«Das muy bien en televisión y Dani ha perdido el tren…»
DÍA UNO
Alguna vez tenía que ocurrir. Una guiri, difícilmente soportable, obstaculiza el que pueda conseguir otro billete. La empleada de RENFE me lanza un guiño cómplice mientras trata de deshacerse de ella. Una vez en el tren, tres horas más tarde, veo aumentar las montañas de tamaño para después decrecer. Ocurre casi sin darme cuenta que bajo la vista en Tudela y, al volver a alzarla, el edificio de Ericsson me da la bienvenida a mi ciudad. Otro tren y en Cucumberland. Mi viejo sofá, los canarios están bien, aireo a Gary y acaricio sus curvas, me cambio de ropa y salgo a la calle a respirar el aire azufrado de Madrid.
«Te imagino sentada en la playa, en bikini sobre una toalla, y me fabrico otro recuerdo perfecto…»
DÍA DOS
Llegué a la Fnac temprano, sobre las diez, y de repente es casi la una. Un par de cómics llaman mi atención al punto de regresar a la zona en la que se encuentran media docena de veces para comprobar que nadie se los ha llevado. Salgo sin ellos, pero no de vacío. Una chica con minifalda cinturón hace volver la cabeza al tipo al que consulto en busca de un libro. Definitivamente, el hombre de la luna nunca pisó la Fnac, como tampoco debió hacerlo el jorobado que regentaba aquel café triste que debo buscar por mí mismo. Serio inconveniente el no tener tetas en determinadas ocasiones. Quedo para el jueves con un compañero de proyecto. Mis piernas siguen cansadas.
«Hay chicas enormes que al pasar emiten tanta soledad, ¿quién podrá hacerlas reír?…»
DÍA TRES
Creo que me he cruzado con la chica más triste del mundo. Las bolsas de sus ojos caían casi hasta sus pies. Recados completados casi en su totalidad. Mi sobrino, feliz. Se ríe más que nunca y ha hecho dos amagos de abrazarme mientras jugabamos a matar zombies. He ido a visitarles. Al regresar, me he cruzado con el puto edificio aquel en el que pasé las dos peores noches de mi vida. Lo derribaron al poco tiempo y lo volvieron a edificar de cero. Alguien me dijo que para alguien como yo, tan simbólico como sentimental y alerta ante cualquier señal, aquel suceso suponía un acto de justicia poética. Me he quedado mirándolo unos minutos. El cesped que lo rodea es artificial. No me ha extrañado: todo lo que rodea a aquel lugar está muerto.
«Porque estás aquí si no tienes donde ir…»
DÍA CUATRO
Tras un encuentro marciano, me lo suelta y se queda tan tranquilo. Luego no para de hablar y de contar ésto y aquello… y lo cierto es que me importa bien poco lo que dice. Después hablamos durante dos horas del proyecto, y éso es lo que me quiero hacer. Será un caos, pero será, le digo. Me ve desanimado. En realidad no lo estoy, sólo que sigo cansado.
«Tienes todo lo que me puede ayudar, el pelo negro y los besos redondos que ruedan y ruedan películas de verdad…»
DÍA CINCO
En realidad tu pelo es rubio, pero tus besos son redondos y ruedan y ruedan… Por la mañana completo los recados con cierta melancolía. Por la tarde vuelvo a la Fnac de Cucumberland por segunda vez en tres días. Eso hoy, porque ayer estuve en la de Callao. Compré un libro: «El Corazón es un Cazador Solitario». Es un libro fetiche para mí que acompañó mis días entre marzo y abril de 2009. Entonces todo era rojo. Hoy es azul. Él me preguntó sobre el libro, pero le importaba una mierda lo que le respondí. He pasado la tarde allí, envuelto en su atmósfera ciega, para terminar comprando provisiones para el Madrid-Barça de mañana. Por la noche me he quedado dormido en el sofá. Me he despertado a las cuatro. En la tele, una vidente auguraba un feliz porvenir amoroso a una mujer que parecía desesperada. Luego ha dado paso a la siguiente llamada.
«Sólo sé que ella y yo conocemos tu interior…»
DÍA SEIS
He estado escribiendo toda la tarde, pero como era una porquería he terminado por borrarlo todo. Desde ayer por la tarde el ambiente se está enturbiando. Al otro lado del teléfono se te oye feliz. Me alivia que así sea. Abro una coca-cola y veo el partido. Es tenso pero flojo. Después veo el debate político de La Noria (el mejor programa de humor del momento) para coger el punto que creo haber perdido. Termino por cambiar la tele a los cinco minutos (como siempre) y ver «Doc Hollywood» en un canal digital. Es una película triste plagiada mil veces sin que se le reconozca su mérito. Después pasan «Encrucijada de Odios». Ha envejecido de pena, pienso. La escena final te hace pensar en quien es el auténtico villano. Recuerdo la escena de «Doc Hollywood» en la que Michael J. Fox escucha el parte meteorológico en la radio de su coche: «Esta noche las luciérnagas brillarán…»
«Baila para mí quiero recordarte así, bailando tan feliz …»
DÍA SIETE
Los domingos siempre son el mejor día. Las calles vacías, sol, periódico y un banco del parque en el que leerlo. He visto amapolas en un fragmento aislado de campo que se resiste a ser absorbido por el asfalto. Los postres que preparo, y que tú inventaste, son un éxito. Mi hermana me pide la receta y mi sobrino revisa su cuchara en busca de un pellizco de mascarpone que rebañar. Juego con él tres horas a una docena de juegos diferentes. Desde roedores vengadores a camioneros temerarios, sin olvidar algunos castillos que derribar a pedradas. Hacia el final de la tarde, se vuelve hacia mí y me abraza. Al marcharme para casa me pesan los pies. Son las ocho, aún hace demasiado sol y quiero que sea ya mañana. «Punto Pelota» es tan malo que hace buena a cualquier bazofia de Telecinco. Veo «Aída» por primera y última vez en mi vida. El teléfono se ilumina una vez más antes de dormirme otra noche en el sofá.
«¿Quién te recibe al regresar después de una gira triunfal con una botella de champagne?…»
DÍA OCHO
Equipos de televisión por todas partes tratando de informar sobre el último acto de violencia en mi barrio. No es el Bronx, pero casi. Voy a verles para despedirme y asegurarles que volveré en un mes. La figurita que les he llevado brilla como falso cobre junto a ellos. Las piernas me siguen pesando, más con semejante equipaje que no puedo casi arrastrar. Tres horas y varios pelmazos más tarde unos nudillos suenan en la ventanilla de mi vagón. Una mujer me señala con la mirada: «Tu prenda…», me dice. Estás ahí, aún más bonita que cuando me marché. Tienes la sonrísa más luminosa del mundo, pero no llevas encima una botella de champagne. Guardo el mp3 repleto de canciones de La Costa Brava que me ha acompañado todo este tiempo. Ayer te envié una carta. Esta noche la leeremos juntos…
Es que los días a veces son baladas, es decir, melodías quejumbrosas, tiernas, frágiles, como a punto de perderse, de encontrarse de pronto fugadas.
Ese punto de diario me ha encantado. Podría ser falso. Todo falso. La coca-cola. El fnac. El tenso pero flojo partido. La carta. El regreso. Lo único que no es ficción es el regreso. Eso lo sabes y a los que te conocemos es lo que nos alegra. Un abrazo, my friend.
Leí hace años La condición humana. Vuelvo ahora. Más viejo.
Mora es un hallazgo.
En realidad me quedaron multitud de cosas que contar, Emilio: el olor a pintura de la nueva y aséptica nueva terminal de llegadas; la indescriptible sensación de retornar a tu ciudad tras un tiempo fuera de ella; el calor que me recibió en Madrid tras dejar atrás la lluvia de Pamplona; el momento en que introduje la llave en la cerradura de mi casa; el primer parsimonioso paseo por la calles de Cucumberland; las horas consumidas en la Fnac (casi un ceremonial); el café capuccino del local próximo a la puerta del Sol; el aire… Mil cosas más que habrían extendido el posteo hasta convertirlo en un mamotreto.
«La Condición Humana» es una de esas historias en tiempo de guerra en las que todo se detiene para renacer al terminar la carnicería. Me encantan esas historias en las que los personajes son extremos. Mi situación, salvando las abismales distancias, es en cierto modo similar. De ahí el regalo que espero te sacie tanto como la Keler. Mil de ellas serían necesarias para aplacar el calor cordobés. Prometo que cuando regrese a tu ciudad las llevaré conmigo (puede que no mil, pero sí un par) para brindar por el reencuentro. Mientras tanto, es hora de que se produzca otra de nuestras maratonianas conversaciones telefónicas para completar lo ya comenzado. Ya nos pondremos de acuerdo para llevarla a cabo. Me alegra que los aforismos de Mora te hayan calado. En ocasiones, su prosa entre desencantada y sufridamente lógica logra arrancarme un destello.
Abrazo, Emilio.
La birra cayó esa noche. La describiste bien. La aliñé con la idea de vernos pronto. Toñi lo rubrica, aunque no bebió. Es más de sidra.
Lo que te decía, los puntos extras. No hay que mirar a fondo, los topas en lo alto de una frase, en la sombra de otra, en un juego con tu sobrino, en esos abrazos, en lo que escuchan tus ojos cuando caminas por Madrid, en las pequeñas frases que inclina el viento al final de cada día, en lo que enumeras. Es así. El resto es ver lo que muestras. Y asentir, lentamente.
Un abrazo, Alex.
Fueron días fugaces y sin embargo intensos. O puede que para ser intensos se requiera la fugacidad. No lo sé, me limito a continuar caminando hasta ver donde me lleva el final del camino. Éstos siete/ocho días fueron una estación más de paso. Necesaria estación para sobrellevar los días que están por llegar. El mejor de los tiempos, que escribió Dickens.
Abrazo fuerte, Angéline.