Suma y sigue…

Desde mi adolescencia utilizo una expresión recurrente para definirme: ampliamente decepcionante. Supongo que las personas que me quieren no estarán de acuerdo con tal sentencia. Que la considerarán un acto de vanidad o de falsa modestia. Pero en días como el de hoy me reafirmo en lo que es un hecho. Prueba de ello es que en cada ocasión en la que me cruzo con alguien poseedor de genuina bondad (el don que más valoro) y cree ver algo en mí, me siento primero abrumado y más tarde asustado por el hecho de que se me atribuyan virtudes de las que carezco. Brota el idiota, el asustado y se reanuda la huída hacia adelante una vez más.

Cuatro años más tarde el miedo se mantiene inalterable y la sensación de culpa aumenta y disminuye según nacen o mueren los días. Ni olvido ni dejo de apreciar a nadie sin importar el trato recibido de parte de esa persona porque soy así de imbécil, porque sigo cayendo en el error de tratar de caerle bien a todo el mundo negandome a mí mismo en ocasiones y olvidando que la cuestión final no depende de voluntades si no de empatías que raras veces se dan. Sigo estancado en muchos aspectos mientras que he crecido en la mayoría gracias a brazos ajenos. Sigo pensando que os fallé, yo el que presume de no fallarle nunca a nadie. Hago bandera de ello y pretendo buscar explicaciones para cada ocasión (y han sido tantas) en las que alguien me ha fallado a mí. Sigo equivocándome al valorar situaciones y personas, y pensando que la vida os arañó demasiado pronto. Que la inocencia es una putada a la que me aferro para justificarlo todo. Que los fantasmas no me dejan en paz por algún motivo. Que no me golpeo en el pecho porque estoy cansado. Muy cansado, mientras todo sigue. Si os tuviera enfrente una sola vez más os diría que sigo aprendiendo y sigo jodido y sin entender  por qué ocurren algunas cosas. Y ya no me valen las frases hechas. Sigo sin ser capaz de descifrar los movimientos de las personas porque en algún lugar extravié el mapa si es que algún día lo tuve. Y sigo sintiendo la misma rabia que aquel día potenciada por las decepciones y suavizada por las caricias recibidas.

Mientras que el inconexo tic tac sigue latiendo…