Entre las Ruinas…

Es la hora de los politiqueos, las demagogias y las polémicas interesadas. De la falsa caridad, la de altisonante solidaridad de boquilla y de rellenar titulares de periódicos con fotografías de los muertos que se evitarían si fuesen de aquí o del poderoso de allí.

Haití lleva dos siglos desangrándose sin que a casi nadie le importe. Ha tenido que ser un terremoto el que los sitúe en el mapa. Y mientras la gente sigue muriendo y se suceden las peleas por un poco de agua y los pillajes de las bandas de delincuentes organizadas (el único negocio próspero del país) no tienen fin, aquí unos y otros aprovechan para cargar entre sí por bobadas que dijo uno o los hechos insuficientes demostrados por el otro.

Es la miserable realidad de este (mí) país. Lo de siempre.

5 pensamientos en “Entre las Ruinas…

  1. Zizek (uno de mis autores de cabecera, aunque esta como un cencerro) resalta que la lógica de la caridad es «me quedo el dinero y te doy las vueltas…». Que, a modo de blanquear conciencias, no solo es hipócrita, sino que desmoviliza la acción política para resolver «el problema de fondo».

    Antes de comentar el tema, quería leerme bien este artículo: http://www.ugr.es/~pwlac/G22_08Joan_Picas_Contreras.html

    Con frases como la de Bruckner: «el filántropo moderno se transforma no en amigo de los pobres, sino en amigo de la pobreza».

    • Comparto en gran medida la opinión de Zizek (a quien descubrí hace meses gracias a ti). Si bien, él dispara en todas direcciones mientras que yo prefiero hacerlo hacia lo más alto. El gesto del tipo anónimo que dona 5 euros, a sabiendas de que dos terceras partes del dinero se perderán por el camino, me parece más válido que los miles de euros que donará el Banco Mundial. La pareja que decide hacerse cargo de un huerfano haitiano me es más simpática que las organizaciones religiosas que pretenden «alabar a Dios con su sacrificio». Aquí el único sacrificio es el de cientos de miles de muertos que ahora sirven de cortinilla en los telediarios y de fondo en las tertulias de café, y que mañana no existirán porque otra noticia les habrá solapado. ¿Por qué las ayudas internacionales no llegaron hace cuarenta años? ¿Por qué la mayoría de la gente vivía en casas inmundas para nada preparadas para soportar un seísmo en una zona de alto riesgo? Lo peor es que ni siquiera serán mártires de la misera y la hipocresía porque un tsunami arrasará dentro de un año otra zona deprimida y la atención se desplazará hasta allí. ¿Y qué pasará con Haití? Nada, como siempre. Es la hipocresía, sobre todo de los poderosos, lo que me cabrea y hace que me desplome.

  2. Siempre está el punto de vista brechtiano, más pragmático:

    Primero llenar el estómago, luego hacer política. O como decía del buen samaritano que acogía a indigentes durante una nevada, «así no se arregla el mundo, no se pone fin a la era de la explotación, pero la nieve destinada a un hombre cae en la acera».

    El problema es el efecto feedback: La ayuda es un negocio en si mismo, las comisiones bancarias financian a los esquilmadores, la caridad funciona como producto de consumo: Es «comprada» como paz de espíritu. El «problema2 se olvida. Ya «hemos hecho algo».
    Y al final, como Bruckner apunta: «en el indigente sólo se percibe al indigente, no al hombre».

    Y yo añadiría que se percibe al indigente como artículo de consumo.

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