Un cínico destacado en el festival de cine de Cannes (y no son pocos los que caminan ahora mismo por sus calles) diría que la primavera de la riviera francesa atrae una vez más a los buscavidas, las rameras, los carteristas y los estafadores de toda europa bajo la generosa carpa del festival de festivales. Cierto que el glamour decidió ausentarse hace décadas por salvar sus ya escasas pertenencias, pero el festival ha aprendido a sobrevivir sin él. Ahora, mientras se ruedan películas porno en los barcos anclados en el puerto y se cierran contratos basura de venta de infumables series locales, un cinéfilo estará viendo una película, un actor de segunda apurará unos tequilas en la barra de un bar mientras termina la proyección antes de ser lanzado a la agobiante rueda de prensa y los empleados de limpieza estarán retirando los despojos abandonandos por la marabunta humana. Y entre tales despojos, en un contenedor de basura, dentro de pocos días, aparecerá el brillante cartel anunciador del festival.
Una bella escena de «A New Kind of Love» (insípidamente rebautizada en España como «Samantha») tiene como objetivo el conseguir que los descreídos y los ociosos despierten de su letargo. Ha llegado la primavera y la gravedad obecede ahora reglas físicas diferentes.
Los besos invertidos, cuando son casuales, son la esencia más pura del amor. Los cuerpos se vencen y caen el uno frente al otro en direcciones opuestas marcando como el único camino posible la senda de los labios. Si la pasión existe es invertida, disléxica y asimétrica. Como el amor.
Tirando de mi saturada memoria cinéfila, he tratado de recuperar algunos de los besos invertidos que me hicieron inclinar la cabeza hacia atrás alguna vez. Alguno de ellos contiene toda la esquiva verdad. Escojan su propio veneno.
BLADE RUNNER (Ridley Scott, 1982)
Harrison Ford y Sean Young.
El agente Deckard (Ford) se enamoró de una replicante que no sabía que lo era. Precisamente él que era el encargado de eliminarlos a todos. Expresar lo que se prefiere opacar es difícil, pero Deckard encontró el camino gracias al sueño. El beso fue un chispazo en un universo monocromático; un adoquín más que sirvió para edificar una obra maestra instalada en el vació de la desazón.
UN AMOR ENTRE DOS MUNDOS (Juan Diego Solanas, 2012)
Kirsten Dunst y Jim Sturgess.
Vivir en mundos paralelos que apenas pueden rozarse supone un serio inconveniente para amar a otro. Aunque también tiene sus ventajas y entre ellas figuran los besos invertidos en los raros encuentros que la gravedad permite. La fantasía de Solanas, a medio camino entre el universo conceptual de Michel Gondry y el estético de Jean-Pierre Jeunet no consigue arrancar hasta pasada la hora de metraje y para entonces ya es tarde. Queda el beso del revés y un par de escenas más además de la confusa y aun así fascinante puesta en escena.
MY BLUEBERRY NIGHTS (Wong Kar Wai, 2007)
Jude Law y Nora Jones.
Cuando se trata de huir sin pausa la cuestión consiste en esperar el momento en el que se necesite un reposo antes de continuar la escapada. Beth (Nora Jones) no tenía más motivo para escapar que su propia y mala sombra. Durante la pausa en su camino conocerá a seres tan infelices como ella lo que le servirá para darse cuenta de que los grumos de la felicidad llegar a tu orilla al dejarse llevar. Fallida para muchos, fascinante para unos pocos (entre los que me encuentro), la película se configura lentamente hasta alcanzar la figura del Yin y el Yang utilizando como nexo los labios de los protagonistas.
SAMANTHA (Melville Shavelson, 1963)
Joanne Woodward y Paul Newman.
Un periodista atribulado y una modelo desprejuiciada se conocen durante un vuelo a Paris. Se enamoran, surge el conflicto y al final terminan besándose del revés en una elocuente alegoría de que los opuestos casi siempre se atraen. El célebre matrimonio llevaba ya cinco años oficializado y, para disgusto de los agoreros, su vínculo era más fuerte que nunca. Se querían de tan modo que los propios protagonistas confesaron haber tenido dificultades para no arrancarse la ropa al compartir escenas románticas. Con seguridad es su abrasadora química lo único destacable de una cinta soporífera. Tan encorsetada y convencional que cuesta creer pariera una imagen tan sensual como el beso invertido que, gracias a Cannes, alumbrará al mundillo del cine durante quince días.
SPIDER-MAN (Sam Raimi, 2002)
Tobey Maguire y Kirsten Dunts.
No hay lista moderna sobre besos de película que no incluya el famoso ósculo arácnido. Colegialas y críticos sin corazón sin excepción la señalan como uno de los momentos culminantes de una película casi redonda que resucitó el mito del hombre araña. Hiératico como es Maguire, el director tuvo la prudencia de mantener su gesto oculto bajo la máscara para añadir candor al momento en que Mary Jane (Dunst) se enamora y guía sus labios hacia los de él bajo la lluvia. Muy romántico todo según los cánones más blandos. Muy babosete y al tiempo tan casto como una cita con un personaje de una novela de Jean Austen. Cuántas carpetas de adolescentes se habrán empapelado con tan impostada escena.
TRUST (Hal Hartley, 1990)
Adrienne Shelly y Martin Donovan.
En realidad sus salivas no llegaron a mezclarse. Se miraron, se dieron cuenta de que se habían encontrado y la policía se llevó a Matt (Donovan) esposado. Las historias contandas por Hartley durante su época de gloria siempre fueron tristes e irreversibles sin dejar de ser esperanzadoras. Como un último fósforo encendido en el interior de un volcán. Lo que dure su luz es todo lo que tendrás. La escena es tan intensamente hermosa como lo es la película bajo su aséptico envoltorio. Los besos invertidos en ocasiones no se dan ni se trazan. Así son las cosas.
Y fin…
me chiflan los besos invertidos
😉
A todos. Es el beso más real y el más escaso…
Cómo echaba de menos esto.
Gestiono fatal mi tiempo, Emilio. He ahí el dilema…