Cómo endurecer tu voz en una única lección…

Rock Hudson tenía un físico perfecto: Era muy alto, fuerte, tenía un torso poderoso y un rostro aniñado, casi femenino, que compesaba la agresividad casi animal que desprendía su cuerpo. Su único defecto era su voz. Su tono era bajo, más que aflautado, lo que a unas pocas mujeres les parecía seductor y a la gran mayoría les disgustaba.

El joven actor tenía un handicap difícil de cubrir. Al menos, así fue hasta que sus anginas se inflamaron. Entonces su agente supo ver la oportunidad de forjar al hombre perfecto, de modo que le dijo:

Abre las ventanas esta noche, cuando todos duerman, y grita a todo pulmón hasta que el aire te falte.

Así lo hizo. Su afección se agravó y tuvo que someterse a una intervención de urgencia al día siguiente. Pero el objetivo buscado había sido alcanzado: sus cuerdas vocales estaban rasgadas. Su voz sería para siempre grave, como la de un baritono . Un icono de la masculinidad que siempre prefirió compartir su cama con hombres antes que con mujeres. Pero esa es otra historia.

Tres…

El Abogado del diablo (1993)

¿Vamos a ver una película?

¿Por qué no buscamos un sitio oscuro?

Domino (2005)

Me gusta mucho Keira Knighley. ¿Te apetece ver Domino?

Vale. ¿Y después qué haremos? Mejor elijo yo

¿Un bar? ¿Algún local?

No, nos va a salir gratis

Elegy (2008)

Queda una hora para que empiece la película ¿Qué podemos hacer?

Y me besó en la oreja. El mejor beso de mi vida…

Abrázame fuerte, que no pueda respirar…

La película de Patrice Leconte es preciosa. La canción de Pedro Guerra no se queda atrás. Leí que la mencionaba Angélique en su blog y desde entonces la escucho y la entiendo de otro modo.

De niño bailaba canciones del moro
el baile venia de adentro y asi se inventaban los modos
de niño soñaba olores profundos
las mezclas de espuma, colonia y sudor de unos pechos desnudos
crecio con su sueño y un dia le dijo:
«acabo de verte y ya se que naci pa’ casarme contigo».
Matilde mi vida, matilde mi estrella
le dijo que si nos casamos Antonie, y bailo para ella

Y abrazame fuerte, que no pueda respirar
tengo miedo de que un dia ya no quiera
bailar conmigo nunca mas.

Cariño y ternura, colonias y besos
te tengo, me tienes, quisiera morirme
agarrado a tus pechos.
El amor es tan grande, tan sincero y sentido
que un dia de lluvia matilde acabo por tirarse en el rio.

…y abrazame fuerte que no pueda respirar
tengo miedo de que un dia ya no quiera
bailar conmigo nunca mas.

Mejor buenos recuerdos que un pasado perdido
por eso Matilde un buen dia acabo por tirarse en el rio
lo que fue tan hermoso que no caiga al olvido
te estare recordando por siempre Matilde que tu no te has ido

…y abrazame fuerte que no pueda respirar
tengo miedo de que un dia ya no quiera
bailar conmigo nunca mas.

16 de Marzo…

¿Quieres que te cuente lo que ocurrió?

Cuenta…

Fue un jueves santo. Los cofrades del barrio más pobre de Cucumberland sacaron de paseo la imágen de su patrón a pesar de que amenazaba lluvia. Cubierto un tercio del recorrido que les debía llevar a la iglesia grande, comenzaron a caer las primeras gotas. Nada preocupante, chispeaba sin más. Al llegar a la mitad, en una plaza céntrica rodeada de bares, las cuatro gotas se habían convertido en un torrente, de modo que los encapuchados buscaron refugio en los bares y en sus cervezas, abandonando al santo a su suerte. Horas después, la lluvia mantenía su intensidad. Decidieron entonces que lo mejor sería marcharse a casa dejando la empapada imágen del santo allí. Ya la recogerían a la mañana siguiente. Y así fue como los vecinos de aquella plaza céntrica se despertaron con la figura de un San Nicasio acuático bendiciendo su nuevo día. Solo le faltaban las gafas de buceo.

¡Ofú!

¿Ozú?

No, ¡¡Ofú!!


Nos vemos en Montauk…

Joel: Vayámonos. Tengo que volver en coche con mis amigos.

Clementine: Pues, vete…

Joel: Y lo hice. Pensé que tal vez estabas chiflada. Pero eras excitante.

Clementine: Ojalá te hubieras quedado.

Joel: Yo también lo desearía. Dios, ahora desearía haberme quedado. Desearía haber hecho muchas cosas. Ojalá… ojalá me hubiese quedado, en serio.

Clementine: Cuando bajé ya no estabas.

Joel: Me fui. Salí por la puerta.

Clementine: ¿Por qué?

Joel: No lo sé. Me sentí como un niño asustado. Me sentía con el agua al cuello.

Clementine: ¿Estabas asustado?

Joel: Sí, creía que ya sabías eso de mí. Volví corriendo hasta la hoguera, intentando vencer mi humillación.

Clementine: ¿Fue por algo que dije?

Joel: Sí. Dijiste: «pues, vete», con tanto desdén, ¿sabes?

Clementine: Lo siento.

Joel: No importa.

Clementine: Joel, ¿y si esta vez te quedaras?

Joel: Salí por la puerta. No me queda ningún recuerdo.

Clementine: Vuelve y al menos inventa una despedida. Finjamos que la tuvimos.

Clementine: Adiós, Joel…

Joel: Te quiero…

Clementine: Nos vemos en Montauk…

Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004)

Así empezó todo: Cabecita loca…

15 de diciembre de 2007

El mejor episodio de «Frasier», a mi juicio, es aquel en el que Niles es ingresado en espera de una intervención de corazón de urgencia. Mediante flashbacks, durante las horas previas a la operación, veremos a Niles enfrentarse a la muerte de su madre y a la cojera permanente de su padre. Más tarde, en una escena aún por ocurrir, asistiremos al nacimiento del segundo hijo de Niles y Daphne. Es ella la que le da fuerza. La que sostiene sus palabras durante los minutos de vigilia. “Daphne esto, Daphne aquello, Daphne…”, siempre Daphne. Tantos años le costó estar a su lado que es comprensible su fijación. Su hermano, su padre y Roz, su familia, serán, junto a Daphne, quienes le acompañen en el trance. Ellos experimentarán sus propias recesiones al deambular por el hospital. Veremos al joven Frasier acoger al nuevo hermano; a Martin enfrentarse a la muerte; a Roz, como madre primeriza, llevando a su hija al hospital para que sea tratada de nada. Entre todos compondrán un mosaico excepcional que dibuja la gloria del alma humana en sus horas más oscuras. La escena en la que Daphne se deshace en lágrimas de impotencia frente a una rebelde máquina de chuches, será el colofón de un episodio memorable.

Pues bien, como sabrán estuve ingresado el pasado día 25 de noviembre y me acabo de enterar de que debería seguir allí. O al menos, si Doña Espe no hubiese quitado los neurólogos de guardia, debería haber seguido allí unos días más, mientras me realizaban pruebas que hiciesen saber a los médicos lo que padezco. Pero como Doña Espe manda, me enviaron a casa con este TAB en el que poco se ve y menos se muestra.

Primero dijeron que se trataba de un microinfarto que había afectado únicamente a la parte alta de los ojos, dejándoles descompensados. Después, lo descartó de plano la neuróloga, al considerar los síntomas como más propios de otra afección y el microinfarto digno del anciano que no soy. Descartada la opción geriátrica, y retirada la medicación de viejo, vuelvo al parche porque no veo ni torta sin él puesto. Las pruebas ya están listas, entre ellas una punción lumbar que me mantendrá alejado un par de días de la burrosfera. Y eso que ganan ustedes.

Pero bueno, lo cierto es que los médicos creen que están en el camino de averiguar qué me aflige. Y es que, al encarar la luz del pasillo el pasado día 25 ya de noche (ingresé a primera hora), lo primero que me vino a la cabeza (porque no veía ni cinco en un burro) es quién había estado fuera esperando. Y sí, estuvo mi madre (la quiero tanto), como no, muy preocupada. Estuvo mi hermana pequeña y mi cuñado (y eso que mi cuñado y yo no nos llevamos demasiado bien). Estuvo mi hermana mayor y su marido. No vino J., amigo residual, ya que estaba en Alzira con su chica. Ni mi hermano mayor, que estaba trabajando y llegó tarde a la fiesta. Tampoco estuvo mi padre, que aquejado de los suyo, bastante tiene encima. Y no, no había Daphne. Ignoro si sufrieron regresiones y vivieron sus propios flashbacks al reencontrarse con un lugar conocido. No lo sé, no lo pregunté ni me lo dijeron. Sólo sé que desde entonces “veo” (es un decir) las cosas de un color más vivo. Que la gente me es más cercana. Que bromeo con el dentista acerca de mi poca visión. Que no paro desde entonces aunque ni siquiera puedo ver mis pies. Que disfruto mucho más del cine y su ambiente yendo equipado con un parche escondido que me pongo cuando las luces se van. Y que, en general, cuando deje atrás las dificultades visuales, creo que echaré de menos esta sensación de libertad plena de la que ahora disfruto.

29 de marzo de 2009

Bien, ha pasado el tiempo y los médicos siguen sin saber qué me ocurrió. Septiembre fue horrible. Me sometí a pruebas de todo tipo, algunas de ellas muy dolorosas. Sin resultados que sirviesen para aclarar el enigma. Mi neuróloga se ha tomado mi caso como algo personal. Me llama el chico milagro, el tipo que se recuperó espontáneamente de una extraña afección que debería haberle matado. Soy una pequeña celebridad: todos los médicos del hospital conocen mi caso. El chico milagro, ya. «Estás vivo de milagro», me repite siempre que me ve. «Tus análisis y tus escáners de febrero a mayo están disparados. Son más propios de un muerto que de un vivo», suele decir. Y cuando lo hace recuerdo a Jack (Nicholson) en «El Resplandor», un muerto que no sabe que lo es.

Su pregunta recurrente es: «¿Qué te ocurrió en febrero?»… Insiste preocupadamente (al menos así lo parece), pero nunca le contesto.

A día de hoy la deriva aumenta en lugar de menguar. Debería ponerle un plazo, como me aconsejó MK, pero todo cuanto me sucede suele ser más fuerte que yo: Encuentro un empleo que me gusta, con compañeras que me gustan y ambiente relajado, y lo pierdo en unos pocos meses. O es la crisis la que hace que lo pierda. Conozco a alguien que durante mucho tiempo ha vivido en mis sueños y desaparece antes de que apenas pueda identificar su perfume. Comienzo un curso que lleva colgado muchos años y lo abandono a la mitad porque no consigo concentrarme. Al menos me aseguraron que no perdería el dinero invertido y que podré reengancharme sin problemas en octubre.  Eso es el debe.

También leo mucho: tres, cuatro libros al mes. Vuelvo a tocar la guitarra (eléctrica) tras más de un año alejado de ella. Tiempo en el que he tenido que mentir a los que me pedían que les tocase algo porque sencillamente no quería hacerlo. Y he retomado el blog, hace meses, lo que en cierto modo implica disciplina. Lo más importante es que he vuelto a reír a carcajadas gracias una compañera de trabajo muy especial en cuya cabeza anidan pájaros azules. Eso es el haber.

Y he hecho todo este camino solo. En medio, me ofrecí a dos personas que me rechazaron (y es que uno es tóxico), de modo que tuve que andarlo solo. Y de veras que no me importa mostrarme, porque no hay mucho que ver y hace tiempo que perdí el pudor. Esto es lo que ahí y no es mucho.

No sé cómo acabará todo esto. Bien o mal, ya me da igual. Lo seguro es que empezó así…

From Vetusta with Love…

Es jueves por la noche y estoy agotado. Ha sido un día largo. Suena el móvil. Nunca suena (con mucha suerte una vez a la semana) y tenía que hacerlo ahora que mi cabeza está embotada y mis piernas no responden mis órdenes. No puedo creer lo que escucho. Llevo más de dos años sin oír su voz y tiene que llamarme precisamente el día que menos fuerzas me quedan.

¿Cómo estás?

Estoy bien, ¿y tú?

Preguntas absurdas entre quienes han tenido tanta intimidad. Veinte minutos después, me pregunta:

¿Has conocido a alguien?

Eres la segunda persona que me pregunta lo mismo en los últimos quince días. Conocí a alguien, sí. Y desapareció en pocos meses. Luego apenas tuve contacto con ella. No tengo mucho más que contar.  ¿Y tú?

Salí con alguien durante casi un año. Lo dejamos en octubre.

Un rato después me ofrece tomar una copa el sábado en plan amigos. No puedo ir, le miento. No consigo ver a alguien a quien he querido como a una amiga. Insiste y repito la misma excusa. Tras la tercera intentona desiste. Me llamará el domingo por la noche, me dice y le contesto que siempre estaré para ella y para unas pocas personas más a las que yo les importo un pimiento.

Vuelvo a sentarme en el sofá. Son las once y media.

Y recuerdo que…

Oviedo, verano de 2006…

El día que llegué, hablé con el padre de ella hasta bien entrada la madrugada. Nos sentamos el uno frente al otro en unas sillas incómodas coronadas por una mesa sobre la que se situaban unos vasos tan pequeños que debías vaciar hasta cinco veces una lata de cerveza para apurarla. Me habló de aquella secuencia de «El Hombre que Sabía Demasiado» en la que el maquillaje del hombre que muere se queda en las manos de James Stewart. Yo le repliqué con la secuencia silenciosa en la que Stewart sigue a Kim Novak a través de la ciudad de San Francisco en «Vértigo».  Quince apasionantes minutos sin que se pronuncie una palabra. Y habría seguido hablando con él hasta el amanecer porque hablabamos de Hitchcock, de sus historias, de sus películas, de las claves secretas que ocultan, de sus miedos, de sus no muchas alegrías… Lo estaba pasando tan bien que apenas presté atención al reloj. Serían casi las cuatro de la madrugada cuando ella apareció, puso sus manos en mi espalda y dijo:

«Ya está bien, ¿no? Dejadlo para mañana»

Él era (y seguirá siendo, espero, desde entonces no tengo noticias de él) un tipo entrañable con una gran capacidad de empatía. Intuía lo que los demás necesitaban y el momento en el que debía aplicarse la cura. Y yo, aquella noche, necesitaba hablar del gordo inglés para ahuyentar por unas horas preocupaciones situadas a cientos de kilómetros de allí.

Me levanté tarde la mañana siguiente, serían las once. Ella y sus tetas espectaculares (nunca usaba sostén, ni falta que le hacía), había salido a comprar el periódico y algo para comer, me dijo. Me lo había encontrado en el salón, al bajar. Admiré el que se hubiese levantado casi sin tocar la cama. Él le quitó importancia. Y allí estaba, con un libro enorme entre sus manos. Al decirme que lo había comprado aquella mañana de viernes para mí, me emocioné. No es algo que me ocurra a menudo. El regalo se trataba de una edición limitada y exclusiva lanzada por el ayuntamiento de Oviedo sobre la vida y obra de Hitch. El libro debe ser carísimo, fue lo primero que pensé. El dinero me trae bastante sin cuidado, pero fue lo primero que pensé. Es mucho más que un regalo. De hecho, es además un libro imprescindible para cualquier fanático de Hitch.

En los días que siguieron a aquello, me tumbé en la hierba muchas veces y cerré los ojos confiado y me columpié en un parque de las afueras de la ciudad. Fui feliz. Creo que fue la última vez que fui feliz de un modo pleno. Al menos lo fui hasta que una llamada, cinco días después de mi llegada, lo abortara todo.


El jueves por la noche, tras colgar, me levanté, cogí el libro y comencé a leerlo por tercera vez. Antonio Weinrichter, Guillermo Cabrera Infante, Miguel Marías, Juan Cobos, Carlos F. Heredero… no son malos compañeros de insomnio. Serían las tres cuando el sueño llegó…

Más…

A Amélie le gustaba romper con una cuchara la corteza de la crema catalana…

Y le gusta ver lo que nadie más es capaz de ver…

Y hundir su mano en un saco de legumbres…

Y hacer rebotar las piedras en el lago…

A Amélie le gusta mirar a el rostro de la gente en mitad de la proyección de una película…

Y le gusta la lluvia…

Y fotografiar nubes con formas de animales…

Le gusta espiar a su vecino de huesos de cristal cuando pinta…

Le gusta dejar propina a los músicos callejeros aunque sean los gramófonos quienes hagan sonar la música…

Le gustan los encuentros fortuitos…

Y su habitación, coronada con cuadros de animales y lámparas asidas por cerdos en bata…

A Amélie le gusta imaginar su propio funeral y que todo el mundo la quiere…

Pero lo que realmente desea Amélie es que alguien la quiera, abrazar su espalda y recorrer las calles de París en una moto polvorienta…