Fuiste tú quien me cogió de la mano…

En «La Chica del Café» Bill Nahy enumeraba las cuatro cosas que había aprendido durante su estancia en Rejkiavic: «Ahora sé que Bjork es de aquí, que Spassky y Bobby Fisher jugaron en la ciudad un campeonato del mundo de ajedrez, que en esta ciudad las cremalleras se dilatan y que en este lugar se puede experimentar un sentimiento parecido al amor».

Hace tres años te vi, me cogiste de la mano y me dijiste que tú te venías conmigo. Desde entonces te he besado en todos los ángulos posibles, he recorridos miles de kilómetros a lo largo de tu cuerpo, siempre con tu pelo ensortijado rozando mis mejillas; en ocasiones he llorado, porque nadie dijo que fuera fácil, pero he reído muchas veces más; te he encontrado en playas francesas atestadas, gritando mi nombre hasta hacerme olvidar que mi tobillo estaba dislocado; me he caído y tú me has tendido la mano para levantarme; te he cuidado y me has cuidado, he pasado horas observando tu rostro perfecto exhalando paz mientras duermes, nos hemos sostenido cuando el vértigo hacía peligrar nuestro equilibrio, he redactado una constitución para el país de dos que fundamos y no he dejado de aprender mientras tú borrabas las sombras dolorosas que el tiempo ha dibujado en mi espalda. Lo que siento por ti no es amor, va mucho más allá. Tan lejos como la distancia que nos separa en ocasiones y que hace que literalmente me duela cada metro que me distancia de tu piel. Tanto como la infinidad de tonterías importantes que hacemos el uno por el otro. Tanto como me estremece tu risa, tu felicidad, tu estado natural.

Como Nahy, he aprendido cuatro cosas de esta ciudad en todo este tiempo: que, al menos a tu lado, bajo las sábanas, no hace tanto frío como dicen; que los días de San Fermín esta ciudad es testigo del apocalipsis y más tarde del génesis; que las cremalleras también se dilatan a la sombra de leones y cadenas, y que en esta ciudad se puede experimentar la misma clase de amor que sentí la primera vez que me aferré a tu cintura de libélula. Y todo ello sin soltarte de la mano…