A Amélie le gustaba romper con una cuchara la corteza de la crema catalana…
Y le gusta ver lo que nadie más es capaz de ver…
Y hundir su mano en un saco de legumbres…
Y hacer rebotar las piedras en el lago…
A Amélie le gusta mirar a el rostro de la gente en mitad de la proyección de una película…
Y le gusta la lluvia…
Y fotografiar nubes con formas de animales…
Le gusta espiar a su vecino de huesos de cristal cuando pinta…
Le gusta dejar propina a los músicos callejeros aunque sean los gramófonos quienes hagan sonar la música…
Le gustan los encuentros fortuitos…
Y su habitación, coronada con cuadros de animales y lámparas asidas por cerdos en bata…
A Amélie le gusta imaginar su propio funeral y que todo el mundo la quiere…
Pero lo que realmente desea Amélie es que alguien la quiera, abrazar su espalda y recorrer las calles de París en una moto polvorienta…
cuántas Amélies hay repartidas por el mundo… ocultas bajo una sonrisa mediocre…
Desde luego, qué razón tiene Begusa. Me quedo con la poesía de los encuentros fortuítos. Me encantan. Y me doy cuenta de que hace mucho que no tengo uno de ellos.
El mundo está repleto de Amélies y de Ninos. Siempre he pensado que la mediocridad sólo es apariencia si sientes, Begusa.
De algún modo lo tuviste, Ulyanov, no hace mucho tiempo, al encontrar a una vieja amiga en Facebook. Relato (estupendo relato), por cierto, que deberías completar cuando así lo necesites.