Cuando Tomas y Tereza decidieron regresar a Checoslovaquia, ya eran conscientes de que la felicidad solamente era posible en el marco de un país de dos. Sus compañeros corrían por las calles de París delante/detrás de la polícia. Lanzaban adoquines contra sus cabezas con la convicción del que tiene la razón de su parte. La razón legitima a pelear. También a matar, a insultar, a humillar. Cuando aquellos luchadores idealistas mancharon sus manos de sangre, siguieron siendo idealistas. Fue entonces cuando Tomas y Tereza decidieron quedarse al margen y regresar al gris. Al lugar en el que no existe la esperanza. Lo hicieron al darse cuenta de que al otro lado tampoco existía. Solo palabras huecas para llenar un vacío en búsqueda permanente de lo que ellos ya tenían. El gris les envolvería en cualquier lugar. Solo ellos podían colorear sus contornos. Y así lo hicieron.
Tereza abrazaba a Tomas cuando pronunció sus últimas palabras:
Tereza: ¿En qué piensas?
Tomas: En lo feliz que soy.
Se puede ser idealista sin mancharse las manos, es un trabajo ingrato diario, casi de oficina, no una explosión juvenil, ni la pertenencia a una maquinaria grupal. Y la principal tarea es pensar. Pensar a solas sobre todo, pensar en grupo a veces, no muchas, pero pensar. Ya sabes que me gusta Zizek, que cambia 100 huelgas por una buena idea. Y Pasolini increpando a los que lanzaban adoquines, los policías son los hijos de los obreros (pero que no renunciaba a participar de los problemas de su tiempo, de su mundo. vivimos en el mundo). El problema es cuán grande es la extensión de lo posible, de lo realizable, y cuán lujoso puede ser el hecho de vivir en una burbuja de dos, por muy grata que sea la compañía, por muy puros que sean los miembros, porque la realidad del afuera no desaparece si cierras los ojos.
Y lo digo porque hay épocas en que yo los he cerrado muy fuerte. Viviendo en mi imaginación y en el cine. En el arte. pero la realidad no desaparece se torna dura si miras a otro lado cobra más fuerza.
Se puede, claro. Cada uno toma su camino y sus decisiones. El contexto de «La insoportable levedad del ser» es el camino interior. Exploran lo que les hace realmente felices tras participar de un idealismo que inevitablemente termina pervirtiéndose. Es una idea que comparto y que Kundera (y luego Kaufman) supieron contar. La auténtica victoria es sobre uno mismo. Es una idea que no tiene porqué se compartida. Solo es su idea. Tomas escribe: «los que se rinden vuelven a casa». Y es en esa casa en donde encuentra una felicidad desgraciadamente fugaz…
Uno corre el peligro de construirse un cabaña de eremita, una realidad propia, o una derrota tranquila al estilo del penúltimo poema de Gil de Biedma, como ese aristócrata arruinado a la vera del mar. No estoy en mi época más combatiba, más social. pero como decía Terencio; nada humano me es ajeno. Del idealismo pervertido al individualismo, se puede volver al punto de partida, a la inocencia de la esperanza.
Son decisiones y momentos. Cada uno elige el veneno que desea ingerir. Ser combativo es necesario. En manos de cada uno está el modo en que desea combatir. Infinitos modos…
Yo creo como dices,que la verdadera victoria es sobre uno mismo.Los mandatarios se traicionan,o inesperadamente se alian,la guerra sucede a la paz y viceversa,pero es en el triunfo sobre nuestros demonios,donde pienso se puede hallar aunque sea de manera siempre fugaz eso que se conoce por felicidad.
Un abrazo