Archivos Mensuales: agosto 2009
Icono…
Roschard
Diablogo…
Miles: No sé qué ocurrió, tal vez fue el vino. De repente me vi allí, un misántropo compartiendo historias en medio de un prado. Ella lo hizo posible. La vi y ya no pude separarme de su lado.
Entre Copas (2004)
Cuestión de tetas…
Cuenta Boris Izaguirre en “El armario secreto de Hitchcock” una anécdota, acaecida durante el rodaje de “Recuerda”, en la que la conocida libido del director inglés se desató como nunca.
Según parece, Ingrid Bergman solía acudir a los rodajes sin sostén, al igual que hizo Tallulah Bankhead durante el rodaje de “Naúfragos” (para solaz del equipo técnico encargado de echarle cubos de agua por encima y sin pausa). El inevitable bamboleo ejercido por la gravedad sobre busto de la actriz sueca nubló la razón del director que, en un momento dado no pudo evitar avalanzarse sobre él. Osease, (y como diría Boris) que le tocó una teta… o las dos. Este incidente, que bien le podría haber costado la carrera de haberse producido hoy día, quedó en nada gracias al caracter bondadoso de la Bergman, quien le quitó importancia al asunto dando como buena la explicación de Hitch “lo siento, no pude contenerme…”. Prueba de ello es la amistad que mantuvieron hasta la muerte del genio inglés. Bergman fue, de hecho, una de las últimas personas en verle con vida al visitarle, cuando nadie le llamaba siquiera, en su casa angelina poco después de su ochenta cumpleaños. Donald Spoto, en su monumental biografía dedicada a Hitch, recogió aquel encuentro en boca de la actriz: “Tomó mis dos manos y las lágrimas rodaron por sus mejillas, y dijo: Ingrid, voy a morirme, a lo que yo le contesté: Por supuesto que sí, todos moriremos algún día, y por un momento la lógica de todo aquello pareció hacerle sentirse más en paz”
Más conocidas son las miradas que le dedicó la Loren al escote sin fin que lució Jayne Mansfield durante una entrega de premios, allá por los cincuenta…
Qué mala es la envidia…
Pues bien, resulta que hace pocos días se entregaron los Directors Guild of America Awards. Premios a los que acudió la turbadora Leelee Sobieski con todo su poderío por delante…
Pinchen abajo y disfruten de las vistas…
La noche alcanzó su momento álgido cuando a la Sobieski le tocó el turno de entregar uno de los premios…
Al parecer, el murmullo en la sala (cosa del público masculino supongo, somos así qué le vamos a hacer) fue tal que la siguiente presentadora, la maravillosa Maria Bello, no pudo evitar hacer un chiste al respecto…
… llevandose las manos a los pechos, dijo algo así: “Lo siento señores, esto es lo que hay…”
Hay quien tiene clase, hay quien no… a la Bello le sobra. Las carcajadas que su comentario generó en la sala lo confirman.
Con esa asombrada expresión, el rapero, y actor ocasional, Puff Daddy también fue “cazado” mientras echaba una mirada al balcón de Jessica Biel. Apropiado instante para hacerlo, ya que se produjo en los momentos previos a la entrega de los Globos de Oro.
Por mi parte, sigo pensando que lo mejor de la Biel se ubica en su tramo posterior, sin olvidar su kilométrica lengua, of course.
Pero fue el caso del incontinente Stanley Tucci el que más revuelo levantó en Tinseltown en el último año. Anne Hathaway, compañera de reparto en “El Diablo Viste de Prada”, se quejó amargamente del acoso al que se sintió sometida por el actor, quien, al parecer, no quitó el ojo de sus pechos durante el rodaje de la película.
“Los miraba lascivamente a cada momento. Me dijo que estaba fascinado por mis senos. Un día, durante una escena, terminó por darme un codazo en el pecho. Entonces me giré y le dije ’Stanley, ¿podrías mantenerte alejado de mis tetas?’, a lo que él respondió ‘Qué quieres que haga, con esos melones revoloteando a mi alrededor todo el día. Es como si fuera temporada de cosecha’. Se comportó como un viejo verde.”
Finalmente, el director de la película, David Frankel, consiguió restablecer la paz y el rodaje pudo terminarse sin mayores incidentes.
Aunque… ¿Creen que Stanley aprendió la lección?
Echen una mirada a una foto de la premiere de la película y compruébenlo ustedes mismos…
Nada, que no hay remedio.
Pues eso. Otro día otra tontería.
Publicado originalmente el 13 de febrero de 2007.
Consejos para el camino…
A finales de marzo (¿o fue a principios de abril?) de 2002, recibí una llamada de teléfono minutos después de que terminase el primer capítulo de «A Dos Metros Bajo Tierra». No recuerdo qué dije, pero sí la respuesta que recibí: «Te siento raro».
Los seis minutos finales de la serie son de obligada visión cada cierto tiempo. Se trata de celebrar la vida, así de sencillo. Y se trata de sentirlo en las tripas, aunque a veces duela. Puede que por esa razón nos vemos obligados a complicarlo todo para sentir que somos dueños de nuestro destino. Y lo somos. Tal vez por esa razón casi siempre elijamos los caminos más escarpados y menos iluminados.
He sustituido la canción que suena de fondo por el «Glosoli» de Sigur Rós. Al fin y al cabo se trata de celebrar y la canción de los islandeses fue escrita para ilustrar el final de una de las más puras joyas que han adornado mis intestinos.
El Festín que nunca se dio Louis…
Transcurría tranquila la ceremonia de los Oscar de 1988 cuando llegó el turno de entregar el premio a la mejor película extranjera. La clara favorita era «Adiós Muchachos», bello canto del cisne del veterano director francés Louis Malle. Tenía todas las papeletas para conseguir el premio: era un director prestigioso, la película a concurso era emotiva (además de tener judíos y Holocausto de por medio), había rodado en los States durante casi diez años e incluso estaba casado con una estrella local (Candice Bergen). Todo estaba dispuesto para la coronación de Malle. Sin embargo, el nombre que sonó en el Shrine Auditorium aquella noche no fue el de su película sino el de «El Festín de Babette», modesta película danesa dirigida por Gabriel Axel. Entonces Malle, encabritado, tomó de la mano a su esposa (lástima de vestido que apenas pudo lucir la Bergen) y se marchó de la ceremonia soltando improperios a todo el que cruzaba su camino…
En la península de Jutlandia, dos hermanas ancianas, hijas de un pastor extremadamente rígido, se afanan por mantener viva su memoria y su legado en la pequeña comunidad en la que viven. Una noche de lluvia de junio de 1871, una extraña mujer aporrea su puerta. Se trata de Babette Hersant, parisina que huye del terror revolucionario en busca un lugar que le dé asilo. Tras explicarles, con sumos problemas, su odisea y la muerte a manos de la turba de su marido e hijo, suplica a las hermanas le presten asilo a cambio de su trabajo. Posee referencias difusas y una carta en la que se puede leer: «Babette sabe cocinar».
Pasan los años y Babette continua reservando una pequeña cantidad de dinero que envía misteriosamente a su país cada primero de mes. El año en que se celebra el centenario de la muerte del pastor padre de las hermanas, la pequeña comunidad pretende celebrarlo de modo austero, siguiendo las enseñanzas y el carácter de su guía espiritual. Poco antes, a través de la carta de un amigo, Babette se entera de que la cantidad de dinero que envía cada mes se ha convertido en 10.000 francos. Al parecer, la exiliada mantenía su abono de lotería y ahora se ha convertido en una mujer rica. Las hermanas, convencidas de que van a perderla, esperan un último gesto antes de su marcha, y éste llega en forma de convocatoria para la que será la mejor cena que aquel recóndito lugar había conocido. Durante las semanas posteriores al anuncio se sucenden la entrega de los pedidos solicitados por Babette: carretillas repletas de botellas que contienen los mejores vinos de Francia, España e Italia; patés de aromas embriagadores; especias desconocidas; lechugas de la Lombardía; caracoles normandos e incluso una tortuga viva de las Galápagos. La comunidad, anonadada, se resigna a cenar esos extraños alimentos con gran expectación. Entre los comensales, se encuentra un general retirado, recién llegado de París, que en su tiempo cortejó sin éxito a una de las hermanas y que más tarde mantendría su soltería desengañado. Él será el que más disfrute de la cena servida por Babette: sopa de tortuga acompañada de vino amontillado; Blinis Demidoff regados con champagne cosechado en 1860 en Rennes; codornices en sarcófago; ensaladas exóticas y para terminar, fruta fresca: uvas, melocotones, higos… Extasiados por el festín, los invitados no aciertan a encontrar las palabras que puedan agradecer el esfuerzo de Babette, que hace tiempo desapareció de escena sin que nadie se diese cuenta. Pálida y fuera de sí, las hermanas la encuentran en la cocina a tiempo de que ella les confiese su secreto: En otro tiempo fui cocinera del café Anglais. El mejor restaurante de París. Puede que el mejor restaurante del mundo. Las hermanas le prestan auxilio y le suplican que continúe con ellas, a lo que Babette responde afirmativamente.
¿Y qué ocurre con los 10.000 francos que ganaste?
¿Qué quieren ustedes que les diga? Una cena para doce en el café Anglais cuesta 10.000 francos.
Basado en un delicioso cuento de Karen Dinesen, esta maravilla sacó de sus casillas a Louis Malle hace veinte años. Y dice la leyenda apócrifa, que el día que murió seguía maldiciendo los fogones de su, irónicamente, compatriota Babette.
Palabros a patentar…
Blogorrea.
(Del latín reus y el anglicismo blogo)
1. Dícese de la incontenible costumbre del usuario de blogs por colgar posteos de un modo continuo, interesen o no a alguien.
2. Prisionero de la red (Internet)
Cocacolicidio.
(Del latín homicidium)
1. Muerte voluntaria (no siempre conseguida) provocada por la entrega masiva a refrescos carbonatados tras una fuerte decepción.
2. Vicio incontrolable por determinada bebida gaseosa.
Día de Boda…
Para Mycroft…
Algunos de los peores días de mi vida ocurrieron después de una boda. No hay nada peor que el banquete posterior, situación en la que eres analizado por familiares, compadecido por amigos y fusilado por cotillas varios que parecen gozar con tu desgracia. Pero no tiene por qué ser así. Basta con observar la realidad tal cual es para darse cuenta de que todo el cartón piedra exhibido de modo forzado ese día no son más que, como diría Miklos Jancso, virtudes públicas que enmascaran vícios privados…
El cine ha retratado tan duro trance con frecuencia y desde diversos puntos de vista. Éstos son algunos de ellos.
LA BODA DE MI MEJOR AMIGO
No es una buena idea el acudir a la boda de tu mejor amigo si estás estas colgada de él. Julia Roberts, para más Inri, se encontró con que la novia era una chica encantadora y sin el más mínimo asomo de malicia (Cameron Diaz). De modo que se entregó al alcohol y al helio para superar tan dura pérdida. Pero siempre hay condicionantes que amortiguan las caidas. Y si se parecen a Rupert Everett, el trance será más fácil de sobrellevar.
NOVIA A LA FUGA
El principal reproche que sufren los hombres es el de su ausencia de compromiso. Nos da miedo eso de atarse a alguien de por vida, es cierto. Pero en esta absurda comedia dirigida por Garry Marshall (tratando inútilmente de revivir el éxito de «Pretty Woman»), los papeles se intercambian y es una mujer la que da calabazas a los novios el día de su boda. Y así fue hasta que apareció en escena Richard Gere. Un tipo que parecía diferente y poco dado a los compromisos. El reaccionario final me lo reservo.
UN DÍA DE BODA
Para una mente tan desequilibrada como la de Robert Altman sólo hay un modo posible de narrar algo tan surrealista como una boda: contándola tal y cómo es.
Las intrigas de los invitados entre sí, los celos de las damas de honor vestidas con trajes horteras, los miedos de la novia a ser abandonada el día más importante de su vida por un novio demasiado fluctuante. Todo ello servido por un cínico que estaba seguro de que este tipo de celebraciones son el germen de todo mal. Excelente y poco conocida película.
DE BODA EN BODA
Del mismo modo que hay quien es alérgico a las bodas, hay quien es adicto a ellas. Es el caso de Owen Wilson y Vince Vaughn. Dos caraduras que se cuelan en bodas para ligar con chicas aprovechando su máximo nivel de vulnerabilidad. Lo de menos es que el amor se cruzase en sus vidas, jodiendolas de paso. Lo realmente importante es que con el adecuado prisma cualquier cosa puede terminar siendo divertida. Imprescindible gamberrada mainstream.
CUATRO BODAS Y UN FUNERAL
Al final lo que queda es que la vida es una celebración. Los buenos y malos momentos, lo demás terminará en el desagüe. Richard Curtis firmó un brillante guión vodevilesco que Mike Newell no supo plasmar adecuadamente. Aun así, la película contiene momentos memorables y una certeza: lo importante, en cualquier circunstancia, es ser feliz y tratar de hacer felices a los que te rodean. Y en este abanico tiene cabida el famoso poema de Auden. Los malos momentos son los que nos construyen.
Y fin…
Hulot…
En la última boda a la que fui invitado (hará unos tres años) acudí sin apenas conocer a nadie más que al novio. Su hermana, amablemente, me preguntó si me importaba, ya que había ido solo, sentarme en la mesa de los niños ya que no había un hueco libre en las demás. Le dije que estaba bien y gracias a aquello pude conocer a un niño encabronado que me preguntó si era gay, a una niña que hizo oídos sordos a su compañero de mesa y me preguntó si tenía novia, y a una pequeña que habría los ojos todo lo que podía y luego aplaudía con poco tino cuando le hacía uno de mis torpes juegos de magia. Lo pasamos bien, la verdad, aunque estuviesemos marginados en una esquina.
Hay muchos Hulot en el mundo. Hulot el asocial, el torpe, el amable sin correspondencia más que parcial, el digno en su desgracia. El señor Hulot siempre fue presentado por Jacques Tati como el hombre íntegro al que nada sale bien porque está destinado a perder. Se enamoró una vez, en su primera película «Las Vacaciones del Señor Hulot», y aunque su amor parecía ser correspondido todo se diluyó en una marea de verano sin fraguar más. Es el tipo que abre la puerta siempre equivocada. El que sigue el trazado de un caprichoso camino de jardín que nadie más dibujaría con sus pasos. El que persigue con una regadera a un aspersor porque si esperase que llegara a su altura le mojaría (pura lógica). El niño grande que se siente más cómodo rodeado de niños que de adultos. Sí, soy un Hulot más.
¿I do?…
Husmeando por la red, hace algún tiempo me topé con esta página (quiero creer que sutilmente paródica) en la que se recopilan fotografías de bodorrios de famosos. Entre su delirante contenido podrán encontrar gemas como las que siguen:
¿Se casó Freddy Prince Jr. con Sarah Michelle Gellar? ¿o tal vez lo hizo con… El Joker?
¿Se casaron, Holly Marie Combs, y su prominente bombo, con un miembro de la californiana iglesia de Satán? ¿A nadie más le recuerda esto a “La Semilla del Diablo”?
¿No es consciente, Shania Twain, de que está casada con el mismísimo… Chewaka?
¿Fue una insolación lo que provocó el enlace entre Pam Anderson y Tommy Lee?
Dicen que el amor es ciego, pero… ¿Alguna vez lo fue más que cuando Xtina Aguilera se enamoró de este híbrido del Macario de José Luis Moreno y José María Ansar?
Aunque el unanime premio gordo se lo queda la inenarrable boda de Krista Allen, ¿actriz? y ex de George Clooney, quien no tuvo mejor ocurrencia que presentarse en la ceremonia vestida de porno-chacha recien salida del rodaje de “Anal Wedding”.
Si creen que lo peor fue el sugerente traje (que admito que me gusta, por cierto), echen un vistazo a cómo fue degenerando el tema según iban cayendo las botellas de Moët & Chandon.
Ummm, cómo me gusta esta última foto de Krista lanzando el ramo, en pose culo en pompa, como diciendo “eh, que vaaaa…”
Y lo cierto es que en el improbable caso de que yo dé algún día tan fatal paso, me gustaría que la boda fuese así: todos en bolas, incluido el cura.
No, no me resisto a dar por zanjado el tema de tan imprescindible page sin hablar de las imágenes de la boda de la modelo y chica alegre, Katie Price (aka Jordan). Las fotos se comentan solas. Estoy seguro de que el trauma infantil que le llevó a casarse con una réplica exacta del vestido de Cenicienta haría feliz al mismísimo Freud.
Pero lo mejor estaba por llegar. No se pierdan las anonadadas caras de los invitados al ver el vehículo de transporte elegido para tan simpar ocasión.
Y esos cocheros vestidos de blanco…
En cualquier caso, y como chica casquivana y orgullosa de serlo (bien por ella), se las apañó para enseñar cacha a pesar de las dificultades logísticas de tan ampuloso traje.
Muslo y pechuga como en los mejores buffets. Aunque lo que realmente me preocupa es el novio. Viéndole, creo que si alguien le pincha no sangra.
Tampoco tiene desperdicio la boda de Kevin Costner con una mujer que podría pasar por su nieta.
Que sí, que sí, que el amor no tiene edad. Pero es que cuanto más dinero tienen más jóvenes las buscan. No tiene desperdicio el extraño arrebato místico que hizo a Costner, en plena ceremonia, agenciarse un bote y ponerse a remar como un poseso emulando la escena final de “La Ciencia del Sueño”.
La última instantanea es sencillamente genial. Da la impresión de que a Costner se le fue la mano remando (eso o despertó de su trance) y parece preguntarse algo así como “¿Pero dónde coño estoy?»
Como agravio final, observen esta fotou de la preciosa Denise Richards el día de su desgraciado enlace con Charlie ¿Queda alguien que no me haya tirado aún? Sheen.
La gracia de la foto no está en los ostentosos gestos del gran Martin Sheen cuestionando a Denise sobre si es consciente de dónde se está metiendo, sino en el sedicioso tipo del fondo, quien, al parecer, ofició la ceremonia. Mirénle, recien salido de “La Parada de los Monstruos” de Browning, con esa expresión que no puede disimular el “A ti te daba yo…” que con seguridad pasaba por su mente en ese instante. Con semejante bendición lo raro es que el matrimonio aguantase más de dos semanas.
Para la traca final he dejado la boda de Liza Minelli y David Gest.
Con semejante foto presidiendo el álbum nupcial no es de extrañar que el novio se convirtiera en estatua de cera. Si bien, los miles de kilos de maquillaje que suman entre los cuatro personajes de la foto podrían taponar las grietas de una presa.
El matrimonio (cuarto, ella tiene fe en el amor) de la hija de Judy apenas duró un año y medio. Alegó diferencias irreconciliables como motivo de divorcio. Y es que, como dijo Oscar Wilde: La mejor base para un matrimonio feliz es la mutua incomprensión.
En un alarde de originalidad, he recuperado un viejo posteo (hace demasiado calor para cualquier cosa) por mantener vivo todo este invento…