Cuando Fuimos Inocentes. Música de cine en los 70. Corte I…

Acababa de iniciarse una nueva década. Al margen del tumultuoso estados de las cosas ahí fuera, el mundo del cine mantenía una guerra contra la televisión que se estaba perdiendo. El cine europeo, y en menor medida el asiático, marcaban las tendencias cinematográficas. El sistema de estudios hollywoodiense se había venido definitivamente abajo y las estrellas se reformulaban ahora con menos brillo. La década de los setenta se presentaba con el género catastrofista como exponente de lo que reclamaba el público mientras el cine de autor, estancado en sus endogámicas premisas, comenzaba un lento e imparable declive. Fue entonces cuando una nueva generación de cineastas propulsaron el renacimiento del cine americano. Coppola, de Palma, Spielberg, Lucas, Scorsese, Friedkin, Penn, Rafelson, Benton, Bogdanovich y así hasta tres docenas largas de nombres que iniciaron la revolución que cambió para siempre el mundo del cine. El resto del mundo cinematográfico tardó en reaccionar al terremoto y cuando lo hizo la desventaja era tal que costó ponerse a rebufo del gigante.

Pero ellos solos no habrían logrado nada sin los equipos que los respaldaban. Y entre la maraña técnica y artística figuran los departamentos musicales. Tras los actores, tal vez sea la música el elemento más reconocible de una película. Muchos de los compositores que dieron forma a la década llevaban toda una vida orquestando historias para la pantalla de plata. Algunos más llegaron para quedarse. La mayor parte son simples nombres a los que cuesta poner rostro. Cuestión que a ellos, con seguridad, les importa poco pues es su música la que se incrustó en nuestras memorias y eso les basta.

Junto a Carles (Cinempatía) inicio aquí una retrospectiva sobre las melodías que forman la banda sonora de nuestras vidas. Disfrútenla…

«ASESINO IMPLACABLE» (Get Carter, de Mike Hodges, 1971)

Partitura de Roy Budd

Y, por mi parte, empiezo con un autor y una película que nada tiene que ver con lo señalado en el post introductorio. El thriller ‘Get Carter’ que protagonizó Michael Caine, que aquí se retituló de manera más explícita como ‘Asesino implacable’, y que también inspiraría a Sylvester Stallone un remake en 2000 que nadie vio, al menos en los cines (era cuando las películas de Sly eran puro veneno en taquilla, aunque después resurgiría de sus cenizas con las nuevas entregas de Rambo o Rocky). Para la ocasión, el londinense Roy Budd, que murió prematuramente a los 46 años, creó una de las bandas sonoras, con música instrumental y canciones, consideradas como una de las mejores del cine cine británico de la década. Y el caso es que su tema principal tiene su qué y, ¡créanme!, sigue funcionando.

«EL DÍA DE LOS TRAMPOSOS» (There Was a Crooked Man, de Joseph Leo Mankiewicz, 1970)

Canción de Charles Strouse y Triny Lopez

Antes comentaba que hubo una etapa en que las películas de Stallone no interesaban a nadie. Bien, pues esta es una de las canciones que nadie, o casi nadie, citaría como una de las más representativas o recordadas de los 70. Tal vez sea mi predilección por Mankiewicz o por este western atípico, plagado de socarronería y mala leche, que protagonizaron Kirk Douglas y Henry Fonda lo que me ha hecho decidirme. Y como muy bien explican los rótulos de inicio y final del siguiente video de Youtube, la música fue compuesta por Charles Strouse (la mítica ‘Bonnie & Clyde’ o la adaptación del musical ‘Annie’ a cargo de John Huston figuran en su extenso currículum) y la voz la puso Triny Lopez. Quizá no sea una de las canciones de los 70, pero es que cada vez que la escucho me entran unas ganas enormes de ponerme sombrero y montar a caballo (olvidándome incluso que nunca he subido encima de uno) rumbo a parajes aventureros… por cierto, la melodía y la canción es además de lo más divertida.

«EL VIENTO Y EL LEÓN» (The Wind and the Lion, de John Millius, 1975)

Partitura de Jerry Goldsmith

Y llegamos a Jerry Goldsmith. Sí, el otro responsable directo de crear algunas de las más hermosas y perdurables (también inquietantes) bandas sonoras de los 70, y de la historia del cine. La ilustre Academia de Hollywood (¡ja, ja! ) sólo le llegaría a otorgar en competición un Oscar a lo largo de su carrera (fue por ‘La profecía’). Un sonido épico, entre romántico y contundente, que nos traslada a las agitadas tierras de Marruecos de a principios del siglo pasado. Ideal para escuchar sola o en sesión doble junto con ‘Lawrence de Arabia’, de Maurice Jarre. Pero no hay repetición respecto a la obra maestra de Jarre. Goldsmith más bien siguió los dictados de su mentor, el grandísimo Rózsa.

«LA VIDA PRIVADA DE SHERLOCK HOLMES» (The Private Life of Sherlock Holmes, de Bily Wilder, 1970)

Partitura de Miklós Rózsa

Puesto que he citado a Rózsa allá vamos. Y es todo un regalazo porque viene acompañado de una película de Billy Wilder. Para esta partitura ( ¿he dicho ya lo de una de las obras maestras de la banda sonora de todos los tiempos?), Miklós Rózsa echó mano a una antigua obra suya, ‘Concierto para violín’ (1953), seguramente inspirado por el elemento común denominador en cuanto a música de la afición sobradamente conocida del detective de Baker Street por dicho instrumento de cuerda, y le añadió algún tema original más como un maravilloso vals. ¡Imprescindible!

«ASESINATO EN EL ORIENT EXPRESS» (Murder on the Orient Express, de Sidney Lumet, 1974)

Partitura de Richard Rodney Bennett

Hablar de vals es hablar también de elegancia, y Richard Rodney Bennett es reconocido como uno de los más prestigiosos creadores de bandas sonoras británicas. Lumet dirigió un reparto lleno de intérpretes famosos Albert Finney, Lauren Bacall, Vanessa Redgrave, Richard Widmark, John Guielgud, Ingrid Bergman, Sean Connery… y Bennett aplicó un original sentido al relato de Agatha Christie. Misterio y crímenes resueltos (musicalmente hablando), en clave no de tensión e intriga sino curiosamente con cierta distancia, distinción y humor, centrándose en esa variada fauna de porte aristocrático que viaja en el Orient Express, y como quitándole hierro al caso del infalible Hercules Poirot investigando un sangriento asesinato.

En el primer video podemos apreciar el tema del Vals muchísimo mejor, en todo su esplendor orquestal (y siempre que no les importe la colección de postales que van surgiendo, cuya mayoría no tienen nada que ver con la película o el compositor). El segundo se corresponde con su integración original en una de las escenas de la pelicula, concretamente en la partida del tren.

“CARRIE” (Carrie, de Brian de Palma, 1976)

Partitura de Pino Donaggio

Brian de Palma acostumbra a usar melodías intimistas para introducir el perfil de unos personajes siempre sometidos a circunstancias y presiones extremas. El lirismo le sirve de contrapunto para mostrar primero su desazón y más tarde sus razones antes de que la crispación haga acto de presencia en sus vidas.

Para llevar al cine la célebre novela de Stephen King, de Palma mostró el mundo interior de Carrie, tan sereno como lleno aristas, con precisión de cirujano gracias a la extraordinaria partitura compuesta por el italiano Pino Donaggio. Músico muy conocido gracias a su exitosa carrera como cantante melódico, su experiencia en el cine se limitaba a tres películas italianas de escaso calado que convertían el resultado final de su trabajo en una incógnita. La confianza del director italoamericano no mostró fisura alguna en su respaldo al novato y ganó. Hoy día, la escena de apertura de “Carrie”, mientras Sissy Spacek se ducha acariciada por los compases de la banda sonora de Donaggio, mantiene la sugerencia y el escalofrío en gran medida gracias a su delicada melodía.

“TAXI DRIVER”(Taxi Driver, de Martin Scorsese, 1976)

Partitura de Bernard Herrmann

En el último tramo de su carrera, cuando pocos concedían a Herrmann la opción de reinventarse, el músico compuso una icónica banda sonora alejándose radicalmente del estilo que le convirtió en colaborador imprescindible para Alfred Hitchcock.

La historia de Travis, tronado taxista neoyorkino que trata de redimir al mundo para justificar su hueco y aliviar así un dolor que le consume por dentro, precisaba de altas dosis de intimismo tamizado por sus vivencias en las cloacas de la ciudad. Herrmann usó una sugerente partitura con evidentes influencias blueseras y jazzisticas para ilustrar la odisea de Travis entre el humo de las alcantarillas, los proxenetas y la locura. El estremecedor resultado contribuyó a que el mito Scorsese se afianzase gracias a una película mítica que mantiene intacta su capacidad de emoción.

“TIBURÓN” (Jaws, de Steven Spielberg, 1975)

Partitura de John Williams

Williams, quien siempre deberá cargar con los adjetivos de reiterativo y grandilocuente, posee un talento poco habitual a la hora de musicalizar una historia. Capaz como pocos de fundir la melodía con las imágenes hasta lograr la máxima cinematográfica de hacer pasar desapercibida la partitura, la fuerte presencia de sus composiciones termina por convertirse en referencia de las películas a las que presta soporte.

Tal vez sea “Tiburón” su cota más alta. Sin restar importancia a los cortes intimistas destinados a mostrar los momentos de crisis interior de los personajes, fue el célebre tema central, interpretado en base a notas graves de cuerda, el que caló de tal modo en los espectadores que su mera mención aún sirve para identificar a la estupenda película dirigida por Steven Spielberg. De hecho, el gran logro del compositor trascendió la pantalla hasta identificar la acción de un baño en el mar con unos amenazantes acordes como una subliminal ceremonia que escenifica la pérdida de la inociencia y las consecuencias que ello conlleva. En otras palabras, bañarse en el océano a la luz de la luna ya nunca fue igual después de «Tiburón».

“EL PADRINO” (The Godfather, de Francis Ford Coppola, 1972)

Partitura de Nino Rota

Uno de los grandes maestros europeos de la década fue el italiano Nino Rota. Colaborador habitual de Federico Fellini, a él se deben docenas de bandas sonoras memorables cuyo mayor exponente quizás sea la partitura de “El Padrino”. Tomando como referencia la música popular siciliana, Rota acompañó las imágenes de la película dirigida por Francis Ford Coppola sumando acordes en los fotogramas que así lo requerían de tal modo que sintetizó como en pocas ocasiones dos formatos en uno solo. El sublime vals, pieza principal de la película, cuajado de una melancolía que se entiende sin remisión, dibuja a los personajes y sus circunstancias haciendo innecesarias a las palabras.

“DOS HOMBRES Y UN DESTINO” (Butch Cassidy and the Sundance Kid, de George Roy Hill, 1969)

Partitura de Burt Bacharach

Filmada a finales de los años sesenta, la inclusión del soberbio trabajo de Bacharach en una lista setentera se justifica por la influencia fundamental que ejerció en la década que estaba a punto de comenzar.

Bacharach no fue el primero en utilizar bases vocales en sus composiciones pero se le puede considerar pionero en el uso del anacronismo musical para descontextualizar la acción y así lograr la complicidad de la audiencia. Para ilustrar las aventuras de los forajidos Butch Cassidy y Sundance Kid, echó mano de suaves canciones pop (muy del gusto de la época) y utilizó composiciones de línea similar como store alejándose completamente de los tópicos de la música del western reducidos a cuatro notas redundantes y a instrumentos como el banjo, el arpa vocal y la armónica. El riesgo corrido por Bacharach, convertido en una banda sonora tan emotiva como ocasionalmente chirriante, se convirtió en un concluyente éxito que sería imitado por sistema durante los primeros años de la nueva década. Y no fue la inevitable “Raindrops Keep Falling in my Head” la que mayor influencia ejerció. Tal mérito apunta hacia memorables y arriesgados cortes como “South American Getaway”, perfecto ejemplo de las intenciones de su autor.

Aquellos Maravillosos Setenta…

Son incontables las buenas nuevas que me ha aportado la virtualidad. La mejor de todas ellas, la más importante, son las personas que he conocido durante mi viaje. Una de ellas, un amigo al que sólo he podido ver durante una memorable tarde barcelonesa, es Carles Rull.

Fundador del portal Cinempatía, entrañable lugar con sabor a celuloide en que se me permite participar ocasionalmente, fue nuestra mutua pasión por el cine la que nos hizo encontrarnos, y fue la música de cine la que permitió que nuestras letras se mezclasen en un exitoso posteo que nuestros viejos blogs dedicaron a la música del western. Una de las entradas más exitosas y celebradas de un lugar, mi antigua casa virtual, que en aquel entonces era frecuentado por más de trescientas personas diariamente. No fueron pocas las felicitaciones que recibió aquella colaboración.  Aunque lo mejor fue colaborar en un proyecto común que cristalizó en el mejor de los recuerdos.

A propuesta mía, hace unos meses, nació una segunda propuesta de colaboración. Nuevamente musical, esta vez enfocando hacia las películas de los años setenta. Década clave en la que lo nuevo relegó a lo viejo sin solicitar permiso, y en la que la música participó de la revolución para reclamar un cambio como no se ha vuelto a dar en la industria desde entonces.

La rememoración comenzará en breve. Mientras dejo que reine en este lugar una de las primeras bandas sonoras setenteras que recuerdo. Tendría doce o trece años cuando vi «La Chica del Adiós» un lluvioso sábado noche. Estupenda película sobre perdedores a los que les cuesta aprender a ganar que seguramente mi memoria (no la he vuelto a ver desde entonces) ha mitificado. Su edulcorada y suave canción principal, interpretada por David Gates, remueve mis recuerdos como el más potente tsunami. Al menos durante unas semanas ¡¡arriba los pantalones de pata de elefante, las chicas sin sostén, los horteras de bolera, los peinados asimétricos y el azúcar glass emocional!!

El viaje no tiene final ni destino…

Leo uno de esos reportajes tramados por la industria para acercar las estrellas a la plebe: ¿con qué lloran las estrellas? En realidad, pienso, que para hacerles pasar por seres carnales bastaría con ver algunas de sus actuaciones. Nadie es perfecto, aunque en ocasiones lleve décadas caer en la cuenta. Éste es el posteo número 800 de este antro. No soy de señalar este tipo de bobadas, que en realidad nada significan, pero el que los tipos de wordpress me lo hayan echo saber nada sutilmente me ha sumido en un imprevisto periódo de reflexión. Me da miedo mirar hacia atrás en el almanaque para descubrir lo que fui y que no me guste lo que veo. Uno nunca tuvo la autoestima lo suficientemente desarrollada como para someterse a determinados tragos. Pero la memoria, de algún modo, siempre llega hasta la superficie.

Desde aquel lejano 2005 en que abrí mi primer blog la suma llega hasta tres. Tres bitácoras, cada una con su historia a cuestas. Dos de ellas abandonadas, pero en pie, como yo mismo estoy. Mi vida está íntimamente relacionada a la fragua de letras de mentira que cristalizaron en abrazos reales. Siempre con la máxima de no estorbarle a nadie. Siempre buscando lo que resulta esquivo.

Aquel lluvioso día de septiembre de 2005 ha terminado por desembocar en un día gris de 2012. La pequeña habitación suburbia se ha transformado en un salón pamplonés. El poster de constelaciones, que por entonces alumbraba mis eternas noches insomnes, en un cuadro que muestra a una niñamujer sentada en una casa minúscula mientras sostiene con una mano los hilos que hacen viajar a su imaginación mediante una bandada de pájaros. Mis dedos, los que teclean, son los mismos aunque ya no sangren.

Dice Javier Bardem que toda su enorme humanidad se viene abajo cuando le ponen frente a una pantalla en la que se proyecta «Bambi». Carey Mulligan se deshace con «El Inolvidable Simon Birch» y Albert Brooks lo hace con «¡Qué Bello es Vivir!». Lloré con las tres. De hecho, confieso que con una de ellas se siguen humedeciendo mis ojos. Nadie habla de «El Bazar de las Sorpresas» ni de la escena en la que la baronesa Blixen se pone de rodillas ante los envarados miembros de un club solo para hombres en «Memorias de África». Nadie habla, por supuesto, de los créditos finales de «Zorori» que hace años berreaba a dúo junto a mi sobrino antes de que llegase la tempestad. Acabo de escuchar la estrofa que dice: «y los días pasarán… y si tú no estás, yo te recordaré», y he podido comprobar que su efecto sobre mis vías lacrimales sigue intacto. Supongo que todos tenemos una tecla que no debe pulsarse.

Ice, Mycroft, Sr. Harris, Sr. Horror, Sr. Yume, Desconvencida, Mary Kate, Lucinda, Emilio, Marnie, Carles, Penélope, Alicia Liddell, Laura, Angéline, Troyana, dsd, Le Poinçonneur y Princesa de Hojalata. Unos están y otros se fueron. Algunos faltan, porque las cosas son así y el dolor te recuerda que sigue acampado cerca de ti. Yo, que habito un faro intangible, trataré de estar siempre, aunque puede que no siempre lo consiga. Algunos son amigos de verdad, otros lo serán (ojalá) y dos de ellos son poco menos que hermanos. Y hay una prestadora de sombras que me cedió la suya cuando extravié la mía y con quien siempre estaré en deuda. Y la chica con el pelo húmedo a quien siempre recuerdo cuando estoy bajo la lluvia. Y una madrina inesperada que cambió mi vida sin saberlo. Y está ella, que todo lo abarca. Sí, todos ellos tienen nombres bajo la tinta que siempre recordaré. Gracias por acompañar mi viaje.

El sentido de todo esto (de haberlo)…

Para Emilio

Jack: Ya escribirás otro libro. Tienes cantidad de ideas.

Miles: No, se acabó. No soy escritor, sólo soy un profesor de literatura. Al mundo le importa una mierda lo que tengo que decir. No soy necesario. Soy tan insignificante que ni siquiera puedo suicidarme.

Jack: ¿Qué coño quieres decir con eso?

Miles: Vamos, tío, ya lo sabes. Hemingway, Sexton, Plath, Woolf… No puedes suicidarte hasta que te publican un libro.

Jack: ¿Y qué me dices del tipo que escribió «La Conjura de los Necios»? Ese se suicidó antes de publicar. Y mira qué famoso es ahora.

Miles: Gracias, Jack.

Entre Copas (2004)


Cumpleaños de Hojalata…

Durante muchos años mi madre me contó cómo mi bisabuelo, hombre humilde al que no llegué a conocer de escasa formación académica (nunca aprendió a leer ni a escribir) y gran imaginación, decidió hacer un regalo de cumpleaños a su nieta. El dinero no abundaba, de modo que tomó un pedazo de madera de castaño para tallar una muñeca. El problema es que era capaz de recitar miles de historias pero no de fabricar muñecas de madera. El resultado fue desastroso, pero mi madre conservó aquella muñeca que parecía cualquier otra cosa durante toda su infancia. De hecho, como Charles Foster Kane con su trineo, reservó un lugar de su memoria para recordar aquel pedazo de madera de forma indefinida durante toda su vida.

Y resulta que hoy es el cumpleaños de una Princesa de Hojalata, y que a mí me correspondería fabricar una muñeca de madera (u hojalata) para entregarsela. Pero, ya que carezco de tal habilidad, dejo aquí una muñeca fabricada con palabras y una canción.

Feliz, feliz cumpleaños…

Ya sé qué se siente al ser miembro de un club exclusivo…

Famosa es la cita de Groucho Marx en la que decía que jamás pertenecería a un club que le admitiese a él como socio. En mi caso, muy alejado de los elitismos, los clubes exclusivos nunca llamaron mi atención. Sin embargo, hace algunos meses tuve el privilegio de ser incluído en el selecto club +♥, creado en honor y gracias a un precioso niño que llegó al tiempo que yo a la vida de su madre, la simpar Selma. Hermanísima de la mujer que quiero.

La chapa que me acredita como miembro del club no es una chapa cualquiera, que diría mi sobrino. Ha viajado conmigo en muchas ocasiones y puede presumir de haber frecuentado lugares y personas singulares. Además, aunque seguro que no lo sabe, con esa chapa viaja él. Siempre a mi costado.

En fin, que como hoy es el cumpleaños de Selma y no se me ocurre otro modo de agradecer todo lo que ha hecho por mí desde que llegué al norte, pues aquí le dejo unas cuantas líneas escritas con tinta de mentira.

Feliz cumpleaños, hermana de Patty…

Mientras fuera llueva…

Tu piel huele

a todas las cosas buenas

de la tierra.


Tus ojos, tu mirada

nace en las profundidades

del mar,

allá donde escondes

tus sueños.


Vuelve tu piel,

a mí,

como asustada y frágil.

¿Dónde te vistieron

con rayos dorados?

¿Adónde fueron a parar

los pájaros

que volaban

locos

en tu cabeza?

Tú sabes las letras

que marcan tu piel,

las que muestran el camino.

Tú sabes

allá donde

no hay pasión sin fuego.


Yo he leído

todas las líneas

de tu cuerpo,

aquellas que escriben:

«sígueme hasta el infinito»

o «las estrellas viven en mi cuerpo»

o «tu piel huele a almendras»

Vive la luna

sobre nosotros

pero allí también…

en tu piel, en tus ojos


Mar Palomares



500…

Pasé la meridiana, pese a todos los pronósticos en contra. 500 posteos que puede que no sirvan de mucho, pero que me mantuvieron a flote el peor año de mi vida. Todo empezó en septiembre de 2008 y aún sigue, a pesar de un intento de autoinmolación, de las ausencias, de un invierno espantoso y frío y de algunas cosas que nunca debieron ocurrir. Aquí estoy,  gracias a los milagros y a la magia que rara vez se da.

500 delirios seguidos por un pequeño puñado de personas  que, no sé por qué, siempre estuvieron ahí. Apenas cinco personas a los que les importa que el viento sople a mi favor.  Para ellos va dedicada esta canción. Es de Phil Collins. A pesar de ello disfrútenla (en el vídeo sale Richard Widmark para compensar)…