El oficio de narrador exige honestidad incluso en el engaño. Sangrar cuando haces sangrar. Llorar cuando induces la lágrima ajena. Sudar cuando exiges el agotamiento emocional del que mira o escucha. De lo contrario, si el pacto es quebrado por una de las partes, asistimos a la farsa con sentimiento de ópera bufa, burda, grotesca.«Lo Imposible», de Juan Antonio Bayona, no solo cae en todos los vicios apuntados, sino que cae en el error de tomar por bobo a un espectador entregado de antemano, ya sea por el boca a boca que advierte de la majestuosidad del espectáculo, o por el corporativismo que produce el que un español sea capaz de dirigir un blockbuster que en nada tiene que envidiar a las producciones americanas. Como resultado queda un bochornoso engranaje dramático contrapuesto a un deslumbrante ejercicio técnico tan impecable como aséptico, que no emociona, que nos mantiene ajenos al drama, aliado a una enfática partitura que retumba en nuestros sufridos oídos sin apenas detenerse, de un guión ridículo que opta por el vacío para rellenar los engorrosos huecos entre efecto técnico y efectismo lacrimógeno inducido, y por una dirección plana que apenas presta atención a la sutileza que exige una historia en el límite que requiere el pudor y el sosiego que Bayona le niega.
Queda claro, tras “El Orfanato”, su artificio anterior, que Bayona se confirma como el Michael Bay hispano. Carece de mundo propio, por lo que tomar las fórmulas que a otros les funcionaron le ahorra tener que generar en engranaje dramático para el que no está capacitado. Lo suyo es otra cosa, la administración de recursos; el virtuosismo técnico; la capacidad para ensamblar piezas en un puzzle que carece de dificultad y que apenas exige del espectador otra cosa que no sea el abonar el importe de su entrada.
Nada, ni siquiera la primera media hora alabada por los más críticos por su habilidad para introducir la historia, merece la pena ser comentado más allá de su capacidad para facturar un producto tan visualmente impecable como artísticamente ponzoñoso. Quizás el esforzado trabajo actoral, gestionado con discutible eficacia, y una competente puesta en escena que pide a gritos una historia que escenificar sea la único salvable, junto a los cacareados efectos especiales, de una función vacía y borreguil, destinada a recibir elogios chirriantes e incomprensibles.
El cine brilla por su ausencia en esta burda pantomima plagada de efectismos de manual. Lo peor, lo realmente triste, es que satisfechos con el material dispensado, nadie parece reclamar su presencia.
Stone, al grabar The Doors, se metía peyote. No sé si ha dejado de hacerlo. En todo caso, este muchacho se ha metido un tsunami de fx y de kleenex-
El espanto, Emilio…
Manipulación de los sentimientos, scores tramposos…escuela spielberg forzada al limite, no me llama nada.
Bostezos sin más…