionalidad demostró que a ellas la desnudez no les inspira tanto como el juego de la seducción. La escena considerada más sensual por el género femenino fue el baile de Kim Novak y William Holden en un embarcadero bajo las notas de “Moonglow”.

La versión opuesta, la masculina, se decantó por la sirénida imagen de Ursula Andress emergiendo cual Venus de las aguas en “Agente 007 contra el Dr. No”, primera entrega de la serie Bond.

Es curioso, ninguna de las dos escenas contiene desnudos. Y es que a veces la distancia que nos separa es menor de la que imaginamos.

Dead Porn Stars…

Continúo con el repaso más limpio que el cine sucio recibió jamás.

Una de las líneas de búsqueda más frecuentes en Google es “Dead Porn Stars”. El viejo mito de Eros y Tánatos. Sea como fuere, la muerte y el sexo siempre estuvieron unidos. Más allá de los concursos de poesía en los que nunca faltan relamidas referencias al orgasmo (como me gusta el recurrido: “Morí dentro de ti”) y del morbo puro y (nunca mejor dicho) duro, son los suicidas los que se llevan la palma a la hora de ser reverenciados por una masa no siempre compuesta por aficionados al mundo del cine azul.

Uno de los casos más conocidos es el de Shannon Wilsey, más conocida por su nombre de guerra, Savannah.

Groupie vocacional, la lista de rockeros que la conoció carnalmente podría cubrir cuadernos completos. Vince Neil, Billy Idol, Axl Rose, Marky Mark (Mark Wahlberg) y David Lee Roth, entre otros muchos, la usaron a tiempo parcial. Pero fue Slash, guitarrista de Gun ‘n Roses, quien la hizo creer que para él era algo más que una simple diversión. Cuando, como era de esperar, Slash se cansó de masturbarse con el cuerpo de la rubia californiana, Shannon cayó un una espiral autodestructiva (problemas financieros, drogas y un extraño accidente de coche que marcó su perfecto rostro) que concluyó la madrugada del 11 de julio de 1994 con una semi-automática apuntando a su sien. Murió nueve horas más tarde en un hospital angelino.

El mismo método fue el elegido por Randy Layne Potes, alias Cal Jammer, actor porno muy activo a principios de los noventa.

En su caso, fue su caracter depresivo el que le empujó a dar el paso fatal. Bud Lee, quien le dirigió en varias ocasiones, puso el epitafio a tan corta y desgraciada vida: “Era un hombre extraño. Apenas se relacionaba con nadie. En una ocasión, durante un rodaje, cortó una escena para ir al baño. Media hora después, preocupados porque no regresaba, fuimos a buscarle pensando que se estaría colocando. No fue así. Le encontramos tirado en el suelo, llorando”.

Se voló la cabeza en la casa de su ex-esposa, Adrianne Moore, también actriz porno, que, tras la muerte de su marido (y por ahogar penas, supongo), terminó por convertirse en una de las grandes estrellas de la década bajo el nombre de Jill Kelly.

Con un carácter similar al de Randy, Elena Behm trató de contrarrestarlo con dosis de inocente  locura. Por ello, cuando su agente le preguntó por qué nombre le gustaría ser conocida en el mundillo azul, ella lo consideró un juego y eligió el que tantas veces había escuchado siendo niña: Anastasia (Blue).

Y realmente parecía una pequeña princesa de rubia y menuda belleza aniñada. Siempre se sintió atraída por los extraviados como ella. Sin embargo, cada una de sus desastrosas relaciones las mantuvo con caraduras que la utilizaron sin recato. El detonante llegó cuando conoció a Scotty Schwartz, el niño prodigo que llegó a compartir cabeza de cartel con Richard Pryor («Su Juguete Favorito») antes de caer en desgracia al cambiarle la voz.

Con Schwartz, vivió un dramática relación basada en el desprecio y los malos tratos que él siempre le dispensó. De hecho, al romper su relación, ella le definió como piece of shit. Desencantada por su traumática experiencia, Elena abandonó Los Angeles rumbo a una nueva vida en el estado de Washington.

Pero allí tampoco fue feliz. El 19 de julio de 2008 los viejos fantasmas aparecieron de nuevo. Y esta vez, Elena tenía una caja de Tylenol demasiado cerca.

Todo el mundo quería trabajar con Missy. Se decía que sus  performances eran salvajes. Que se entregaba en cada arqueo de su cuerpo y movimiento de su boca. Aquella antigua enfermera era la sensación del cine azul de mediados de los noventa.

Nació en Burbank (California) de nombre Maria Christina. Ya de adolescente mantuvo una relación desenfadada y demitificadora con el sexo, lo que le valió ser apodada como «la zorra del instituto», cosa a ella siempre le divirtió.

«Los hombres son tan inseguros. Piensan de que lo único que nos atrae de ellos son unos musculos marcados y una actitud fuerte, cuando es todo lo contrario.»

Aún muy joven, se casó con Mickey G., quien la introdujo en el mundillo a través de una serie de cintas caseras que impresionaron a los jerifaltes de la industria hard. Sin embargo, en el año 2001 todo cambio. Su habitual sonrisa chispeante se enroscó. Un mes de abril, anunció su retiro a causa de «un bloqueo mental» para arrojarse en manos de grupos cristianos ortodoxos que le exigieron no volver a tener sexo con nadie jamás.

El 29 de septiembre de 2008 dejó de respirar. Los miembros de la congregación a la que pertenecía, se esforzaron en hacer saber que aquello había sido un desgraciado accidente. Sin embargo, su hermano dejó entrever, en su página de MySpace,  que se había quitado la vida voluntariamente. Qué triste final para tanto brillo.

Un método similar para decir adiós fue el elegido por Marilyn Chambers hace pocos días. Probablemente, la mayor estrella surgida del mundo azul.

Hija de un ejecutivo publicitario de Providence, Marilyn Briggs (su nombre real) siempre se sintió atraida por el mundo de las lentejuelas. Su ansia por ser modelo se encontró con la oposición de sus padres durante su adolescencia. Por ello, cumplidos los 18 años se marchó a California en busca de la contracultura y la psicodelia que por entonces se imponía.

Sus primeros años en San Francisco transcurrieron entre el humo de la marihuana que fumaba junto a su novio y las noches como camarera en un bar topless. Aquel trabajo basura le permitió subsistir hasta que en 1970 consiguió un pequeño papel en «La Gatita y el Búho», de Herbert Ross. Un pequeño éxito que sirvió para espolearla hasta que, cansada de optar a papeles que siempre interpretaban otras, aceptó participar en una de aquellas cintas de educación sexual tan habituales en los años setenta.

Trabajó como modelo y llegó a ser relativamente popular gracias al anuncio del jabón Ivory Snow. Trabajos que le permitieron sobrevivir hasta que un día se decidió a  contestar un anuncio de prensa que solicitaba aspirantes para un papel en una película que se titularía «Tras la puerta verde». Sus directores, los hermanos Mitchell, fascinados por el candor de la Chambers, le ofrecieron el papel protagonista que ella rechazó en un primer momento. La última oferta de los hermanos (2.500 dólares y un porcentaje de la hipotética taquilla) tampoco la convenció hasta que Jim Mitchell le dijo que aquella película haría historia con o sin ella. Entonces aceptó con la condición de poder elegir a sus compañeros de rodaje.

El pasado 12 de abril, su hija McKenna encontró su cuerpo sin vida en la casa prefabricada en la que vivía. No dejó nota de despedida. Tal vez, su mejor epitafio sea aquello que dijo en una ocasión:

«Todo el mundo se desnuda y hace el amor en su vida diaria. No veo el motivo por el que debería sentirme avergonzada»

La única presencia europea en este monográfico es ella…

Se trata de la francesa, Karen Bach (Karen Lancaume); eXpectacular chica morena que protagonizó “Base Moi”, uno de esos habituales “escándalos” coyunturales que brinda el cine comercial.

A principios de 2005 visitó a unos amigos parisinos. Apareció muerta la mañana siguiente, víctima de una sobredosis al parecer intencionada. A falta de un regalo con que agasajar a sus anfitriones, les dejó una nota de despedida en la que garabateó un simple: “Trop pénible”…

Demasiado doloroso, sí. Nadie dijo que fuera fácil.

Megan Leigh, preciosa y rubia actriz muy popular en los años ochenta, fue más críptica a la hora de decir adiós.

Eternamente atormentada por la desaprovación materna a su estilo de vida, gastó todo el dinero conseguido durante sus años como actriz porno en la compra de una suntuosa casa valorada en medio millón de dólares. Una vez hubo terminado todos los trámites, a principios de junio de 1990, envió las llaves a su madre y compró una Beretta de segunda mano con el dinero restante. Su cuerpo fue encontrado pocos días más tarde, el 16 de junio, junto a una nota de despedida en la que, además de pedir perdón a su madre una y otra vez, divagaba acerca de irresolubles problemas personales y sentimentales.

Según parece, su madre no rechazó el presente.

Y si el mundo está lleno de hipócritas, también lo está de insatisfechos.

Chester Anuszak, más conocido como Jon Dough, nunca pareció tener bastante. En una entrevista, incluida en una de sus primeras películas, se adelantó en el tiempo al Lester Burnham de “American Beauty”: “Cuando era un adolescente fantaseaba con hacermelo con las chicas que aparecian en las películas porno que escondía mi padre. Pero ahora sé que todo eso no era más que una mentira. Disfrutaba más entonces, masturbandome, que ahora, follando con una chica distinta cada día. Para mí, el mejor momento del día es cuando vuelvo a casa abro una cerveza y veo deportes por televisión”. La fantasía de Al Bundy hecha realidad. Si bien, esa supuesta apatía con relación al sexo no le impidió cubrir una longeva carrera de más de veinte años.

Finalmente, sus problemas con las drogas terminaron por ganarle la batalla. Una sobredosis se lo llevó la noche del 27 de agosto de 2006. Fue metódico en su hora final; dejó dos cartas: una para su esposa y otra para su hija de cuatro años, que no podrá abrir hasta haber cumplido la mayoría de edad.

Alex Jordan, pizpireta actriz de principios de los noventa, era conocida por su carácter alegre y desenfadado. Por ello, por inesperada, su muerte conmocionó a la familia azul un 2 de julio de 2005.

Amaneció ahorcada en un armario de su casa californiana. No se encontraron notas de despedida ni se hallaron indicios de las motivaciones que la llevaron a su personal cadalso. Por esa razón, se especuló con un posible asesinato que nunca pudo demostrarse.

El mismo halo de misterio envolvió la extraña muerte de Megan Serbian, rebautizada para el universo hardcore como Naughtia Childs.

El siete de enero de 2002, Serbian practicó el vuelo libre lanzandose desde el cuarto piso de un edificio de apartamentos de L.A. Oficialmente, se atribuyó su acción al LSD que la actriz consumía en aquel instante junto a unos amigos. Sin embargo, la investigación policial determinó que el punto de caida del cuerpo no se correspondía con el impulso que supuestamente debió tomar para efectuar su salto final. Ante la falta de pruebas el caso se cerró, pese a los esfuerzos de un detective del LAPD que siguió investigando por su cuenta, apiadado por las ansias de justicia de los padres de Megan.

Lo cierto, a día de hoy, es que los tipos que la acompañaban en el día fatídico, todos ellos relacionados con el mundo del rap angelino (mundo en el que ella estaba involucrada como productora y ocasional cantante), quedaron en libertad sin cargos.

Pero fue la muerte de Colleen Applegate la que marcó para siempre a la industria azul.

Hay una escena en “Tierra Prometida”, descorazonadora película sobre sueños rotos dirigida por el otrora prometedor Michael Hoffman, en la que un débil Kiefer Sutherland vuelve a su pueblo natal convertido en camello de baratillo. Se fue de aquel perdido agujero del interior de los States como un recién licenciado repleto de ilusiones, y regresó del brazo de una prostituta deslenguada (Meg Ryan). La escena en cuestión ocurre la noche antes de llegar al pueblo. Ryan se encierra en el baño durante horas, provocando la intranquilidad de Sutherland. Al salir, ha recortado su pelo y eliminado el tinte que lo cubría. Al día siguiente, dejará su top demasiado escotado y su minifalda de cuero en el armario para comprar lo que ella define como un traje decente con el que presentarse ante sus suegros.

La misma escena debió ocurrir la noche previa al día de Acción de Gracias de 1983, cuando Colleen Applegate, ahora convertida en Shauna Grant, regresó a su conservador pueblo natal del brazo de su novio, Bobby Hollander, productor pornográfico que la superaba veinte años en edad. Eliminó el carmín de su rostro, además de cualquier otro rastro de maquillaje, se vistió como si fuese a asistir a una ceremonia religiosa e insistió a su novio de que hiciera lo propio. De poco sirvió, pues su familia la recibió con la frialdad propia del desterrado.

Para más inri, durante su visita sus fotos porno fueron exhibidas ante su puerta por los garrulos locales, provocando una situación insostenible que degeneró en una visita abortada a las pocas horas de ser iniciada.

Colleen Marie Applegate nació en Bellflower (California) en el seno de una conservadora y católica familia de clase media. Poco tiempo después, sus padres se mudaron a Farmington (Minnesota), lugar en el que creció como modélica estudiante y cheerleader del equipo de football del instituto local. Desde su adolescencia, su eterea belleza no pasó desapercibida, como tampoco lo hicieron sus constantes problemas emocionales (protagonizó un intento de suicidio a los quince años). Su estancia en el pequeño pueblo del medio-oeste no se alargaría por mucho tiempo; pocos días después de lograr su mayoría de edad, se fugó con su novio en busca de una nueva vida en Los Angeles.

Una vez en California, los problemas para conseguir empleo llevaron a Colleen a posar para revistas masculinas. Primer paso que la llevaría a sumergirse de lleno en el emergente mundo del porno de principios de los ochenta.

Convertida en estrella en tiempo record merced a su deslumbrante físico, su popularidad creció hasta el punto de compartir estrado con Francis Ford Coppola (oh, viejo sátiro) en la entrega de los premios del cine para adultos de 1983. Por entonces, la embriagadora corriente que la envolvía era demasiado intensa para su frágil equilibrio emocional, lo que terminó por dirigir sus pasos hacia la cocaina, de la cual, se dice, consumía tremebundas cantidades diarias. Solía presentarse en los rodajes colocada, siempre acompañada de un pequeño frasco color rosa repleto de polvo blanco. Tal fue la magnitud de su adicción que sus compañeros de trabajo la apodaron “Applecoke”.

A sus perennes problemas de conciencia, derivados de su fe católica y la mala relación con su familia, se sumó, poco más tarde, una destructiva relación con el actor Jamie Gillis, basada en juegos sadomasoquistas y mentales que terminaron por desequilibrar su siempre inestable mente.

En diciembre de 1983, un año después de su llegada al universo azul, Shauna Grant anunciaba su retiro, asqueada, según sus propias palabras, con el mundo del porno. Sin embargo, su caracter autodestructivo y su complejo de Electra siguieron funcionando. Inició una relación con Jake Ehrlich, camello de poca monta, veinticuatro años mayor que ella. Su degradación, tanto física como mental, se aceleró culminando la madrugada del 21 de marzo de 1984. Una carabina del calibre 22 hizo el resto. Sólo unos días antes, sus padres habían respondido a su llamada de auxilio ofreciéndole costearle un tratamiento de desintoxicación, además de unos estudios universitarios que nunca llegó a cursar.

Fue enterrada en la iglesia católica de St. Michael, en la ciudad que la vio crecer, Farmington. Ningún miembro del mundo del porno asistió a su funeral.

Su muerte provocó una demonización inmediata del submundo del hardcore. La administración Reagan endureció su acoso, provocando el cierre de muchas productoras. La opinión pública se indigno ante el relato (adulterado) de su triste vida en varios documentales y en una película para la televisión (“Shattered Inocence”) que explotaron su figura tanto o más de lo que lo hizo el mundo del porno.

En una de las múltiples páginas web dedicadas a su memoria, se afirma que la última frase escrita en su diario personal fue “Sólo quería que alguien me quisiera…”. Sea o no real dicha frase, Colleen consiguió su objetivo de modo indirecto, pues se cuentan por cientos de miles los pornográfos, mitómanos y pajilleros varios que se declaran platónicamente enamorados de ella ahora que no está.

Y lo cierto es que raro es el día en que la sobria lápida que decora su tumba amanezca sin una flor recien cortada postrada en su regazo.

El posteo me ha quedado largo de narices. Mis disculpas.

Mi Novia es una Estrella del Porno…

Segunda entrega de la serie de cuatro artículos sobre la trastienda del mundo del porno que escribí para las «Tierras de Cinefagia» del Sr. Yume. El excelente trabajo gráfico es obra suya. La torpeza de las letras son cosa mía…

Mucho tiempo antes de que el cine azul fuese aceptado por las masas, cuando ser estrella del porno suponía un estigma en lugar de un lustroso título, el hecho de mantener una relación con alguien relacionado con el mundillo del hard solía ocultarse a familiares, amigos y, en el caso de los famosos clase A, a la mirada pública. Y es que la aristocracia hollywoodiense nunca pudo ocultar su fascinación por el mundillo azul y las gentes que lo habitan.

Al margen de lo autóctono (y casposo), osease, ése (ahora famoso) periodista deportivo que presume de pornonovia previo pago en todo programa rosa que le reclame, ha sido Tinseltown el lugar que ha producido las mejores historias entre estrellas de dos mundos tan dispares como cercanos al tiempo.

Probablemente la más famosa de esas historias sea la que unió a Charlie Sheen (portentoso putero, hijo de Martin Sheen y actor ocasional si se tercia) con la superestrella porno de los ochenta, Ginger Lynn, durante cinco tumultuosos años. Su relación recogió todo el manual de lo que se supone debe ser una historia de este calibre: juegos sexuales extremos, drogas (Martin Sheen acusó a Lynn de convertir a su hijo en cocainómano, bendita ignorancia la suya…), abusos alcohólicos y broncas en público. También hubo turbias rupturas y continuas reconciliaciones para disgusto de la familia Sheen. El encoñamiento de Charlie con la que fuera primera chica Vivid (algo así como ser estrella de la Metro en los cuarenta), llegó al punto regalarle pequeños papeles en las películas en las que intervenía (caso de “Arma Joven 2”) por tenerla a su lado durante las jornadas de rodaje lejos de L.A. Y así fue hasta que finalmente la relación se rompió de modo abrupto y poco amistoso en 1995. Pero, no. Charlie no aprendió la lección… Años más tarde sería una estrella porno llamada Chloe Jones, antigua modelo erótica reconvertida al mundo azul, la causa de que su matrimonio con Denise Richards se fuera a pique. Poco tiempo después, Jones moriría trágicamente debido a una sobredosis. Tras su muerte, la madre de la modelo acusó a Sheen de haber introducido a su hija en el mundo de las drogas, llegando a presentar una demanda civil contra él.

Similar a la historia de Charlie es la que envolvió a su compadre Kiefer Sutherland con la totémica pornstar Raven, paralelamente a la relación que entonces mantenía el actor con Julia Roberts. De hecho, se rumoreó en su día que la faraónica boda prevista entre las dos estrellas de los noventa se fue al traste al ser informada la Roberts de cómo pasaba sus tardes su prometido. Si bien, el detonante de la ruptura fue de lo menos pecaminoso. Pocos días antes de la ceremonia, Sutherland fue visto por una amiga de la Roberts mientras disfrutaba de un día de asueto en Disneylandia, en compañía de Raven y el hijo de ésta. Al parecer, la atracción sexual que Kiefer sentía por la actriz porno era demasiado intensa.

Fue precisamente una fuerte atracción sexual la que hizo que el viejo sátiro Bruce Willis se dejara ver en público en compañía de la morbosa Alisha Klass. Ella, eXpectacular bellezón de pasado trágico (su padre asesinó a su madre para dirigir la pistola hacia su propia sien a continuación, todo ello cuando Klass contaba apenas dos años) consiguió nublar la razón del actor durante meses para más tarde, una vez rota la relación, airear secretos de alcoba en diferentes publicaciones sensacionalistas de los States. Bruce debería saber que nunca se debe confiar en alguien que luce el nombre de su mentor en el mundillo azul (Seymore Butts) en un enorme tatuaje situado en su rabadilla. En cualquier caso, el bagaje final de la relación dejó dos ganadores: Klass consiguió sus cinco minutos de fama (papelito en la película de Wayne Wang, “The Center of the World”, incluido), además de un buen fajo de dólares gracias a sus indiscrepciones. A Willis, por su parte, que le quiten lo “bailao”.

En la misma senda habría que situar a Alfonso Ribeiro (sí, el primo Carlton de “El Príncipe de Bel-Air”), quien tras romper recientemente su matrimonio con la actriz Robin Staple, ha sido visto en varios saraos ángelinos acompañado de la starlett y nueva sensación del hardcore californiano, Ashlynn Brooke. Para que luego digan que el primo Carlton (o el tío que se comió al primo Carlton, a juzgar por las fotos) no sabe montarselo…

Pero desde luego que el acceso a la carne del circuito azul no está limitado a los hombres. Pocos son los casos de mujeres famosas relacionadas con actores porno, pero haberlos, hailos… Es el caso de la scream queen y modelo erótica, Nikki Fritz (vista en impagables series Z como “Dinosaur Island”) , quien puede presumir de feliz matrimonio con la leyenda del porno ochentero (y doble de Van Gaal), Jonathan Morgan.

Otros casos serían el no confirmado romance entre la playmate y actriz Karen McDougal y Lexington Steele, el hombre que haría palidecer de envidia al mismísimo John Holmes y sus 35 centímetros de leyenda, y el matrimonio formado por la turbadora modelo danesa Jeannette Dyrkjaer (también conocida como Jeannette Starion) y su marido, la estrella porno vintage Ray Victory, justamente apodado como El Dios de Ébano, gracias a su portensa musculatura moldeada a golpe de esteroide.

Curiosamente, la modelo danesa terminaría probando suerte en el mundillo al rodar una treintena de pornos bajo el seudónimo de Jean Africque en los que únicamente rodó con su marido como partenaire.

Los escarceos entre Hollywood y San Fernando Valley se cuentan por miles, pero son pocos los que logran salir a la luz y tienen un final feliz. Hace años, Linda Lovelace ejercitó nuevamente su prodigiosa y profunda garganta al proclamar haberse acostado con deportistas, políticos y actores, pese a no citar nombre alguno.

Por su parte, Jenna Jameson, una de las mayores estrellas mediáticas salida del mundo azul, no tuvo reparo alguno en citar algunos nombres conocidos en su incendiaria biografía, entre ellos los de Tommy Lee, Marilyn Manson y Dave Navarro. La lujuria por una parte y el dinero, sumado al ansia de fama por la otra, son los principales detonadores de esta relación fatal. Aunque toda regla debe tener su excepción y ésta un nombre: el de Jason Harvey.

El hermano feo y cabrón de Kevin Arnold en el hito televisivo de los noventa “Aquellos Maravillosos Años”, conoció a Shannon Marie Flack en una fiesta celebrada en Malibú. Ya no se separaría de ella. Ni siquiera cuándo descubrió que la recauchutada chica de Iowa que le había encandilado se trataba de Angel Hart, la gran promesa del porno americano de la segunda mitad de los noventa. Después, ella se retiró del negocio con apenas una docena de películas rodadas dejando colgado a su mentor, John T. Boone, y a una millonaria campaña publicitaria destinada a convertirla en estrella. Harvey, por su parte, vio derivar lentamente su estrella interpretativa, lastrada por su cara de ceporro, hacia el campo de la producción. Se casaron en 1998. Dos años más tarde, Angel dio a luz a los gemelos Shaina y Samuel, a los que seguirían dos retoños más. Hoy día, la que fuera gran promesa del hardcore se dedica a vender su propia línea de ropa hortera para amas de casa maduras a través de la marca MYLF, creada por ella misma. Ya dijo Lynch que el mundo es un lugar extraño.

Famosos y Porno…

Posteo escrito por mí y editado por el Sr. Yume (el mérito del trabajo gráfico es todo suyo) para ser publicado en su blog «Tierras de Cinefagia» hace muchos meses…

Desde que Stanley Kubrick considerara, allá por los sesenta, la posiblidad de filmar una película pornográfica protagonizada por estrellas de Hollywood, la fantasía de ver a rostros famosos en pleno acto sexual ha acompañado los pensamientos más morbosos de cualquier hijo de vecino. Dejando al margen los múltiples vídeos caseros de famosetes de todo pelaje que circulan por la red, no deja de ser sorprendente la considerable cantidad de rostros más o menos conocidos que han probado suerte en la industria azul. Ya fuera un pecado de juventud perpetrado para pagar el alquiler, un recurso desesperado por conseguir llamar la atención perdida, o el último escalón en la caída a los infiernos de una antigua estrella televisiva, lo cierto es que se cuentan por docenas los casos de famosos que han mostrado al mundo la flor de su secreto. Éstas son algunas de sus historias…

Pocos son los que no han echado un vistazo al vídeo casero que Pam Anderson y Tommy Lee filmaron durante su luna de miel. Fue un vídeo robado, como robados fueron otros que llegaron más tarde. Sin embargo, en el universo de los vídeos caseros, como en el del documental, también existen los vídeos falsamente robados, osease, aquellos filmados y comercializados con el consentimiento del interesado a cambio de una ración de dólares.

Entre ellos se encuentra el filmado por Dustin Diamond (sí, el lamentable Screech Powers de «Salvados por la Campana”), quien, forzado por una penosa situación económica que amenazaba con embargar su casa, decidió contratar a un par de prostitutas y filmar un casposo vídeo casero titulado con un oportuno “Saved by the Smell”, que sirviese para aliviar su desecada cuenta corriente.

En la misma línea de actores infantiles caídos en desgracia cabría situar a Jaimee Foxworth. La que interpretara a la hija pequeña del matrimonio Winslow en la sitcom “Family Matters”, vio reducido su papel paulatinamente hasta desaparecer por completo 53 episodios más adelante. Lo que siguió fue una adolescencia marcada por la depresión, el alcoholismo y las drogas tras decidir un juez que todo el dinero obtenido durante su permanencia en la serie (alrededor de medio millón de dólares) podría ser utilizado por sus padres para esquivar la bancarrota familiar. No se supo más de ella hasta que en el año 2000 reapareció camuflada bajo el pseudónimo de Crave en una serie de películas pornográficas de línea étnica. Abandonaría la industria azul poco más tarde, con apenas nueve películas filmadas, tras reconciliarse con su madre públicamente en el programa de Ophra. Pero éso forma parte de otro tipo de pornografía.

De las motivaciones que llevaron a Scotty Schwartz a introducirse en el mundo azul, poco se sabe. Tras convertirse en un rostro popular en los ochenta al protagonizar la entrañable “Historias de Navidad” de Bob Clark y el vehículo a mayor gloria de Richard Pryor “Su Juguete Favorito”, Schwartz desapareció para emerger mediados los noventa como protagonista de la cinta triple X “Scotty’s X-rated Adventures”, vídeo en el que mostraba limitadas actitudes para el género pese a ser apadrinado en su alternativa hard por la gran estrella del momento, Juli Ashton. Pese al decepcionante debut, la industria no se olvidó de él, proporcionandole multitud de papeles sin contenido sexual a lo largo de los años siguientes, AVN Award (Oscar azul) incluído. En 1998, tras romper el agitado romance que mantenía desde hacía años con la pornstar Anastasia Blue, abandonó el Valle de San Fernando para no volver. Hoy día reniega de su pasado porno mientras trata de reinsertarse en el mainstream hollywoodiense. Otra estrella infantil reconvertida en estrella porno fue Holly Sampson. Tras aparecer en las series “Mis Dos Padres”, “Matlock” y en la película de culto adolescente “Pump up the Volume”, consiguió cierta celebridad al interpretar a la novia de verano de Kevin Arnold en “Aquellos Maravillosos Años”. Tiempo en blanco después, reapareció en películas de contenido adulto no pornográficas para terminar probando suerte en el universo porno de la mano de los estétas Nick Orleans y Nicholas Steele bajo el nombre de Nicolette. No convencida por su experiencia hardcore, reaparecería dos años más tarde convertida en una más de las sucesoras de Sylvia Kristel al hacerse con el papel de Emmanuelle en una serie de películas para televisión producidas por Play Boy TV.

Dentro de la leyenda sin corroborar el caso de Austin St. George brilla con luz propia. El que fuera primer Power Ranger Rojo desapareció de escena hace años. Entonces se comenzó a especular con una hipotética carrera dentro del porno que nadie ha podido confirmar ni desmentir. En concreto, son muchos los que aseguran que se trata de Brock, estrella del porno gay habitual tanto en películas como en sitios web de contenido homosexual. A falta de confirmación, mejor dejar el rumor en cuarentena.

Pero en ocasiones la fama llega después de los escarceos. Muy conocido es el caso de Sylvester Stallone, quien protagonizó el pornete Italian Stallionacuciado por la ausencia de oportunidades que le ofrecia el cine convencional. Susan Kiger, playmate de enero del año 1977, supo esconder a la escrupulosa revista editada por Hugh Hefner su participación en la película porno “Deadly Love”, lo que le permitió firmar una breve pero fructifera carrera posterior centrada en series Z de moderado contenido erótico.

El caso de la bellísima Kristine Debell fue distinto. Aceptó protagonizar la comedia porno “Alice in Wonderland” en un momento en el que el cine X conservaba parte del halo contracultural que le fue otorgado por no pocos intelectuales de la época. Impuso como condición no participar en escenas que incluyesen penetración, limitando su aportación sexual a lo oral. Fue su primer papel delante de una cámara y su última incursión dentro del género. Después, recondujo sin problemas su carrera hacia el mainstream. Participó en innumerables series televisivas, trabajó junto a Bill Murray en “Meatballs”, se convirtió en la más bella testigo de los mamporros de Jackie Chan al coprotagonizar “La Furia de Chicago” y se coló en cada hogar estadounidense al aparecer regularmente en un popular culebrón. No estuvo mal para alguien que comenzó su carrera practicándole una felación al conejo blanco que inventara Lewis Carroll en su día.

También procedente del porno, y con restricciones en materia sexual, llegaría Michelle Bauer a convertirse en una de las más populares Scream Queens de los 80 y 90. Antes de hacer competencia a la mismísma Linney Quigley y bajo el pseudónimo de Pia Snow, Michelle Bauer protagonizó dos clásicos intocables del género: “Bad Girls” y “Café Flesh”. Pero no fue la única Scream Queen con pasado azul. Monique Gabrielle (otra Emmanuelle para sumar al pack), Julie K. Smith, Lisa Comshaw y Stacy Moran, entre otras muchas, también formaron parte de la nómina de la productora Purrfect Productions, especializada en filmar a las reinas del grito en situaciones algo más comprometidas que sus habituales Tub Parties.

Algunos prefieren ocultar su identidad a la hora de filmar sexo explícito, caso de Kelly, la hija de Jerry Van Dyke. Insigne dead porn star (suicida), cuyo fugaz paso por el porno tuvo un trágico final. Otros utilizan la efímera fama para tratar de llenar sus bolsillos mientras los quince minutos duren. John Wayne Bobbit saltó se dio a conocer tras ser castrado por su esposa Lorena. Una vez reinsertado el miembro en su lugar original quiso demostrar al mundo que aquello seguía funcionando aceptablemente. De ahí nacieron las memorables: “Frankenpenis” y “John Wayne Bobbit Uncut”. Además de una carencia total de escrupulos, el porno siempre tuvo el don de la oportunidad. Y si no que se lo pregunten a Divine Brown, prostituta afroamericana que tras ser arrestada mientras le practicaba una felación a Hugh Grant, terminó ilustrando sus notable habilidad bucal en la delirante “Sunset & Devine: The British Experience”.

Haciendo honor al espíritu americano primigenio (“Dadme a los pobres y desheredados…”), el porno todo lo acoge. Fútbolistas profesionales expulsados de la liga (Dave Nelson), leyendas del boxeo patrio acabadas (Poli Díaz), actrices en el atardecer de sus carreras (Karin Schubert, Jacy Andrews), prostitutas caseras (Kathy Willets), playmates rebeldes (Teri Weigel). Nadie le es ajeno al porno. Al menos, nadie que sea susceptible de generarle algún beneficio económico.