«Soy psiquiatra. Aquí está mi pipa»
«Recuerdos» (1980)
Hacía muchas décadas que la figura del psiquiatra, suavizada por la presencia del psicólogo al incrustarse la enfermedad del alma en la cultura popular, fascinaba al mundo del cine. Tan seductor personaje ha sido abordado desde todas las perspectivas comprensibles desde el tópico más pueril. Si bien no conviene olvidar que la fidelidad hacia la labor del terapeuta mental, unida al sentido del humor, han hecho posible que los retratos delirantes hayan terminado por desterrar toda idea preconcebida sobre ellos para mostrarnos su lado más oscuro, que en poco les diferencia de sus pacientes.
He aquí algunos de ellos que tanto la televisión como el celuloide se han encargado de inmortalizar…
Doctor Mark Kik (Nido de Víboras, 1948)

La recién casada Virginia Stuart (Olivia de Havilland) ingresa en una institución mental (conocida entonces por el atinado nombre de Casa de Locos) acuciada por los remordimientos. Mucha paz no encontrará en aquel infecto lugar. Muy al contrario, su afección se agudizará hasta alcanzar la catarsis de la mano del tan entusiasta como entregado doctor Kik (Leo Genn). Estupenda película de Anatole Litvak con publicitaria y edificante sobredosis de las nuevas terapias psicológicas por entonces tan revolucionarias como aberrantes hoy día.
Doctor Craig Huffstodt (Huff, 2004-2006)

El doctor Huff (Hank Azaria) bebe, tontea con las drogas en ocasiones y se plantea seriamente frecuentar los prostibulos. Además es un padre mejorable (más bien horrible) y un vecino difícil, pero como psiquiatra hay pocos como él. Pese a sus notables fracasos, que le hacen ser testigo del suicidio de un paciente, sus éxitos son lo suficientemente numerosos y contundentes como para seguir adelante. Todo ello a costa de su propia salud mental y de una vida familiar que se resquebraja día a día. A todo ello se une el que su mejor amigo (y cocainómano abogado) le envuelve en líos con la mafia, lo que redunda en una explosión de ira difícilmente contenible. Realmente no debe ser fácil ser Huff.
Doctora Jennifer Melfi (Los Soprano, 1999-2007)

Si ya de por sí resulta difícil escuchar los problemas cotidianos de cualquier persona corriente, no es fácil imaginar lo que se siente al tener a un capo mafioso sentado frente a ti cada semana. Circunstancia que debió soportar la doctora Melfi (Lorraine Bracco) mientras Tony Soprano (James Gandolfini) la usó como sustituta moral del sacerdote católico al que acudiría todo buen italoamericano. No resulta extraño que con el paso de los años, y el peso de las confidencias recibidas por Melfi, la terapeuta terminase siendo la que requirió de los servicios de otro psicólogo. Así son las cosas.
Doctor Mumford (Mumford, 1999)

A la pequeña ciudad de Mumford llegó un buen día un tipo de difuso pasado (Loren Dean) que tomó como suyo el nombre del pueblo que le acogía. Después abrió un gabinete psicológico de asombroso éxito que generó los celos de los hasta entonces únicos terapeutas de la ciudad. Sus heterodoxas técnicas tuvieron tal éxito que los crónicos enfermos del pueblo comenzaron a sanar y, por ende, a vivir, incluído él mismo. Bellísima fábula que sirvió para que su director, Larry Kasdan, volviese a ser tan feliz haciendo cine como a nosotros ser testigos de su renacimiento.
Doctor Tyrone Berger (Gente Corriente, 1980)

La desazón llegó demasiado pronto a la vida del adolescente Conrad (Timothy Hutton). Su hermano mayor acababa de morir y no podía soportar el sentimiento de culpa que le corroía por dentro. Un día segó las venas de sus muñecas en el baño de su casa mientras sus padres volvían, como ocurría cada día, a reprocharse mutuamente su fracaso. Acabó, estancia en un hospital mediante, frente a un psicólogo tan apasionado como peculiar (Judd Hirsch) que le propuso un pacto: estaría siempre a su lado (justo lo que Conrad nunca había tenido) si él se mantenía en el mundo de los vivos. Todo ello para alcanzar la redención mendiante el perdón que él mismo se debia. Conmovedora película de Robert Redford que tal vez abusa de su propio entusiasmo como canalizador emocional.
Doctor Isaac Barr (Analisis Final, 1992)

De las entrañas más erótico-festivas surgió con ímpetu budista el doctor Barr (Richard Gere) para sumirnos en un jolgorio sin fin. Un reconocido psiquiatra es reclamado por la esposa de un mafioso local (Kim Basinger) con el fin de encontrar los motivos de su permanente alteración, como si ser la mujer de un tipo violento (interpretado por Eric Roberts, para más inri) no fuese motivo suficiente para ello. La grotesca trama, trufada de bobas y literales referencias freudianas, culminará con la libidinosa aparición de la hermana de su paciente (Uma Thurman) y con doctor encamado con todo el mundo (juraría que incluso con el propio director, el videoclipero Phil Joanu) hasta alcanzar un supremo clímax final en las entrañas de un faro. Lo mejor siempre para el final.
Doctora Elizabeth Bowen (Mr. Jones, 1993)

Apropiadamente embutido en la piel de un tipo bipolar, Richard Gere sufre una potente crisis que le lleva a recluirse en una institución mental en la que conocerá la auténtica amistad, será testigo de la tragedia y acabará enamorándose de su atractiva psiquiatra. Si creían que el director Mike Figgis no podía hacerlo peor deben ver esta delicatessen del despropósito cuya escena más recordada incluye los siguientes elementos: tejado inestable y Richard Gere haciendo monerías sobre él. Y resultó que el tejado no era resbaladizo. Lástima…
Doctor Hannibal Lecter (El Silencio de los Corderos, 1991)

El sueño de todo psiquiatra se encarnó en el doctor Lecter (Anthony Hopkins) impartiendo a su manera clases evolutivas acerca de la supervivencia del más fuerte. Harto de escuchar miserias ajenas, un día el doctor Lecter decició generar las suyas propias. En el excelente policiaco dirigido por Jonathan Demme, Lecter y la agente Clarice Starling (Jodie Foster) se funden en una tarea común: atrapar a un asesino en serie que, en opinión del psiquiatra, es demasiado torpe como escasamente sutil. Inmersión completa en el lado oscuro donde las moralinas y los juicios de valor carecen de sentido.
Doctora Eudora Nesbitt Fletcher (Zelig, 1983)

La conceptualmente revolucionaria obra maestra de Woody Allen presenta a un tipo peculiar que posee la capacidad de mimetizarse con cualquier ambiente que le rodee. Da igual que se trate de una banda de jazz en gira por Alabama que de una convención del partido nazi, que Leonard Zelig (Woody Allen) oficiará como camaleón humano confudiéndose en la masa como si se tratase de un ladrillo más del muro. Para su fortuna apareció la doctora Eudora Nesbitt (Mia Farrow) dispuesta a cualquier cosa para recuperarle. Tan extremadamente hilarante como inteligente, Allen dio el pistoletazo de salida a una multitud de películas nacidas bajo su influjo que carecen, en todos los casos, de su encanto y mala baba. Alguna de ellas incluso ganó un Oscar, mientras que «Zelig» continúa siendo una ilustre semidesconocida.
Doctor Leo Marvin (¿Qué pasa con Bob?, 1991)

El mediatico psiquiatra Leo Marvin (Richard Dreyfuss) lo tiene todo: una familia encantadora, un trabajo que adora y una casita de campo envidiable. Además es un escritor de éxito cuyo último hit está en manos de miles de tronados de todo el país, entre ellos las de Bob (Bill Murray). Poco importa que su método, bautizado «pasitos de bebé», sea tan simple como un capítulo de los Teletubbies, pues lo que necesita realmente Bob es una familia a la que atormentar con sus fobias. De modo que aprovechará unas vacaciones de la feliz familia para estomagarles todo cuanto pueda hasta, por una parábola del azar, convertirse en insustituible para ellos. Estupenda comedia dirigida por Frank Oz, basada libremente en el clásico «Teorema» de Pasolini.
Doctor Sigmund Freud (Freud, Pasión Secreta, 1962)

Debo suponer que para aligerar el peso de los trabajos alimenticios que con regularidad rodaba John Huston, solía divertirse infringiendo toda ley elemental sostenida por la lógica. Solo así se entiende que le otorgase el papel del padre del psicoánalisis a un tipo por entonces tan desequilibrado como Monty Cliff. La película, un académico biopic salpicado por ocasionales chispazos de interés, se ve con el mismo agrado con el que se olvida. Eso sí, los risibles mohínes de Monty son tan numerosos como antológicos.
Doctor Ben Sobel (Una Terapia Peligrosa, 1999)

La relación entre la psiquiatría y el crimen organizado es tan comprensible como habitual en la pantalla plateada. A los tipos traumatizados que se expresan mediante las pistolas, nada les calza mejor que un psiquiatra tan empeñado en devolverles a las veredas del sentido común como en mantener su propio pellejo indemne. En la fofa comedia dirigida por Harold Ramis, un ilustre psiquiatra (Billy Crystal) es reclamado por un conocido hampón (Robert De Niro) para tratar de revertir la humanidad que se extiende por su ser y le impide ser lo suficientemente duro. Lo cierto es que todo pudo y debió ser mejor.
Doctora Susan Lowenstein (El Príncipe de las Mareas, 1991)

Con su habitual estilo ampuloso, la divina Barbra se pone delante y detrás de las cámaras para desplegar todo su ego en una historia tan correcta como tramposa. El carecer por completo de humildad y lo irritante de su edulcorado discurso, no impiden que la película llegue a despegar ocasionalmente gracias, en gran medida, a la entragada interpretación de Nick Nolte en la piel de un traumatizado entrenador de instituto de fútbol americano que viaja a Nueva York en busca de su hermana suicida. Por supuesto, terminará enamorándose de la psicóloga que la trata. Y, por supuesto, el tono termina siendo tan cursi que fue una suerte para la Streisand el carecer de vergüenza ajena y autocrítica.
Doctor Paul Weston (En Terapia, 2008-2011)

Paul (Gabriel Byrne) sufre. Lo hace por lo que vive, por lo que escucha, porque su vida es un completo desastre, porque duda de que su trabajo le sirva de ayuda a nadie. Paul es un mar de dudas, pero ahí se mantiene, día tras día en su despacho tratando de enderezar docenas de naves que fondean en ese puerto seguro mientras afuera les aguarda la tormenta. ¿Cómo no sufrir con él? Rodrigo García imprime su intimista sello a una serie tan modesta en su planteamiento como grande en sus resultados.
Doctores Frasier y Niles Crane (Frasier, 1993-2004)

Son snobs, patéticamente torpes con el sexo opuesto, inseguros, chichinabescos. También son brillantes ejerciendo su profesión. Uno, Frasier, prestando sus servicios en la radio a todo aquel que lo solicite. Otro, Niles, en su gabinete, señalado como uno de los mejores psiquiatras «serios» del país, porque lo que hace Frasier, en palabras de su hermano, no es psiquiatría. Uno es devoto de Freud. El otro de Jung. Ambos divorciados de esposas castradoras que agudizaron sus inseguridades. Se profesan celos mutuos: el uno de la fama del otro; el otro de la reputación del uno. Se quieren. Resulta imposible imaginarles lejos el uno del otro, de modo que, al ver el último episodio de la icónica serie, preferí mirar hacia otro lado. Dolió menos.
Doctor Alexander Brulov (Recuerda, 1945)

Si se ha de tratar con un pirado, por lo menos que sea como el Gregory Peck de «Recuerda». Glamuroso como él solo, su único problema residía en su afición por los cuchillos. Afortunadamente el doctor Brulov (Michael Chekhov), antiguo profesor de Ingrid Bergman en la excelente película dirigida por Hitchcock, era perro viejo y tenía a mano un vaso de leche convenientemente acompañado de un arsenal de somniferos dispuestos para anestesiar a un caballo. Genio de la psiquiatría, sí, pero precavido. Eso siempre…
Y fin…