La Tristeza y sus Consecuencias…

Tras el estreno de «Marnie, la Ladrona», Hitchcock cayó en una profunda depresión que se tornó en ira contra los críticos que atacaban con saña su última película. Los apelativos de «acabado», «desfasado» o «insustancial» hicieron al gordo inglés más daño que «La Daga de Rasputín» al buen gusto. Consciente de que se estaba distanciando de las nuevas generaciones, ideó la posibilidad de una película que el creía cambiaría toda concepción cinematográfica. La tituló «Kaleidoscope». En ella se contaba la historia de un truculento asesino con querencia por los crímenes sexuales. Terminado el guión (lo que fue una odisea) y completado el casting, Hitch se puso manos a la obra rodando un puñado de escenas que mostró con orgullo a varios productores hollywoodienses. Todos ellos, sin excepción, consideraron las imágenes como obra de un psicópata. En ellas se mostraban escenas de violaciones y violencia (el contenido de cualquier telediario de hoy día) consideradas de pésimo gusto para los anquilosados estándares de una época que empezaba a cambiar. Finalmente, «Kaleidoscope» no vio la luz. Si bien su filosofía y gran parte de su temática fue repescada por Hitch años más tarde en la terrible «Frenesí».

La depresión, la tristeza del alma, suele generar grandes frutos aplicada al arte. El cine no es una excepción. Ahí van algunos ejemplos de películas notables paridas con los brazos caídos y la mirada posada en los suelos.

VAN GOGH (1991)

El veterano Maurice Pialat, anónimo superviviente de la Nouvelle Vague, se encontraba en el final del camino sin haber rodado la película que le satisficiera. Cierto es que su película anterior, «Bajo el Sol de Satán», había ganado la palma de oro en Cannes. Cierto también que la crítica dirigió sus mejores balas hacia una obra acusada de haber recibido trato de favor para conseguir tan pomposo premio. El archifamoso chovinismo francés brilló con más fuerza que nunca en aquella ocasión. En busca de un reflejo para su desazón, hacía tiempo que Pialat deseaba contar en celuloide la peripecia humana del pintor flamenco Vincent Van Gogh, icono imprescindible para todo depresivo que se precie. Para dar vida al desdichado protagonista contactó con el reputado Jacques Dutronc, quien bordó una interpretación memorable en lo que fue el más certero fresco hasta ahora rodado de una vida maldita con permiso de «El Loco del Pelo Rojo».

PANDORA Y EL HOLANDÉS ERRANTE (1951)

Albert Lewin fue uno de esos genios desconocidos que el tiempo ha convertido en carnaza de cineclub. Poseía un universo propio rico en matices y siempre cargado de una fuerza visual que sólo la fotografía en blanco y negro puede proporcionar. Mujeriego impenitente, jugador y fullero profesional, su vocación de buscavidas solía chocar con los exigentes calendarios de producción de los estudios, tal vez ello explique la escasa obra que dejó.

En 1949 se encontraba en una encrucijada: se hacía viejo, sus bolsillos seguían vacíos y nadie en la industria confiaba en él. Por eso, cuando recibió la oferta por parte de una pequeña productora de retomar el mito de Pandora no se lo pensó dos veces. La irrupción de la Metro en la producción trajo consigo la participación de Ava Gardner (junto con Louise Brooks, la mujer que nació para interpretar a la mujer que destruye corazones y vidas a su paso), cuestión que agradó a Lewin al punto de volcarse en la película. Sin embargo, el soberbio resultado no enderezó la vida de Lewin. Supongo que quien nace bajo el signo de Hades no puede elegir otro camino.

LA HABITACIÓN VERDE (1978)

François Truffaut había amado todo lo que pudo el día que un médico le confirmó que tenía cáncer. Entonces, el gran vitalista dejó paso al más feroz pesimista. Su lujuria por la vida se rebajó hasta niveles mínimos y comenzó a pensar en la muerte. Como primer paso rodó «La Habitación Verde»,  hermoso cántico a la memoria de los que ya no están y sin embargo continúan ejerciendo un poderoso influjo sobre los que quedaron atrás. La historia de un hombre incapaz de superar la pérdida de su mujer es la del propio director, que tantas mujeres amó y perdió. El siguiente paso consistió en finiquitar el camino de su alter ego, Antoine Doinel, en la melacólica «El Amor en Fuga». La infelicidad le acompañó hasta el final de su vida, pero supo atemperarla con los recuerdos de lo que fue y de lo que pudo ser.

LA HABITACIÓN DEL HIJO (2001)

Apasionado de la vida como es Nanni Moretti, la presencia en su filmografía de tan dolorosa cinta se explica por las circunstancias del rodaje. Al parecer, la primera intención del director italiano consistía en celebrar la vida de los que se fueron. Sin embargo, al indagar en el dolor terminó por contagiarse de su negrura y decició implicarse emocionalmente en la historia de un padre obsesionado por recuperar el recuerdo de su hijo muerto. La tristeza fue de tal calibre durante el rodaje que los actores con frecuencia terminaban sus escenas ahogados en lágrimas. Después llegó el desplante del gobierno de Berlusconi al impedir que la película de «ese impresentable troskista» representase a Italia en los Oscar. A ello le siguió el cabreo de Moretti. Y en eso anda enzarzado todavía.

LA MADRE Y LA PUTA (1973)

Si los ejemplos anteriores se refieren a casos de depresiónes puntuales, hay que reconocer que Jean Eustache pertenece a otra liga. Depresivo por naturaleza, ya había intentado quitarse la vida cuando rodó la abrasiva historia de dos mujeres (una muy joven, otra madura) durante los decisivos días que variarán el rumbo de sus desastrados caminos. Sus opuestos conceptos del amor y la vida eran los del propio Eustache, sumido en constantes contradicciones rumiadas siempre en el filo del acantilado. La película fue recibida como la gran obra que es. Uno de los últimos coletazos (y de los más puros) de la Nouvelle Vague. Por su parte, Eustache volvió a intentar quitarse de en medio… y esta vez tuvo suerte.

VIVIR (1952)

Cuando un japonés se deprime se congela una parcela del infierno. Y es que hay pocas cosas tan viscerales como un japo con las alas plegadas. Akira Kurosawa estaba considerado como uno de los grandes del panorma cinéfilo local, pero su carrera internacional aún no había despegado. Como un tiburón en un acuario, el director se agitaba porque su charco era demasiado pequeño para sus inquietudes. Veía su vida en gris. Entonces escribió un poderoso guión centrado en la figura de un funcionario a punto de jubilarse al que le es diagnosticado un cáncer terminal. Sabedor de que su vida ha sido un constante vacío, el protagonista dedica sus últimas semanas a vivir, eso que nunca hizo. El impacto de la obra fue tal que el nombre de Kurosawa comenzó a sonar fuera de Japón. Al año siguiente dirigió «Los Siete Samurais» y la depresión se esfumó…

TAXI DRIVER (1976)

¿Qué ocurre si se unen los caminos de un director de cine consumido por sus adicciones, un actor hastiado e intenso  y un guionista nacido maldito? Que el resultado será un obra capital como lo es «Taxi Driver».

Martin Scorsese se encontraba desubicado tras un primer intento por dejar de lado las drogas duras que le mantenían en otro lugar. En sus manos cayó el impresionante guión firmado por Paul Schrader, sumido por entonces (como siempre, vamos) en una intensa depresión vital. A ellos se unió un por entonces agotado de todo Robert de Niro, en busca de algún reto que le devolviese al camino. Juntos se pusieron a trabajar en lo que terminó siendo una película mítica que define a toda una generación. Ahora Marty es un relaciones públicas que apenas recuerda al de sus comienzos, De Niro un mítico actor en constante declive (y sin ganas de enderezarse) y Schrader sigue igual, entre atormentado y amargado.

THE RISING OF THE SUN (1957)

Todos tenemos un refugio al que acudir cuando la vida mancha demasiado. El de John Ford era Irlanda. Mediados los años cincuenta el habitualmente hosco director cayó en una depresión (teniendo en cuenta su carácter es imposible definir su intensidad) que le hizo volver sus ojos hacia su amada isla verde. Adaptó tres textos (dos de ellos obras teatrales) centrados en la vida y costumbres cotidianas de los isleños en la que se considera una obra menor en su impecable y extensa filmografía. Sin embargo, el propio Ford la consideraba una de sus joyas más entrañables. Demostrado queda que las propiedades sentimentales podrían sacar a flote al mismísimo Titanic.

SALÓ O LOS 120 DÍAS DE SODOMA (1975)

En lugar de convertile en el hombre más dichoso del mundo, el éxito de taquilla de La Trilogía de la Vida («El Decamerón», «Los Cuentos de Canterbury» y «Las Mil y una Noches») sumió a Pier Paolo Pasolini en la más profunda tristeza. El que el público en masa acudiese a sus proyecciones demostraba, según él, su avidez por la carne desnuda y su desprecio por la esencia misma del amor. El sexo dejó de ser un arma liberadora para tornarse en un doloroso cilicio. Para escarmentarles y castigar su lujuria, el director italiano les ofreció lo que deseaban: una multitud de cuerpos desnudos prestos para alimentar sus más retorcidos deseos. Envenenado regalo, pues aderezó todo con una violencia extrema nunca vista hasta entonces y un gusto por lo escatológico que raya la demencia. Apedreó de ese modo tanto a los libidinosos como a la extrema derecha que por entonces le amenazaba de muerte día sí, día también. «Saló o los 120 Días de Sodoma» sigue siendo, a día de hoy, una de las más desagradables experiencias que puedan visionarse. Un amargo legado que tuvo por colofón el brutal asesinado de Pasolini en oscuras circunstancias.

EL ÚLTIMO TANGO EN PARÍS (1972)

En esta ocasión el director no era la víctima del fantasma de la desidia. Tan esquivable papel recayó en el protagonista de la cinta, Marlon Brando. Conocida era su obsesión por meterse en la piel de cada personaje que interpretaba, como lustroso miembro del Actors Studio que era, obsesión que le había llevado a las puertas de la muerte en al menos una ocasión («Rebelión a Bordo») y de la locura muchas otras  («El Rostro Impenetrable», por citar una). Sin embargo en esta ocasión le costó poco mimetizarse con el personaje de Paul, un tipo de vuelta de todo tras perder a su mujer. Para Bernardo Bertolucci, director de la cinta, fue tan complejo manejar los hilos de tan alambicado proyecto como mantener la salud mental del actor. Tal vez el momento más desquiciado sea el de la cacareada violación anal, mantequilla mediante, a la que es sometida la sufrida Maria Schneider. Escena que no figuraba en el guión original y que, según contó la actriz, le ocasionó numerosos trastornos psicológicos desde entonces. La vida de la Schneider, esa sí que fue una historia triste.

LA CARTA DEL KREMLIN (1970)

John Huston no era muy dado a los mohínes alicaídos. Buscavidas que vivía la vida como si se tratase de su último día, para él no había pena que sobreviviese a una noche de farra bien armado con una botella de whisky de doce años. Jamás se dejaba influenciar por las historias que rodaba. Al menos así fue siempre excepto en dos ocasiones. Durante el rodaje de «La Reina de África» vivió un intensa experiencia que moldeó su carácter y su actitud ante la vida. Fue beneficioso para él, al menos mejor de lo que ocurrió durante el rodaje de «La Carta del Kremlin». Aquella historia de espías sin escrupulos, capaces de vender su alma (o mejor, el alma del que está al lado), le caló hondo. Tanto que virtió sobre el celuloide su desilusión ante tal despliegue de naturaleza humana que él consideró malvada por defecto. La película, hoy día cubierta de polvo gracias olvido, es una excelente reflexión sobre la ausencia de empatía. Fue entregar la película y la tristeza se desvaneció de su vida para no regresar hasta el final, cuando nos dejó esa maravilla titulada «Los Muertos».

EL HUEVO DE LA SERPIENTE (1977)

Andaba Ingmar Bergman en líos con el fisco sueco por entonces, lo que le llevó a tomar la decisión de exiliarse voluntariamente en los States. Así era su carácter, canalla como pocos. De modo que la historia de un tipo en la Alemania de la república de Weimar (no puede haber escenario más deprimente) que inicia una relación con la viuda de su hermano suicida le pareció el mejor modo de expulsar su demonios. La película circula por los límites del tedio hasta su devastador tramo final, que otorga pocas posibilidades a la esperanza. Poco más tarde, Bergman regresó a Suecia, a la isla de Färo que tanto amaba. Su mala hostia, eso sí, siguió donde siempre…

Y fin…

10 pensamientos en “La Tristeza y sus Consecuencias…

  1. Sí es que la melancolía,ya se sabe,es una musa fructífera.
    De todas las que mencionas,me temo sólo he visto 2: «Ultimo tango en París» y «Taxi Driver» en ellas dos grandes actores: Marlon Brando,actor de actores,rey de reyes y Robert de Niro absolutamente soberbio en «Taxi Driver».
    Excelente recopilación Alex.
    Bsos

    • Ya lo creo, Troyana. Pocas cosas inspiran más que los momentos bajos. Pero conste que los momentos dichosos pueden ser tan fructíferos o más. Todo es cuestión de encontrar el lugar. Se sale Robert de Niro en «Taxi Driver». Pocas veces alcanzó tanta densidad como entonces. Cuentan que el rodaje tuvo un tono tan bajo que en las pausas nadie hablaba. Sumidos en su pensamientos (negativos, of course) fíjate lo que ofrecieron: una asimétrica obra maestra.

      Besos.

  2. Que mal editada está en nuestro país la obra de Moretti. Imposible hacerse con Bianca. Y Palombello Rossa me costó horrores,y solo gracias a uno de esos anónimos traductores/subtituladores de internet y su gesto altruista, pude por fin disfrutarla.

    • Los fantasmas que no se van son los que más joden. En realidad el peor de ellos es la tristeza incontrolable, la que parece no tener fin y nos visita a todos en alguna ocasión. Si consigues darle esquinazo no mires atrás…

  3. que buscan los hombres en su desgracia. que encuentran los hombres en su alegria. como puede ser la tristeza vehiculo hacia la gloria o la alegria fuente de inspiracion en un mundo vacio?
    PREGUNTO

    • La tristeza y la felicidad vienen, no se buscan. Por mucho que nos empeñemos en localizar a la segunda y en evitar a la primera. Discrepo sobre la influencia positiva de los estados febriles del alma como fuente de inspiración. Hay miles de ejemplos que contradicen esa frase hecha. La única diferencia, así lo entiendo yo, radica en que mientras eres infeliz escribes tu pesar sin pausa, lanzando botellas en busca de que alguien la reciba en su orilla. Mientras eres feliz, al contrario, te dedicas a vivir. Hay un diálogo de «Twin Peaks» que me encanta. El agente Cooper, al revisar el diario de Laura Palmer, encuentra montones de hojas en blanco coincidiendo con un período dichoso de su vida. Dice: «Era tan feliz que ni siquiera escribía»…

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