Érase un vez un dos niños perdidos en un bosque…

La belleza de lo yuxtapuesto. Wes Anderson se proclama amante sincero de las palabras complicadas que esconden significados sencillos. Términos encarcelados por la ortografía y la sintaxis que con seguridad escrutan con envidia sus limitados horizontes del mismo modo que Suzy, protagonista de la maravillosa «Moonrise Kingdom», lo hace encaramada a un faro aferrada a sus prismáticos a la espera de que algo ocurra en su temprana vida.

La nueva película de Wes Anderson no supone un retorno a sus raíces, pues nunca se alejó demasiado de ellas, sino una reafirmación de identidad que mantiene la búsqueda que se inició seis películas atrás. Tomando como punto de partida la orfandaz del protagonista (propuesta recurrente de toda película de Anderson), se despliega un rico arsenal de propuestas estéticas que sirven para dotar de singularidad a la misma historia que Anderson cuenta siempre: la búsqueda de un punto de referencia (un padre, una madre) para todo aquel que extravió el norte, y lo hace a través de la peripecia de dos adolescentes fugados, cobijados en un bosque poblado por personajes hawksianos, tronados todos ellos, que dinamitan puentes para después volver a construirlos solo porque es lo que piensan deben hacer para desandar el paso ya dado. Una fábula ensoñadora que acaricia las sienes del espectador sin llegar a forzar su sonrisa; que busca en la complicidad la ruptura esquemática; que nace a sabiendas de que todo apunta a que morirá sin haber alcanzado sus objetivos, pues carece de ellos ya que así son las películas del director, pruebas de vida que transitan sin una meta que alcanzar.

Anderson olvida los malos tragos pasados dispensados en trenes indios para dejar en la palma de la mano de dos niños todo el peso de su conciencia, tan acaramelada como tormentosa, a la espera de lograr la redención que busca sin pausa desde hace dos décadas. Falsamente «moderna» en su  propuesta estética retro (en el más peyorativo posible de los términos), el director no se mueve de las posiciones conquistadas hace decenios limitándose a identificar la búsqueda inconsciente de sus personajes como la suya propia, de modo que buscadores de oro venidos al reclamo elitista, gafapastas ventajistas y demás morralla son sacudidos como la arena de la playa para dejar relucir un formidable esqueleto de celuloide. El mar interior que dé un respiro y nos permita bailar en ropa interior bajo la protección de Françoise Hardy. La misma fuente de energía que proclama su obra como indispensable para todos aquellos que aún mantienen la capacidad de soñar, navajas suizas guardadas en algún cajón y tijeras para zurdos, aunque se sea diestro, o precisamente por eso, siempre a la vista.

 

8 pensamientos en “Érase un vez un dos niños perdidos en un bosque…

  1. Me encanta Wes Anderson, pero esta película no me apetece nada. Son momentos en la vida. Estoy enfermo con una fiebre de seriedad y gravedad, de meditación, de ganas de grandes temas. Un Peter Pan rodando un escapismo adolescente… Para eso tengo Submarine de Ayoade. Me temo que mis humores no van en esa dirección, prejuzgando y leyendo un poco lo que la peli parece ser…

    • Muchos opinan como tú. De hecho, entrar en la dinámica de la película no es fácil. El olor a originalidad forzada y la sensación de que la historia no son más que retazos de una fantasía se mantienen incluso una vez ha terminado la proyección. Pero va más allá. Es el Anderson de su primera época, el de los detalles absurdos que sirven para construir una torre que está destinada a derrumbarse. Están (siempre estuvieron) sus obsesiones recurrentes, sus estética tan reconocible (el plano Anderson ya es un hecho) y su regusto agridulce final. Lo peor, la certeza de que «modernas» y gafapastas pretenden hacerse con él y desproveerle de su esencia para amordarle a estilos ajenos. Tal es el peligro. Mientras tanto, «Moonrise Kingdom» es una delicia que no oculta su vocación de escapismo adolescente que citas. Al final todo consiste en entrar o no en su juego…

    • Ninguna similitud con Burton, Troyana. El universo de Anderson es propio y no está contaminado por influencias externas. Influencias sin duda, pero no condicionado. Me resulta sorprendente que no conozca la obra de Wes Anderson. Con seguridad una de las más importantes y originales de los últimos veinte años. Nunca es tarde para recuperar a Anderson. De hecho, te envidio por tener la oportunidad de descubrir películas como «Academia Rushmore» o «Los Tenembaum»…

      Besos, Troyana.

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