Ahora que todo comienza a oscurecer recuerdo a la joven esposa llorando frente a su marido por el amor de Michael Furey que nunca llegó a tener. En general, James Joyce me sobrepasa con sus arabescos caprichosos y sus hermetismos. Sin embargo, releo con regularidad «Los Muertos» y, en cada una de las lecturas, continúa emocionándome como la primera vez. ¿Qué lugar habré representado yo en la vida de los otros?
El cine murió (otra vez) cuando este blog comenzó a acumular polvo. Son ya tantas las muertes que ha sufrido que sorprende que siga respirando con tanto vigor. Personalmente prefiero matizar. El cine, tal y como se concebía, ha desaparecido, cierto, pero no ha muerto. Simplemente ha mutado como lo hizo en los setenta, en los ochenta, en los noventa y en el nuevo siglo. Yo, es decir, la mayor parte de mi juventud, esa época en la que somos capaces de derribar muros de hormigón de un solo empujón, pertenece al otro siglo. Fui joven en el siglo XXI, incluso alargué artificialmente esa juventud a base de capas de camuflaje que mi herencia genética me proporcionó. Fue así cómo me emparenté con Michael Furey en 2004, de madrugada, en la azotea de un cine (cómo no) con la lluvia atravesando mi precario chubasquero y un intercambio de frases y de miradas que se quedaron allí. Para siempre.
Voy a tratar de reflotar el barco hundido desde hoy mismo. No sé si será igual que era o será algo diferente. Veremos.
Que Pepe Nieto, ese genio demasiado pronto olvidado, me acompañe en este intento…
Qué gusto volver a leerte