Tres cuentos y una canción de Navidad…

Edito, porque he conseguido cumplir con mi parte del trato. Con prisas, eso siempre, pero ahí dejo tres cuentos navideños firmados por Mycroft, Emilio y yo mismo. Autobiográficos, los tres. Densos algunos de ellos. Acabo de hablar durante más de una hora con Emilio sobre cine, vinos y épocas en las que películas en blanco y negro se proyectaban en prime time en TVE. Ha sido una hora agradable  en una tarde tan vacía con ha sido (y así prometía ser) la de Navidad, habitualmente jaranera y movida.

Y para acompañar el deliro, he elegido el «White Christmas» que escribió Irving Berlin en 1940. Evocación navideña repleta de árboles engalanados, niños, ilusión y trineos que se deslizan por la nieve. Su última estrofa me servirá para despedirme por unos días y desearles a todos una muy feliz noche de Navidad.

Ojalá cada uno de sus días sea luminoso y feliz…

LA BALADA DEL HIJO PRÓDIGO

por Mycroft Barrett

PARTE I: ATAQUE AL PÁRAMO BALDÍO

1-

“Ayer en Rávena, multitud de feligreses se congregaron para ver llegar al Papa, al Patriarca de la Iglesia ortodoxa Alexis II y el Ayatollah Syed Alli Kahmeneyi (en lo que resulta un signo de relajamiento y apertura inusual) entre otros líderes religiosos reunidos para celebrar un encuentro ecuménico interconfesional, en unas fechas tan señaladas para el orbe cristiano.
Ratzinger declaró: “Hay que recordar el significado de la navidad. El hombre es una mancha pecaminosa en el tejido de la creación, solo trascendiendo a través de la redención podrá salvarse.”

Viernes 19 de diciembre, 19:30 horas, en algún lugar de Valencia que llamaremos el número 29 de Scrooge Street para proteger la privacidad de los implicados:

El Autor estaba desesperado. Agotado, vacilaba entre largos silencios y ocasionales picoteos entre las teclas negras. Borraba con la flecha hacia la izquierda en su computadora demasiado llena de música y de gente extravagante.
Sonaba el Dead Guitars de White Rose Transmisión y él se consumía por la presión del plazo. No había nadie alrededor, y los muertos susurraban tranquilos palabras de ánimo.
A su lado, tumbado en perpendicular a la posición usual para dormir, sobre la cama estaba El Maestro. No era realmente alguien, sino que era un sueño, una voz apenas. Yacía allí por la escasez de sillas y de espacio para colocarlas, entre montañas de recortes de prensa, libros, restos de comida, partituras ilegibles, y tratados de armas de fogueo.
-¿Qué te parece?
El maestro se incorporó de su ensoñación. Leyó pesadamente las líneas pesadas como plomo que relucían en la sucia pantalla.
-No te va a gustar lo que pienso.
-Dilo. Tengo que saberlo. Cuanto antes pueda corregirlo mejor…
-Siempre escribes el mismo tipo de historia. Tus personajes no están vivos, no hacen nada, ni siquiera hablan.
-Si que hablan- dijo El Autor molesto.
-Si, consigo mismos. Piensan, piensan, piensan, padecen, padecen, padecen, pero hacen poco. Viven poco. Son marionetas vulgares.
-Viven en un mundo convulso…deciden, actúan, resuelven conflictos…
-No. Los dejas allí, solos, tiritando su soledad línea tras línea. Los torturas un poco. Haces que maten o que mueran, que sobrevivan o se extingan. A menudo al final no sabes que hacer con ellos, y los tiras por un barranco, o algo peor.
La canción había finalizado. El autor bebía un poco de cerveza tibia. Afuera el invierno trataba de golpear la ventana con sus brazos de ramas raquíticas de hojas muertas. Hoy el frío había parado un poco.
-No puedes hacerlo otra vez, les estás robando su vida como te robas la tuya. Hazles vivir un poco. Dales palabras que decir y no que declamar. Dales silencios que signifiquen alguna cosa. Dales verbos. No vuelvas a dejarlos desconcertados en la seguridad del género, en Lovecraft, en Sam Spade. El género es seguro para ti, no para ellos. A tus personajes no dejas de lastimarlos desde que nacen.
-¿Y no es así la vida? ¿Ser lastimado, ¿yacer desconcertado, convertirse en un cliché herido? ¿y eso qué tiene que ver con la navidad? –preguntó el autor ajustándose las gafas con la mano izquierda, mientras borraba, borraba furioso con la derecha.
-Eso lo tendrás que descubrir tú solo- El Maestro volvió a sumirse en su letargo.

2-

“Por fin se ha sabido la causa de la muerte de Kevin Greening.
El antiguo DJ de BBC Radio 1 murió de una sobredosis de drogas después de haber tomado parte en una sesión bondage gay.”


“Defiende a tiros su campo de alcachofas.
Un agricultor de Almenara dispara contra tres hombres a los que sorprendió robando.
El agricultor de Almenara apuntó que en los últimos tres años ha sufrido numerosos robos en la citada explotación. Dos de ellos, el pasado año por navidades, «cuando están más caras las alcachofas. Este año se han adelantado una semana porque el año pasado fue medio campo en Nochebuena y el otro medio en Nochevieja».

Viernes 19 de diciembre, 19:45 horas, Scrooge Street y Plaza Parque Monteolivete. Valencia

En ocasiones M tenía que asegurarse de que sabía quién habitaba bajo su piel, porque tenía la sensación todo el tiempo de que era en realidad un completo desconocido. Se perseguía a si mismo para descubrirse el rostro e identificar al enigma.
M comenzaba con rituales sencillos, como sacar el encendedor del estuche en que lo guardaba,  y pasárselo de una mano a otra casi por accidente, pero según una secuencia deliberada y planificada, que había estipulado precisamente para tener la sensación de que tenía control sobre su propio ser.
¿Es esto existir? Encender una luz en una habitación completamente iluminada, observar el fuego, jugar a fundirse con sus punzantes moléculas (que queman, que pican, que juegan al escondite, incandescentes, inocentes, minúsculas…)
M miraba la llama pero oía nítidamente, no como en sueños, su voz. Odiaba su voz titubeante, profunda pero insegura, viril e infantil, fuerte, cantarina, entrecortada.
Describir una voz es tal vez imposible a pesar de acumular adjetivos como legión de obreros que apuntalan el muro de la imaginación.
-Vayámonos fuera a fumarnos un canuto…
-De acuerdo- y salieron despacio de la habitación como dos sombras gemelas, como dos hermanos imposibles, con el silencio de la confianza.
El humo lo inundaba todo, y el aire espeso del coche sabía a dolor dormido y engañado, sabía a domingos tirados a la basura, fumando rápido en un mundo cada vez más lento, de impresiones sedadas y largas miradas, largos silencios, largas vidas que se escapan al pasar. Largos rostros a la deriva al otro lado de la niebla.
-¿Y si Jimmy Stewart hubiese saltado? Al fin y al cabo, su vida le había parecido una mierda… ¿por qué antes estaba equivocado, por qué ahora tenía razón?
M se oía decir:-Habría que ser capaz de saltar el precipicio-
-¿a pesar de todo?
-Tampoco es para tanto. Kafka solía decir que a partir de cierto punto, no hay retorno, que es el punto a alcanzar…
-Si, pero la gente quiere sentirse menos miserable en navidad. Eso es lo que lo jode todo. Desean comprar la sensación de no ser miserables en absoluto. Pero eso no se consigue lanzando monedas a los desesperados, o comprándose cualquier chorrada…
-La clave es que en navidad yo soy igual de mierdoso que el resto del año, ni más bueno, ni más malo…
-Es un poco como ayer…le pregunté a mi primo, mi primo de seis años…-¿Que te va a traer Papa Noel?- ¿Y sabes qué me dijo?- Arqueo de cejas
-¿Qué te dijo?- dijo el amigo en tono de sospecha
-Movió la cabeza como un viejo lentamente y se quejó: -Creo que ya eres lo suficientemente mayor para saberlo, así que te diré que Papá Noel no existe.
-Vaya, y tu qué le dijiste.
-Me eché a llorar…
-Te lo estás inventando sobre la marcha- media sonrisa cínica, apretando el cilindro de hierbas mágicas
-Si, pero no esta mal. ¿Sabes lo que dirán de nosotros en el futuro?
-No
-Verán la lista de artículos que la gente se pide para sentirse mejor, que la gente se compra porque creen necesitar, verán que todo esto lo hacemos porque nació alguien hace 2000 años que no sabemos muy bien que quería realmente hacer, y pensarán que estamos locos.
-Vete a la mierda, estas pirado…-oía a su amigo.
-Volviendo a Jimmy Stewart… ¿es posible matarse ahora? Algunos lo hacen, pero la gente como los protagonistas de Capra, esos que dudan, que están en la línea…hoy en día antes de dar el salto, lo anunciarían en Twitter, en Facebook, en mil y un lugares en donde esperan que alguien les convenza.
-¿De qué?
-De la vida. Pásate ese canuto, quieres…
-Voy un poco volado.
-Por supuesto. Hay que anestesiarse. Llevas ocho horas repartiendo publicidad.
-Si. Puto dinero, quién lo inventaría. Solo pienso en publicidad. Las calles, los recorridos, la forma de acabar más rápido, solo pienso en tiendas de deporte, zapatillas dos por uno…Ordenadores, máquinas de hacer café… ¿Tu que tal?
-Ya sabes, introduciendo datos. Nombres de gente que bien podría ni existir. Horas de tecleo estéril, pensando en letras de canciones de Nirvana. Sales de allí, vas a la facultad, y tú eres el puto ordenador en donde otros insertan datos. Alienado. No hay tiempo de pensar
-Me acuerdo de Kurt
-Si,  Kurt, Jimmy Stewart en persona saltando el puente. Recuerdo ese día. Era un niño y pensé que no comprendía cómo se puede estar tan triste y agotado como para eso. Ahora…- Realiza una calada especialmente honda.
Pasan dos jóvenes universitarias, vienen del decrépito edificio de la facultad de Magisterio y atraviesan el aparcamiento embarrado donde están paralizados los dos chicos.  Se miran unos a otros a través del cristal que los separa, que los mantiene estancos. Se alejan.
-Simplemente no hay comunicación-empieza uno de ellos, cualquiera de los dos, con la locuacidad plácida y relajada de la droga.
-El tema esta mal. Nunca he entendido a las tías. Siempre he hecho lo contrario de lo que había que hacer. No hay pautas, ni reglas, ni métodos. Solo cansancio.
M asentía en ese idioma de profunda comprensión, maravillado por ese pasado recreado de fracaso examinado y analizado. Como quién observa al microscopio a sus propias células morir con fascinación e impotencia
-Mira-señaló el compañero de M. En algún momento habían salido del coche y habían comenzado a caminar.
M recordaba haberla visto a través del cristal. Haber sido retado por su amigo. Haber aceptado el reto. Pero un cristal no es nada, solo un muro de aire hecho materia. El autentico muro eres tú mismo, pensaba M al recordar como se le secaron las palabras en la boca, el gusto ocre que tenia el silencio mascado, y el aire forzado de haber intentado la conquista sin apenas haber aprendido a conquistar su propia confianza, titubeando incluso desde el principio. Un temblor en el alma y en la voz muerta antes de tiempo. Ella se había girado, 45 grados, en su mesa de cafetería, en ese hábitat artificial creado para depositar minutos en la cuenta corriente de la espera, y le había dirigido una mirada de espera primero, de interrogación, y luego de distancia, aceptando el silencio y la torpeza como el mensaje que quería transmitirle M.
El amigo intervino, con despreocupación, hubo varias risas, algún pequeño chiste a su costa.
M. supo entonces que sería mejor contar solo consigo mismo a partir de ahora, y para siempre. El problema era que no sabía quién coño era ese que le miraba desde el espejo, el problema era que no recordaba haber dicho y haber hecho todo sino como algo ajeno y lejano.
Alguien alguna vez contaría la crónica de cómo era sobrevivir en las ciudades, en esta época, en este lugar del tiempo…alguien contaría la profunda soledad de vivir en cajones de hormigón, de trabajar y comprar, y viajar, y desplazarse, y buscar una mano cálida y no encontrarla, y copular con prostitutas el día de nochebuena.
Alguien lo haría seguro…
De vuelta a casa, caminando por al lado de los raquíticos árboles bastardos, junto a los austeros edificios de VPO de la Avenida de la Plata…lejos de los monstruosos bloques de Soler justo en frente del Valle de los Reyes de Calatrava, llegó frente a su puerta, en el 29 de Scrooge Street…
Cerró los ojos y siguió jugando con el mechero. Después lo dejó a un lado, y caminó lentamente hasta su habitación, reconociendo los objetos por su tacto como presentados por primera vez, acariciando el filo de unas tijeras, antes de recortar un artículo. Ordenando la ropa en tres pequeños montones: refugiándose en un mundo de cosas. Cosas que no le iban a traicionar, que solo eran, definidas en si mismas, no una masa cambiante.
Entonces sonó el timbre de la puerta. Fue a abrir. No era nadie.
Sucedió tres veces. Era oficial, el fantasma de las navidades presentes le estaba visitando.

3-

“Mujer alta, simpática, 47 años, atractiva, cariñosa, divertida, gustándole sinceridad, desea conocer hombre de 45-55 años, no GORDOS, nivel cultural alto, buena situación económica, alto y rubio.
Sintiéndose sola, desea entablar relación con alma gemela. Abstenerse parados y vividores. Buzon: 44567”


“El muchacho, con el pelo chamuscado y la cara ahumada, sonreía ocultando los agudos dolores que le hacían fruncir los labios. Sintió que unas manos trémulas, ásperas con las escamas de la vejez, oprimían las suyas.
— ¡Fill meu! ¡Fill meu! – gemía la voz del tío Rabosa, quien se arrastraba hacia él.
Y antes que el pobre muchacho pudiera evitarlo, el paralítico buscó con su boca desdentada y profunada las manos que tenía agarradas y las besó, las besó un sinnúmero de veces, bañandolas con lágrimas”
(La Pared, Blasco Ibáñez)

Miércoles 24 de diciembre, 08:30 horas.

Hay ocasiones en que la fuerza que te mueve es tu propia devastación. Sopló, sopló, sopló y la casa derrumbó. Había caminado muchos pasos hasta allí, acariciando los contornos sinuosos de las calles, persiguiéndose unas a otras como serpientes rivales, pasos que le habían costado, que había tenido que arrancarse a si mismo, para llegar al final del túnel negro cubierto de guirnaldas verdes, un pomo de puerta frío y dorado.

A casa por Navidad. Una frase que carecía por completo de sentido. ¿Quién vuelve? Apenas se reconoce a si mismo Desde luego no vuelve el mismo individuo que partió

Volver, volver a casa por navidad, como en un anuncio, todos felices, es un imperativo que hasta las peores familias acaban plastificando sus reuniones con imágenes de postal y frases sin ningún significado, el amor se mide en términos de charla banal entre seres próximos solo en la sangre…viviendo una asociación tribal de apoyo mutuo.
-Me estoy muriendo-una voz apagada, cansada, al otro extremo de un cable que recorría el mundo en laberintos telefónicos de cobre y voces itinerantes…
Aún sentía sus puños el día en que no pudo más y se fue del pequeño campo de concentración que le parecía su casa por entonces…puños, puños de un hombre duro que se había criado en la guerra civil con principios de un mundo antiguo que había muerto con las balas de los buenos y los malos que mataban por igual, porque los buenos eran bastante malos y malos resultaban al final todos los inocentes que tenían el cuajo de sobrevivir, perdiendo la inocencia…que le hacían sabe a uno qué, el único motivo de luchar por unos u otros era el haber caído en sus garras.
Fraguado en esos tiempos, el Padre de Familia, severo, mandaba las directrices de Política interior. Él, que tenía carnet del partido cuando eso era vivir en peligro, cuando había un partido, un sentido, un riesgo, una batalla, y un fascismo, era el mismísimo fascista en casa. Luchador cotidiano del sindicato clandestino y trabajador incansable subido a los postes de teléfono, a cero grados, en el País Vasco, eso de día.
De noche, amo y señor, mando militar. Un simple si, y no un “si señor” era llevar la cara marcada al fuego de la costumbre y la costumbre era la sangre que entra con la letra.
Caerse por las escaleras, trotando el torbellino del equilibrio perdido y sintiendo el dolor de la humillación y la autoridad impuesta a golpes. Ahora se moría el tirano y no era posible estar enfadado con él. No había tiempo, era imposible seguir odiando, tanto como era imposible perdonar…
Y allí estaba tantos años después a punto de sentir lástima por ese frío desconocido que tanto había ansiado amar. Que había incluso echado de menos (su fortaleza, su compromiso, su ocasional calidez, su cotidianidad de hombre duro en camiseta de tirantes, allá a finales de los cincuenta).
El mundo cambió, y las costumbres cambiaron, y el déspota se suavizó…sus hermanas pequeñas, mujeres además, no vivieron el rigor estalinista del antiguo patriarca obrero.
Aquello era más bien un choque edípico entre formas de ver el mundo, y entre formas de interpretar la propia infancia que le habían dado. Sus hermanas nada sabían. Gracias a Dios o al diablo, fue fuerte y ya mayor cuando llegó el gran enfrentamiento, pues el reuma infantil y el itinerante trabajo de su padre para Líneas Telefónicas S.A. en el momento de modernización de las comunicaciones, le hizo crecer algún tiempo con su austera pero afectuosa abuela, de la que era ojito derecho.
No había cortado lazos, solo se fue lejos, se marchó al servicio militar, y a un trabajo solitario en una gran ciudad deshumanizada, a la misma Compañía que el padre (a pesar de la oposición de éste) y volvió a sentir que necesitaba de sus raíces, incluso a echar de menos aquello de bueno y de fraterno que había en su juventud…las cartas llegaban formales, distantes…
Solo los últimos tiempos, él, que había formado su propia familia, al verla desaparecer como un espejismo en medio de la desgracia y la enfermedad, ver a los suyos sucumbir, no pudo soportar la falta de apoyo, la fría manera de aconsejarle comprar luto con su esposa aún respirando…
Antes de eso, volvió de visita furtiva, de veraneo, de paso, pero siempre quedó una enorme distancia aún teniéndolos al otro lado de la mesa.
Después…Tienen un corazón frío. Vengo de una familia de corazones fríos, pensaba, se distanció aún más, no pudo evitar que eso le afectara.
Padres.
Y extraños.
Llamó a la puerta, arrepentido. Sonó un timbre en el ajado edificio de siempre, en Scrooge Street.

4-

“Mattel, la multinacional del juguete, anunció ayer que ordenará la retirada de 9 millones de sus productos para los regalos de navidad, que no cumplen con las normas de seguridad en toxicidad. Es la segunda recogida de productos en menos de un mes, luego de que su fabricante chino reconociera el problema y se suicidara por este hecho.”

Martes 23 de diciembre, por la mañana

El niño, que vivía con su madre viuda, en un edificio suburbial construido en plena Scrooge Street en los años 50. Su madre era una mujer de la limpieza que se pasaba las horas trabajando duro, y tenía mirada de cobre y voz de alondra herida, llevaba meses y meses coleccionando cupones.
Sabía que en casa jamás podría llegar a tener ningún regalo como los que tenían sus amigos. Entonces un día, vio que su comic favorito, que daban casualmente los domingos con el periódico (X-Men) venía con unos cupones coleccionables que le aseguraban un fabuloso descuento para una consola nueva.
Hablaba de los cupones a todas horas. Hacía cambalaches, hacía canjes, hacía negocios
-Te doy dos de mis helados de fresa por 4 cupones. Tú no los vas a usar.
-No, no me gustan tus helados, son baratos, saben a plástico
Venga, venga, por favor… ¡Tres helados!
Siguió inmisericorde, machacando, insistiendo
Así siguió durante meses, arreglando bicicletas (era un manitas y aficionado a las acrobacias, al cross, a los juegos) a cambio de dinero o de cupones.
Por fin reunió suficientes. Se dirigió al centro comercial, en donde le harían el canje. Tuvo miedo de que le robaran el dinero (o los cupones). Tuvo también dudas en el autobús…Era demasiado bueno, una oferta demasiado jugosa para ser cierta.
Este año había unas rebajas enormes que coincidían con la campaña de navidad. El centro comercial abriría un día poniéndolo TODO a mitad de precio. Cuando el niño llegó por la mañana, la gente entraba en tropel, manadas, multitudes, migraciones de seres humanos en busca de algo, de alguna cosa totalmente imprescindible, al menos en sus cabezas.
En niño cruzó el umbral llevado en volandas entre las caderas de la gente, compactado, una pequeña píldora de niño, un bolso de mano, un bocadillo humano con los cupones en el bolsillo secreto al lado de su corazoncito que latía, latía, latía rápido. Nadie reparó en él.

5-

“Durante las últimas semanas se han venido produciendo numerosos avistamientos OVNI en Tejas (EEUU). En algunos lugares (Stephenville) inevitablemente algunas de las personas que han comunicado estos avistamientos han sido amenazadas por personas que se identifican como pertenecientes a la fuerza aérea.”

“Wisconsin, US. Un hombre de 40 años ha sido detenido tras entrar en el piso de una mujer, diciendo que era un hombre lobo y hablando lo que parecía ser un dialecto medieval. Tras pasar la borrachera ha sido condenado a 6 meses de cárcel por allanamiento.”

“Los trenes vienen en una variedad de tamaños y han sido realizados por diferentes empresas. Mira en la parte inferior de los motores de los automóviles y el nombre del fabricante. Lionel es uno de los nombres más comunes, especialmente para los trenes mayores. También puede ver Marx, American Flyer o incluso Marklin. Si no puede encontrar un nombre de los fabricantes en el tren, usted tendrá que hacer un poco de cavar. En primer lugar, usted necesita saber qué es la escala.”

“Después de la tregua, empezó de nuevo la matanza con azagayas y hachas; en cuanto un enemigo caía, era instantáneamente decapitado por su adversario. Las mujeres tomaban parte en la refriega, recogiendo las ensangrentadas cabezas y apilándolas a ambos extremos del campo de batalla. A veces se peleaban para quedarse con los asquerosos trofeos.
-¡Repugnante escena! -exclamó Kennedy con profundo asco.
-¡Menuda pandilla! -dijo Joe-. Y sin embargo, si llevaran uniforme serían como todos los guerreros del mundo.
-¡Qué ganas tengo de intervenir en el combate! -repuso el cazador, apuntando con su carabina.
-¡No! -respondió al momento el doctor-. ¡No nos metamos en camisa de once varas! ¿Sabes acaso cuál de los dos bandos tiene razón para asumir el papel de la Providencia? Huyamos pronto de tan repugnante espectáculo.
(Julio Verne, 5 semanas en globo)”

Noviembre

El diálogo empezó como por casualidad, él siempre se fijaba en las cubiertas de los libros de la gente. Habitualmente inocuas. Le llamó la atención el pequeño libro de Letras de Tom Waits que ella empuñaba, y tambaleante, en medio del proyectil en movimiento, caminó hasta sentarse en frente de ella, y sacó su ejemplar de La Casa del Sueño de Jonathan Coe.
Unos cuantos viajes después, él la volvió a ver, y con la suerte de cara, volvió a encontrar asiento frente a ella, como casi siempre le empezó a ocurrir desde entonces, menos los días en que el tren iba muy lleno. Hasta ese momento, la coincidencia era interpretada externamente como mera fuerza de la costumbre.
Ella sacó el libro que él había llevado la otra vez, y no despegó la vista del volumen, pero esbozó una sonrisa. Él aparentó no darse cuenta, pero el corazón le palpitaba un poco más deprisa, y como quién no le da importancia sacó el libro de letras de Tom Waits que tantas bibliotecas habían negado poseer…Comprendía perfectamente que en ese momento se estaba sellando alguna especie de pacto, de complicidad, y trató de no hacerse demasiadas ilusiones, pero hubiese jurado que oía la voz de Tom…
Por la ventana, el primer día que él pensó que estaba ocurriendo por fin, que ella se preguntó quién era aquel hombre joven y tozudo que deseaba amarla de forma tan evidente, vieron junto a la estación un páramo baldío donde los niños que no habían ido a la escuela se lanzaban piedra a falta de nieve, jugando a la guerra para poder ignorarla mejor, sentirla una ficción, y no una lejana amenaza que otros muy lejos sufrían.
A partir de entonces ese toma y daca no cesó en ningún momento. Otra señora, habitual del transporte público, observó con el tiempo el fenómeno de una febril sucesión de títulos en manos de ambos, y le preguntó al chico:
-¿Cuántas historias puedes manejar a la vez?-señalando el libro.
El chico no tenía una elocuencia demasiado desarrollada, y con voz tímida y aguda dijo, mirando a la chica:
-Solo una, pero contiene a todas las demás.- Sonrieron. El pacto comenzaba a reforzarse, merced a aquella agresión externa.
Sterne y Sartre, y Murakami y Nabokov les escribían los diálogos. Silencio en la sala. Nadie se conoce realmente, así que… ¿por qué romper el encantamiento, el hechizo, con una palabra mal dicha?
Vivieron bajo la presidencia Pro nazi de Lindbergh, rieron las absurdas intentonas del tio Toby de Sterne de ganarse a la viuda, lloraron con los miserables de Hugo, viajaron en Globo con Verne.
En una ocasión, medio dormido, el chico llegó a vislumbrar a los apaches cabalgando a la altura de Nules, entre el ejército enano de naranjos pétreos, atacando al tren con sus flechas, tratando de abordarlo con violencia y ferocidad…
No eran, desde luego, hermosos, ninguno de los dos, con esa terrible suficiencia de la belleza importada del papel cuché y de los anuncios de coches, ese porte helénico de Kalvin Klein, esa superioridad de catálogo de lencería, de cuerpos forjados en logotipos de carne y perfección.
Tenían una belleza proporcionada por una cierta luz que emanaba de ellos, que se asomaba a sus miradas, que se les salía por los poros al acariciarse con los ojos. Habían practicado acariciando los libros en las bibliotecas, y ahora estaban leyéndose el uno al otro.

6-

Control de Tierra a Mayor Tom,
Control de Tierra a Mayor Tom:
Tome sus píldoras de vitaminas y póngase el casco.
Comienza la cuenta atrás, funcionan las máquinas.
Revise la ignición, y que el amor de Dios esté con usted.
Nueve, ocho, siete, seis, cinco,
cuatro, tres, dos, uno, cero. Arriba.

Este es el Control de Tierra a Mayor Tom:
Realmente lo ha conseguido,
y los periódicos quieren saber la marca de las camisas que lleva.
Ahora es el momento de abandonar la cápsula si se atreve.

(David Bowie, Space Oddity)

«¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo.”
(Unamuno, Niebla)

Viernes 20 de diciembre, 19:30 horas.

El Maestro gritó: -¡No, así no!
-¿Qué pasa ahora?-El Autor bebió un trago, fuerte como chispas bailando en un vaso, dirigiéndose a su voz inventada, a un maestro desconocido, a alguien que perdió una vez, cuyo fantasma seguía allí tumbado…
-Te estás escondiendo detrás de las citas. Los ahogas con manierismos. Tienes miedo de lo que puedan hacer. De lo que puedan hacerte. De que cambies con ellos.
-Mira a tu alrededor. No tengo miedo. Estoy hablando solo en una habitación porque estoy reconstruyendo la vida de esta gente que no existe, mientras mi vida es una pequeñez solitaria y fría.
-Como la de todos. No los ahogues. Temes exponerte y que quede claro que el dolor de ellos es el tuyo. Puede que estuviera claro para ti, pero ahora tendrás que reconocerlo.
-No los ahogo. Es el absurdo del mundo pugnando por apoderarse de su historia. Por eso van a tener que luchar para ganársela.
-Veremos.

7-

“Quiero hablarte de una chica
¿sabes? Vive en la habitación 29
Es la que está justo encima de mí
Me pongo a llorar, me pongo a llorar
Oh, la oigo caminar
Caminar descalza por el suelo de madera
Durante toda esta solitaria noche
Y también a ella la oigo llorar
(Nick Cave, From her to eternity)

PRINCIPIOS DE DICIEMBRE. ENTRE EL DÍA 12 Y EL 14.

Detrás del techo, están las estrellas. El viejo estaba tumbado y respiraba cuidadosamente, lentamente, como si pudiera olvidársele. Había caído y ahora no tenía fuerzas para levantarse. Era un frágil y esquelético árbol que había caído en el bosque sin que hubiera nadie para percibirlo.  De vez en cuando trataba de pedir auxilio, pero era ridículo.
Habían transcurrido las horas lentas, reptantes, y los gritos de auxilio no servían de nada porque en el piso de abajo no vivía nadie, y el viejo ocupaba el ático. Al principio sentía un dolor sordo en la cadera, que fue creciendo en intensidad hasta que de pronto desapareció. Luego la punzada febril del hambre.
Los quejidos de auxilio parecían una canción triste y desesperada que sonara por la radio. En el alfeizar de la ventana, podía ver dos pajaritos que se posaban y le miraban curiosos, y volvían a tirarse con el cuerpo hacia delante en brazos del viento. Eran los únicos que se pasaban a ver regularmente como estaba.
Tenía la garganta seca y le ardía, y las horas pasaban despacito, tacita a tacita de dolor y desesperación. Empezó a percibir las cosas como en sueños, y se le ocurrían extraños pensamientos.
Trató de recordar los momentos felices, la fuerza de su juventud, los aciertos de su vida, las sonrisas sembradas en las vidas de los demás, las buenas obras, pero solo recordaba los momentos vergonzosos, las malas acciones cometidas, las penalidades pasadas. El hambre era un demonio sin rostro, y desde que se rompiera la cadera y pidiera ayuda a gritos, hasta que la sed y los alaridos dejaron su voz agrietada y rota, ronca como un gato enloquecido, y débil como un pinzón herido de bala.
Veía a las fotos en blanco y negro de las paredes cobrar forma y reír, reír de modo terrible, y señalar su desgracia… ¿cuándo estaría tan trastornado por el hambre que empezaría a comerse sus propios puños?
En aquella casa no había comida, él vivía en el pueblo, solo había pasado un momento por el piso de su propiedad que sus sobrinos le instaban a alquilar y el se obstinaba en dejar casi vacío, un hueco de aire de su propiedad con dos muebles viejos.
En la cocina encontró cebollas y naranjas en un armario bajo a ras de suelo, y dio buena cuenta, pero en el resto solo había productos de limpieza…Se movía arrastrándose, y el dolor lo dejaba desmayado a menudo. Era muy viejo, pasaba de los 90, y sabía que iba a morir allí solo.
Eran sus últimas navidades.
Lo peor de todo era saber, era sospechar, que los vecinos sí lo oían, que estaban en el edificio, en pijama, tomándose una leche caliente frente al televisor, oyéndole rogar por su vida, haciendo caso omiso, como una molestia, como se ignora a un mendigo que nos implora, condenándolo a muerte con su indiferencia. Él era el fantasma de las navidades pasadas que todos habían decidido obviar.

PARTE II: HISTORIA DEL CIGARRILLO QUE SE CONSUME

8-

“El Fantasma le condujo a través de varías calles que le eran familiares: a medida que marchaban. Scrooge miraba a todas partes en busca de su propia imagen, pero en ningún sitio conseguía verla.”
(Dickens, Cuento de Navidad)

Con eso no cambia el mundo
no mejoran con eso las relaciones entre los seres humanos
no es ésa la forma de acortar la era de la explotación.
Pero algunos hombres tienen cama por una noche
se les abriga del viento durante toda una noche
y la nieve a ellos destinada cae en la calle.

(B. Brecht)

Miércoles 24 de diciembre, 13.15 horas.

Caminaban uno junto a otro, hablando de todo y de nada, Scrooge Street arriba y abajo. Por delante de la panadería, de la ferretería, del gimnasio de los musculazos hijos del pueblo, se sentaban en bancos y contemplaban su propia y altiva futilidad.

-¿Que quieres por navidad?
-Solo quiero una cerveza, un poco de paz de espíritu- (calada) -y besar a una chica por sorpresa, solo para ver su expresión
-Pides poco
-Es más de lo que voy a conseguir. Odio este frío. No puedo ni pensar.
-A mi me encanta, el calor es asfixiante. Con el frío puedes negociar una rendición honrosa.

En ese momento, un grupo de quince o veinte tipos de cabeza rapada empezaron a pegar a uno de sus vecinos. Trataban de extorsionarle. Ellos estaban al otro lado de la calle, a unos 40 metros, pero a pesar de su alarma calcularon las probabilidades de ayudar.
En el suelo golpeado por el duro cuero de las botas militares mientras los transeúntes pasan a su lado contemplando relucientes escaparates, “no es asunto nuestro”.

M se asomó al gimnasio y explicó la situación. Le miraron con gesto inexpresivo. Los monitores dijeron de llamar a la policía. Los Hércules tristes siguieron levantando, levantando, levantando con la mirada fija al frente y los cascos gritando “You Know You are Right” o alguna cosa fiera, peligrosa, y demasiado buena para ellos.

Al salir, un grupo de inmigrantes africanos había acudido a la ayuda de aquel anciano, viejo, que pasaba el verano en su piso de cuenca, y el invierno en aquel destartalado piso del demonio que no había reformado desde el 54.

-¿Eso es lo que la navidad le hace a la gente?-preguntó M.
-No, es lo que la gente se hace a si misma. Es una fiesta amarga que
dura todo el año.

Una gran multitud de extraños ahuyentaron al grupo de vándalos.

El viejo se rehizo. Había docenas de ojos mirándolo, ojos que habían recorrido demasiada distancia y habían visto demasiadas cosas, ojos desprovistos de alma porque ellos mismos eran alma, ojos desbocados que no tenían nada.
Le tendieron una mano desde algún sitio y lo ayudaron a levantarse, limitándose a observarle en silencio desde el otro lado del mundo, de un mundo que vive en la mente, próximos hasta exhalarle el aliento a la cara, pero distante en verdad.
La ira, la vergüenza, el miedo, pero sobre todo la culpa, todo eso era el crepitante sustrato de la hoguera que conformaba el odio, cuyas iridiscentes llamas sentís consumirle dentro de él.
No importaba lo que pensaba de si mismo, de quién era, de su inteligencia o tolerancia, era esa vergüenza involuntaria, y ese extremo embarazo por la miseria, por permit6ir que un hombre sea menos de lo que es, de no luchar por darle el valor que merece, la posibilidad de ser…
Huir, no mirar, a esa multitud que estaba al otro lado del país que daba forma a su pensamiento. Le habían salvado, pero él solo veía a las almas negras de los negros refugiados, vigilantes, a la espera de devorarlo, desesperadas. Frente a frente, no había posibilidad de verse, de entenderse, de comunicarse. Penetró en el 29 de Srcooge Street apresuradamente, tratando de desaparecer, de desvanecerse. Ellos eran invisibles, pero el espectro era él.

9-

“Lloramos al nacer porque venimos a este inmenso escenario de dementes.”
(Shakespeare, El Rey Lear)

LINDA.–¡Tú! ¡Ni siquiera fuiste a ver si estaba bien!
BIFF.–(Todavía arrodillado en el suelo, frente a Linda, con las flores en la mano, asqueado.) No. No lo hizo. No hizo ni esto así. ¿Qué te parece? Dejarle delirando en un lavabo…
LINDA.–Granuja, más que granuja. Tú…
BIFF.–Pega, pega con fuerza. (Se levanta y arroja las flores al cubo de la basura.) Tienes delante a la escoria de la tierra…
LINDA.–¡Fuera de aquí!
BIFF.–Tengo que hablar con papá, mamá. ¿Dónde está?
LINDA.–¡No te acercarás a él! ¡Sal de esta casa!
(A. Miller, Muerte de un viajante).

Miércoles 24 de diciembre, 21.20

La casa estaba decorada con grabados imitación de Goya, un busto pequeño del ingenioso hidalgo Don Quijote, pipas a medio morder por entre los libros raídos y desparejos (Blasco Ibáñez, una historia del carlismo en Castellón, albumes de fotos, un manual de reparación de teléfonos).
El silencio era grave, constante, y se masticaba el pollo al horno como quien paladea clavos ardiendo, lenta y metódicamente.
-¿Sigues siendo un cabronazo?
-No digas eso!
-Hemos venido a pasar las fiestas en paz…¿A qué has venido tú?
-De todo se cura uno.-Dijo lentamente el viejo.- Excepto de una cosa…
La concentración retornó tozuda a la comida. Su hermana mayor, más grande y fuerte de lo que recordaba, como una gigantesca matriarca rusa de tostado y ajado cabello rubio reñía a sus hijas gemelas:
-No repliquéis, tenéis que comer. Cómo vais a crecer si no. Contestarme mal no esta bien, Andrea.
-Pero el tío si puede contestar a su papá….
De nuevo, ninguna contestación. Los reproches iban pasándose con la comida, de unos a otros…
-No has estado con ellos, han estado enfermos…
-Tu también te marchaste-reproche entre hermanas-a África con tu novio ecologista.
-No hablemos de quién hizo qué…
Finalmente, el hombre le dijo a su padre:- ¿Duele estar enfermo? ¿Duele más que cuando son otros?
-Ya no aguanto mas…¿Qué hemos hecho mal? Te dimos comida, ropa,
educación…
-Y me enseñasteis a callar, a que nunca nada fuera suficiente, a
sentir dolor por amar y a sentir vergüenza por ser yo mismo. Me
enseñasteis muchas cosas y alguna de ellas buena. Y de las malas
también aprendí: a no ser como vosotros, a no tener el corazón duro y helado.
-Solo hay un modo de solucionar esto. Tú y yo salimos fuera…
-Y qué. Piensas que no me defenderé porque no voy a pegar a mi propio padre, y tienes razón, pero si esa es tu forma de ganar ya has perdido…
-No. Vayámonos fuera, tengo algo que decir.
-Decir, hacer…poco hay en tu mano.  Pero salgamos fuera a buscarte una buena lápida, como me dijisteis a mi que hiciera con ella, si, salgamos…

10-

“INGLATERRA.- Un grupo de niños pertenecientes a un club de divulgación espacial de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, lograron enviar al espacio a cuatro tradicionales ositos de peluche británicos.

Los juguetes, conocidos ahora como «Teddynauts», volaron esta semana al espacio en un globo de helio que los elevó en una cajita 30 mil metros. El dispositivo llevaba consigo una pequeña cámara que pudo captar las imágenes de los afortunados juguetes vestidos con trajes de astronauta diseñados especialmente para ellos por dos estudiantes, de 11 y 12 años.

Los «Teddynauts» volaron por espacio de dos horas y nueve minutos, llegando muy cercana de la órbita espacial, a un 99% de la atmósfera terrestre. Los ositos, de acuerdo con el sitio web del diario británico The Guardian lograron soportar temperaturas de entre -40 C y -53 C.

Los cuatro pequeños peluches aterrizaron al norte de Ipswich, de donde fueron rescatados por el equipo de estudiantes, quienes viajaron de Cambridge en coche guiados por un equipo GPS que contenía el aparato en que volaron.

Aiyana Stead, de 12 años, dijo al diario británico que «lo más divertido de este experimento fue cuando enviamos a los ositos en el globo»”.

Martes 23 y miércoles 24 de diciembre.

El niño, que había ido solo al templo del gasto, embriagado por su propia audacia, empezó a naufragar en medio de aquella multitud que más parecía una estampida de ganado, que un conjunto de personas ordenadas.
Ciegos a todo excepto a sus propias ansias, llenos de codicia, empapados en el espíritu de la navidad, nadie reparó en él cuando un empujón, y luego otro, le pusieron en un aprieto, manteniendo el equilibrio apenas sobre una sola pierna, aguantando el ímpetu del golpe contrarrestándolo con su propio peso proyectado al otro lado.
Los ojos muertos y fríos de los que también eran padres, hermanos, tíos, pero que simplemente no le veían, pasaban de largo.
Cuando al fin cayó, y su voz ahogada por cientos de voces mayores, alborotadas, nadie le tendió la mano al niño. Los pies le golpearon, y las brillantes luces le intoxicaban, se le metían en los ojos, mientras los demás se consumían unos a otros, y se interpretaban a si mismos y a los demás a través de los objetos.
Que quede una cosa clara. La gente no es peor o mejor en navidad. Todo el año es así. Solo que en navidad la luz de los adornos los ilumina un poco más, y parecemos caer en la cuenta.
El niño fue minuciosamente aplastado. Uno de los compradores vio una mano suplicante a la altura del suelo. Se metió la mano en el bolsillo. Lanzó dos céntimos al suelo y se fue.
La buena acción del día.
El niño no lo sabía, pero mientras los periodistas de sucesos se relamían con una noticia navideña en donde clavar sus afiladas y negras estilográficas, y su madre le acompañaba en la ambulancia, ser apastado le había salvado la vida. De lo contrario, habría muerto en Scrooge Street.

11-

Hay lugares que recordaré toda mi vida
Aunque algunos hayan cambiado
Unos para siempre y no para bien
Otros han desaparecido, otros permanecen
Todos esos lugares tuvieron su momento.
(Bétales, In my life)


Ayer los hechiceros silenciosos pusieron al vecino
una soga, despojaron de voluntad a su mujer, de color
a las flores, de fragancia a los cabellos, implantaron
dolores terribles en las cabezas, el miedo en el pecho.
(Brane Mozetic)


Diciembre

El tren súbitamente se paró, quedando completamente a oscuras. Afuera, los campos de naranjos parecían hileras de formaciones militares, enanos enfurismados de troncos achaparrados.
Aquello no estaba previsto. El pacto tácito era seguir leyendo, sin preguntas, escrutando aquello que otros soñaban para hacerse un mapa del alma del otro. Sin luz y sin sueños, eran de nuevo solo dos desconocidos, un hombre joven y miedoso de torcidos ojos cansados y amarillentos dientes de vampiro, con el ralo y rizado cabello huyendo del desierto de su cabeza. Y una chica afilada, descontenta de sus pómulos de hueso, solitaria, de ojazos penetrantes y voz débil como la llama de una cerilla a punto de apagarse.
Si, solo desconocidos que habían pasado tal vez cinco semanas en globo, que habían tiritado bajo las mantas de una revolución y de sus rigores siberianos, que habían tomado un café en el infierno de la poesía de un joven Rimbaud tan perdido en sus propias ansias de algo inaprensible como ellos, cómplices del tozudo silencio en que los cadáveres de Poe se devoraban a si mismos, cercanos a las montañas de la locura.
Afuera, el mundo real, aquel en que eran solo suspiro trabado, prosaica carne, horas de trabajo y horas de ir al trabajo, y también horas de estar descansando del trabajo: definidos en categorías profesionales, apenas clichés que nadaban ahogándose en las aguas turbias…
No pudiendo soportarlo más, él habló por primera vez, con su voz titubeante al principio, una voz profunda e infantil, una voz como un juguete bélico mal calibrado, como un muelle apunto de romperse y clavarse en los ojos de los niños…
-Tendremos que construir nuestra propia historia ¿No te parece?

-Érase una vez un fabricante de cuerdas que tenía el secreto poder de darles vida a sus sogas.  Eran cuerdas muy cotizadas, porque podían reptar por los sitios más inaccesibles, arrastrándose como serpientes, escalando ellas mismas y enroscándose por los salientes de los muros.-Tomó aire y miró alrededor el la negrura de pronto acallada, murmullos sofocados tiritando en el aire caían como pétalos en el suelo del vagón.
Pero muchas de ellas tenían como destino convertirse en sogas para el cadalso de la ciudad. Una soga así es muy útil para un verdugo, se la puede enseñar a estrangular, y matar más raído y mejor. En el gran libro positivista del Verdugo Ilustrado viene referida como el tercer mejor modo de matar, solo superada por los besos y la mirada.
La numero uno era la mirada, ya saben, los ojos son armas inventadas para hacernos daño los unos a los otros…
Las sogas se rebelaron, y escaparon rápidamente. Inmediatamente el cordelero tomó represalias, dándoles caza con perros, y atando nudos en los puntos débiles de las cuerdas…
En ese momento volvió la luz, y su voz se extinguió.
-Continúe!- Le pidió una mujer que había al otro lado del tren, junto a la ventana del otro costado.
-Lo he olvidado…-Y no dejó de darse cuenta que esta había sido una derrota: Había tratado de cruzar un  limite dándose voz frente a la chica, más allá de las formalidades protocolarias, y esa voz había tocado a retirada en cuanto la seguridad de la oscuridad le había dejado al descubierto. Se cruzaron los dos una mirada de duda.

13-

«Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.»
(Apocalipsis 20:15)

Banco vende casa con cadáver momificado dentro:
Rosas, España. La anterior propietaria del piso, que había sido embargado por el banco al no hacer efectivos los pagos de la hipoteca desde 2001, fecha previsible de la muerte. El cadáver de la mujer fue encontrado momificado, probablemente debido a la salinidad del aire.

“La idea recurrente de una cerilla que encendida, anula algo del frío natural del universo.”
(Peter Handke)


Miércoles 24 de diciembre, 23.55 horas en adelante

El famélico anciano estaba reptando. Poco a poco se acercaba a su destino. Era un ángel diminuto y arrugado con las alas arrancadas, luchando por poner fin a su agonía. Recordaba toda la amargura de una vida vivida durante largo tiempo, y pensó que merecía acabar mejor que muerto de hambre, cansado de esperar su propio colapso.
Reptó como pudo hasta el horno de la cocina. Le tomó días enteros, horas que ya no tenían significado, entre gritos implorando ayuda y negras las esperanzas.
Llegaba a los controles desde el suelo. Giró la manecilla del horno de gas, a tope. Esperó, esperó paciente al desastre.
No tenía ya prisa. Una brisa pestilente lo empezó a inundar todo.
Tenía tres cerillas en el bolsillo.

14-

“El dedo de Nayland Smith vaciló en el gatillo. Nunca había oído mentir al Doctor Fu-Manchú, pero los asuntos del doctor se encontraban en una situación crítica. Dio un paso atrás y disparó en ángulo oblicuo.
¡La bala rebotó y salió silbando hacia el espacio!”
(Sax Rohmer, Tras la Pista de Fu-Manchú)


“Tomaré
En los ojos de un amigo
Lo que hay de más cálido, de más hermoso
Y de más tierno también
Que no se ve más que dos o tres veces
Durante toda una vida
Y que hace que ese amigo sea nuestro amigo…”

“…Tomaré todo esto
Y luego construiré
Construiré y llamaré a las gentes
Que pasarán por la calle
Y les enseñaré
Mi portal de Belén.”
(Jacques Brel, Tomaré)

“-¡Un par de coartadas a prueba de bomba!-chilló- ¡La mejor idea de toda mi vida! ¿No lo ve? Yo me encargaba de hacerlo cuando usted estuviese fuera de la ciudad y usted, a su vez, haría lo mismo.”
(Patricia Highstmith, Extraños en un tren)

Miércoles 24 de diciembre, 23.50 horas

Dos amigos hablando animadamente:
-…Y esa es la razón por la cual George Lazenby es el mejor Bond de la historia
-…mmm. ¿Qué? Perdona no estaba atendiendo.
-Es un Bond humano, y un perdedor, el resto de Bonds son mitos sin interés. ¿No huele raro aquí?
-No sé…-Dijo el amigo de M observando la espesa neblina que los rodeaba, entre botes de cerveza a medio beber. Sonaba una canción llamada sinfonía agridulce, una canción indicada para aprender a llorar.
-Voy un poco ciego…
-Si, por supuesto. La gracia del asunto es que tú no eres tú y yo no soy yo…así que…
-Espera tengo que decirte algo.
-¿Si?
-Cállate un momento, me estás rayando.
Y así siguieron un rato callados, bebiendo, viendo El corazón del Angel sin voz, y oyendo música.

Cuando por fin se reanudó la conversación, giró sobre si misma en un itinerante y desorientado vagar por ideas inconexas…

-¿Cuál sería el mejor relato navideño?
-¿Cuál?
-Si cuál…
-Mmmmm. Uno sobre mi en que no currara catorce días seguidos empalmando el restaurante y la agencia de publicidad.
-Eso no vale.
-De acuerdo. Uno sobre un Papá Noel perturbado. Se masturba en los servicios. Acaba volándole la tapa de los sesos a un grupo de niños- (hace la forma de una pistola con los dedos)
-Esta visto, es un poco como Bad Santa… Yo adaptaría “Extraños en un tren”. Pero en un ascensor. Tú y yo tenemos a la familia lejos, en la otra parte del país, pero hay cenas familiares que pueden tornarse monstruosas…
-Continúa…
-¿No hueles nada?
-No. Hierba.
-Vale, pues sería sobre dos hombres, se conocen en el ascensor, se va la luz.. Están una hora charlando, surge la chanza, ambos se parecen mucho… Es nochebuena. Y como su familia no los ha visto en mucho tiempo, hacen una apuesta: Intercambiarse las cenas, cuando por fin vuelve la luz. Y luego, al cabo de un rato, revelar la broma.
-Pero se darían cuenta.
-No, solo se da cuenta una familia. Y aceptan seguir con la broma un rato.
-¿Y?
-Al otro lo reciben como si fuera el auténtico hijo pródigo. Le agasajan, hay bromas y recuerdos que él finge compartir, le sirven una comida exquisita…Pero muy pronto comienza a sentirse mal…
-¿Qué ocurre?- el amigo de M. bosteza…
-Con la crisis se han arruinado. La enorme casa, todo lo que contiene, nada es suyo, están hasta las cejas…Así que la familia había decidido suicidarse envenenada en nochebuena…
-Joder que fuerte, ¿y el otro lo sabía?…
-Eso no lo sé. No he pensado en ello.
Se calló.
-Oye
-¿Qué?-dice el amigo adormiscado…
-Huele a gas. ¡Levanta, huele un huevo a gas!
-No huelo nada…
-Levanta, joder…
Salieron corriendo de la casa, y aporrearon la puerta de enfrente…Pero el viejo, aquel al que habían dado una paliza, no abrió. No creía esperar más que amenazas. Jóvenes, negros…prefería encerrarse, atrincherarse, sellando su destino.
No daba tiempo a avisar a nadie. Llamarían a los timbres abajo. Corrieron escaleras abajo entre delirios, con el dragón del peligro acosándoles detrás.

15-

Hasta entonces había carecido de olfato. Estaba segurísimo de ello; y, si no, ¿cómo era que todas las primaveras las había pasado sin percibir apenas aquel perfume de azahar que exhalaban los paseos y ahora le enloquecía, enardeciendo su sangre y arrojando su pensamiento en la vaguedad de un oleaje de perfumes?
(Arroz y tartana, Blasco Ibáñez)

“Cuando él tiraba de ella hacia sí, en realidad tiraba de sí hacia ella”
(Peter Handke)


Miércoles 24 de diciembre

Ella se sentaba a su lado, porque el asiento de enfrente estaba ocupado esta vez, y él tembló. Era una realidad cálida y casi desconocida, palpitando en el asiento de al lado, la razón de su desconcierto. El trayecto era largo, y él se preguntaba si ella acabaría apoyando la cabeza suavemente…Sobre su hombro. Afuera la neblina tomaba forma de manos invisibles golpeando la ventana. Llamando su atención. Sus respiraciones se sincronizaron. Al principio, los viajes en el tren habían sido el paréntesis, el tiempo de transición de A a B, pero ahora el paréntesis era la vida, el lugar de destino y el lugar de procedencia, todo estaba en el vagón, y fuera solo había espera. Todo estaba allí, porque ellos lo estaban. Y se separan cada día en la estación a reanudar sus rutinas, a fichar, a comer en restaurantes chinos y pensar en el fin de la jornada, a llamar a amigos por teléfono, a escuchar reproches familiares, a vivir encerrados en lo que les ocurre, y no en lo que ellos desean que ocurra.

Esta vez tenía que ser diferente. Por fuerza, pensó el chico, contemplando la blanca faz de diciembre suspirar por el páramo baldío que rozaba las riberas de las vías…
El frío de afuera te mata por fuera, y el frío de dentro te manta por dentro: Había que alentar esa hoguera del corazón con un poco de oxigeno, con una canción, con algún material inflamable: con palabras y con sueños.

El chico se aleja caminando por el andén, como todos los días, yendo al lugar al que se supone que debía ir, y no al lugar al que sentía pertenecer.
Se da la vuelta en ese momento, ella gira la cabeza, expectante, se detiene, él corre y sin parar a su lado, la coge de mano, tira de ella,  avanzan por el andén en un vacío absoluto, ya no queda nadie, alejándose de la entrada de la estación y su muchedumbre de personas somnolientas, adentrándose en el cemento, buscando una de las salidas laterales, saltando por el precipicio de sus miedos.

-Solo tengo que hacer una cosa, después toda mi vida será tuya.-dijo el chico. Y se encaminaron al 29 de Scrooge Street, a la casa abandonada de su tío. Se habían oído ruidos extraños, y su familia temía que un ocupa hubiera allanado el piso.
Quería tranquilizar a su madre antes de contarle que ahora no era una mitad desparejada, nunca más.
Fueron en metro, recordando sus propios instantes mágicos del tren, y hablando, hablando, hablando, ahora sí, con hambre el uno del otro, sin parar.
Al llegar entró a la carrera mientras ella le esperaba en frente tomando un café muy caliente.
Subió los escalones de dos en dos como queriendo alcanzar la luna.

16-

Habrás oído que en este mundo no hay sino devorar o ser devorado…
–Sí, burlarse de otros o ser burlado.
–No; cabe otro término tercero y es devorarse uno a sí mismo, burlarse de sí mismo uno. ¡Devórate!
(Unamuno, Niebla)

Madrugada del 24 al 25 de diciembre, entre las 23.00 y la 1.00.

También padre e hijo, en obstinado silencio, huyendo del campo de batalla, se estaban salvando el uno al otro al huir de Scrooge Street, aunque de lo que huían era de la historia que había entre los dos de reproches y errores.
Condujo el hijo, y pararon en una estación de servicio, de camino a una playa del Perelló, cerca de donde veraneaban cuando él era un crío.
En la estación de servicio, el padre dijo:
-Sabes que no voy a pedir perdón, también sabes que no vamos a discutir. Somos lo que somos…
-¿Enemigos que se quieren?
-No lo sé. No soy tu enemigo. Solo soy humano.
-Eres demasiado orgulloso. Solo necesito una palabra, un poco de arrepentimiento, una brizna de ternura.
-No, quieres vencerme- suspiró, algo infrecuente en aquel hombre grande y fuerte- Pero ahora ya da igual. He salido de casa para morir.
Su hijo le miró preocupado…
-Espera, no hables. Tengo una cosa, algo que me dio un amigo que sabía que yo no soy de apagarme poco a poco, sino que prefiero irme en un momento.
-Un destello rápido.-dijo con cierta tristeza el hijo.
-Solo puedo confiar en ti, precisamente porque no tratarás de detenerme. Solo coge mi mano, allí en la playa, mientras me voy, y guárdate tus juicios sobre mi, o sobre lo que crees saber de mi.
-De acuerdo, respeto tu decisión.

Más tarde en la oscura playa, caminaron alejándose de los chaperos, de la lujuriosa escuela nocturna de la carne, cerca de las dunas, y más allá, lejos de la vida, el hombre mayor se inyectó una solución en el brazo que era lo suficientemente venenosa e indolora para producirle una buena muerte.

Al volver por la carretera del Saler, dejando el cadáver para las preguntas que el mar y la policía tuvieran a bien hacerle, el hombre más joven detuvo su coche e hizo subir a una prostituta. Se abrazó a ella un tanto desamparado, pero cuando ella comenzó a hablar, dijo:
-No es lo que piensas. No hago esto para disipar mi soledad. Lo hago para estar aún más solo.
Así, sentiría demasiada vergüenza como para regresar a casa, mirar a la cara de su madre, y decirle lo que había sucedido. De aquella casa salieron dos, pero solo iba a volver uno.

17-

“Denuncian que las cestas de Navidad de un ayuntamiento madrileño tienen moho y productos radiactivos
Pennsylvania.-  El partido de la oposición de Punxstawnwey denunció este viernes que las cestas que el Ayuntamiento de la localidad  está regalando a los funcionarios, con motivo de las fiestas navideñas, tienen productos caducados que en algunos casos también tienen moho y verdín. La alarma cundió al examinarla un inspector de sanidad. Habían detectado radiación en el salmón capturado cerca de la central nuclear de la población.”

Centroamérica vivió una violenta Navidad: al menos 78 muertos
Al menos 78 personas murieron y otras 35 resultaron heridas o quemadas en las festividades de Navidad en Centroamérica, según informes preliminares divulgados este martes por la policía y organismos de socorro en la región.

En el Salvador, las autoridades informaron sobre el asesinato de 12 personas y la muerte de otras 13 por diferentes causas y 15, entre ellas nueve niños, resultaron quemadas por pólvora.

Una fuente de la Policía Nacional Civil (PNC) dijo a Acan-Efe que la institución contabilizó al menos 12 asesinatos durante el lunes, cifra mayor al promedio de 10 por día que se registra en el país.
Mientras que otras dos murieron anoche en un cantón del departamento occidental de Santa Ana, luego de ingerir tamales que estaban contaminados con gas kerosene, según han indicado varias fuentes.

Al menos 36 personas fallecieron en diversos incidentes durante las celebraciones navideñas en Honduras, dijeron reportes oficiales este martes.

Sólo en la morgue del Ministerio Público (MP) de Tegucigalpa, ingresaron un total de 12 fallecidos, cinco por accidente de tráfico, seis por homicidio y uno por suicidio.

Además, nueve personas fallecieron en distintos departamentos, uno por accidente de tránsito, cinco por heridas de arma blanca o tiros, y tres por causas aún no determinadas por médicos forenses, según datos de la Dirección General de Investigación Criminal (DGIC).

En tanto, en la ciudad de San Pedro Sula, 250 kilómetros al norte de la capital, la oficina de la Policía Metropolitana Número Dos informó que la cifra de muertes este año ascendió a 15, entre muertes por causas violentas y accidentes.

Madrugada del 24 al 25 de diciembre, entre las 23.00 y la 1.00

Durante días, tras la deflagración, que sonó como un titán caído a tierra, un violento beso nuclear estampado con rojos labios al suelo, las calles olieron a gas y a carne de ser humano quemada.
El olor impregnó el asfalto durante días, y los niños al pasar delante de los escombros para ir al colegio de Practicas de Monteolivete, salían corriendo gritando: “Huele a muerto”.
Las cenizas tenían el ambiente ya de por si asfixiante de la calle de oscuros propósitos. La deflagración había sido espectacular, con la sorpresa jugando a su favor, como pirotecnia encargada por el consistorio, ejecutada a traición, un espectáculo de luz y fuego mortal y descontrolado.
La chica derramó una sola lágrima (no te puedes permitir derramar demasiadas, porque si no te quedas seco por dentro) observando las ruinas, las brasas agonizantes de su amor.
El invierno no acabará, durará para siempre, y su aterido corazón descansará muerto y helado bajo la nieve, no importa que la primavera arrase las calles con su jovial rostro de esperanza, el invierno es un estado del alma, es el rostro, la cara que visten los solitarios y desesperados como mortaja, la sonrisa vacía que es una mueca, el fuego fatuo que recuerda que allí hubo alguien vivo.
Llegaron muchos a ayudar, a descubrir el desastre. Dos vecinos alucinados, casi pálidos, habían salido por los pelos con lo puesto, observaban el fuego languidecer. Un grupo de inmigrantes se acercó tras la explosión, esperando buscar objetos que los supervivientes desdeñaran, junto a esta estrella de Belén caída del cielo…El 29 de Scrooge Street ya no existía.
La chica, trastornada de pena, volvió caminando sin rumbo a ningún lugar, al punto de partida de la línea de tren privada, solo de ellos dos, que había descarrilado.
Una mujer de ojos fanáticos la abordó:
-Se acerca El Juicio… ¿deseas ser salvada? Nuestros pecados anuncian nuestra derrota inminente, arrepiéntete o sufre el lago de fuego del Señor.
Ella no contestó, quedó en silencio. Aún quedaba mucho camino, largo y tortuoso, hasta su casa. Caminaría, esta vez, sola.

18-

La felicidad es un arma caliente
La felicidad es un arma caliente
Cuando te cojo entre mis brazos
Y siento mi dedo en tu gatillo
Sé que nadie puede hacerme daño
Porque La felicidad es un arma caliente
La felicidad es un arma caliente, sí que lo es
La felicidad es un arma caliente
(The Beatles)


“Por pobres que puedan ser mis ficciones, son mejores que la abrumadora realidad”
(Flaubert)

«–¿Conque no, eh?–me dijo–, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió…! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo su víctima…»
(Unamuno, Niebla)


-No estoy en el negocio de salvar vidas. De hecho, más bien en el opuesto.
(Kay Eiffel, Stranger Than Fiction)

“Explosión de gas en Valencia, Varios heridos. Noticia de última hora. Tan solo se han salvado dos vecinos casi ilesos, que presentaban síntomas de intoxicación por humo y estados alterados de conciencia. Además de un viejo nonagenario, en muy mal estado, milagrosamente vivo, pues se teme estaba justo en el lugar en que tuvo lugar el incidente…”

Miércoles 24 de diciembre.

-No me lo puedo creer-exclamó El Maestro- Lo has vuelto a hacer. Los has matado a todos…
-A todos no.
-No, solo a algunos de los mejores. ¿Es que no los amas ni siquiera un poco? ¿tuvieron alguna oportunidad? Luchar por su historia, dijiste. Lucharon…
-Y perdieron.
-Contigo siempre pierden. ¿Estás demasiado bajo de confianza como para permitir que ellos ganen alguna vez? ¿No pierden ellos solo porque tu no tienes el valor de ganarte tu propia historia, aquí encerrado en tu moho, en tus libros, en tu pose irónica?
-Es un relato de navidad. En navidad se castigan los buenos sentimientos. La justicia se transforma en cinismo, el amor en compromisos con el clan, la sed de verdad, con la hipócrita adquisición de naderías, una tras otra…
-Y tú eres peor que nadie. No sabes regalar vida, ni esperanza. Te quedas esperando que nada cambie porque eso te convierte en el sagaz crítico de la podredumbre. Pero aplastas igual a tus personajes sin importar como tengan de negro el corazón, o si no lo tienen gangrenado en absoluto. ¡Sal de tu refugio, vive! Te escondes de la vida, con un miedo que jamás le has tenido a la muerte.
-Al menos el chico debe morir. Yo no escribo el relato, el relato se escribe a si mismo.
-Excusas… ¿Por qué matarle, por amar a alguien? ¿Porque tú no eres capaz de amar a nadie?
-Uno solo se salva por si mismo, y él ha tratado de salvarse en el otro.
-Uno se salva como puede. Tu manera de salvarte es siendo fuerte, pero no tiene por qué ser la única. Deja que se salven el uno al otro.
El Maestro señaló el cenicero, en donde languidecía un pitillo: -Eres como ese cigarrillo. Consumiéndote inútilmente.
La sombra que el llamaba El Maestro calló. Allí no había nada excepto miles de poemas tirados por el suelo, apuntes, una cama deshecha, cartas sin abrir, dos latas de Cola Light vacías en el suelo, y demasiados cigarrillos para un hombre solo.
Fumaba por dos igual que hablaba con dos voces en su cabeza, el bien y el mal, no en términos absolutos, sino solo al respecto de esta cuestión en particular. Lo absoluto es solo una forma de lo ilusorio.
-De acuerdo-dijo el autor, borrando de la pantalla la explosión. En su imaginación, las llamas propulsadas violentamente fuera de las ventanas y los trozos de edificio que salían volando, comenzaron a retroceder de nuevo hacia adentro, hacia el mismo edificio que se iba recomponiendo y haciéndose sólido e imperturbable de nuevo, hasta extinguir toda llamarada y todo vestigio de la explosión.
Se levantó, y pesadamente fue al salón de estar, desnudo y deshabitado escenario de comidas rápidas y poco satisfactorias, y de largos silencios como estaciones invernales.
Tenía que hacer una llamada importante.
Una vez concluido esto, se puso su cazadora, se peinó con los dedos de forma imprecisa, contempló su barbudo y pálido rostro en el espejo del recibidor, y salió a la calle.
Ahora que ellos iban a vivir, le tocaba a él aprender. Era el primer día en que la calle no parecía una trinchera gris en mucho tiempo, tiempo de dolor y amargura de persona herida y rabiosa. Contempló el sol de invierno, voluntarioso. Echó a caminar por la plaza de Scrooge Street que había sido un desvencijado mercado de casetas verdes, y ahora era un lugar de juego, de reunión, de intercambio de miradas y de palabras, bajo el joven olivo.
Se encaminó hacia Pedro Aleixandre, en aquella zona de su barrio que le produjo hartazgo tiempo antes, pero que había sabido amar en el pasado como parte de su propio hogar.
Había muchas cosas por hacer, pensó, con una sonrisa. Tenía la ligera euforia del que se ha librado de una sombra, de un soplo en el corazón, de un súcubo de pesimismo. Ahora empezaba a ser, él mismo, su propio personaje. Un personaje de Capra, naturalmente. Siguió andando animadamente.

19-

Miércoles 24 de diciembre, teléfono de la Esperanza, llamada anónima
Y esta es la historia de cómo fueron todos salvados. Bueno, los que merecía la pena salvar por lo menos. Y la redención empezó con un timbrazo, un teléfono blanco, y un chico triste llamado Ian Curtis al otro lado del aparato.
-Teléfono de la Esperanza. No cuelgue por favor, le podemos ayudar de verdad…
-Hola. No llamo por mi directamente.
-Claro, claro. Cuénteme
-Aunque también tiene que ver conmigo. Estoy tratando de salvar a unas personas a las que he puesto en un aprieto enorme.
-Si, dígame. No se sienta culpable ni se ahorre detalles
-En cierto modo usted ya sabe lo que ha pasado.
-¿Cómo?
-Digamos que yo ya le he dado la información. Estoy escribiendo esta conversación en una pantalla. Lo cual no significa que no esté teniendo lugar realmente. De hecho está teniendo lugar. Y como narrador más o menos omnisciente, puedo determinar qué es aquello que usted sabe o desconoce de esta historia.
-Pero yo acabo de aparecer en ella, ¿no es cierto?
-Si.
-Aceptemos lo que me está contando. ¿cree que es coherente inventarme sin más?  ¿Destrozar todo la coherencia y plausibilidad dándome un conocimiento infuso de la situación?
-Al cuerno la coherencia. Esta es una medida desesperada, Ian.
-Disculpe, voy a tener que cortar esta conversación.
-¿Qué?
-El sindicato del Teléfono de la Esperanza está haciendo huelga de celo.
-Pero la vida de alguien depende de esto…
-¿La vida de alguien vivo o la de alguien de ficción?
-¿Importa eso?
-Bueno, a mi no demasiado, pero a Sylvia Plath que es nuestra interventora…
-Vamos Curtis, no lo veas todo tan negro, por una vez. Solo necesito que mandeis a alguien a un edificio en Scrooge Street donde un viejo va a hacerlo saltar todo por los aires. Casualmente vivo ahí, en la realidad.
-Pero estamos en huelga. Y ni siquiera están vivos de verdad.
-Tu tampoco: eres un espectro.
-Los espectros también tienen derechos, ¿sabes? Estamos en precario. O pasamos por el aro o nos vamos al limbo. Pero tienes razón.
-Claro que la tengo, yo he escrito tu línea de diálogo.
-Mandaremos a alguien.-dijo Ian con un suspiro. Cortó la comunicación. Abandonó el teléfono, que sonaba rabioso con recados de los más desesperados, y fue hacia la máquina de café.
-Creo que se acercan tiempos oscuros- Le dijo al joven Kurt, que se estaba tomando un café solo, muy negro, y apartaba la melena rubia y lacia de sus ojos con gesto de preocupación.

De este modo, y tras tal conversación, asistentes sociales llegaron al 29 de Scrooge Street una hora antes de que el chico subiese las escaleras, y de que el viejo lo mandase todo a tomar por culo. El viejo vivió aún muchos años, se fumó mucha más hierba en el piso de abajo, el niño se recuperó y tuvo una casa a la que volver, hubieron muchas palabras de odio familiar para el hijo pródigo que había visto morir a su padre y vuelto al hogar que nunca fue un hogar para él, y el anciano senil que vivía frente a M. pudo seguir odiando a la gente solo por su color de piel muchas más navidades.

20-

No estoy aquí por tu amor o por tu dinero
Estoy aquí por tu alma.
(Deanna, Nick Cave)

“No decir nunca “una pareja” (siempre hay solo el uno y el otro)”
(Peter Handke)

“El amor volverá, y si no vuelve, moriré…”
(Peter Handke)

Tengo miedo del amor contigo, sabes
no por temer la muerte
la descomposición, la tierra húmeda, o
las separaciones largas, no basta lo que sientes
(Brane Mozetic)

“Phil:-Bien, ¿ qué pasa si no hay un mañana? No lo hubo hoy…”
(Grondhog day, Harold Ramis)

Miércoles 24 de diciembre, por la noche.

Ella lo miró a los ojos,  dudando, temiendo la nueva vida que se abría paso, en la que teniéndolo todo, tendrían todo que perder.
Él tenía una canción de Nick Cave acosándolo, torturándolo, esperando ser escupida, agazapada en la punta de su lengua…
-¿Eres tú la que he estado esperando?
-Creo que vamos a averiguarlo, ¿no?
Entonces se besaron, un beso lento, profundo, no muy apasionado. Un beso blando como de viejos amantes. Habían decidido saltar por el puente, si al otro lado del precipicio solo había duda, era una duda cálida por la que valía la pena arriesgarse.
El beso había nacido hace mucho, aguardando oscuro y reticente en sus labios, soportando los viajes y vaivenes de sus vidas, hasta que floreció allí mismo, estalló, y acabó con ellos tal y como habían sido hasta entonces. Ahora eran otros, eran una suma, una operación aritmética que tendrían que despejar, un enigma.
Puso su mano en la mejilla de ella, y debajo de la piel, la sangre de ambos se reconoció, y fluyó más deprisa. El tacto humano es siempre más cálido que el tacto de un libro.
-Sabes que dolerá. Vivir, luchar, mirarse sin comprenderse. Discutir…
-No quiero vivir en un mundo sin dolor. He vivido demasiado tiempo en la certeza, en mi misma. Te quiero a ti. He empezado a echarte de menos incluso estando conmigo.

NOCHEBUENA EN BORNEO

por Emilio Calvo de Mora

I

A veces hago cosas extrañas. Hoy seguí a Papá Nöel discretamente hasta una casa de masajes incrustada en una quinta planta de un edificio cochambroso en el que, años atrás, antes de la siempre aplazada orden municipal de derribo, había muerto en condiciones razonables una familia de okupas. Era una de esas viviendas laberínticas de pasillos infinitos, estrechos y altísimos que el buen cine en blanco y negro siempre adornaba con viejecitas adorables , gatos desocupados y ruidos incatalogables. Música escandalosamente hortera amenizaba una salita de espera sin sobresaltos estéticos,  desprovista de ventanas y escasamente amueblada en donde, a fuerza de buscar algún detallo de gusto, uno se fijaba en un enorme cuadro de moldura rococó con caballos alegremente desbocados sobre una manta verde de pegotes de pintura vomitada por la enfebrecida imaginación de algún toxicómano inspirado. Dos puertas cerradas invitaban a la lujuria epidérmica. Papá Nöel dejó la saca en un rincón, bien custodiada por un ojo limpio. El otro flirteaba con una moza ecuatoriana  o colombiana de caderas ampulosas y pechos picudos que recogía vasos de plástico, periódicos atrasados y vigilaba que la exótica clientela (Santa, una especie de Peter Lorre de Vallecas, un niñato con acné y pinta de estar cometiendo el mayor pecado de su vida y yo mismo, que no es aquí momento de contar miserias íntimas) no se alterase en exceso por esa travesía en la que uno entra en una habitación para aliviarse el cuello de stress y sale descargado de hombría y con cara de gilipollas bien abastecido de caricias.  Papá Nöel cruzó los brazos sobre la pantagruélica panza y sacó de un invisible bolsillo un famélico trozo de pan hipotéticamente untado de fiambre al que un papel de aluminio herido en combate dejaba adivinar sus penurias nutritivas. El tipo, ajeno al trajín de la moza promiscua y de sus malabarismos cárnicos, despachó el bocadillo en tres exactos bocados, se atizó un lingotazo de un líquido pestilente a distancia embutido en una pertrecha petaquita y eructó con altiva eficacia. El niñato con acné le miró de reojo y pareció, en ese momento, percatarse de que cuatro o cinco años antes todavía creía en los cuentos de hadas y en los viajes celestiales de un señor barrigón, vestido de rojo, encaramado a un trineo tirado por gráciles renos recién contratados en la lejana Laponia o, al menos, eso de Laponia le parecía el país perfecto para  un personaje tan maravilloso.  Yo miraba distraídamente su traje arrugado, la barba postiza y el gorro deprimente mientras consideraba la posibilidad arrimarme a su vera y entablar conversación cuando de pronto apareció en mitad de aquel retablo de pervertidos una señora mayor que, a la luz de lo que dijo, supusimos jefa de la ecuatoriana o colombiana.

–          Siento éstas fechas tan señaladas la casa de masajes Borneo Fashion se complace en invitarles a unos mantecados de Estepa y una copita de anís para que la espera se haga llevadera y se lleven un buen recuerdo de nuestros servicios. Como siempre tenemos huéspedes distinguidos y merecen la más alta de nuestras atenciones –

Acto seguido se alejó sin alboroto, guiñando con complicidad de amigos al gordo vestido de rojo,  con un estudiado desparpajo de madame de puticlub de altura venida a menos por razones previsibles.  La moza o azafata o como quiera que fuese fue pasando por todos nosotros. La bandeja exhibía cuatro tristísimos mantecados navideños y cuatro dedalitos de plástico que rellenó después de una botella de anís seco que inmediatamente borró del ambiente el perfume a nicotina.  Extraviado en estas consideraciones de atrezzo, aturdido por la ingesta masiva de una buena media docena de bebidas largas de whisky del bueno, caí en un sueño profundo. Imagino que la tufarada del anís matrimoniaba a la perfección con mi ebriedad novata y que de esa unión pecaminosa nacía un bendito sueño de silla esmirriada en salita de espera deprimente en una casa de masajes perdida en un bloque a punto de desaparecer y de un cerebro a punto de reventar.

Desperté lo suficientemente tarde como para haberme perdido el desenlace de la canita al aire del Papá Nöel que encontré en la calle, horas antes, rebuscando en los cubos de la basura sin dejar de echar un ojo o dos o tal vez muchos sin que se note a su saca de regalos.  La moza ecuatoriana o colombiana me pidió que entrase y terminase de descabezar el sueño en el reservado, pero alcancé (tartamudo, angustiado por la posibilidad de haber perdido a Papá Nöel) a rehusar muy educadamente su ofrecimiento y volar pasillo abajo hacia las escaleras en su busca.

II

Hay comidas familiares que están continuamente negociando un alto el fuego semántico, pero como las palabras las carga el diablo y el diablo no tiene familia reconocida siempre hay un hijo herido o una suegra ofendida por la nuera lenguaraz o por el yerno crápula que arrambla el botellero del abuelo y se va cuando hay que recoger la mesa. Mi cabeza lo que negociaba en aquellos instantes previos a la ingesta masiva de turrones, alfajores, canapés de salmón con queso moldavo y bandejas indecentes de caña de lomo y de jamón caro era un receso para poner en orden la borrachera de media tarde y la escena surrealista del Papá Nöel en busca de sexo en una casa de masajes llamada Borneo Fashion.  Mamá es muy buena en lo suyo y me conoce desde hace mucho tiempo así que no pude disimular, por más que lo intenté, la vena tóxica de la noche y recibí, en la cocina, a pie de fogones, la reprimenda verosímil a la que uno jamás se resiste porque, en el fondo, sabe que las madres, en esos menesteres, hablan con el corazón y piensan con la cabeza. La mía, perdida en vapores de anís malo y arrepentida de haber caído en el maldito sueño antes de abordar a Papá Nöel,  creía no poder salir de la escena. En realidad todas las noches de Nochebuena eran una ocasión perfecta para el suicidio largamente meditado, pero al que no podemos dar  el escenario perfecto. Mi amigo K. fantasea con largar un buen puñado de frases lapidarias, homicidas, en las que nadie salga bien parado y dejen bien a las claras su asco absoluto por el mundo y por las convenciones que el mundo crea para festejar su inercia absurda, su vuelo hueco y su mentida felicidad, pero K. es un tipo educado hasta la nausea y tiene todavía muchos libros que leer y mucho cine que ver antes de tomarse matarratas entre el coctel de gambas y el pavo relleno de almendras. Yo soy mucho más cobarde y disfruto con la ficción de dar a mi vida un apresto de romanticismo. Más vale quitarse de en medio a tiempo que soportar otro año más las mismas miserias y los mismos desquiciamientos. Sí, sé que llevo unos años mal y que los doctores, los más prestigiosos y los mejor pagados, no dan con el mal que me priva de ser feliz al modo en que son felices los carteros o los fontaneros o los columnistas de un periodicucho de provincias cuando llegan las fiestas y se alborozan alrededor de la mesa, poniéndose hasta el culo de viandas y embriagándose de licores y tabacos mientras la tele (que será de plasma y ocupará un sonrojante sector de lo que antes era una pared limpia) bombardea con sus cánticos de reconciliación social y Boney M. extraen del pozo de la memoria Belfast y Ma Baker.  En serio que a veces me pregunto la razón por la cual mis padres hicieron un hijo tan defectuoso. Me da por pensar que no sea hijo natural y me adoptaran. Así podría haber tenido un padre alcohólico, pendenciero, amigo de reyertas a puerta de bar y de boca fácil y temperamento caliente. O que mi madre fuese una fulana, tarada de nacimiento, excelente en el trato corto y venéreo, pero imbécil para todo lo demás. Si esa combinación explosiva de cromosomas hubiese alumbrado un hijo, ése sería yo y entonces, a capricho de mi linaje, no me molería el sentido común a palos cada vez que mi atolondrado cerebro maquina un descenso todavía más vertiginoso y perverso a la locura a la que, a veces, conduzco mi vida. Por eso salí esta tarde a la calle y me zumbé en unos bares unas copas. Lo hice solo. No quiero espectadores. Me basta la barra untuosa del local y el ruido reconfortante de un par de decenas de clientes que alboroten con la charla, pero que me ignoren. Me encanta que me ignoren. De pequeño me hacía el invisible y me tiraba un par de días sin contestar a nadie. El autista perfecto. Luego un azote de mi madre en el culo me restituía al mundo mullido de las palabras que significan cosas y de los gestos que revelan emociones. Ni las palabras ni las emociones me encandilaron nunca. Me pierdo en las frases perfectas y en los abrazos amorosos. Nunca he tenido novia. Tampoco la he buscado.  Temo aligerar mi dolor con escaramuzas satisfactorias al amor que las películas a veces retratan tan estupendamente y que a veces he visto en mis padres o en parejas de amigos que se cogen la mano y se miran como si el mundo, afuera, no tuviese importancia alguna. Y ahora nos sentamos todos a la mesa y hablamos de asuntos insignificantes y medimos las palabras por si alguien se va de listo y comete la infracción sintáctica de recordar algún episodio escabroso del siempre florido pasado familiar o se atreve a manufacturar una conjetura sobre la imposibilidad de que una familia como la nuestra se quiera de verdad y disfrute incluso cuando no es Nochebuena. Ahora brindamos.

III

A Papá le hemos pedido que esta noche se descuelgue con algún atrevimiento etílico. Salvo un licor de guindas que a veces le da por ponerse no le conocemos inclinaciones alcohólicas remarcables. Tampoco fuma. Dice que una vez tosió hasta notar que el alma se convertía en el calcetín al que un niño demoníaco le daba la vuelta y lo retorcía hasta reducirlo al tamaño de su puño. Papá siempre quiso a mamá y no le conocemos desliz alguno en ese amor imperturbable que escapa a la lógica y se adentra, como culebra enamorada, en lo sencillamente milagroso. No puede ser que papá no levante nunca la voz ni que a mamá le hayamos escuchado un reproche. En todos los matrimonios, por lo que oigo, por lo que sé, por lo que uno sospecha, aunque uno sea joven y no tenga experiencia en casi nada, se cuecen las habas de la discordia y hay días de tormenta y lluvias torrenciales. Los que hemos salido un poco tarambanas y cabroncetes somos los hijos. De ahí que yo siga empestillado en la idea de que todos somos adoptados. Da igual que seamos cuatro. Cuatro adopciones. Papá tiene contactos. Dinero no nos faltó jamás. Mi hermana pequeña es una fulanilla que sólo se divierte encima o debajo o al costado de quien la remolque de un bar a otro. Ha dejado de estudiar y no sale de su cuarto salvo cuando le aturde la falta de cariños y nota que el corazón le late como si el pecho se le fuese a fracturar de la angustia. A mí no me habla. La última vez que nos dirigimos algo parecido a la palabra fue cuando le reventé la cara a hostias a un novio suyo que, a diferencia de todos los demás, la trataba con respeto y hasta le incomodaba que fuese tan casquivana y ligera en asuntos de catre. En ocasiones pienso que hice bien en apartar a aquel hijo de buena madre de una furcia tan rencorosa y voluble como mi hermana. Ahora seguro que tiene una novia formal y la lleva al cine y luego a casa bajo el paraguas del divino amor.  A mi hermano mayor no se le conocen adicciones ni se rebaja a perder un gramo de dignidad humana por buscar sexo fácil en los tugurios que jamás visita. Prefiere apalear sudacas o perseguir con los suyos negros o perfeccionar la retórica del fascismo al que ha entregado los últimos años. Todavía no le han prendido, aunque la policía ha venido en varios ocasiones a casa y le ha avisado en firme sobre el peligroso territorio que pisa. A él le importan muy escasamente los peligros que sus convicciones políticas pueden acarrearle. Sostiene que Europa está siendo invadida por las hordas del mal y que la manga ancha de nuestro vendido gobierno tutela la invasión e incluso la patrocina. Le han partido la cabeza en un par de ocasiones, pero no han llegado muy adentro. En uno de esos lances físicos estuvo unos días en coma. Cuando pensábamos que podía renacer amnésico o recuperado para la vida social y para el trato limpio con sus semejantes (o eso al menos recitó papá a pie de cama, en el hospital) mi hermano el mayor volvió a la vida con más mala leche y tardó una semana en encontrar al nigeriano cabrón que  me pilló desprevenido.  Queda mi hermana mayor, que está infaustamente casada y trae a casa al petardo de su marido, que bebe a morro del whisky reserva que papá guarda para los momentos especiales y que, a lo visto, maltrata a mi hermana con algo más que insultos. No sabemos por qué le soporta. En esto, en esa impasible pose de mártir, es perfecta. Parece que todo le resbala. Ni siquiera le afecta que la engañe con cualquier miembro del sexo femenino que se deje embaucar por su apestoso encanto de gigoló en paro, todavía convincente en el flirteo y absolutamente insensible a las emociones. En todo lo demás, mi familia es normal. Mamá ejerce de madre como tal vez alguien, pertrechado de razón y al cabo de las últimas investigaciones en ese campo,  en algún seminario de madres perfectas concibió el oficio. Nos cuida y nos mima, pero sabe que no puede con nosotros. A mí, por ser el más genuinamente hijo de mi padre, al que me parezco – al parecer – muchísimo en muchísimas cosas, mi madre me trata de otra manera. Excusa mis desaires con exquisita prudencia. Me soporta a sabiendas de que yo, a pesar de sus desvelos, la soporto poco. No está en mis cálculos ser el hijo perfecto. Me parece un aburrimiento cumplir con lo que los demás esperan de ti. Me parece, en general, que la vida está mal diseñado o que yo estoy mal diseñado o que no somos compatibles. Hablo de la buena vida, claro. Vivir es muy fácil hasta que te das cuenta de que vivido engañado y que la vida es siempre otra cosa. Algo distinto, algo frágil, algo etéreo, algo absurdo y, sobre todo, algo extraño. Por eso esta tarde he salido de casa a celebrar la Nochebuena a mi antojo. El bourbon es perfecto, pero luego te quedas dormido cuando tienes delante a Papá Nöel y no terminas de confirmar que debajo de la barba postiza y del pelucón blanco está tu padre, que como cada Nochebuena, antes de soportar la insufrible cena familiar, se da un garbeo por la ciudad, se viste de lo que pilla más a mano y de lo que no levantará sospecha alguna. Le divertirá que le aborden los niños y le pidan robots y coches teledirigidos, pero lo que más le divierte, y de verdad que lo entiendo, es ser otro por unas horas y escarbar en los cubos de basura y visitar casas de masaje, darle sentido a la palabra clandestino y ser un Papá Nöel putañero y alegre…No le culpo. Casi le envidio el atrevimiento.

A la salida de Borneo Fashion esta tarde la ecuatoriana o la colombiana me ha dicho que tengo en la mirada algo que le recuerda a Papá Nöel. Su jefa, la sacerdotisa cutre de ese templo de perdición barata, me ha pedido que le cuide.

-Lleva toda la vida visitándonos. No es mala persona. Y además es bondadoso como pocos…

Al terminar esta noche la cena le he mirado como nunca creo haber hecho. He buscado algo y temo no haberlo encontrado. Me he perdido dentro. No me ha parecido correcto demostrar que conozco su secreto. No llego a ser tan mala persona.

LA ÚNICA NUBE DEL CIELO

por Álex Herrera

Ésta es una historia real…

Odio la navidad. No me gusta. No sé el motivo, pero me incomodan las muestras de felicidad ajena desde hace años. Anna dice que soy un tipo asocial-social que no puede evitar hacer cosas de las que luego se lamenta. Como aquella vez en la que ayudé a un ciego a cruzar una calle o aquella otra en la que levanté a una mujer del suelo. Cuando aparece el tema, Anna guarda silencio durante unos minutos y después, invariablemente, dice…

“Corres mucho para no importarte la gente”

Odio cuando me lo dice.

Era la vispera de Navidad y estaba sentada a mi lado en aquel café con grandes ventanales. Me señalaba la ropa de la gente que pateaba las aceras y me preguntaba:

¿De qué color es?

Y como nunca sabía qué contestar maldecía el día en que le confesé que era daltónico. Acerté uno de cada dos, no está mal. Salimos de aquel café sobre las seis, justo unos minutos antes de que mi madre me alertase de que mi padre había sufrido una nueva recaída…

“Le duele mucho, hijo. Ven, por favor”

Pensé que se trataba de uno más de los muchos bajonazos que había sufrido en los últimos siete años, hasta que le vi allí sentado, gruñendo entre dientes con la mirada fija en el suelo.

“Tiene la piel rara”, dije

“La tiene amarilla”

“¿Por qué? ¿qué ha pasado?”

“Se despertó así esta mañana”

Primero perdió el pelo, luego llegaron los vómitos a todas horas, la fiebre y los temblores descontrolados. Ahora su piel era amarilla, ¿qué más le podía ocurrir?. Traté de consolarla por ser testigo de cómo se consumía la vida de la persona que más quería, pero ella quería verme por otro motivo.

“Tengo una cosa que darte”

“No hace falta que me compres regalos”

“No es un regalo. Debo darte algo que es tuyo. Seguramente ya no te acuerdas de las historias que te contaba tu abuelo”

“Recuerdo algunas”

“¿Te acuerdas de cómo conoció a tu abuela?”

Mi abuelo fue el primer hombre en pisar el corazón de la Antártida. Así me lo contaron siendo niño y así lo recordó mi madre aquella tarde a una mente anestesiada por el tiempo.

Un día de enero mi abuelo llegó a un pueblo toledano procedente del norte. Detrás de él había una historia que nunca compartió con nadie. Era su secreto, y así nos lo hizo saber mi abuela cuando éramos demasiado niños para imaginar el impacto de una simple pregunta sobre el tatuaje que adornaba su antebrazo. Mi madre me contó que era especial. Una anomalía en aquel pueblo cáustico. Decía que solía buscar encinas con huecos suficientemente grandes para contener secretos, y que una vez las encontraba se situaba frente a ellas y les susurraba lo que nadie más debía saber.

Anna me llamó sobre las once. Estaba preocupada, no sabía nada de mí desde hacía horas…

No podré verte hasta mañana, pequeña

¿Ocurre algo grave?

Mi padre se muere

A su largo silencio, casi tangible, le siguió la llamada que hizo tras colgar…

Perdóname

Lo entiendo

¿Podré verte mañana?

Necesitaré verte mañana

Mi madre me llevó a una habitación no utilizada desde hacía años. Me tomaba de las manos con tanta fuerza que anulaba cualquier intento de evasión. Rebuscó debajo de una cama para sacar de allí una caja de cartón que a su vez contenía una más pequeña de madera…

Tu abuelo me pidió que te diera esto antes de que yo no estuviera

Me alteró escuchar aquello. Ella no podía faltar, nunca había imaginado un mundo sin su presencia. Ella era la que compraba cristales de soldador para ver eclipses; la que era feliz tomando las manos de mi padre en un parque; la que me dio palmadas en la espalda el día que se rompió mi primera relación…

No te preocupes, esto sólo ha sido un ensayo. Habrá más. Ella está por llegar

La cuestioné sin éxito sobre su turbadora revelación antes de centrar mi atención en aquella caja cubierta por el polvo.

El día que se dejó ver por primera vez en aquel pequeño pueblo, mi abuela le vio por la rendija que dejaban las piedras centrales de su casa. Aquel día se dijo a sí misma: “Me casaré con este hombre”… y así fue años más tarde, justo antes de que se separasen por primera vez. Antes debieron pasar muchas cosas. Una de ellas fue la del cobijo. Nadie le había tendido la mano a aquel hombre de profundos ojos azules. De tal modo, que en sus primeros días se vio obligado a dormir en cobertizos para esquivar la lluvia. A partir del tercer día algunos caciques de la zona le propusieron trabajar en sus campos a cambio de un sueldo miserable que apenas le daba para sobrevivir. Lo aceptó sin rechistar. Lo aprovó incluso, quería comenzar su nueva vida partiendo de la nada. Trabajaba todo el día: araba, sembraba, limpiaba la tierra de las malas hierbas… Los domingos aprovechaba su día libre para bajar hasta el pueblo y mezclarse con los que no tenían que trabajar dieciseis horas diarias en el baile que se organizaba en la plaza. Allí conoció a mi abuela. Ella era una chica menuda y morena de piel pálida y expresión asustadiza. Tenía veintidos años entonces, demasiada edad para una chica casadera por aquellos tiempos. Mi bisabuelo, de naturaleza bondadosa, había perdido por entonces la esperanza de casar a su primogénita. Ella era testaruda y tenía la convicción de que aparecería un hombre diferente a los gañanes locales. Tenía la esperanza de que alguien le hablase con los ojos. Proposiciones no le faltaron. Era muy bonita, de modo que muchos tipos ricos de los pueblos adyacentes le habían propuesto matrimonio y le habían prometido una vida cómoda a quien nunca la había tenido. Ella les rechazó a todos para disgusto de su padre. La tarde en que se conocieron no bailaron. Él la tomó de las manos, la miró y le habló. Y aunque él no lo sabía por entonces, desde las cinco de la tarde de aquel domigo ella le pertenecía

Fue una noche larga en la que el dolor no desapareció. A la una de la madrugada vomitó. A las tres defecó, presa aún de dolores inimaginables. A las cinco, cuando el sueño había dejado de intentar aparecer, estaba de pie frente a su cama cuando me miró y me dijo…“Vete. No quiero que me veas así”, pero no me fui… A las siete consiguió dormir. El dolor había dejado paso a unas horas de paz. Le observé durante mucho tiempo, durmiendo calmado con su piel amarilla. Ella se le había unido una hora antes. Le abrazaba como el que intenta retener lo etéreo, lo que no se puede atrapar. Lágrimas caían por mis mejillas cuando me dirigí hacia mi habitación en busca de la caja que me legó mi abuelo veinte años antes.

Un día de abril, dos de los pretendientes de mi abuela le presentaron credenciales irrechazables. Uno de ellos dijo haber peinado el cielo para bautizar una constelación completa con el nombre de ella. Otro, menos modesto, dibujó su nombre con perlas negras a la puerta de su casa una mañana de domingo. Pero ella esperó… Confiaba en que mi abuelo actuase, y lo hizo pidiéndole una fotografía que le juró llevaría a los confines del mundo. Ésa sería su prueba de amor, poner en juego su vida. Le entregó su retrato un martes y el jueves siguente él viajó hasta la costa para embarcase en una nave que debía llevarle a la Argentina. Una vez allí, tres semanas después, contrató a un tipo chino y a otros dos lugareños para que le acompañaran en aquel viaje sin esperanza de éxito. Su intención era la de dejar el retrato de su amada en un lugar que nunca hubiese pisado nadie. Debía hacerlo para que ella fuese consciente que su amor era sincero sin ser consciente de que aunque fracasase en su empeño él estaría siempre a su lado. Llegaron a un puerto ballenero una semana más tarde. Para entonces, el chino había intentado matar a mi abuelo con hacha, pero él, hábílmente, había rechazado el ataque y reducido al amotinado. Me contaron cómo le había perdonado, y cómo el chino, emocionado por el gesto, le había regalado dos cosas: un peine de nácar y un trozo de papel con unas letras chicas garabateadas que él dijo le serían de ayuda algún día.

El día de Navidad lo pasé a su lado, era el lugar en el que debía estar. Anna me llamó sobre la medianoche, asustada y triste. Me preguntó qué habíamos hecho, qué habíamos visto, qué había ocurrido, cómo estaba él…

Tranquila… Ahora está bien. He pensado en ti todo el día, no has estado sola aunque así lo creas

Creo que sonrió del otro lado, no lo sé. Al colgar, mi mente volvió a la caja de madera. No podía apartar de mi mente lo que descubrí al abrir aquellas cuatro paredes de madera decoradas con dibujos de animales que yo imaginaba prehistoricos. Recordé que al finalizar el funeral de mi abuelo, los asistentes se dispersaron en corrillos impares para hablar de cualquier cosa que redujese la memoria del que ya no estaba a una lápida de mármol. La muerte asusta a los vivos. Aquella noche estaba impaciente por tomar aquella caja y descubrir su contenido. No imaginaba lo que me encontré: una ajada fotografía de una chica de poco más de veinte años con el pelo muy negro. Mi abuela estaba preciosa en aquel retrato con una pared blanca tras ella. A su lado, el peine de nácar con el que peinó su larga cabellera toda su vida y una especie de pequeño pergamino asimétrico que se sujetaba a un lado. Al desplegarlo pude ver una serie de ignotos carácteres chinos escritos de arriba a abajo. Supe de su significado poco después, al tatuarme (como hizo mi abuelo décadas antes) una fecha en mi espalda. El tipo chino que regentaba aquel local me lo confió.

¿No sabías lo que decía el papel?

Hasta hoy no

Es una bonita frase

Me hubiese gustado que supiese que aquella frase rindió el corazón de una mujer, pero preferí contarle que a principios de octubre de 1910 cuatro hombres estaban preparados para emprender un desafio nunca antes afrontado.

Mantas, perros, alimentos suficientes para sobrevivir cuatro meses… todo parecía estar en orden salvo por el hecho de que nadie conocía de aquella expedición. Si algo salía mal estarían solos. No sé nada de lo ocurrió después, nadie me lo contó. Sólo sé que el día de navidad de 1910 mi abuelo posó la foto de la mujer a la que quería en un agujero excavado en la nieve. Al regresar, en abril, llamó a su puerta la mañana de pascua. Su reencuentro fue pausado. Se miraron, se tocaron y él le susurró algo al oído. El efecto de aquellas palabras se hizo notar un 14 de diciembre de 1911, el día de su boda. El mismo día y a la misma hora en la que Roald Amundsen tomaba entre sus manos la fotografía de una chica morena, palida y menuda con expresión asustadiza. Supongo que pensó en quién habría sido tan irresponsable de viajar al polo sur antes que él sin decirselo a nadie.

Y poco importa que mi abuelo naciera en 1906. Él pisó el polo sur cuando tenía cuatro años. Es algo que nunca pondré en duda. Al saber lo que decía el papel, un viernes, supe lo que mi abuelo le había susurrado a aquella chica que llevaba un vestido remendado en el baile de un pueblo demasiado lejos de su casa. De aquel modo se refería a ella en las cartas que le escribía desde el frente que les separó durante años. Así es como me llamó a mí desde que un día me vio bajo una única nube blanca bajo el  azul.

14 pensamientos en “Tres cuentos y una canción de Navidad…

  1. Considero mi cuento como un fracaso. Hablo de cosas cercanas y lejanas, me retrato a mi mismo como fumeta inutil y como autor egocéntrico, y me permito algo de romanticismo cursi tratando de romper con toda mi visión negra del mundo.
    Son una serie de apuntes para un cuento. La historia del niño no engarza bien, la del ascensor era una historia que no tuve tiempo de desarrollar, y la de padre e hijo, una crónica distorsionada de mis propios mayores (ese abuelo que nos dejó con nuestro dolor cuando mi padre le necesitaba en sus últimos días) que no alcanza a ser contada como merecía.
    El estilo, más afectado que nunca.
    Cuando vuelva a Valencia comentaré sus cuentos como merecen.

  2. A mí me ha gustado, Mycroft. Es el mío, escrito en menos de dos horas, el que necesita de muchas correcciones. El tuyo es personal, como debe ser, un cuento que contiene la esencia del que lo escribe. Al leerlo pensé en que John Dos Passos se habría sentido orgulloso. Tu relato tiene mucho de él y mucho del que lo ha escrito. Me ha gusto, de veras. En deuda estoy contigo por cedermelo. Sólo espero haberlo editado adecuadamente (y me perdonarás que el título del relato esté incompleto. no conseguí descifrarlo -mi word pasó a mejor vida con el crack-).

    Orgulloso estoy de albergar tu historia, Mycroft. No ha sido un fracaso, desde luego que no.

  3. La extensión del cuento de Mycroft disuade de leerlo en la pantalla. No están los días, en estos excesos, para la pausa y para el recreo, pero se imprimarán y leerán como se deben. El tuyo, Álex, no es excesivo en tamaño pero entrará en la saca de este Papa Nöel cuentista que hemos inventado los tres y que a mí me sigue pareciendo una actividad estupenda, íntima, doméstica, de consumo interno, que dura ya 2 años, nada más y nada menos… El cuento entregado, ya que Mycroft ha sido tan duro con el suyo, fue escrito a mano hasta su mitad y perdido. Eso no lo sabes, Álex. Pensé incluso en no enviar ninguno porque no se podía escribir un cuento en un rato, pero recordé frases (el comienzo, las líneas primeras, son las que sacaron el resto y son las que todavía sé de memoria: curiosamente las saqué en el trabajo, paseando por un patio, y de ahí fueron a un folio pillado de cualquier sitio) y se hizo solo. No me acaba de gustar del todo, claro. Me parece menos navideño de lo que querría. Tenía otro (en mente) con un Bedford Falls rutilante de nieve, un pueblito idéntico al de la película, con un Bailey idéntico al de la película y un prestamista usurero idéntico al de la película. En realidad era una especie de continuación de la historia en el punto en que la dejó el bueno de Capra, pero me pareció un atrevimiento. Igual es el cuento del año que viene, amigo. Bueno, te dejo, espero que la noche de anoche fuese la noche que esperabas o se acercase lo más posible. Yo eché contigo un rato formidable de charla. Buenas noches, my friend.

  4. Es un cuento, el de Mycroft, extenso y prolijo en detalles. Me ha gustado mucho. Intuyo que tiene mucho de él y de su mundo. Tanto como el tuyo, Emilio, que casi leí por completo en pantalla, aunque mis ojos me pasasen factura después.

    Dos años ya, y ojalá haya un tercero, Emilio. Desde hace meses vivo cada día como si se tratase del último. No concibo un mañana, y eso me ha covertido, como ya notaste en nuestra gozosa conversación de ayer, en un kamikaze emocional. Digo lo que siento sin importarme las consecuencias. Cosa peligrosa especialmente para mí mismo. Habrá tercera entrega, ojalá la haya. Ya veremos, un año es demasiado tiempo.

    Tu cuento me gustó mucho, Emilio. Lo imprimí (la tinta dio para ello) y pude leerlo con la tranquilidad de la noche y un vodka con tónica a mi lado. No dejes de escribir, por favor. El mío, como ya habrás comprobado, es impreciso y precipitado. Tuve que improvisar algo en menos de tres horas y así salió. El otro, el que había programado, se perdió y con él las muchas horas que le dediqué. Una pena, pero así son las cosas. Nadie dijo que debían ser justas.

    Las charla fue extensa y formidable, sí. En zip zap como suelen ser mis conversaciones, sabrás perdonarme.

  5. Que conste que pienso que algunos fracasos vale la pena cometerlos, y hay alguna parte del cuento de la que si me siento orgulloso. Es personal, pero tendría que haber dado aún más de mi (y entonces habría sido el doble de largo y de denso).
    Como curiosidad, algunas de las noticias que abren los segmentos son reales, otras inventadas, y un tercio, a caballo entre una cosa y otra.

  6. El título completo del relato es Balada del hijo pródigo (que nunca volvió a casa). Siendo un poco tiquismiquis, ya advertí que el primer Scrooge lo había escrito mal (Srooge), y en el capitulo de 19, no estaría de más una separación entre el encabezamiento y el resto…
    Por lo demás la edición ha sido perfecta, a ver si para la tarde termino de leerme vuestros cuentos…
    Gracias por los ánimos, alex.

  7. Enmendado, Mycroft. Lamento lo del título, pero tuve que abrir el archico con wordpack y no lo leía.

    Los fracasos merecen la pena con frecuencia, estoy de acuerdo, pero no creo que tu texto sea un fracaso. Es muy ameno, en ocasiones brillante e imaginativo (daba por hecho que muchas de las noticas que se citan son falsas). No está nada mal teniendo en cuenta la premura de tiempo conque te lo solicité.

  8. Ya está. Me han gustado mucho vuestros cuentos. Creo que los tres comparten algo: Este año nos hemos fijado más en los vinculos que comparten las personas, que en la navidad en si misma como parafernalia.
    El de Emilio esta muy cuidado, me gusta su verbo ligero pero preciso…Sin embargo me inclino por el tuyo, alex, es más personal, e intuyo visceral, como me gusta escribir a mi, desde el estómago (algo que esta vez ha ocurrido menos en mi caso porque es imposible mantener ese pulso a tumba abierta durante mucho tiempo).

  9. El cuento de Emilio me recordó a un episodio de «La Mujer de mi Vida» que dirigió Ricardo Franco. Maneja las palabras con ligereza. El mío es muy muy mejorable, Mycroft. En dos horas no se puede escribir ni una carta. Menos si estás pendiente de otras cuestiones paralelas. Acabo de corregir algunas redundancias y alguna palabra que faltaba (aparte de que la mente corre más deprisa que los dedos, la precipitación me pierde desde hace meses). Aun así, sigue siendo pobre. Tal vez con semanas de pulido podría nacer una buena historia. Veremos si hay una cuarta edición, y si la hay guardaré mis avances en un disco. Desde luego soy visceral (ahora más que nunca) al escribir cualquier cosa. Tú no lo eres menos, Mycroft. Me di cuenta desde la primera vez que leí tu viejo blog. Y sinceramente pienso que la visceralidad da o quita puntos al que la posee. Siempre en función de quien esté delante.

  10. Tu cuento, ya leído con calma, es preciosa. El estómago, el corazón: las tres historias están nacidas ahí, pero coincido con Mycroft en que las vuestras están también escritas con el estómago, con el corazón, con la piel. Yo cuento cosas que, aunque las siento, me pueden afectar menos y las cuento con un distanciamiento, que puede ser imprudente. Te dije que algunas cosas eran biográficas. Y es cierto, pero hay más cuento que historia, y yo diferencio muy mucho esas dos palabras. Cuando una historia es cuento, entonces, amigos míos, hemos logrado el pleno absoluto, la literatura en su caudal de emociones y de talento y de deslumbramiento. La mía es cuento, sin ser historia. La vuestra, a lo que decís, siendo tan excesivos y rigurosos con vosotros mismos, y no debéis, y no debéis, son más historias que verdaderos cuentos. Todo es discutible. El cuento de Mycroft me ha gustado, a pesar de que muy extenso y eso lo perjudica. Es abierto. El más abierto de los tres. Y es también el que, a pesar de su extensión, requiere una segunda lectura que va inmediatamente detrás de la primera. Eso no me ha pasado con el tuyo, Álex, que es, a mi juicio, el más sentimental. Muy sentimental, diría yo.
    ……………………………
    Y podemos mandar a la santa mierda las palabras y quedarnos con el formidable rato que hemos pasado mancomunándonos para un propósito tan lindo, que diría un amigo mío porteño.

  11. Eso es, Emilio. Nada importa salvo las horas pasadas escribiendo una historia que nadie, salvo nosotros, va a leer. Yo disfruté mucho haciéndolo durante días (aunque luego todo se perdiese). Pero lo importante, como sabéis, es el camino. Insisto en que disfruté enormemente leyendo vuestras historias y escribiendo la mía. La de Mycroft la leí en pantalla, lo cual es no es fácil para mí, pero insisto en que me gustó mucho. Y además me permitió saber más de él. Lo demás no importa. Que esta tradición siga adelante, ojalá, aunque mi página no exista, Emilio y Mycroft. Confio en que mantengais esta historia mientras vuestros dedos puedan aún teclear.

    Guardo vuestros cuentos con mimo (tres de Mycroft y dos de Emilio) desde hace tres y dos años respectivamente. Y lo hago con un agradecimiento que no podeis imaginar. Gracias, de veras, por participar. Este año especialmente.

    Había pensado en que este año se uniera alguien más al experimento, un toque femenino le vendría de maravilla, pero no pudo ser. Tres es un buen número. Y mi cuento, Emilio, es muy personal y muy mejorable. Dos, casi tres horas, no dan para elaborar una historia medianamente legible.

    Gracias, una vez más.

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