En «La Tregua», Martín Santomé no escribe en su diario desde el lunes 23 de septiembre hasta el viernes 17 de enero del año posterior. La vida había perdido todo su significado para él sin su Avellaneda. Yo dejé de escribir en mi diario virtual el 19 de febrero de 2008 para no volver a hacerlo hasta septiembre de ese mismo año en este lugar. Al recordar el triste mes de marzo de 2008 en que leí el libro más inquietud despierta en mí aquella frase del agente Cooper en «Twin Peaks» al hojear las páginas del diario de Laura Palmer: «Fue tan feliz esas semanas que ni siquiera escribió en su diario». Fueron tantas las páginas que se quedaron en blanco. Tantos los borradores que siempre vivirán en la sombra.
Antes lo suponía todo porque todo esta impregnado de la esencia de la duda más pura. Ya no, no supongo nada porque en mi interior tengo una certeza que no sabría compartir pues soy incapaz de expresarla. Sé que a ella le gustaba escuchar música de cámara, ver películas de Paul Newman y que Cary Grant le daba paz. Sé que nunca tuvimos una despedida, que, sin ninguna duda, su amor hacia mí era incondicional a pesar de que le di tan pocas razones para recibir tal privilegio, y que cuando me quedo sin aire recuerdo aquella vez, de niño en que, tras una caída mientra jugaba que acabó en terrible berrinche, me recostó sobre su pecho y me dijo con suavidad: «todo está bien». Repito esa frase con frecuencia cada vez que el mundo de alguien de mi alrededor se viene abajo con resultados asombrosos. Y funciona. Sigue funcionando. Creo que es la única lección que aprendí de ella que sé hacer lo suficientemente bien.
Han pasado cinco años y sí, todo está bien. Ahora sonrío. Soy feliz, a veces estoy triste, en ocasiones desubicado y en otras integrado en un mundo que nunca comprenderé. Si pudiese verme ahora…