La mejor coraza nunca es suficientemente gruesa. Tal vez sea la única enseñanza que Ryan Bingham (George Clooney) sacó en claro de sus peripecias en tierra. En el aire todo es más seguro. El sushi siempre está crudo; el zumo de naranja, agrio y el sexo, además de gimnástico, siempre es casual y no exige compromiso. Pero en tierra, el peso es demasiado para alguien acostumbrado a viajar ligero de equipaje.
George se dedica a despedir gente. No es un trabajo fácil, pero él ha sabido dotarle de un necesario toque humano. Él, cuya humanidad se resume en sus tarjetas de viaje y en el anhelo de lograr los 10 millones de millas necesarios para convertirse en leyenda para los ejecutivos de todo el país.
Conocer a Alex (Vera Famirga) será como ponerle un espejo delante. Lo que seguirá después es lo que debía ocurrir. Supongo que las cosas son así. Cuando una coraza como la de George se resquebraja no puede unirse con celofán sino que requiere de más y más horas en el cielo. Allí donde brillan las estrellas.
«Up in the Air», la película de Jason Reitman, es deficitaria en ritmo y exposición. Su estructura es tan sólida como predecible. Sus actores tan brillantes como cada apartado técnico y artístico. Todo funciona en un gélido alarde de sincronía que tan sólo llega a calentar en los excelentes quince minutos finales. Hasta entonces, si se han quedado dormidos, se habrán perdido un beso en una escalera que eriza la piel; una excelente Anna Kendrick en el papel de aprediz de tiburón (mal asunto si aún late tu corazón) y unas tomas aéreas que harían babear a un documentalista. No es poco. Tampoco es mucho. Pero eso sí, activen la alarma de su teléfono o reloj antes del final. Lo agradecerán tanto como Ryan un panel de aeropuerto. La soledad se parece bastante a ese último fotograma.