La memoria funciona según sus propios caprichos. Mi principal recuerdo, sobre aquel día de aquel mes de enero de 2015 en que se me propuso escribir un libro sobre el fascinante universo muerto de las películas que no llegaron a filmarse, es la lluvia. Llovía suavemente mientras paseaba a mis hijos cerca de un centro médico. Recuerdo todo cuanto sucedió aquel día con detalle, pero prevalece la lluvia.
La experiencia vivida se puede dividir en tres partes. La primera, el agobio por la responsabilidad adquirida de escribir un libro ameno para todo tipo de lector, cinéfilo o no, se esfumó rápidamente, en cuanto comencé a investigar el celuloide nonato. Cientos de peripecias asombrosas que me deslumbraron e hicieron cambiar mi enfoque sobre el asunto en no menos de una decena de ocasiones. Añadí películas completamente desconocidas conforme las iba descubriendo al tiempo que eliminaba otras más aparentes que en realidad carecían de interés. Fue así cómo me enamoré de Guido Mastorna, el violinista, alter ego de Federico Fellini, que sobrevive a un accidente de avión bajo una intensa nevada. «El viaje de Mastorna», el primer capítulo que escribí y que alteré en más ocasiones, fue mi guía por el inframundo de los proyectos inacabados. Después descubrí que otro universo de frustraciones, el de películas finalizadas de un modo completamente diferente al originalmente trazado, se complementaba y alimentaba el objeto del libro. No tardé en añadir joyas como «Tora! Tora! Tora!», la superproducción bélica que dio lugar a lo que se dio en llamar «locura transitoria de Akira Kurosawa», película que se reformuló abruptamente tras el despido del director japonés cuya frustración generada, pocos años más tarde, terminó provocando un intento de suicidio del director japonés o en cómo «Queen Kelly», la producción del millón de dólares que debió encumbrar definitivamente a Erich von Stroheim y a Gloria Swanson, se transformó en la peor pesadilla de todos aquellos participaron en la orgía.
Son solo dos ejemplos del asombro constante que supusieron aquellos seis meses de inmersión total en tan fascinante mundo. Después llegó el engorroso momento de las correcciones, las prisas, la mala planificación que estuvo muy cerca de provocar la interrupción prematura de este libro, lo que habría sido una cruel y, en cierto modo, lógica ironía. Las decepciones por el incumplimento de plazos quedaron atrás en cuanto el proyecto renació, si cabe, con más fuerza. Más correcciones, localización y selección de fotografías, añadidos de última hora, más correciones, más prisas, más parones. Finalmente alcancé el valle tranquilo desde el que pudo observar el trabajo realizado añadiendo pequeños retoques, más propios del autor inseguiro que de la necesidad. Podría detallar cada momento vivido y las sensaciones que me produjeron, pero este posteo se haría demasiado largo y no es su fin.
El fin de este escrito, además de dar la bienvenida al mundo a un libro que contaba con muchas papeletas para no hacerlo, consiste en corregir un error logistico a mi juicio grave. La ausencia de referencias en las páginas finales del libro son un descuido, afortunadamente corregible, contra el que peleé hasta el último día previo a su impresión. Busqué información sobre cada película, a menudo empleando mucho tiempo esfuerzo en conseguirla, chequeé cada dato, lo confronté y lo anoté sin que el libro dé constancia por escrito del lugar en el que fueron hallados. Es aquí en donde pretendo subsanar esta deficiencia y pedir excusas al lector por tan grave ausencia.
Pinchen en este enlace, por favor, y hallarán cada una de las referencias que han proporcionado esqueleto a este libro…