«Para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario», escribió Gil de Biedma.
Llega un momento en el que los versos que escribió Gil de Biedma cobran sentido. Ocurre cuando la soledad te conciencia de que el amor, si es real, puede ser incorpóreo. Cuando buscas el olor del otro en tus ropas. Cuando sales de la sala, tras finalizar la proyección de «Her», escoltado por los compases de la escalofriante «Some Other Place» de Arcade Fire. Y las piernas te tiemblan. Y los pasos son ahora titubeantes. Y fuera no llueve pero te gustaría que lo hiciera para correr sin motivo. Así se incrusta en ti esta obra mayor, efímera, hipster, insultantemente talentosa.
Spike Jonze se ha convertido en el último hombre. El tipo al que exigir que los proyectos imposibles se hagan realidad para quebrar nuestras almas. Sopesa cada una de sus ideas, les da forma y salta sin importar las consecuencias que tendrá su caida. Es un autor puro. Un talento nacido de la experimentación, de la sensibilidad, de la soledad que narró Gil de Biedma. Sus historias están bañadas de soledad acompañada. Habitadas por personajes que buscan sin saber lo que van a encontrar. A los que nos les importa, de hecho, qué encontrarán si es que han de encontrar algo. Cuando el horizonte se difumina no importa otra cosa más que la búsqueda en sí misma. Es el camino, siempre el camino.
Theodore (alter ego -diez años después- del Joel Barish de «Eternal Sunshine of the Spotless Mind») trabaja escribiendo cartas de amor por cuenta ajena. Un empleo en el filo de lo emocional que le mantiene permanentemente al borde del acantilado. Acaba de terminar una, intuímos dolorosa, historia de amor (¿tal vez con Clementine?) que le ha roto por dentro. Deambula por las calles de una futura ciudad de Los Angeles quemada por el sol, juega a videojuegos que le insultan, mira el reloj a las cuatro de la madrugada para comprobar que siempre amanece demasiado tarde. Entonces aparece Samantha…
Jonze podría haber jugado la carta más alta, pero decide ir con la más baja de su mano a sabiendas de que probablemente perderá. El espíritu del perdedor tiñe la pantalla desde el inicio del metraje sin olvidar ocasionales guiños debidos a Charlie Kaufman, a Miranda July, incluso al «Lost in Translation» de Sofia Coppola con la que comparte tantas cosas. Actitud hipster para perdedores con estilo. Contra todo pronóstico la historia crece, nos enamoramos, nos preocupamos y nos descorazonamos con cada decisión equivocada de Theodor que podría ser nuestra propia decisión. Nos vaciamos. Nos entregamos a una historia de amor imposible trazando líneas que la proporcionen un minuto más de vida. Para entonces, cuando se acaba la tinta del bolígrafo y las líneas dejan de extenderse, la sensación de plenitud es tal que el agotamiento emocional acude a nuestra butaca para ocupar el lugar de la desazón.
La atmósfera que Jonze imprime a sus películas es irrepetible. Como en una función teatral, las cosas ocurren una sola vez. En todas ellas, incluso en sus obras menores (de haberlas), el aire es crepuscular. Se siente un final que amenaza constantemente con alcanzarnos. El aire es ligero, no resulta fácil retener la luz y la derrota nos hace más conscientes del valor de un amanecer más. Lo suficientemente más sabios para aceptar que dos miradas que no pueden confluir logran, sin embargo, encontrarse.
Como ocurre en las películas que poseen el don, cada elemento se alinea para cristalizar el prodigio. Cada apartado, técnico y artístico, proclama que su singularidad es compatible con las de su vecino antagónico. Entre ellos destaca Joaquin Phoenix, quien compone un personaje complejo de modo conmovedor. A través de miradas, gestos y una voz vencida (véanla en versión original, por favor) construye un reino deseoso de ser invadido. La voz quebrada de Scarlett Johansson hace el resto. Testimonio de que en aquellas ruinas una vez hubo vida.
Su visión, como ocurrió en su día con «Eternal Sunshine of the Spotless Mind» me ha deslumbrado, emocionado y conducido a las honduras de la tristeza confortable. Aquella que te impulsa a contemplar amaneceres como si fueran el primero o el último. La que te impulsa a girar entre la multitud sin temor al pudor ni al vértigo. Las misma sensación que provoca que al terminar de escribir estas líneas sienta ganas de tocar la pantalla del cine con las yemas de mis dedos como aquella vez hace casi diez años…
Alex, después de leerte no me queda ninguna duda de que he de ver «Her» ,a ser posible en versión original.Si además,hay algún hilo que la conecta con «Lost in Translation»,más motivo todavía. Veo que has salido verdaderamente impactado,conozco esa sensación y no ocurre tan a menudo como quisiéramos.
Un abrazo!
Conecta sutilmente con «Lost in Translation» y con otras películas más de las que se convierte en extensión, no en copia. Un mérito más para una película emotiva hasta casi lo insoportable.
Un abrazo, Troyana!
Alex,
la vi anoche y me gustó mucho.Me parece Joaquin Phoenix está extraordinario.Creo es una historia realmente sencilla y sin embargo,personalísima en sus formas, un relato intimista de un hombre aislado,atado a la tecnología,y sin embargo,solo.Ese amor hacia Samantha de tan puro,duele,pero en cambio,sigue adoleciendo de todas las imperfecciones del amor humano: los celos,las dudas,las inseguridades,incluso el valernos de historias transitorias para recorrer una transición casi insoportable.
Siento que le debo una entrada y no tardaré mucho en dedicársela.
Por otro lado,te recomiendo que te pases por el blog de C.Noodless y/o David Amorós,porque han dejado un contraste de opiniones sobre «her» muy interesante,a favor y en contra.
Bsts
Pones el listón muy alto con eternal sunshine y Gil de Biedma y creo que me va a pasar lo que a tí con scorsese. Decepcionarse es demasiado fácil. Y más después de ver la referencia a Arcada Fiera (no, no es una errata). Ojalá me equivoque.
En mi caso vi la película sin expectativas. Los paralelismos con «Eternal Sunshine…» son meramente impresiones propias. Creo firmemente que Jonze tuvo la historia de Joel y Clementine todo el tiempo en la cabeza mientras escribía «Her», lo que no quiere decir que sea cierto…
Una gran película, Mycroft. De las que te desarman aprovechando que llevas las guardias bajas…
Conmovedora… y muy triste.
Sí que lo es, sita Ice…