En pocas ocasiones las opiniones han sido tan unanimes como las que concita la serie británica «Downton Abbey». La disonancia, en lo que se refiere a su factura, más que escasa, se puede considerar nula. De ello se han encargado las docenas de premios recibidos ante el entusiasmo crítico y el aplauso unánime del público. ¿Qué es lo que ha motivado que una serie en verdad mediocre se haya convertido en cita ineludible de todo omnivoro televisivo? Es hora de analizar los motivos que, en boca de sus entregados fans, han llevado a la conceptual versión televisiva de «El Discurso del Rey» a los altares más escarpados.
1. Su exquisito nivel de producción (localizaciones, vestuario, ambientación) han devuelto el buen gusto a la pequeña pantalla.
Sin duda así ha sido. Acompañando al sopor más elegante, hemos sido obsequiados con relamidos planos que nada cuentan, un ostentoso vestuario que llena la pantalla cuando el material dramático no consigue hacerlo (algo que sucede con matemática cadencia) y se nos ha bombardeado con una veintena de planos (elegantemente filmados con cámaras flotantes, en una especie de inútil alarde técnico que nada aporta) por episodio del abrumador castillo que da soporte a la serie.
2. Los excelentes guiones, medidos y sofocados, son suficiente motivo para engancharse a la serie.
También son motivo más que suficiente para abrirse las venas ante semejante despliegue de tramas fútiles que consiguen elevar el estereotipo al grado más supremo inimaginable. El concepto «escrito con los pies» (no discuto que previamente pulidos y dotados de la manicura más pulcra) consigue carta de naturaleza visionando las desventuras de Lord Grantham, su familia y séquito. Engominados diálogos, situaciones tan caprichosas como inverosímiles que ponen a prueba la credibilidad del espectador, y una cursilería latente (insoportable en determinadas escenas que provocan en el espectador sensible arcadas de placer) ofrecen el necesario soporte para el duro trasiego del folletín de época al «culebrón» más vil en el que los personajes malvados fuman y realizan sus contubernios en la oscuridad, mientras los buenos rozan la oligofrenia de pura bondad. Carente de aristas y dobles fondos, todo termina resultando tan plano, tan vácuo como exige la nueva y orgullosa generación «aburrida» (autodenominada de tal modo, no se trata de un vocablo peyorativo) que ha consagrado a «Downton Abbey» como su intocable sancta sanctorum.
3. Las notables interpretaciones dotan de credibilidad a la función.
Habría que enmendar el significado del vocablo «credibilidad» de otorgarle cualquier tipo de fiabilidad tras ser testigos de cómo un grupo de actores de muy británico pedigrí (cuya habilidad interpretativa en otras circunstancias no negaré), se entregan a la política de melodrama barato empaquetado con los ornamentos más vistosos propuesta por los creadores serie. Caídas de ojos delatoras; expresivos gestos que sirven para escenificar el aura que envuelve a cada personaje; lenguaje gestual tan elocuente como una patada en la entrepierna, sin duda «Downton Abbey» ha supuesto, en la escala interpretativa, un paso adelante en el vacío.
4. «Downton Abbey» es el paradigma de la clase extraviada hace años.
Si considera que tener clase, aplicado a la ficción televisiva, se resume en una constante reverberación de rituales sociales, sin duda «Downton Abbey» es su serie. La hondura dramática está de más ante tan impepinable argumento. Lo que no estará de más serán los analgésicos necesarios para reparar las espaldas de los sufridos sirvientes y nuestras doloridas conciencias, puesto que la reaccionaria propuesta final de los creadores de la serie va más allá del deber; exigiendo, en boca de los últimos eslabones de la cadena, una obediencia ciega y un sacrificio presto a saciar los descalabros de sus amos y señores. El manido argumento de la fidelidad histórica se viene abajo ante los frecuentes guiños anacrónicos destinados a mostrar tanto la calidad humana de unos como la vileza de otros.
5. «Downton Abbey» ha logrado hacer brillar de nuevo a la ficción británica.
Considerando que la ficción británica lleva decenas de años sin dejar de brillar, si bien con sus uñas cubiertas de antiestético barro, se podría considerar un insulto tal afirmación. No pretendo hacer un completo listado de series imprescindibles paridas en el ámbito británico en los últimos cuarenta años, pero sí afirmaré que «Arriba y Abajo», referente directo al que siempre se recurre a la hora de definir «Downton Abbey», no estaría en dicha lista. Mal precedente si se quiere proporcionar respaldo a este elegante artificio que mantiene su precario andamiaje permanentemente a la vista. Prescindible, en cualquier caso, ya que tanto el equipo creativo como los productores están convencidos de que el prestigio, de no hallarse, siempre puede comprarse. Y en ello se afanan gracias a un presupuesto de vértigo que, sin embargo, está lejos de hacerse con el talento. Esa cualidad tan esquiva.
Es todo, pues la podada imaginación de los apasionados, y sin embargo acompasados, cronistas de la serie no va más allá de estos cinco argumentos que podrían definirse en uno solo. Virtudes tiene o debe tener, confieso no haber sido testigo de tal prodigio. En realidad debo concederle una, muy lejos de las que le otorga la mayoría: los cafés de mediatarde o, en su defecto, las gozosas siestas que proporciona su visionado.
Yo he visto un capítulo y no me entusiasmo.El caso es que soy lo suficientemente mayor como para recordar alguna serie que me la recuerda bastante pero que me gusto mucho más.Cada día más abuela Cebolleta 🙂
Saludos
Me resulta difícil creer que «Downton Abbey» le entusiasme a alguien. Puedo asumir el sentir algún tipo de afinidad, e incluso empatía por los personajes, pero es innegable que el bostezo terminará por aparecer. No tengo ni idea de tu edad, Oli, ni tampoco me parece importante. Lo que te puedo decir es que yo era muy niño cuando pasaron «Arriba y Abajo», referente directo de «Downton Abbey», y aún soy joven, qué leche :D…
Vi entera, en algunas entregas que no obedecían al capricho de A3, Downton abbey. Disfruté no por lo que me ofreció sino por lo que podía haberme ofrecido. No habiendo material como éste, hablo de la britanidad a la que me inclino, en plan victoriano, eduardiano y jamesivoryano, de forma natural. No son tiempos de Arriba y Abajo. Son otros. Esto es un noble material de serie B que sirve para entretener noches de invierno. A mí me entretuvo algunas. La cogí, es cierto, con muchas ganas. Se diluyó el entusiasmo, Álex, se perdió conforme la A se aguó y abrió, rotunda, la B. Viva la B. Siempre será mejor que algunas rancias series patrias. Es que soy muy inglés, qué le vamos a hacer.
Para alguien como yo, decimonónico en mis afinidades, que no en mis modos, y amante de las novelas ultraclasistas de Jane Austen, todo lo que se identifica como british me resulta atractivo. El problema de «Downton Abbey» no es de forma sino de fondo. Carece de hondura, de entidad, y no tarda en aburrir a los que, como tú y yo, se entregan con entusiasmo a su visionado. En lo que a mí respecta le guardo cariño por la complicidad que suponía ver cada uno de sus episodios (siempre en compañía, café de por medio) y las bromas privadas que suscitaron algunos de los personajes supervivientes del naufragio filmico (Carson, el mayordomo y la condesa viuda -maravillosa siempre Maggie Smith-). Por lo demás he terminado abominando de la serie, primero inducido por el sopor, después por la indignación de ver cómo un «culebrón» de época, con claves asumidas de serial televisivo, despierta tanto fervor entre crítica y público. Inconcebible. Cada día me siento más marciano, de veras.
Haremos un chiringuito marciano victoriano cien por cien. Se fletan naves ya.
Hágase pues…
Alex,
me he reído mucho con tu reseña…ja,ja,ja,…precisamente porque yo soy una de las fans de «Downton Abbey» y además de las que no se han cansado de recomendarla por doquier.
me da un poco de miedo;) ponerte el enlace de la entrada entusiasta y pormenorizada que le dediqué,pero como sé que se puede disentir con elegancia y respeto,que tu siempre has mostrado,me arriesgo:
http://www.historias-troyanas.blogspot.com/2011/12/downton-abbey.html
Besos
Si te has divertido leyendo mis desvaríos, la misión de este posteo está cumplida. Con tal fin lo escribí, pues la indignación que produce material tan simple es tan fugaz como su propuesta. A pesar de su tono paternal, la complicidad que produce el recuerdo de su visionado la salvarían de cualquier pira, conste.
Besos, Troyana.
Yo también la veo ultrareaccionaria y edulcorada, a diferencia, por poner un ejemplo, de «lo que queda del día», que era justo lo contrario, retratando a los señoritos, y haciendo ejercicio de contención en lo dramático.
He tratado de evitar las comparaciones, menos aún con obras capitales como «Lo que queda del día», porque su referencia directa confesa es «Arriba y Abajo», y por lo tanto utiliza un lenguaje narrativo propio del serial sin pudor alguno. Después de la buenas referencias recibids, ha sido una gran decepción, compartida por muchos de mis allegados, mucho más generosos que yo en su juicio.