La primera vez que vi un faro…

Harry: ¿Sabes lo que pienso? Que eres la chica más guapa que he conocido.

Marion: ¿En serio?

Harry: Desde la primera vez que te vi.

Marion: Qué bonito, Harry. Eso me hace sentir bien porque eso ya me lo habían dicho antes, pero no sentía nada.

Harry: ¿Por qué? ¿Creías que te tomaban el pelo?

Marion: No, no… no es eso. No sé si me tomaban el pelo y no me importa. Que lo dijeran para mí no significaba nada ¿sabes? Pero cuando tú lo dices tiene sentido.

Requiem por un sueño (2000)

 

 

Al Fondo…

De camino a Egipto hicimos escala en Madrid. Solicitamos visados sin esperanza de que nos los concedieran y sorprendentemente, una hora antes de que nuestro avión prosiguiera su camino, un funcionario español nos dio el visto bueno para pernoctar en Madrid. La única condición fue que no contactásemos con la disidencia […] No pudimos conversar con el pueblo salvo en la recepción del hotel. Allí nos encontramos con personas asustadas que insultaban a Fidel y temían una invasión cubana de España. ¡¡Pero si ni siquiera tenemos barcos!!, les contestaba. Nos encontramos con una sociedad moral e intelectualmente empobrecida. Un pueblo manso y resignado que tras años de carencias comenzaba a disfrutar de algunas comodidades materiales: autos, aparatos de televisión, electrodomésticos. La falta de libertad no es suficiente. Sin hambre no hay posibilidad de una revolución popular.

Diarios – Ernesto «Che» Guevara.

El 13 de junio de 1959, el Che visitaba España por primera vez (lo haría en dos ocasiones más). Un joven fotógrafo (César Lucas) le solicitó permiso para realizar una mítica sesión cerca de la Ciudad Universitaria. La frustración del guerrillero (palpable en las fotografías) se dio al constatar que el espíritu de la España de los años treinta había sido borrado por completo por el régimen sin que un sentimiento de revuelta lo sustituyese.

En su última y clandestina visita, en 1966 camuflado como Ramón Benitez, el Che escribió en su diario: En España todo está perdido.

 

 

Torpeza y Hoteles…

Joy y Jack entran en la habitación de un Hotel…

Jack: ¿Te gusta?

Joy: Es precioso, Jack.

Jack: Parece que has sobrevivido al viaje.

Joy: Sí, pero me vendría bien una copa. ¿Hay servicio de habitaciones?

Jack: ¿Servicio de habitaciones? Siempre creí que eso era rezar en el cuarto.

Joy: Bueno, tú puedes rezar si quieres. Yo quiero una ginebra con tónica.

Jack: ¿A… ahora?

Joy: Claro, ¿por qué no?

Jack: Ah, está bien (dirigiéndose a la puerta de la habitación)

Joy: Cariño… Puedes llamar por teléfono.

Jack: Oh, sí… ¿Dónde está? Ah, claro. ¿Servicio de habitaciones? Oíga, soy el señor Lewis. Habitación número… lo siento, me temo que he olvidado el número de habitación. Estaba distraido y… ah, ¿lo sabe? Bien. Una ginebra con tónica. Una ginebra con tónica. Eso es… dos ginebras con tónica. Dos ginebras con tónica. Exacto… Bien. Lo siento. Adiós.

Joy (riendo): Si no te gusta la tónica…

Jack: No, pero me ha entrado el pánico.

Joy: jajaja. Ven aquí…

Tierras de Penumbra (1993)

Sordo, genial y con mala hostia, como Beethoven…

«La gente me asusta. Cuando compogo lo hago para mí no para ellos».

Brian Wilson

En aquella época, 1988, la poca profundidad de mis bolsillos me obligó a hacerme con la cassette del primer trabajo en solitario de Brian Wilson en lugar del vinilo con que había soñado desde que lo vi expuesto en el escaparate de aquella tienda de discos. Más loco que nunca y aún en las malévolas manos de su psiquiatra, Wilson evocaba el sonido de los Beach Boys mezclado con letras de doble lectura y lo experimental en su primer vuelo en solitario.

Parecía un retorno firme, pero lo peor estaba por llegar a su caótica vida. En los años siguientes los problemas de sobrepeso regresaron, los abusos con la coca dejaron de ser cosa del pasado y su esquizofrenia se agudizó. Se encerró en su casa para quedarse allí mientras las nubes no abandonasen su porche.

De aquel disco prodigioso no queda mucho. «Love and Mercy», considerado un clásico, y poco más. Wilson se rodeó de un equipo técnico impecable que incluía la colaboración de otro tronado genial (a veces): Terence Trent D’arby.

Para mí, la canción del disco es «Melt Away». Es en ella donde Wilson evoca su pasado y busca sendas de escape. En su caso, una fuga siempre a medias…

Lo Bifocal…

Stéphane: ¿Hola?

Stéphanie: ¿Stéphane? ¿Estás bien? Me encanta mi poni. No puedo creer que hiciste eso por mí. ¿Cómo lo hiciste? Lamento lo que dije. Nada fue en serio. Perdóname.

Stéphane: No…

Stéphanie: ¿De acuerdo?

Stéphane: No, soy raro. Tal como dijiste.

Stéphanie: Escucha, Stéphane. Debes ser un poco más fuerte. No es atractivo para una chica ver llorar a un chico.

Stéphane: Lo sé. Es lo peor.

Stéphanie: ¿Sabes que bauticé a Dorado, el chico Poni en tu honor?

Stéphane: No… No es verdad. Ya lo tenías antes de conocernos.

Stéphanie: Qué va… Improvisé su nombre cuando lo viste por primera vez. No tenía nombre. Ahora, dime cómo lo hiciste. Dorado está galopando de verdad. Es algo irreal.

Stéphane: Bueno… Es una simple aplicación de la teoría del caos. Control del azar. Cada pata tiene un motor y se mueve atrás o adelante en función del movimiento de la otra pata. Como la vida, pero en versión simplificada. Y no se reproduce.

Stéphanie: Me alegra que vivamos en apartamentos contiguos.

Stéphane: Te… ¿Te casarías conmigo cuando cumplamos setenta años? No tienes mucho que perder.

Stéphanie: Mmm… De acuerdo.

La Ciencia del Sueño (2006)

Cuando las apariencias no engañan…

En mayo de 2003 se realizó el pase de prensa de “The Brown Bunny”, película dirigida por Vincent Gallo. Ocurrió en Cannes, durante la celebración de su famoso festival. Poco importa que la película fuese recibida con abucheos y abandonos en masa de la sala. Lo realmente importante acaecido aquel día fue la confirmación de que los muros que separaban la pornografía del cine convencional habían caído definitivamente: Chloë Sevigny, una actriz mainstream de renombre, además de nominada al Oscar, había filmado una escena de sexo explícito.

En realidad, el cine convencional llevaba años transgrediendo esos límites desde que la película japonesa “El Imperio de los Sentidos” filmara una escena de sexo oral no simulado. Si bien, la calificación X estigmatizó la película de Oshima, limitando su distribuición del mismo modo que lo sufrieron sus contemporáneas “La Naranja Mecánica” o “El Último Tango en París”.

Superado el shock causado entre mojigatos y reaccionarios de todo pelaje, algunos directores, caso de Michael Winterbottom en “9 Songs”, llegó a incluir una innecesaria eyaculación en la cinta. Puro ejercicio onanístico que nada aporta a la trama más allá del candoroso rubor producido en algún espectador desprevenido.

Lo explícito, habitualmente relegado al cine azul, se ha instalado con tal fuerza dentro del mainstream que se corre el riesgo de olvidar que en el origen de todo esto se halla un tipo enclenque de rostro afilado que atendía al nombre de Will Hays.

Sin llegar a los extremos de hoy día, en los albores del cine, la ausencia de reglas se constituyó como la principal regla a seguir. Abundaban las escenas de orgías; los desnudos eran habituales incluso entre las grandes estrellas, caso de Clara Bow o Lya de Putti (se llamaba así, yo no tengo la culpa). Demasiado desenfreno para una puritana América aún lejos de estar preparada para todo aquello. Fue sin embargo un suceso real el precipitó los acontecimientos: el asesinato, en el marco de una enloquecida fiesta, de Virgina Rappe a manos (supuestamente) de una de las grandes estrellas de la época: Roscoe “Fatty” Arbuckle.

El hecho de que Arbuckle terminase siendo absuelto, gracias a las malas artes de sus abogados, no impidió que la industria decidiese lavar su imagen recurriendo al puritano Hays, quien diseñó un código de conducta seguido a rajatabla durante las décadas que siguieron. Así pues, los directores se vieron obligados a usar la imaginación para mostrar todo aquello que el código consideraba inmoral. Y sabido es que la imaginación, en casos de extrema necesidad, no entiende de límites.

He aquí una pequeña selección de sugerentes imágenes que demuestran cómo lo subliminal superó lo explícito en muchas ocasiones…

CLARO QUE EL TAMAÑO IMPORTA

En “Space Balls” (1987), Mel Brooks escenificó la eterna batalla del ego masculino representado para la ocasión por un diminuto émulo del Darth Vader de “Star Wars” y un mercenario espacial que bien podría pasar por un Han Solo con baja estima. El resultado arrojó frases para la eternidad como:

“La mía es más grande que la tuya”

La obsesiva relación entre el hombre y su falo pocas veces fue mejor retratada. Adorable…

Aunque las explícitas poses de Dolph Lundgrem en “Masters of the Universe” no tienen nada que envidiar a la parodia ideada por Mel. En esta ocasión la espada oficia de poderoso atributo viril amenazando, con su descomunal tamaño, a todos aquellos que osen plantarle cara. Lo mejor: los duelos contra los malos malosos, equipados todos ellos con espadines tan pequeños como palillos. Inolvidable la socarrona actitud de He-Man al enfrentarse a sus enemigos, como quien dice: “Bah… pichacortas a mí”.

Sí, como lo ven. Así se las gastaba la Cleopatra de “Cuidado con Cleopatra” (Carry on Cleo, 1964), una más de aquella serie de “comedias” británicas que se perpetraron bajo el logo “Carry on…”.

Parece que Cleopatra (Amanda Barrie), no pierde el tiempo, y durante uno de sus famosos baños de leche de burra aprovecha para estrujar una fálica mazorca en una metáfora que por evidente (palabros clave: forma fálica, tamaño descomunal y leche a borbotones) resulta tan burda como cabía exigir a los subproductos salidos con aquella denominación, dirigidos siempre a un público con paladar de lija que confirma aquella afirmación de Luis Antonio de Villena: “Yo creía que las clases medias-bajas españolas eran bastas hasta que viajé a Inglaterra”.

Pero si hay un fetiche recurrente es el de los uniformes. En “Joystick”, película dirigida por Greydon Clark en 1983, se mezcló con lo fálico para hacer realidad la más popular fantasía del universo femenino.

El entusiasmo de la actriz resulta elocuente. La actitud sobrada del poli de pega, también…

Finalmente en “Los Rompecocos” (Screwballs, 1983) la escena en la que un gigantesco y bamboleante perrito caliente golpea los traseros de dos camareras afanadas en colocar un cartel publicitario se comenta sola y en dos puntos:

a) el rol de mujer objeto está lejos de quedar atrás en la psique masculina.

y b) la falsedad de la recurrida frase “el tamaño no importa” se muestra en toda su crudeza para desgracia de legiones de compradores de aparatos “alarga-penes”.

OBSESIÓN ORAL

En 1956, Elia Kazan causó un no tan pequeño terremoto con “Baby Doll”. Lejos de ser una de sus mejores películas, sí que se encuentra entre las que más revuelo provocaron al narrar la historia de un matrimonio de conveniencia entre una adolescente y un cincuentón. El hecho de que fuese una práctica habitual en el sur de los States aún en aquella época, la convirtió en un éxito taquillero gracias al inherente morbo que este tipo de historias provocan en toda sociedad puritana.

Kazan se las apañó para burlar a los censores colando diversos planos en los que Carroll Baker se introduce el pulgar en la boca; gesto que, unido al aspecto aniñado de la actriz, contribuyó a multiplicar el eco escandaloso de la película dotándole de un fino velo de refrescante amoralidad que provocó úlceras en más de una liga de la decencia.

Si bien el director no se detuvo ahí en sus insinuaciones. La escena en la que una embobada Baker lame un helado de vainilla mientras observa a su maduro marido forma parte de la antología de imágenes subliminales que algún censor torpe no supo o no quiso ver. Tal vez porque, durante su visionado, estaba ocupado en otra cosa…

Erotómano exquisito, Paul Schrader filmó una de las escenas más sensuales de la época sin necesidad de mostrar más piel de la necesaria.

Ya sin el agobio de la censura encima, simbolizó la obsesión oral con el aparentemente inocente gesto que le dedica un chico de alquiler (Richard Gere) a una sumisa clienta en la irregular pero imprescindible “American Gigolo” (1980).

Y hablando de sutilezas…

Pocas cosas divertían más a Stanley Kubrick que infringir las normas. Su acentuado perfil hijoputil, siempre deseoso de provocar reacciones encontradas, se manifestó en toda su gloria durante la adaptación de “Lolita”, la gran novela del escritor ruso Vladimir Nabokov.

Primero mintió al escritor, tras darle a entender que mantendría el tono despreciable que Nabokov infundió a Humbert en la novela, terminó por convertirle en poco menos que un héroe trágico. Después eligió a Sue Lyon para interpretar el papel de la nínfula, a sabiendas de que el aspecto adolescente de la actriz provocaría estupor. Finalmente, esculpió las fantasías de Humbert en planos aparentemente inocentes; como las gafas de sol con forma de corazón y la piruleta gigante que ella lame lentamente mientras observa a su padrastro, dejando que sus ojos escapen de los marcos de cristal en un claro signo de juguetona ambigüedad por parte de Lolita.

Ni que decir tiene que Adrian Lyne repitió la jugada (de un modo más directo) en el remake filmado en 1997. Esta vez con Dominique Swain en el papel de la maliciosa adolescente.

No podía faltar, por supuesto, el símbolo fálico por excelencia: el plátano. La fruta del amor.

En “Sangre en la tumba de la momia” de Michael Carreras, se utilizó el viejo recurso de la banana para insinuar lo evidente. La variante a destacar, en esta ocasión, fue lo ambiguo de la situación, al compartir un hombre y una mujer tan preciado bocado.

No pregunten quién mordisqueó el pedazo de fruta que falta. Piensen mal y acertarán…

Como pueden apreciar más abajo, a los integrantes del equipo de la película japonesa “Kawaii”, tampoco les faltaba su ración diaria de potasio…

Y es que una dieta equilibrada es fundamental.

De un modo tan gráfico como la última imagen, pero yendo aún más lejos, se presenta la película italiana “Il Bacio”, dirigida por Mario Lanfranchi en el lejano 1974.

Sexo oral y zoofilia de una tacada. No es de extrañar que la expresión de la actriz refleje más miedo que excitación. Que está acojonada, vamos. Normal. Digo yo que se les habría acabado las bananas y alguien debió decir: “¿Y por qué no probamos con una serpiente?”… Qué majo, él.

Más mérito tiene Luis Buñuel, quien en 1930 se atrevió con felaciones tan explícitas como la incluida en “La Edad de Oro”…

Curiosamente la película, escandalosa, por supuesto, fue atacada más por sus múltiples referencias anticlericales que por los juegos bucales de sus protagonistas. Será que por una vez la iglesia decidió dejar de proteger nuestra alma impura para proteger sus mullidos culos. Imagino que el contexto de la época favoreció la segunda opción.

También Catherine Deneuve cedió su apetecible lengua a la causa. Y tuvo que ser el viejo sátiro de Marco Ferreri quien la convenciera de realizar tan generoso gesto.

Con ese afán lamedor demostraba la Deneuve su adoración por Marcello Mastroianni en “La Cagna”. Teniendo en cuenta que por aquella época eran pareja en la vida real, imagino que el rodaje de esta secuencia no le supuso problema alguno a la bella actriz francesa.

Pero si hay una escena mítica en el mundo del cine subliminal, es ésta…

La felación que Marlon Brando dedicó a una zanahoria en “Missouri” (Arthur Penn, 1976) con objeto de seducir a un incauto Jack Nicholson no tiene parangón.

Brando, sumido ya en su época todo me importa una mierda, reveló unas inusitadas habilidades bucales que explican en parte su gran éxito entre el género no únicamente femenino. Qué arte, Dios. Ni Linda “garganta profunda” Lovelace habría superado tal exhibición…

LO QUE VEN ES LO QUE HAY

Así es. Lo que ven es lo que hay. La sutileza a un lado.

En “Adiós al macho” (1977) Marco Ferreri no se molestó demasiado a la hora de escenificar que el futuro de la humanidad pasa por ser femenino plural. Y para ello pateó el salami de Gerard Depardieu sin miramientos, utilizando para ello a un grupo de mujeres deseosas de hacerle ver quien manda ahora en el corral.

Mucho más comedido fue Delbert Mann en “Suave como visón” (1962).

En ella, la eterna virgen Doris Day, se las ve y se las desea para mantener su virgo intacto de las viciosas intenciones que el sexo opuesto reserva para ella. Incluso aunque el otro lado esté representado por el rey de los seductores: el mismísimo Cary Grant.

Comedia sin gracia resuelta con desgana, lo más destacable de la cinta quizás sea la imagen en la que Grant, armado de una botella (evidente símbolo fálico) amenaza la virginidad de una indefensa Day.

Qué sutil. Aunque bastante más que la referencia que le dedicó el maestro Frank Tashlin a las celebérrimas ubres de Jayne Mansfield en “La Chica no Puede Remediarlo”.

Blanco y en botella: leche. Sobran los comentarios.

En fin. Es todo…

Silencio…

El mundo de los que viven en el éter silencioso ha sido tratado por el cine con un respeto paternalista que los propios afectados han rechazado con frecuencia. No oír, en ocasiones, es una bendición no una tara.

Éstos son algunos de los sordos que pasaron por la pantalla de plata alguna vez…

EL MILAGRO DE ANNA SULLIVAN

Arthur Penn dirigió en 1962 la epopeya de Helen Keller y Anna Sullivan, aquella niña que se adentró en el mundo ciega, sorda y muda. Keller le mostró a Anna que no estaba sola gracias a la voluntad y al sacrificio. Y al amor, que tanto escasea. Una preciosa fábula de entrega…

NO ME CHILLES QUE NO TE VEO

El cine socarrón llevó a cabo la más hermosa de las paradojas imposibles: un ciego y un sordo amigos del alma. Todo el embrollo de la película se nutre de los equívocos y rellena los huecos con humor de lija. A pesar de ello hay momentos hermosos como cuando Gene Wilder (el sordo) tiende sus manos hacia Richard Pryor (el ciego) al creer que van a morir a manos de unos mafiosos. Y a veces las quimeras generan tales beneficios de taquilla que te hacen dudar de lo establecido.

DE FOSA EN FOSA

Ida es sordomuda y gracias a ello ha mantenido intacta la pureza de su aura en un entorno hostil que clava manos en tablones, fuerza voluntades y quiebra historias que pudieron ser y no serán. En la hermosa película eslovena lo singular es sinónimo de inocencia y belleza. Pero nadie dijo que las cosas tuviesen que ser así…

HIJOS DE UN DIOS MENOR

Oportunista y entregada al victimismo más lamentable, la película (o telefilm) dirigida por Randa Haines logró múltiples nominaciones a todo premio viviente gracias a la entregada interpretación de Marlee Matlin. Seis meses después de llenar editoriales y especiales de prensa, el tema pasó de moda. Las cosas cambian…

ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DEL CUCO

Dada la estupidez generalizada, aunque no seas sordo a veces te gustaría serlo. El tipo indio (el jefe) que pasaba sus días sentado en una esquina de aquel psiquiátrico (al fin Jack encontró el lugar que le corresponde) no era sordo pero lo deseaba con toda su alma. La libertad no se esconde tras unas pastillas sino tras una pared rota y un jardín infinito frente a ti.

SOSPECHOSO

Este thriller, que se deja ver pese a no tener demasiado que contar, juega con los falsos culpables para dar cancha a una Cher demasiado contenida para ser creible. Liam Neeson interpreta al sordomudo acusado de asesinato. Cher es su abogada, convencida de que debe evitar la inercia de los cabezas de turco. Final impactante (rebuscado y previsible) y telón.

EN COMPAÑÍA DE HOMBRES

Ya escribió Hobbes que el hombre es un lobo para el hombre. De tal modo, dos ejecutivos con demasiada mala leche y tiempo libre, deciden seducir a una oficinista sordomuda con el único objeto de burlarse de ella. Al fin y al cabo, ellos son un premio demasiado preciado para una tullida. Cuento cruel dirigido por Neil LaBute sobre la naturaleza humana.

BABEL

Chieko (Rinko Kikuchi) es una adolescente sorda en un mundo de colorines que puede ver y sonidos que no puede escuchar. Por sentirse una más dentro del juego, enseña sus bragas a compañeros de hormonas disparadas; se insinúa a jóvenes agentes de policía y se rebela contra su padre, que no sabe cómo comunicarse con ella. Mala combinación el mundo silencioso, la adolescencia y la culpa.

BELINDA

El folletín dirigido por Jean Negulesco indaga en lo que debió sentir una chica sordomuda violada por un terrateniente en los años cuarenta. Cuando tu palabra valía tanto como lo que tenías. Y, lo crean o no, setenta años después la peli sigue funcionando.

EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO

John Singer es bondadoso, inocente y desinteresado. Demasiado bueno para un mundo que no tiene en cuenta a adolescentes rebeldes ni a grabadores de plata sin oído. Su búsqueda de la felicidad pasa por obtener la felicidad de los otros. Y así le va…

Y fin…

Vidas escombradas…

Las personas escombradas amagan con saltar puentes. Isabel Coixet, en una mágica emulación, saltó su propio puente al dirigir «Mapa de los Sonidos de Tokio». Se puede achacar al cine de la Coixet de ser tremendista, hermético, vacío. Y su última película serviría como combustible para sus múltiples detractores de no ser porque las joyas no pulidas requieren del tacto del que las ve para alcanzar cierta pureza.

A «Mapa de los Sonidos de Tokio» le sobran quilates y le faltan hilvanes. Bien ideada y mal configurada, la película avanza a trompicones gracias a la asombrosa química desplegada por Sergi López y Rinko Kikuchi. Delicada mezcla actoral que dejaría la fórmula del TNT como la exposición de un simple petardo. Ellos transforman el nuevo delirio de la directora catalana en una historia de soledades diferente, aunque suene a canción ya escuchada. Siempre hay un enamorado en la sombra, alguien que quiere de un modo desesperado, alguien dispuesto a inmolarse por el otro. Siempre los hay, pero en su delicado discurso suena a nueva historia. A sexo puro, pese a (o precisamente gracias a…) desarrollarse en un Love Motel con olor a vagón de metro. A gestos desinteresados. A Mochis de fresa que embadurnan caras y sonrisas complices. A trayectos en metro jalonados por sonrisas espotáneas.

Isabel Coixet consigue, una vez más, conectar con sus incondicionales gracias a la misma trama atormentada de siempre. Los que no lo somos (incondicionales), tardamos en entrar en la historia, para después entregarnos por completo en los brazos de una asesina a sueldo que no tiene pasado, presente ni futuro. Que trabaja en un mercado de pescado por llenar días vacíos. Que límpia las tumbas de sus «ejecutados» porque no tiene más a lo que asirse.

La película es estimable, pese a los abucheos de algunos y a los entregados aplausos de otros. Es un haiku inconexo pese a las múltiples irregularidades de su guión. Una demostración más de que bajo el puente no espera nada mejor de lo que dejas atrás. Una prueba del amor que no terminó de fraguar. Otra muestra de que el sufrimiento es una constante para los que aman.