Por favor, no…

«Avatar» no cansa, pese a sus dos horas y media largas de metraje. Tampoco fascina, aunque es seguro que a muchos asombra. Cierto que la 3D (la única razón que justifica el visionado de esta nadería) impacta la primera media hora después de calzarte esas pesadas gafas de falsa pasta. No es menos cierto que pasado ese periodo de tiempo, terminas abominando de tan absurdo invento y te da menos igual que las ramas de algún árbol de Pandora te atizen en la cara que tu bolsillo se haya vaciado a causa de semejante bobada. Para su guión el silencio sería el mejor elogio de no ser porque uno es bocazas y le duele que semejante colección de clichés y lugares comunes sean considerados por no pocos como la nueva quintaesencia del arte de las masas que las élites culturetas desean derribar por puro esnobísmo. Por lo tanto diré que su guión no es malo, es peor. La más inmunda basura mainstream huele, sabe mejor y es más honesta.

«Avatar» no es (a mi no me lo recuerda) un remedo de «El Último Mohicano» o «Bailando con Lobos». «Avatar» es un plagio impudoroso del mensaje ecologista lanzado por John Boorman en su «La Selva Esmeralda» décadas atrás. Con la diferencia de que la película del inglés es apasionada y nunca buscó que los dólares nunca sobresalieran de sus bolsillos. Es una nueva y definitiva vuelta de tuerca al «dame pan y llámame tonto» en que se ha convertido el cine de masas desde que Giovanni Pastrone y David Wark Griffith rodaron «Cabiria» y «El Nacimiento de una Nación». Ofrece al espectador lo que quiere ver a cambio de la correspondiente soldada sin espacio para el alma, completamente sometida a las filigranas técnicas que terminan saturando a todo espectador mayor (al menos mentalmente) de 12 años. Un subgénero necesario, tal vez, al que hubo un tiempo en que su director trató de dotar de vida. Aquellos tiempos pasaron y Cameron es ahora un señor mayor con síndrome de Dios que siempre se creerá el rey del mundo y al que no sería extraño ver solicitando un minuto de silencio en memoria de los Na’vi caídos combatiendo la avaricia humana. Y no me cabe duda de que dentro de cien años, cuando el espectador del futuro se vea en el dilema de ver una de Lubitsch o la película de Cameron, sea muy probable que se incline por  ésta última. Ésa será la auténtica tragedia.

6 pensamientos en “Por favor, no…

  1. …uuuiiiss….va a ser que tienes razón.
    Pero yo cuando salí…bueno luego lo pensé al día siguiente y ni entonces ni ahora alcanzo a comprender a qué venía ese subidón al salir.
    Yo creo que es que hacia días que no iba al cine …que me habían invitado a un par de cañitas antes y no me había dado tiempo de comer al mediodía…y lo contenta que estaba con aquellas gafas , que es me me pasaban los hierbajos por delante!! y que tuve una regresión a los doce años de edad mental, si es que algún día los he superado .
    …bueno y que estoy plenamente convencida de que eso es un experimento de la cia y de que además echan algún gas raro en la sala.

    • Que no, que no, Mary Kate. Que lo mío no pasa de ser una opinión. Y ya sabes lo extremista que parecen en ocasiones, por causa de una pasión nunca bien canalizada. Te impactó y lo comprendo y lo respeto. Tu opinión es tan valida como cualquier otra. A Emilio también le gustó, y sus razones (bien expuestas) tiene para ello. A mí me sobró desde casi el principio. Y admito que cuando me dirigía a la sala, con mis gafotas en mano, sentía cierto cosquilleo. Y sobre todo, la imagen de 500 personas mirando a una pantalla con esas gafas perdurará para siempre en mi memoria.

    • Cameron fue de los más grandes en lo que se refiere al género de acción. Traspasó los límites, de hecho, por eso duele más ver en qué se ha convertido. «Titanic» es más vomitiva cada día que trascurre en mi memoria. Recuerdo que cuando la vi por primera vez pensé: «Es una porquería, pero funciona!». Y en gran medida lo hace gracias al oficio de Cameron. «Avatar» ni funciona ni se espera que lo haga. Más clichés previsibles al estilo de «Titanic» y un doloroso vacío para rellenar.

  2. No dejan de ser maneras de ver las cosas. Hay muchas miradas. Me sentí en ese subidón que dice MK, y todavía la recuerdo con agrado. Con Titanic me pasó algo curioso: salí también feliz del cine. Conforme ha pasado el tiempo, la voy detestando. King Kong, versión Jackson, otro caso: salí muy contento del cine, con mis hijos. Luego la revi en Bluray, calidad infinita, bla bla bla, y me quedé a cuadros: vacío, tedio. El cine es una cosa que apele directamente a estados de ánimo interiores. Hoy soy yo, mañana seré otro. Lo dijo un poeta. Igual no vio Avatar.

    • Un subidón que sentí en parte, como digo, mientras enfilaba la sala. Me sentí excitado ante la idea de ser testigo de un alarde técnico y con ganas de comprobar si Cameron era el de mi adolescencia o el pasado de rosca de «Titanic». Hay películas que crecen en tu memoria según transcurre el tiempo. Hay otras que se desvanecen y otras que se envilecen. Para mí, «Avatar» no pertenece a ninguna de esas categorías. Me pesó desde el principio.

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