Y tras la maleza, nada…

Agasajada con la representación de la cinematografía española en la próxima edición de los Oscar, «También la Lluvia» oculta tras su brillante empaque visual que retrotrae al suculento subgénero del cine en zona de conflicto, una nada disimulada posición ideológica que una vez rumiada resulta tan tendenciosa como penosamente aleccionadora.  Como si en un arabesco trazado sobre la nada se pretendiera enmendar el castizo «ser más papista que el Papa» para reconvertirlo en «nadie es más progresista que yo».  En ese sentido, y paradójicamente, los esfuerzos de Icíar Bollaín por distanciarse de las etiquetas y justificar su discurso, terminan por resultar grotescos al concienciar a los personajes más díscolos en un inverosimil viraje de apenas tres escenas, como si la directora pretendiera estar en todos los focos sin estar realmente en ninguno.

Todo empieza con un equipo de rodaje español que aterriza en Bolivia con objeto de ahorrar costes en el rodaje de una revisionista puesta al día de la conquista de América en la que Cristobal Colón es tildado como el déspota sin corazón que seguramente fue, al tiempo que se le califica de fascista. Sin tiempo de entrar en juicios de valor sobre lo atinada de tan anacrónica definición, se nos presenta a los religiosos Bartolomé de las Casas y  Antonio de Montesinos como precursores de todo humanismo imaginable en razón de su defensa de los indios, tomando como referencia a los apasionados actores que interpretan los papeles. La lección de historia toma entonces visos de puro aleccionamiento, recordando a menudo al cine de Ken Loach en el que no faltan las asambleas populares rodadas con titubeante cámara en mano.

El error de la película no nace de su posicionamiento, por supuesto. La muy nazi «El Triunfo de la Voluntad» y la muy comunista «El Acorazado Potemkin» son la prueba de que lo que precisa el cine es emoción y «También la Lluvia» carece por completo de ella. Ni siquiera las brillantes escenas finales de la revuelta social transmiten otra cosa que asombro por la capacidad de producción. Los múltiples intentos de dotar de alma a la cinta se estrellan una y otra vez en un frío muro de preguntas sin respuesta en el que nadie entiende por qué se rueda una historia tan localizable en un lugar remoto de Bolivia, ni las caprichosas mutaciones de los personajes, ni el porqué la dignidad que le fue arrebatada a los indigenas americanos no sólo no es responsabilidad de la directora el devolversela, sino que resbala por el tobogán de la indiferencia del espectador que únicamente logra sentir empatía por el personaje interpretado brillantemente por un emotivo Karra Elejalde en un papel escrito para caer bien.

Tras una escena en el que se gasta la última bala para lograr conectar con el mundo de la emoción, se alcanza el deseado final sin haber alcanzado el nirvana emocional ni el exhausto aura del que ha experimentado un profundo cambio interior. Muy al contrario, Bollaín insiste al cargar las tintas sobre lo evidente sin dejar en momento alguno de martillear con su mortificante moralina social para decorar la nada.

Poco importa que reciba o no la nominación a los Oscar. Lo preocupante es que el cine español siga dando un paso adelante y dos hacia atrás.

8 pensamientos en “Y tras la maleza, nada…

  1. Alex,
    no la he visto todavía, pero tu reseña me ha resultado algo implacable.Del posicionamiento ideológico ya sabía,pero Alex¿realmente alguna película está completamente exenta de un posicionamiento u otro por parte del director/a?incluso los que abogan por el relativismo más exacerbado,se posicionan.Otra cosa,es que el mensaje pretenda ser aleccionador,pero ahora mismo no estoy en situación de rebatirte esa cuestión.Dáme tiempo;)También el cine de Ken Loack podría interpretarse como herramienta de conciencia social,o el de Fernando León de Aranoa ¿y qué hay de cuestionable en ello,si el cine trasciende los límites del mero entretenimiento y se toma esas licencias?
    Lo que no le perdonaría es que la película careciera de emoción,ves,por ahí si que no.
    Besos,Alex

    • No, no, Troyana. Ya digo en la reseña que el posicionamiento ideológico no es una tara, como tampoco supone una ventaja. El problema aparece cuando se trata de aleccionar, de reeducar, de imponer mi pensamiento porque la razón está de mi lado, y en ese vício cae repetidamente la película de Icíar Bollaín. Sin emoción alguna, como si tratase únicamente de largar un discurso en un lugar equivocado a un público que acude a ver una historia que le emocione y se encuentra con un panfleto carente de verdad. Ken Loach, per example, es un tipo que ha sabido transmitir esa carnalidad. Icíar Bollaín también lo consiguió. «Te doy mis ojos» es una película notable a pesar de todos los defectos que arrastra y que asume y sabe manejar para que no influyan en el resultado final de la película. En esta ocasión me he sentido tan vacío al verla que ni su aparente envoltorio sirve para enmascarar el fiasco. Sin negar sus valores visuales, realmente muy floja película, Troyana. Y lo que es peor, crecientemente tendenciosa según pasan las horas.

      Besos.

  2. Cero ganas de verla.

    Lo malo no es la ideología, pues como dice Zizek si aparentemente no la hay, es que nos la meten doblada subrepticiamente.

    Lo malo es la (probable) falta de fineza, de sutileza.

    Para el tema colonial, me quedo con el Herzog de Aguirre, Cobra Verde, e incluso Fitzcarraldo (las tres con kinski).

  3. Insisto en que no es el factor ideológico lo que más me repele de la película, sino, como apunta Zizek, esa falta de sutileza al colocarte los letreros en tus narices sin dejar que sea el espectador el que saque sus conclusiones. Lo peor es ese tufillo aleccionador tan propio del cine social español que no deja lugar a las dudas.

    «Cobra Verde» me resulta en exceso kafkiana y afectada. Me quedo con «Aguirre» y, sobre todo, con «Fitzcarraldo». Hay más denuncia colonial en un minuto de las películas de Herzog (sin pretender en ningún caso colar mensaje alguno que no sea la emoción y la pasión) que en toda la peli de la Bollaín.

  4. Si, pero Kinski está mejor en Cobra Verde. Herzog llega a decir que lo dio todo, que se vació, y que tras esa peli ya no tenía esa fuerza interior inherente, la vivió tan intensamente que se agotó como actor. a falta de ver la maldita «Paganini» claro…

    • No lo niego, aunque no lo comparta. Kinski, que siempre estuvo en el filo, enloquece por completo en «Cobra Verde». Me gusta más en «Aguirre», «Woyzek» y sobre todo en «Fitzcarraldo». Está (con reservas) lo suficientemente mesurado como para componer un papel. Si bien, es cierto que los rodajes con Herzog eran cualquier cosa menos mesurados. De hecho, en «Cobra Verde» Herzog se dejó arrastrar por Kinski hasta límites insospechables, pero nada comparable con lo que fue el rodaje de «Fitzcarraldo». Tampoco he visto «Paganini». Cierta pereza me transmite.

  5. Ya se lo dije. Cine social era Eloy De la iglesia, que no te lo daba mascado, este es más bien cine panfletario. Y Loach se mueve siempre entre dos frentes. A veces logra superar el panfleto y a veces no. Depende si trasciende lo circunstancial, y logra hablar de la condición humana, o de las personas que pueblan sus fábulas. Si no lo consigue, si no hay más que denuncia, política, mensaje, es panfleto.

    Ojo, que luego hay panfletistas morrocotudos. Eisenstein, ciertos momentos de Costa Gavras. Pero porque imprimen cierta emoción e inteligencia… y mucho oficio.

    • Para mí el problema es que no considero cine social a los que así se autoproclaman. Es mucho más que un inodoro roñoso o un inmigrante viviendo en una pocilga de diseño. Prefiero al Loach de «Agenda Oculta» o «Mi Nombre es Joe» que al de «Tierra y Libertad» o «Sólo un beso». Tiende a sobrepasar la línea a menudo, a mirarse el ombligo, a creerse el mesías del cine social europeo. Personalmente prefiero a los hermanos Dardenne y a veces a Winterbottom. Incluso a Gianni Amelio, pese a que padece del mismo mal que Loach.

      Estamos rodeados de panfletos. La cuestión es hacerlo digerible e invisible. Y sobre todo, dotarlo de vida, emoción y, si es posible, poesía. Citas a dos genios del cine panfletario: Gavras y Eisenstein. Los rusos de los años 30 y 40 dominaban la técnica del mensaje inoculado sin disimulo alguno. Lo basaron todo en la técnica (sobresaliente) y el oficio logrado a base de trabajo. Su camino no puede seguirse, está obsoleto, pero la esencia les ha sobrevivido. Todo es cuestión de mirada y carnalidad, algo que al maestre patrio de todo este invento, Fernando León de Aranoa, ni le suena.

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