15 de diciembre de 2007
El mejor episodio de «Frasier», a mi juicio, es aquel en el que Niles es ingresado en espera de una intervención de corazón de urgencia. Mediante flashbacks, durante las horas previas a la operación, veremos a Niles enfrentarse a la muerte de su madre y a la cojera permanente de su padre. Más tarde, en una escena aún por ocurrir, asistiremos al nacimiento del segundo hijo de Niles y Daphne. Es ella la que le da fuerza. La que sostiene sus palabras durante los minutos de vigilia. “Daphne esto, Daphne aquello, Daphne…”, siempre Daphne. Tantos años le costó estar a su lado que es comprensible su fijación. Su hermano, su padre y Roz, su familia, serán, junto a Daphne, quienes le acompañen en el trance. Ellos experimentarán sus propias recesiones al deambular por el hospital. Veremos al joven Frasier acoger al nuevo hermano; a Martin enfrentarse a la muerte; a Roz, como madre primeriza, llevando a su hija al hospital para que sea tratada de nada. Entre todos compondrán un mosaico excepcional que dibuja la gloria del alma humana en sus horas más oscuras. La escena en la que Daphne se deshace en lágrimas de impotencia frente a una rebelde máquina de chuches, será el colofón de un episodio memorable.
Pues bien, como sabrán estuve ingresado el pasado día 25 de noviembre y me acabo de enterar de que debería seguir allí. O al menos, si Doña Espe no hubiese quitado los neurólogos de guardia, debería haber seguido allí unos días más, mientras me realizaban pruebas que hiciesen saber a los médicos lo que padezco. Pero como Doña Espe manda, me enviaron a casa con este TAB en el que poco se ve y menos se muestra.

Primero dijeron que se trataba de un microinfarto que había afectado únicamente a la parte alta de los ojos, dejándoles descompensados. Después, lo descartó de plano la neuróloga, al considerar los síntomas como más propios de otra afección y el microinfarto digno del anciano que no soy. Descartada la opción geriátrica, y retirada la medicación de viejo, vuelvo al parche porque no veo ni torta sin él puesto. Las pruebas ya están listas, entre ellas una punción lumbar que me mantendrá alejado un par de días de la burrosfera. Y eso que ganan ustedes.
Pero bueno, lo cierto es que los médicos creen que están en el camino de averiguar qué me aflige. Y es que, al encarar la luz del pasillo el pasado día 25 ya de noche (ingresé a primera hora), lo primero que me vino a la cabeza (porque no veía ni cinco en un burro) es quién había estado fuera esperando. Y sí, estuvo mi madre (la quiero tanto), como no, muy preocupada. Estuvo mi hermana pequeña y mi cuñado (y eso que mi cuñado y yo no nos llevamos demasiado bien). Estuvo mi hermana mayor y su marido. No vino J., amigo residual, ya que estaba en Alzira con su chica. Ni mi hermano mayor, que estaba trabajando y llegó tarde a la fiesta. Tampoco estuvo mi padre, que aquejado de los suyo, bastante tiene encima. Y no, no había Daphne. Ignoro si sufrieron regresiones y vivieron sus propios flashbacks al reencontrarse con un lugar conocido. No lo sé, no lo pregunté ni me lo dijeron. Sólo sé que desde entonces “veo” (es un decir) las cosas de un color más vivo. Que la gente me es más cercana. Que bromeo con el dentista acerca de mi poca visión. Que no paro desde entonces aunque ni siquiera puedo ver mis pies. Que disfruto mucho más del cine y su ambiente yendo equipado con un parche escondido que me pongo cuando las luces se van. Y que, en general, cuando deje atrás las dificultades visuales, creo que echaré de menos esta sensación de libertad plena de la que ahora disfruto.
29 de marzo de 2009
Bien, ha pasado el tiempo y los médicos siguen sin saber qué me ocurrió. Septiembre fue horrible. Me sometí a pruebas de todo tipo, algunas de ellas muy dolorosas. Sin resultados que sirviesen para aclarar el enigma. Mi neuróloga se ha tomado mi caso como algo personal. Me llama el chico milagro, el tipo que se recuperó espontáneamente de una extraña afección que debería haberle matado. Soy una pequeña celebridad: todos los médicos del hospital conocen mi caso. El chico milagro, ya. «Estás vivo de milagro», me repite siempre que me ve. «Tus análisis y tus escáners de febrero a mayo están disparados. Son más propios de un muerto que de un vivo», suele decir. Y cuando lo hace recuerdo a Jack (Nicholson) en «El Resplandor», un muerto que no sabe que lo es.
Su pregunta recurrente es: «¿Qué te ocurrió en febrero?»… Insiste preocupadamente (al menos así lo parece), pero nunca le contesto.
A día de hoy la deriva aumenta en lugar de menguar. Debería ponerle un plazo, como me aconsejó MK, pero todo cuanto me sucede suele ser más fuerte que yo: Encuentro un empleo que me gusta, con compañeras que me gustan y ambiente relajado, y lo pierdo en unos pocos meses. O es la crisis la que hace que lo pierda. Conozco a alguien que durante mucho tiempo ha vivido en mis sueños y desaparece antes de que apenas pueda identificar su perfume. Comienzo un curso que lleva colgado muchos años y lo abandono a la mitad porque no consigo concentrarme. Al menos me aseguraron que no perdería el dinero invertido y que podré reengancharme sin problemas en octubre. Eso es el debe.
También leo mucho: tres, cuatro libros al mes. Vuelvo a tocar la guitarra (eléctrica) tras más de un año alejado de ella. Tiempo en el que he tenido que mentir a los que me pedían que les tocase algo porque sencillamente no quería hacerlo. Y he retomado el blog, hace meses, lo que en cierto modo implica disciplina. Lo más importante es que he vuelto a reír a carcajadas gracias una compañera de trabajo muy especial en cuya cabeza anidan pájaros azules. Eso es el haber.
Y he hecho todo este camino solo. En medio, me ofrecí a dos personas que me rechazaron (y es que uno es tóxico), de modo que tuve que andarlo solo. Y de veras que no me importa mostrarme, porque no hay mucho que ver y hace tiempo que perdí el pudor. Esto es lo que ahí y no es mucho.
No sé cómo acabará todo esto. Bien o mal, ya me da igual. Lo seguro es que empezó así…