Una maceta en la cabeza…

Carlos Boyero no es un tipo que me caiga demasiado bien. No me atraen las estrellas mediaticas que habitan en las trastiendas, menos si saben que lo son. Tampoco me siento atraido por militancia alguna, y no han sido pocas las ocasiones en las que he leído/escuchado: «yo soy de boyero». En fin…

Sin embargo, en una ocasión leí una columna suya alejada de la crítica cinéfila en la que mezclaba los nombres de Tom Ewell, una terraza una noche de verano, una presumible vecina sexy que no sabe manejar macetas y Fernando de Rojas. Y mientras lo leía deseé que aquella maceta hubiese caído en mi terraza.

Anoche fue una de esas noches de verano que te gustaría pasar tumbado sobre el cesped mal cortado de un parque. Aquel que se sitúa frente a un hospital, propiedad de jubilados por las mañanas y de adolescentes botelloneros por las noches. Menos en verano, porque cuando el calor aprieta se mezclan por las noches, como Fernando de Rojas y Tom Ewell en la columna de Boyero. Algunos llevan sus hamacas para abrirlas frente a un grupo que parece rendir culto a las litronas situadas en el centro de un corro improvisado. Otros pasean sus pantalones abrochados cerca de las tetillas como desafiando con ellos a los pantalones cagados de los quinceañeros.

Y todo este delirio viene a cuento de que anoche intercambié el parque por «La Tentación Vive Arriba» (el mejor retrato sobre el desgaste de una pareja y el amor residual junto a «Dos en la Carretera»), película que sólo debe paladearse en verano con un vaso grande de té helado con limón al alcance de la mano y ventilador en un costado.

Una conocida anécdota sobre el rodaje cuenta que Billy Wilder, su director, se «enfadó»  con Marilyn Monroe (todo cuanto era posible enfadarse con ella) durante la filmación de la escena en la que ella baja unas escaleras en pijama. Insistió en que no debía llevar sostén por lógica y para hacer más sugerente la caída en los infiernos de la tentación de Tom Ewell. Entonces Marilyn le cogió la mano y la puso en sus pechos para que él mismo comprobase que no llevaba nada debajo. Wilder, aturdido por la situación, dijo después aquella célebre frase: «Sus pechos son como el granito y su cerebro como el queso de gruyere». Marilyn, que era extremadamente inteligente pero a lo que la mayoría captaba, ya había comenzado su deriva personal rumbo al Nembutal.

Pero el mejor momento de la película es cuando ella se detiene sobre una rendija del metro y su vestido vuela. Es entonces cuando el personaje de Ewell se revela. Ella es la fantasía que nunca podrá tener, pero que pasea de su lado. Por entonces ya está siendo infiel, aunque él no lo sepa. La infidelidad para Wilder no es una cuestión física sino emocional. El final, desolador pero en colorines, hace que el miedo y el cansancio tomen posiciones frente a la ilusión por la fantasía.

Pues bien, anoche no cayó ninguna maceta sobre mi cabeza, pero sonó el concierto para piano número dos de Rachmaninov. La maceta, pensé luego, cayó sobre mi cabeza un mes de junio de 2009, menos mal que no uso casco. Y desde entonces embobado sigo. Como siempre vamos…

Ya sé qué se siente al ser miembro de un club exclusivo…

Famosa es la cita de Groucho Marx en la que decía que jamás pertenecería a un club que le admitiese a él como socio. En mi caso, muy alejado de los elitismos, los clubes exclusivos nunca llamaron mi atención. Sin embargo, hace algunos meses tuve el privilegio de ser incluído en el selecto club +♥, creado en honor y gracias a un precioso niño que llegó al tiempo que yo a la vida de su madre, la simpar Selma. Hermanísima de la mujer que quiero.

La chapa que me acredita como miembro del club no es una chapa cualquiera, que diría mi sobrino. Ha viajado conmigo en muchas ocasiones y puede presumir de haber frecuentado lugares y personas singulares. Además, aunque seguro que no lo sabe, con esa chapa viaja él. Siempre a mi costado.

En fin, que como hoy es el cumpleaños de Selma y no se me ocurre otro modo de agradecer todo lo que ha hecho por mí desde que llegué al norte, pues aquí le dejo unas cuantas líneas escritas con tinta de mentira.

Feliz cumpleaños, hermana de Patty…

Dani Jarque que estás en los cielos…

Iker Casillas acababa de nacer cuando yo compraba una hucha rotulada con el dibujo de un niño que le decía a su padre: «Con el dinero que ahorre me llevarás a ver un partido del mundial».  Luego no ocurrió, y el mundial 82 se fue sin que viese un solo minuto más allá de la televisión.

Esta noche la justicia se ha manifestado. Es noticia, puesto que es algo que no suele ocurrir. Justicia porque en 1934 la selección española de fútbol fue apartada el campeonato del mundo por motivos políticos y aquella generación prodigiosa de jugadores vascos (Iraragorri, Lángara, Luis Regueiro) quedó para el olvido cuando estaba llamada a los más altos logros. Luego, en 1938, fue la guerra civil la que apartó a este país bastardo que casi nadie aprecia del premio de la copa Rimet, pese a que era de largo el mejor equipo del mundo. En 1950 fueron los brasileños prodigiosos los que nos dejaron fuera. En 1954, con Kubala de nuestro lado, la mano del bambino nos apartó de disputar el campeonato. En 1958 fueron los elementos. En 1962, Di Stefano, el mejor jugador de la época, que se lesionó poco antes del campeonato. En el 66 la falta de calidad intentó ser suplida por la casta pero no fue suficiente. Y así fue en 1970 y 1974 años en los que ni siquiera se disputó la fase final. En 1978, tras el célebre botellazo a Juanito en Belgrado, un error defensivo y el no gol de Cardeñosa nos dejaron fuera. En 1982 la presión estalló por el lado más débil e hicimos el ridículo. En 1986, cuando nadie daba un duro por este equipo, se colaron en cuartos hasta que los penaltys hablaron. En 1990, 1994 y 1998 las expectativas eran tan altas como decepcionante fue el resultado final. En el 2002 nos cruzamos con un árbitro inútil y los poderes fácticos que siempre favorecen al equipo local. En 2006 a Luis Aragonés se le hinchó el ego de modo superlativo y se subestimó a un adversario que aún tenía mucho que decir. Y ahora, en 2010, Dani Jarque, aquel central duro pero noble del Español de Barcelona, será conocido en todo el mundo gracias a Iniesta y a su gol agónico.

Ahora es el turno de los que quedaron por el camino. Ahora, en esta noche mágica, por fin podrán descansar.

El día que soñé que ganaba un mundial…

Vicente del Bosque es un hombre tranquilo y es esa tranquilidad, que la mayoría identifica con cachaza o sangre de horchata, la que siempre le dio fama de que nada le importa.

Tras la derrota ante Suiza en el mundial sudafricano, se escucharon las voces que aullan cuando la luna es eclipsada por las nubes. Los aficionados hacían mofas a su costa e ironizaban sobre el futuro de la selección. Escuché a un celebre periodista deportivo llamarle vago. Fue despedido del Real Madrid, dijo, porque entrenaba poco y los jugadores le habían perdido el respeto. Este periodista, de la misma cuerda de los que piensan que los generales romanos estilo Capello deben dar puñetazos en la mesa el mismo día de la toma de posesión de su cargo para demostrar quien manda, le considera blando. Y tal vez lo sea. Es blando porque del Bosque carece de un estilo propio. Los equipos que ha entrenado jugaron según los criterios de mercado. Es decir, si tengo esto jugaré de acuerdo con lo que dispongo. En otras palabras, es un gestor. A los que le acusan de no saber situar a sus hombres o de tomar prestadas tácticas ajenas se les podría contestar de un modo simple: es cierto. Porque para él lo más importante es tomar a un grupo (generalmente de divos) y convertirles en un equipo. Si yo me caigo, tú me levantas. Si aquel me golpea, tú impides que lo haga. Así de simple o de complicado.

El cuatro de diciembre de 1999, del Bosque era entrenador del Madrid tras hacerse cargo del equipo tras la destitución de John Toshack (éste sí que es un vividor, célebre es aquella rueda de prensa que dio en una piscina con un gin tonic en la mano). El equipo era un desastre y se optó por dejarlo en sus manos hasta final de temporada mientras se contrataba al entrenador de postín de turno. Aquella noche su equipo cayó en el Bernabeu ante el Zaragoza por 1 a 5. El público, indignado, abroncó a los jugadores pero no a él, un tipo de la casa que no tenía culpa de nada, pensaron. En la rueda de prensa, del Bosque apareció sereno pese a lo crispado del ambiente. Los periodistas, con la guadaña afilada, pidieron sangre y cabezas. Del Bosque les ofreció la suya: «Soy el único responsable de lo que ha ocurrido esta noche». Le mantuvieron en el cargo (paciencia, esa virtud tan poco frecuente en el Real Madrid) y terminó ganando dos Copas de Europa y dos ligas en cuatro años. Pero de todos aquellos títulos ninguna loa se le destinó a él sino a Zidane, Raúl o Figo. En junio de 2003, el día siguiente de ganar la liga, fue destituido. La derrota europea ante la Juve fue demasiado dolorosa para el «equipo galáctico». Su tiempo había pasado. Gracias por los servicios prestados pero ya no nos sirves.

Pero ahí sigue, mirando desde un acantilado a la copa del mundo, con sus manos en los bolsillos escondiéndose de las cámaras con tal de dar protagonismo a sus jugadores. Recibiendo palos en su ancha espalda. Minimizando las críticas porque «van con el cargo». Y aunque mañana pierda ahí seguirá, con su mirada triste, su timidez mal disimulada y su falsa paz interior. Sólo él sabrá que el camino hacia la meta comenzó un cuatro de diciembre diez años atrás.